POR FIN, AUSTRALIA
Últimamente, nuestros viajes parecen teñidos por cierto tinte de odisea, algo de lo que no tengo conciencia que ocurriera durante los primeros años de escapadas internacionales. No sé si es simple capricho del destino, o signo de los tiempos convulsos que nos está tocando vivir: el caso es que la emoción no falta.
Los primeros planes definidos para ir a Australia surgieron durante el invierno de 2019. Ya tenía más o menos clara la ruta, y había empezado a reunir información cuando se produjeron los violentos incendios que asolaron la costa este, justo por donde transcurría nuestro itinerario. Así las cosas, y con el corazón encogido por los miles de koalas abrasados por las llamas, decidimos cambiar de rumbo y dedicar el siguiente verano a Islandia. Pero 2020 trajo la pandemia, el confinamiento y las restricciones, y hubo que renunciar a irse muy lejos. Hasta 2022 no pudimos viajar a Islandia, el 23 lo dedicamos a Canadá y por fin, en 2024, ya no había excusa para no viajar al país de los canguros.
La preparación del vuelo fue quizá la parte más espinosa. Con Emirates habíamos volado a Nueva Zelanda, y la experiencia fue positiva, pero últimamente sus tarifas estaban por las nubes. Busqué alternativas, unas vía Estambul, otras parando en Singapur... Todos eran vuelos de un montón de horas y con escalas interminables. Finalmente encontré una combinación con Cathay Pacific y escala en Hong Kong que parecía la adecuada. La experiencia con Air Canadá del verano anterior fue tan traumática que miré con lupa todas las reseñas. La mayoría eran aceptables. Por último, intenté que la escala en Hong Kong fuera de dos o tres días para visitar la ciudad (incluso llegué a reservar alojamiento), pero el precio total del viaje, ya de por sí elevado, se encarecía aún más, y por otro lado necesitábamos todos los días posibles para el periplo australiano por carretera.
De manera que en enero ya teníamos avión, y poco después, autocaravana, reservada a través de una empresas alemana llamada Camperdays. El alquiler del vehículo fue también incomprensiblemente caro pese a ser allí invierno y por tanto temporada baja. Tengo la firme sospecha de que en el Hemisferio norte ofrecían precios inflados, y en cambio otros muy distintos para los australianos.
Los meses fueron pasando en lento goteo y con auténticas piruetas económicas para reunir el dinero necesario. Los días previos fueron de una gran tensión, temiendo de nuevo un retraso o una cancelación que esta vez por fortuna no llegó. Por fin, el 27 de julio viajamos a Madrid, y el 28 por la mañana embarcamos. El avión despegó sobre la una del mediodía, y llegamos a las siete de la mañana del día siguiente. Como Hong Kong en verano tiene ocho horas de desfase con España, pues estuvimos viajando unas once horas para un total de 11.397 kilómetros. La tripulación fue bastante amable, y disponían incluso de carta donde elegir entre tres platos diferentes. En el avión coincidimos con bastantes españoles que iban a Japón. A Sidney, bastantes menos.
Barajas, kilómetro 0. |
Menú bilingüe |
Las pantallas encastradas en la trasera de los asientos son, a estas alturas, un prodigio de variedad a la hora de elegir entretenimiento, pero lo que de verdad mola es poder acceder a las diferentes cámaras situadas en el exterior del avión, en la cabina del piloto y al plan de vuelo y la situación del aparato. La ruta habitual para ir de Madrid a Hong Kong pasa por Ucrania pero, como ahora no está el horno para bollos, pues los aviones dan un rodeo por Turquía. Fue por eso por lo que volamos por encima de los Dardanelos (por aquí cruzamos en 2009, con Chandra y nuestra autocaravana, de vuelta del Kurdistán). Luego Georgia y el Mar Caspio hasta llegar a China y sobrevolar el desierto de Taklamakán, al norte del Himalaya, y que abarca una extensión similar a la de Alemania. Después China de cabo a rabo y por, fin, al amanecer, Hong Kong.
Volando sobre los Dardanelos |
Y sobre Uzbekistán |
Bajarse del avión después de tantas horas produce un embobamiento supino, pero a la vez alivio por estirar de nuevo las piernas. Lo que está claro es que los años no pasan en vano: el viaje hasta Nueva Zelanda en 2016 no me pareció tan cansado. ¿O acaso es el tiempo, que suaviza los recuerdos?
Aeropuerto de Hong Kong |
El aeropuerto de Hong Kong es amplio y diáfano, con grandes cristaleras que asoman a un cielo nublado. Me llaman la atención los tableros de información de vuelos, que están en caracteres chinos hasta que, alehop, se vuelven comprensibles al cambian a nuestro alfabeto.
Dos horas después estamos de nuevo en el avión, no sin antes pasar un control tan exhaustivo como el de Barajas. Cuando vuelo ya nunca llevo puestas las botas, solo por no pasar la humillación de descalzarme. Hemos salido a las nueve de la mañana y llegaremos a las ocho de la tarde, hora local. Como la diferencia entre Hong Kong y Sidney es de tres horas, resulta que este vuelo dura ocho para una distancia de 7.400 kilómetros. En el primero apenas hemos dormido, de manera que nos adormilamos durante intervalos de duración variable que abrevian el tedio de tanto tiempo sentados. La magia del avión hace mucho rato que se ha transformado en ganas desesperadas de llegar.
Para cuando aterrizamos en Sidney ya es otra vez de noche. Hace veintitantas horas que salimos de Madrid, y parecen siglos. Sorprendentemente, llegamos bastante enteros. Debe de ser la adrenalina disparada, pues ahora nos las tenemos que ver con una de las aduanas más tocapelotas del mundo. El visado de entrada lo tenemos desde enero, y en el avión hemos rellenado la famosa hojita amarilla (ya practicamos en casa, con una idéntica pero traducida). No traemos el arsenal de medicinas que solemos llevar en los viajes, porque muchas no pueden pasar la aduana. Tampoco absolutamente nada de comida, ni fresca ni de la otra. Hemos tirado el agua que nos sobró del avión, y comprobado que no traemos tierra en la suela de las zapatillas. Declaramos el dron y el portátil, lo que nos clasifica automáticamente junto con los que traen armas o pornografía. Por suerte, nos toca una poli muy amable que escribe algo en nuestras fichas y, cuando avanzamos resignados hacia la zona de registro de equipajes, descubrimos que nuestro pasillo conduce directamente al hall de aeropuerto.
Nos conectamos al wifi, pedimos un Uber y descargamos la clave de acceso al apartahotel donde vamos a dormir. Esta mañana escribimos a la empresa desde Hong Kong diciéndoles que íbamos a llegar más tarde de lo previsto, y nos respondieron que en recepción no habría nadie a esa hora, pero que al llegar a Sidney tendríamos la clave para acceder al edificio. Menos mal que han cumplido.
En la calle hace frío y lloviznea, menudo contraste con los 38 grados de Madrid. Nos cuesta encontrar el lugar de encuentro con el taxi, que ya nos está esperando. Nuestro alojamiento es el Nesuto Woolloomooloo Apartment Hotel, y se encuentra hacia el norte y a 11 kilómetros del aeropuerto. Nuestro conductor es un señor con turbante (debe de ser sij) de cuyo inglés no entiendo prácticamente nada. Nos pregunta por dónde queremos ir; yo interpreto que la pregunta va con segundas, hasta que nos aclara que en el itinerario más rápido hay obras, que nos puede llevar por otro. Respondemos que nos lleve por donde quiera.
Resulta un tanto desolador quedarse a solas con tu equipaje en la acera oscurísima de una ciudad desconocida. Por fortuna, funciona el código numérico de la puerta, y también el del buzón donde está nuestra llave. Ni en el hall ni en los pasillos nos cruzamos con nadie, parece un hotel fantasma digno de la película El Resplandor.
Resulta frustrante llegar tan tarde a tu destino y no tener nada que llevarte a la boca porque te han obligado a tirarlo todo. El barrio tampoco anima demasiado a explorar en busca de algún sitio donde comer algo. Por fortuna (ya lo había mirado en casa por el Street View), justo enfrente hay una gasolinera que dispone también de un pequeño súper, y ahí compramos algunas cosas para comer ahora y para desayunar mañana.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.