viernes, 2 de septiembre de 2016

Haere Mai. Un viaje a Nueva Zelanda (4)

25 de julio
Temperatura al amanecer: 2 ºC
Menos mal que anoche pusimos la calefacción, porque se ve escarcha en la hierba: es la constatación de que, aunque al otro lado del globo se estén torrando, aquí es invierno.

Chamberlains Ford
Después de desayunar salgo a dar un paseo con Inari. Hace sol. El área es mucho más grande de lo que parecía anoche, y al fondo se ven vehículos grandes, tipo autobús, con pinta de llevar aquí muchos días. A la vuelta nos encontramos con un joven que me saluda amigablemente: es quien me abordó anoche en el súper. Cuenta que él y su pareja son de Singapur, y que van a estar por aquí un mes con la autocaravana. Se le ve un poco verde en todo lo relativo al tema, porque pregunta muchas cosas acerca del vehículo. Cuando nos marchamos se despiden los dos muy amigablemente.
Cuando te mueves en viaje organizado conoces exactamente cuál es el guión, pero si lo haces por libre surge inevitablemente la Segunda Pregunta Trascendental: ¿Dónde vamos hoy? Esta cuestión sería para nosotros casi irrelevante de no ser por el factor tiempo: son más los sitios que ver que tiempo disponible. Nueva Zelanda Viajes nos proporcionó una sugerencia de itinerario que en la práctica supone ir de un sitio para otro con la lengua fuera. Además, tenemos dos condicionantes (aparte del regreso, claro): un crucero por el Milford Sound el 1 de agosto y el ferry a la Isla Norte el día 9. Naturalmente, esto nos afecta y mucho a la hora de planificar.
Pero eso nos cae ahora muy lejos. El dilema inmediato hoy es: ¿Monte Cook o Akaroa? Yo había pensado dejar este último sitio de lado, pero la Península de Banks, con forma de rueda dentada, nos atrae como un imán. Iremos pues a Akaroa, y mañana a Monte Cook.
Nos aproximamos a nuestro destino a través de carreteras locales, las cuales se hallan en muy buen estado. Circulamos entre fincas, muchas de ellas habitadas, que se dedican a la cría de caballos (resulta divertido ver a estos con abrigo). Sorprenden los setos que flanquean la carretera: no están constituidos por arbustos, sin por árboles hechos y derechos podados de tal manera que alcanzar un grosor de hasta tres metros y una altura de por lo menos diez; parece un trabajo de jardinería realizado por gigantes. Más adelante veremos este mismo tipo de poda en hileras de árboles en mitad del campo, y entendemos que su función es la de cortavientos. Ahora bien, para realizar esta tarea deben de utilizar una sierra telescópica enorme.

Camino de Akaroa, curiosa plantación de árboles. A la derecha, seto descomunal
Bahía de Akaroa
Desde nuestro lugar de pernocta hasta Akaroa hay 80 kilómetros, aunque en el mapa no lo parezca. Pero es que la carretera primero da vueltas y revueltas, y después bordea el interior de un inmenso cráter transformado ahora en bahía. La Penísula de Banks se originó hace ocho millones de años, y tuvo su origen en dos gigantescas erupciones volcánicas, de ahí su forma tan característica. La zona fue originalmente poblada por colonos franceses, y los habitantes actuales deben de tenerlo a gala, a juzgar por la cantidad de carteles que se ven en esta lengua, de modo que aquí conviven, en estrecha mescolanza, los nombres ingleses, franceses y maoríes.

Área de Akaroa
El pueblo se ve muy tranquilo, como corresponde a la temporada baja. Por lo visto, en verano se ve invadido por innumerables turistas que descienden de los grandes cruceros que fondean aquí desde que el terremoto de 2011 destruyó el puerto de Lyttelton. Paramos en una de las ocho plazas gratis que hay aquí para pernoctar, justo enfrente de un camping (igualito que en España) a tomarnos un té. A continuación buscamos el muelle, y lo encontramos con el tiempo justo para apuntarnos a un safari de delfines con Akaroa Dolphins. Se trata de una empresa familiar: la hija cobra los tickets, el papá dirige el catamarán, y la mamá se ocupa de los pasajeros y les ofrece bebida y pastas caseras. Todos muy agradables, con una vocación de servicio que abruma. También tienen un perro que escruta atentamente el horizonte y olfatea los delfines. Lleva puesto un salvavidas, porque en ocasiones se emociona tanto que hay que rescatarlo del agua con un gancho.

Antiguo muelle
Puerto de Akaroa
De safari acuático con el perro delfinero
El barco zarpa aunque somos pocos a bordo. Conocemos a una pareja muy maja de madrileños que están de luna de miel.
Nos movemos por el interior de la bahía realizando breves paradas. Divisamos algunos leones marinos y una pareja de pingüinos azules, pero a los delfines no se los ve por ninguna parte. Antes de subir nos advirtieron de que había mala mar (otra vez), de modo que me pertreché de Biodramina. Hice bien, porque el capi nos asomó a mar abierto, donde la olas eran aterradoras: la proa del catamarán se alzaba hacia el cielo y a continuación caía en un profundo valle de color esmeralda. La sensación era de montaña rusa total. Yo me había sentado en la proa, y fue divertido hasta que las salpicaduras se tornaron brutales remojones. Hice cuanto pude por arrastrarme a un lugar más protegido, y justo en ese momento el timonel debió de pensar que ya habíamos tenido bastante, porque cambió el rumbo.
-Te veíamos ahí fuera y parecías el capitán del barco -me dice el madrileño.
-Es que con el oleaje no podía moverme del sitio.
Agradezco la broma, pero lo cierto es que estoy empapado de pies a cabeza. Lo peor es la cámara: pese a que he procurado protegerla está chorreando, y lo peor es que se trata de agua salada. La seco como puedo, pero no estoy seguro de que no me vaya a dar un disgusto nada más empezar el viaje.

La Roca Elefante
Bahía de Akaroa
Ya pensábamos que volvíamos de vacío a puerto cuando los encontramos: son delfines de Héctor, de los que solo quedan unos cuantos miles. Entre nosotros, yo creo que el capitán sabía perfectamente dónde encontrarlos, y lo ha dejado hasta el final para que así sea todo más emocionante. Los delfines de Héctor son también los más pequeños; juguetean delante del barco y se meten entre las quillas para competir con él (nadan sorprendentemente rápido). Al final nos vamos todos con muy buen sabor de boca.

Delfines de Héctor
Delfín de Héctor
Regreso al puerto
Fire & Ice
Camino de la auto nos encontramos con Fire & Ice,  una joyería especializada en piedras. Se halla ubicada en una casita de dos plantas, pintada de amarillo y con la puerta en la esquina. Una plaquita indica que estamos ante un historic building (en Nueva Zelanda, a todo lo que pasa de un siglo de antigüedad se le atribuye el epíteto de historic) aunque, la verdad sea dicha, este edificio, construido en madera, recuerda a los del Lejano Oeste. Cada cual se compra algo; yo elijo una Blue Goldstone; me seduce esta piedra, porque cuando la giras bajo la luz brilla y fosforece como el cielo estrellado.
Tras un breve almuerzo emprendemos el regreso, pero ahora lo hacemos por la Summit Road, una carretera escénica que crestea por las sierras de la península. Como está atardeciendo, las vistas son muy chulas. Pero la velocidad media es de 25 kilómetros/hora, de manera que cuando queremos salir a campo abierto ya es noche cerrada. Había pensado ir haciendo camino hacia Monte Cook antes de dormir, pero entre el sueño cambiado y las dos Biodraminas llevo una caraja de espanto. Por ello decidimos quedarnos en el Waihora Park Domain. Se trata de un enorme terreno privado que cuesta diez dólares por vehículo y donde no ves a nadie: el check-in te lo haces tú y depositas un sobre con la ficha y el dinero en una especie de hucha de seguridad. A la vuelta descubro un grifo que nos vendrá bien para repostar mañana.

Vistas desde The Summit Road
Vistas desde The Summit Road

The Summit Road
Sol poniente desde The Summit Road
Tenemos el cassette de las negras hasta arriba, así que lo vacío en un water del bloque de servicios. De regreso a la auto me deslumbran las luces de un vehículo. Algunos letreros escritos a mano me han hecho barruntar que la dueña es un poco maniática en lo que respecta al tema de los residuos, de modo que temo que sea ella y venga a echarnos la bronca. Pero a la segunda vuelta el coche se detiene y apaga las luces. Son excursionistas, como nosotros.

Kilómetros etapa: 147
Kilómetros viaje: 609

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