sábado, 17 de septiembre de 2016

Haere mai. Un viaje a Nueva Zelanda (12)

2 de agosto
Temperatura al amanecer: 1,5º C
Muy temprano empieza a llegar gente, primero los trabajadores de una obra cercana, y más tarde el staff del puente colgante. Son chicos y chicas muy jóvenes; vienen en autobús, y me pregunto dónde narices trabaja tanto personal, hasta que descubro que con vistas al río pero invisible desde el aparcamiento hay un enorme restaurante.

Vista desde la plataforma de lanzamiento
Karawau Brigde
Luce un cielo espléndido, nada que ver con las brumas de ayer. Salgo a investigar. Existe una entrada que parece reservada al personal, pero cuando aparece una excursión de chinos y se meten todos por allí, yo también lo hago. Camino hasta el centro del puente, sin olvidar el aviso de Warning Ice que hay al principio. El río Shotover pasa por debajo a través de un rotundo cañón excavado en la roca. Por lo visto, en 1988 tuvo lugar aquí el primer salto comercial de puenting del mundo mundial. Son cuarenta y tres metros de caída libre, una minucia. Para quienes esto sea una emoción demasiado dura, tienen también una tirolina que baja desde el puente hasta la orilla. Y a quien le parezca poca cosa, también está el Nevis Bungy Jump y el Nevis Swing.
Regreso a la auto y nos preparamos para marchar. Finalmente hemos decidido ir a Maui. Aunque perdamos toda la mañana, noblesse oblige. Sin embargo, cuando apago la calefacción, el dichoso goteo deja de sonar. Perplejidad mayúscula. Entonces ¿no hay avería? Pues parece que no, y nos ponemos muy contentos. Pero, claro, si oyes un persistente goteo y a continuación aparece agua en esa zona, ¿cómo no pensar que síntoma y efecto están relacionados?
Aunque lo que en principio identificamos como un goteo no es tal goteo, resulta que en realidad sí que hubo un goteo, y lo repararon ayer.
Más contentos que unas Pascuas, nos olvidamos de Maui y volvemos a Queenstown. Se puede decir que esta ciudad es la capital de los deportes de riesgo, y que podrías pasar un mes aquí sin repetir ninguno. No obstante, buscamos algo más tranquilo: el Kiwi Birdlife Park, pero ni en la puerta ni en las calles adyacentes encontramos aparcamiento. Desandamos camino hasta dar con un hueco, pero está limitado a una hora, y cuesta dos dólares, más nos valía habernos quedado donde ayer. Pero como no tengo ganas de volver hasta allí, habrá que arriesgarse; entre diez minutos al ir y diez al volver, pocos kiwis vamos a ver.

Entrada al parque
La entrada para los tres nos cuesta 90 dólares. Dicen que en esta zona estaba el vertedero municipal, pero no entiendo cómo casa eso con los inmensos árboles que sombrean el recinto. La visita la hacemos un poco a la carrera; me siento nervioso por el dichoso parking y porque me daría mucha rabia que me cascaran una multa. Entiendo la penuria de aparcamientos de la ciudad, pero un poco de consideración para los visitantes, por favor.

Descomunales árboles
Entramos primero en las casas de los kiwis (hay dos). Oscuridad total, aliviada solo por unas luces rojas como en los antiguos laboratorios fotográficos. Detrás de unos cristales hay hierbas, raíces, humus del suelo del bosque. Al cabo de un rato diviso una fantasmal fosforescencia que se mueve como si flotara. Cuando se acerca al cristal compruebo que se trata del pico de un kiwi, que este introduce como un sensor en el sustrato de hojas en busca de bichitos. Unos segundos más y me hago una idea de cómo es este extraño animal, que tiene más en común con los mamíferos que con las aves.
Entramos en la segunda casa, y como ya estamos acostumbrados a la oscuridad lo localizamos enseguida. En una sala aneja, impresiona la radiografía de una hembra a punto de poner un huevo: es el más grande del reino animal en relación con el adulto.

Este no me enteré cómo se llamaba
La maldita zarigüeya
De este tampoco me acuerdo
Después recorremos las instalaciones del parque, que no es muy grande, y luego vamos a un pequeño auditorio al aire libre donde una monitora nos muestra unos cuantos animales vivos, entre ellos el tuatara, pequeño reptil emparentado con los dinosaurios. También nos muestran un ejemplar de zarigüeya, que aquí llaman possum. Este marsupial, introducido desde Australia -tal vez este sea el motivo por el que los neozelandeses odian tanto a sus vecinos- se ha multiplicado como la mala hierba, y se calcula que al menos setenta millones de ejemplares campan a sus anchas por todo el país. Destrozan el bosque original y suponen una amenaza para las aves nativas (hemos visto los postes de las líneas eléctricas luz protegidos con un cilindro metálico anti-escalada, creemos que es a causa de estos animales). La situación es tan desesperada que el Departamento de Conservación ha decidido echar mano del 1080, un veneno cuyo uso ha suscitado una auténtica controversia nacional, pues se oponen a su uso tanto ecologistas como cazadores.
Ya ha pasado la hora más que de sobra, así que me voy para la auto y dejo a Bego e Inari viendo el resto del parque. Cuando llego constato que, por fortuna, no nos han multado. Echo otro dólar y cambio el ticket. Mientras espero, jugueteo con la reproducción de tuatara que he comprado en la tienda de recuerdos. Es metálico, pesado y tan misterioso como el original.

Mi tuatarín
Cuando vuelve mi familia arrancamos en dirección Glenorchy por la orilla del lago. Si ayer nos pareció bonito, hoy con el sol luce espectacular, con las Remarkables cubiertas de nieve, desplomándose sobre las aguas color turquesa. Vamos haciendo paraditas hasta que llega la hora de comer. Nos detenemos a la orilla, en una zona de pernocta autorizada. Se trata de un momento mágico: la luz reverbera en las montañas y en el agua purísima. Se ven los guijarros del fondo con claridad absoluta. Apenas hace frío, y tampoco viento. Por unas horas nos olvidamos del invierno.

Las Remarkables
Queenstown con las Remarkables de fondo
Afueras de Queenstown
Caminante, no hay camino...
Ovejitas, lago y montañas
Al reanudar camino entramos en dos lugares más: hemos pensado quedarnos a dormir por esta zona a la vuelta, y ya hemos aprendido que es mejor inspeccionar con luz de día. Gana por goleada el segundo, denominado Twenty Five Mile Stream, que se halla justo antes de cruzar un puente monocarril.

El Lago Wakatipu en todo su esplendor
El Wakatipu con sus islas
El Wakatipu con sus islas
El autor, en plena wilderness
Aquí comimos
Plenitud
Glenorchy
Embarcadero en Glenorchy
Cabecera del lago
Llegamos a Glenorchy, que no tiene gran cosa, salvo que es el final del lago. Tenía entendido que a partir de aquí comenzaba el terreno indómito y era necesario un 4x4. Bueno, eso es cierto, pero también descubrí después de que es posible ir hasta el Kinloch Campsite, en la orilla opuesta, dando un rodeo de 27 kilómetros. De todos modos, no sé si esto hubiera calmado mi sed: un poco más al Norte está el Rees Valley con su aroma de terra incognita, y el Lago Sylvan en la profundidad del bosque. Por primera vez desde que empecé este viaje, siento el profundo deseo de regresar a un sitio del que todavía no me he marchado.
Llegamos al área de pernocta seleccionada. Noche tranquila, estrellas como puños, belleza absoluta.

Kilómetros etapa: 90
Kilómetros viaje: 1.993           


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