lunes, 12 de septiembre de 2016

Haere mai. Un viaje a Nueva Zelanda (10)

31 de julio
Temperatura al amanecer: 1,5º C
En cuanto clarea miro por la ventana y veo que la nieve está ahí mismo, sobre las colinas. Hay que hablar con Maui. Dije que teníamos una avería, pero en realidad son dos: no sé cuándo nos hemos dado cuenta de que la nevera enfría de más. Estaba al 3 y la puse al 1, pero como si tal cosa: hoy la leche está congelada, y por mucho que he mirado los interruptores no existe ninguna posibilidad de desconectar el electrodoméstico, que funciona exclusivamente a batería. En España todo el mundo se queja de que su frigo no enfría lo suficiente, y aquí es al revés; debe de ser cosa de las Antípodas.

La nieve, casi a nivel del mar
Hay que hablar con Maui, pero el móvil dice que no hay cobertura. Como aquí al lado hay un Centro de Información, en cuanto desayunemos iremos para allá a ver si nos informan de cómo están las carreteras y de paso llamar. En Nueva Zelanda la mayoría de sitios públicos y empresas tienen un teléfono que comienza por 800, lo que significa que la llamada desde cualquier teléfono del país es gratuita. Igualito que los 902 de España, ¿verdad?
Mientras mi familia termina de prepararse, salgo a inspeccionar. Realmente el área de aparcada no es aquí, sino un poco más hacia la orilla. Anoche a oscuras no la habríamos encontrado, pero aun dando con ella no nos habríamos metido: se trata de un espacio de hierba que se halla tan encharcado que puedes quedarte empantanado, con lo cual sumaríamos otro problema a los que ya tenemos. Me acerco a los impolutos servicios públicos y entonces oigo un ruido similar al que hace un coche moviéndose por la grava, pero no se trata de eso, sino de granizos tan grandes como canicas. Corro a refugiarme bajo el tejadillo de entrada, y espero a que escampe.
Cuando llegamos al Centro de Información, chasco mayúsculo: está cerrado. Vaya, con mal tiempo e incomunicados. Megala problemata.
En todos los viajes llega un momento de desamparo en que tocas fondo, todo se te viene abajo y te preguntas amargamente qué necesidad tienes de meterte en este berenjenal con lo bien que se está en casita, y ese momento es ahora: enfrente del edificio hay un pick-up blanco y unos tíos jóvenes alrededor, todos con aspecto resacoso y de no haber pegado ojo. Se hallan parados delante de la casa donde ayer había jolgorio, y que resulta ser un bungalow de alquiler. Antes han venido con su coche a darse una vuelta hasta donde estábamos, y ahora no nos quitan ojo; por algún motivo, parece que les molestamos. Para volver a la auto cruzamos la carretera dejando entre ellos y nosotros un espacio prudencial, y justo entonces dos trozos de nieve vuelan sobre su vehículo en nuestra dirección. Por fortuna no nos dan, pero menudos sinvergüenzas. Seguro que vienen a emborracharse a estos andurriales porque en su pueblo ya no les quieren.
Arrancamos y pasamos junto a ellos sin decir nada (aunque los embestiría con gusto) y vamos a Curio´s Bay, 6 kilómetros carretera abajo, una playa rocosa donde hay un bosque del Jurásico petrificado. Para verlo hay que esperar a la marea baja, que ahora está casi arriba, pero te haces una idea. Sin embargo, lo que cuesta imaginarse es que hace ciento ochenta millones de años esta dura línea de costa era un cálido bosque. Con el temporal el sitio luce espectacular, olas tremendas rompen en las rocas y montones de granizo se acumulan en los charcos.

Curio´s Bay con el temporal
Aquí debajo hay un bosque petrificado
Lo bueno de los momentos de crisis es que a partir de ahí siempre mejoran las cosas: aparece una pareja de mediana edad y les preguntamos por el estado de las carreteras. Responden qu ellos han venido desde Invercargill y que hasta allí se puede circular perfectamente. Eso nos anima. También cuando volvemos a la auto descubrimos que ya tenemos cobertura; es posible que habitualmente la haya, y que se averiara anoche con la tormenta. Llamamos a Maui para llorarles por el escape de agua y el mucho frío de la nevera. Quedamos en que pasaremos por la sede que tienen en Queenstown mañana o pasado. A continuación toca cancelar el crucero por el Milford Sound, esto último con harto dolor. Pero es que desde ayer sabemos que la carretera hasta ese sitio se halla cortada por nieve y desprendimientos, y que seguirá así por lo menos hasta mañana. Además, estamos a 350 kilómetros, y las condiciones atmosféricas no invitan precisamente a largos desplazamientos. En fin, otra vez será.

Vivir con la amenaza
Para salir a la carretera general debemos volver a Waikawa, pero como no queremos cruzarnos otra vez con los anormales nos vamos por una pista de tierra más cercana a la costa que llega hasta Fortrose. Ya nos hemos dado cuenta de que este tipo de vía en Nueva Zelanda ofrece bastante confianza, así que nos aventuramos. Sin embargo, a los pocos kilómetros nos asusta un cartel que dice que el camino puede inundarse con marea alta, y de hecho en algunas zonas el mar lo invade parcialmente. Ya habíamos visto algo similar en Hinahina, pero aquí es peor. Parece que en estas tierras la subida del nivel del mar no es un problema del día de mañana, sino para hoy mismo.

El mar, al ladito del camino
En mitad de la inundación me cruzo con un trailer enorme. Como él no frena, me toca hacerlo a mí, y al reanudar suena un ruido espeluznante en la parte trasera del chasis, como de metal retorciéndose. Oh, Dios mío. Bego piensa que hemos pinchado, y yo que un alambre se ha enredado en el eje. Bajamos y miramos: no hay nada. Arranco de nuevo y a los cien metros empieza a caer agua de la luz de cortesía que hay junto al retrovisor interior. No me lo puedo creer, ahora tenemos una gotera.
San Cofronisio de Anatolia debe de habernos echado una maldición a cuenta de las grises del otro día, porque sino no se explica. Valoramos si dar la vuelta y volver a la carretera, no sea que todavía nos tengan que remolcar. Por fortuna el ruido no se repite. Pasamos cerca de Slope Point, el punto más al Sur de la Isla del Sur, valga la rebuznancia. Seguimos Continuamos sin más incidentes, llegamos a Waipapa Point. El viento aquí sopla fortísimo y nos bambolea cosa fina. Entre nosotros y la Antártida no hay absolutamente nada, salvo dos mil seiscientos kilómetros de tumultuoso océano; esto sí que es de veras un confín.

Faro de Waipapa Point
Waipapa Point
La tormenta que se nos viene
 Cuando sale el sol, sin embargo, la luz se vuelve hechizante. Buen sitio para un parque eólico, aunque todavía no hemos visto ninguno (tampoco placas solares, se ve que esto de las renovables no les mola a los neozelandeses). Hay dos coches y una furgoneta en el aparcamiento, pero enseguida se marchan y nos quedamos solos. Visto que encadenamos una avería tras otra da un poco de miedo, pero hay que reconocer que la soledad en los sitios es una de las mejores cosas de este viaje.

Ruge el mar
y sale el sol
Esta foto es la primera que saca mi hijo. No será muy buena, pero...
Después de comer, Inari y yo nos vamos hasta el faro. Mar adentro descarga agua una tormenta negrísima y aparentemente estática. Sin embargo, el viento viene de esa dirección de lo que deduzco que, aunque esto sea Nueva Zelanda, acabará acercándose. Pero es que la playa de arenas doradas se ve tan bonita, y la esperanza de que al otro lado de esa punta haya leones marinos... Quiero llegar hasta allí, pero no podemos: una brisa húmeda que conozco bien me dice que va a llover. Nos damos la vuelta, pero ya es tarde, y empieza a arrear que da gusto. Corremos y corremos, pero la auto está lejos. Inari al menos lleva chaqueta y pantalón impermeables, pero yo solo la parte de arriba, así que llego con los pantalones y los calcetines empapados. Al final ya ni corremos. Entramos en casa, nos secamos y cambiamos. Más tarde sale un sol espléndido con pinta de no haber roto un plato, pero ya se nos han quitado las ganas de paseo.

¿Lluvia? ¿Qué lluvia?
Proseguimos en dirección Fortrose. Las feroces ráfagas de viento nos persiguen un buen trecho tierra adentro. Llegamos a Invercargill. Aquí comienza la SH 6, que seguiremos prácticamente hasta salir de la isla. Y un poco más abajo, en Bluff, arranca la ya conocida SH 1, que abarca las dos islas de punta a punta. En su extremo Norte va hasta Cape Reinga, adonde nos gustaría llegar antes de acabar el viaje.

Cruce de caminos
Windows
Huyendo tierra adentro
Invercargill lo vemos de pasada. Parece un lugar bastante anodino, sobre todo con el frío y la lluvia. Es una de las ciudades más meridionales del mundo, y la sensación es de que la vida debe de ser bastante dura aquí.

La nieve, tan cerquita
Y las nubes, amagando
Después de la terrorífica experiencia de anoche hemos decidido parar antes de que oscurezca, de manera que repostamos gasoil y enfilamos la carretera que como una flecha sube hacia el Norte. A las seis menos cuarto entramos en el diminuto pueblo de Limehills, donde aparcamos junto al campo de rugby. Aquí también debería de haber mucho barro, pero por fortuna para nosotros han extendido una gruesa capa de grava.

Kilómetros etapa: 136
Kilómetros viaje: 1.720

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