miércoles, 31 de agosto de 2016

Haere mai. Un viaje a Nueva Zelanda (3)


24 de julio
Temperatura al amanecer: 4 ºC
Segundo bombón, quiero decir segundo día. Dormimos, nos despertamos, volvemos a dormirnos y a las cinco Inari y yo no sabemos ya qué hacer, salvo esperar a que amanezca. La atmósfera parece tranquila aunque, en ocasiones, súbitas rachas de viento sacuden la autocaravana.
 El sol sale a las ocho, pero a las siete y media ya se empieza a ver. Hemos dormido con la calefacción apagada, y hace un frío que pela. Salgo a dar un paseo. El mar se encuentra a unos pocos metros, y me impresiona haber pasado la noche a orillas del Pacífico. Brillan las olas con el sol en este día despejado, e inmensas bandadas de anátidas vuelan a ras de agua, a unos trescientos metros de la playa; nunca había visto aves marinas en tan gran número. Una foca que juguetea en el rompiente de las olas recuerda que estas son tierras australes.


Amanece sobre el Pacífico



Nos apresuramos porque a las diez tenemos que estar en Kaikoura, ya que hemos reservado pasaje en el barco que sale a avistar ballenas. Esto de organizar todo y recoger dos camas lleva su trabajo, sobre todo porque es tarea nueva.
Arrancamos después de desengancharnos de la luz (resulta imposible dar al contacto si estás enchufado, qué maravilla) y recorremos los 20 curvosos kilómetros hasta Kaikoura. La península sobre la que se asienta este pueblo es donde, según una leyenda maorí, el semidiós Maui puso los pies cuando pescó la Isla Norte de las profundidades del mar. Maui parece un trasunto de Prometeo, pues quiso librar a los seres humanos de la muerte y pereció por ello.
Una vez llegados, extraviamos la dirección del centro ballenero, cosa que no comprendo porque la traemos en el navegador y el sitio es bastante pequeño. Me cuesta bastante maniobrar para dar la vuelta, y luego está la asignatura pendiente de los bordillos.
Al final toda nuestra prisa resulta inútil: el viento ha soplado toda la noche (ya nos hemos enterado) y las condiciones del mar son malas.  Han suspendido el barco de las diez y el de las diez y media. Nos dicen que estemos aquí a la una y cuatro, por si les fuera posible organizar esa salida.
Este momento en el que se le suele caer a uno el alma a los pies. Habida cuenta de que la ruta que tenemos planificada recorre la isla a partir de Christchurch en el sentido de las agujas del reloj, era bastante expuesto -al menos durante esta época del año- pegarse el viaje de ida y vuelta a Kaikoura para luego exponerse a que cancelaran el safari. Si vinimos hasta aquí es porque tenemos una carta en la manga, y esta se halla 26 kilómetros más al Norte. Quedan dos horas y media hasta la presunta salida del barco, así que nos dará tiempo.
Al salir de Kaikoura bordeamos una llanura litoral por la que sopla el viento con bastante intensidad. Después, a partir de Hapuku, las montañas se pegan a la costa y vamos más protegidos. De vez en cuando caen pequeñas cortinas de agua pese a hallarse el cielo despejado, y es que las nubes se hallan ancladas sobre las montañas, y en las montañas hay nieve.


Centro ballenero de Kaikoura
Así las cosas, llegamos a Ohau Point. A primera vista no es más que un estrecho aparcamiento junto a la carretera, pero si bajas y te asomas verás un montón de focas dormitando. Me animo y salto el pretil; a un ejemplar joven le doy un susto de muerte. Las demás me miran desde las rocas, algunas con ese gesto tan gracioso consistente en curvar la cabeza totalmente hacia atrás y mirarte del revés. Es muy emocionante, porque nunca había visto estos animales en libertad tan de cerca, aunque mantengo una distancia razonable (los carteles indican que no te acerques a menos de cinco metros. También advierten de que si las focas se sienten acorraladas pueden morder).


Ohau Point
Ohau Point
Ohau Point
Ohau Point
Después volvemos a la auto y avanzamos 800 metros hasta otro aparcamiento. Allí, al otro lado de la carretera, arranca el Ohau Stream Walkay, un sendero que en menos de diez minutos te lleva a, como dice la publicidad local, the cuttest place, el lugar más lindo. Y no exagera: en una charca alimentada por una cascada de ensueño están las crías de foca retozando. Serán una veintena y se lo pasan muy bien, ajenas a los humanos que las observamos. Al parecer suben torrente arriba porque aquí se sienten más seguras. Cada dos o tres días, cuando tienen hambre, bajan a la costa a que sus madres las alimenten. El espectáculo emboba. Es muy divertido y muy tierno, sobre todo ahora que apenas estamos aquí una docena de adultos y otra de niños pequeños; he leído en prensa que en otras épocas la masificación es tal que pone en peligro a las crías, especialmente cuando quienes vienen no son personas respetuosas, sino cenutrios (youngsters) gritones y maleducados.


La cascada
La guardería
El juego
Regresamos al centro ballenero. Por el aspecto desolado de la entrada sabemos que no habrá safari antes de que el recepcionista nos lo diga. Este toma nuestros datos para devolvernos el dinero de la reserva, pero en casos así el dinero no supone más que un triste consuelo, y la sensación es de que has perdido algo.
En fin. Nos conformaremos con nuestras foquitas.
Comemos en el aparcamiento. El centro ballenero se halla instalado en la antigua estación ferroviaria. Circulan los trenes de mercancías hacia el Sur con paso soñoliento. Al echar un vistazo a la normativa de tráfico para guiris, descubro que en NZ existe tres tipos de paso a nivel (ninguno elevado): a) Con luces y barreras automáticas. b) Solo con luces. c) Sin luces ni barreras. ¡Y yo que he cruzado la vía unas cuantas veces, pensando que estaba fuera de uso! A partir de ahora miraré primero, no vaya a ser.
 Terminado el refrigerio, y pese a que el calorcito dentro de la auto nos vuelve remolones, regresamos a Chistchurch. Por suerte, la ruta es conocida. Como ayer, se nos hace de noche por el camino, aunque al menos ya sabemos lo que nos vamos a encontrar: la carretera tiene muchos cambios de humor, pero en general es peor que cualquier autonómica en España, y eso que es la State Highway 1, que va desde el final de la Isla Sur a la punta de arriba de la Isla Norte, y con la que conviviremos durante buena parte del viaje. Lo peor sin duda son los camiones: prácticamente todos llevan doble remolque, y circulan a una velocidad de escándalo. Tal vez no superen la limitación de cien kilómetros por hora que tienen todas las carreteras de Nueva Zelanda, ya sean autopistas o caminos de cabras, pero si el sitio es un poco estrecho el cruzarte con ellos es como si se te viniera la muralla china.

Camino de Chirstchurch
Al llegar a la ciudad nuestro propósito es ir al Countdown de ayer para comprar lo que se nos olvidó, que no es poco. Sin embargo, la oscuridad y las obras hacen que nos perdamos un par de veces. Bego ha resultado elegida intendente para este viaje. Mientras esperamos a que regrese, miro cuáles son las opciones para dormir esta noche. Queremos salir de Christchurch porque queremos un sitio tranquilo, pero también porque no vamos a visitar la ciudad. No sabemos cómo marchará la reconstrucción del centro, arrasado casi por completo durante el terremoto de 2011. A mí me gustaría visitar la catedral de cartón construida por Shigeru Ban, arquitecto japonés, pero me siento aún muy torpe para callejear por una ciudad en obras y, sobre todo, andamos mal de tiempo si queremos ver todo lo que nos hemos propuesto. Un mes parece mucho tiempo, pero enseguida nos daremos cuenta de que se nos va a quedar corto.
La aplicación Campermate es estupenda, ya que tiene geolocalizado casi cualquier recurso que necesite un autocaravanista, desde una lavandería a sitios donde recargar la bombona del gas. Los campings, por llamarlos así, los divide en tres categorías: gratuitos, low-cost (hasta 30 dólares) y caros (a partir de ese precio). Nosotros pagaremos 30 dólares solamente en la noche de Kaikoura; dos o tres veces pernoctaremos en zonas de acampada del DOC (el Departamento de Conservación), a quince dólares por noche, y el resto gratis. Estos últimos sitios por lo general no tienen servicios de ningún tipo, pero a través de la aplicación aprenderemos a localizar las dump station, donde puedes soltar las grises y negras y casi siempre llenar. A diferencia de España, donde cada lugar de vaciado es de su padre y de su madre, aquí deben de estar homologadas, porque vayas donde vayas son siempre iguales. Lo que más me gusta es el sistema para evacuar las grises: con la auto nos han dado una manguera, un extremo la cual se conecta a la salida de las mismas y el otro lo metes en el desagüe. Todo muy limpio y muy eficiente. Deberíamos aprender por estos lares.


Sistema de vaciado kiwi
Otro concepto utilísimo a importar es el de self-contained vehicle. Se trata de una certificación que se renueva cada cuatro años y cuyo sello llevas en el parabrisas, y que garantiza que la autocaravana en cuestión está preparada para no emitir efluentes contaminantes. Que el agua sucia y la caca te las llevas puestas, vaya. En muchas de las áreas gratuitas solo se permite este tipo de vehículo, aunque como siempre hay quien se lo salte a la torera.
En dichas elucubraciones ando cuando siento unos golpecitos en el cristal. Es un chico con aspecto oriental. No entiendo muy bien lo que dice, pero me enseña una foto en su móvil: es el cuadro de testigos de un vehículo, y quiere saber si conozco el significado de uno que se le ha encendido. Colijo que es el conductor de una auto parecida a la nuestra que ha aparcado ahí al lado. Lo que me enseña está bastante borroso, pero le sugiero que podría ser el indicador de una puerta abierta (a nosotros nos pasa con la corredera, que para que cierre bien hay que darle unos empujones de espanto). Se despide.
Para salir de Christchurch, recorremos los interminables suburbios que se extienden hacia el Sur. Aunque llevamos poco de viaje, nos hemos dado cuenta de dos detalles relativos al urbanismo: la  primera, que el poblamiento es tan disperso que muchas veces los pueblos no son más que puntos testimoniales sobre el mapa, ya que están formados por granjas repartidas aquí y allá, sin indicios de casco urbano por ningún sitio. La segunda que una ciudad como esta, de cuatrocientos mil habitantes, ocupa una extensión de al menos el doble de la que tendría en España debido a que existen muy pocos bloques de viviendas y sí en cambio muchas casas de planta baja. Finalmente hemos decidido irnos a dormir a Chamberlains Ford, un área aparcada gratuita a unos 30 kilómetros a orillas del río Waikirikiri (en inglés se llama Selwyn River, pero hay que reconocer que es más divertido en maorí). Tengo un poco de miedo de circular por secundarias, pero en resumidas cuentas no se diferencian mucho de la SH 1. Cruzamos el río y damos con el área sin dificultad. En un extremo hay un coche, y en el otro una camper. Nos ponemos en medio. Todo está muy oscuro y muy tranquilo. Buenas noches.

Kilómetros etapa: 297
Kilómetros viaje: 462

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