2 de agosto
Temperatura al
amanecer: 1,5º C
Muy temprano empieza
a llegar gente, primero los trabajadores de una obra cercana, y más tarde el staff del puente colgante. Son chicos y
chicas muy jóvenes; vienen en autobús, y me pregunto dónde narices trabaja
tanto personal, hasta que descubro que con vistas al río pero invisible desde
el aparcamiento hay un enorme restaurante.
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Vista desde la plataforma de lanzamiento |
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Karawau Brigde |
Luce un cielo
espléndido, nada que ver con las brumas de ayer. Salgo a investigar. Existe una
entrada que parece reservada al personal, pero cuando aparece una excursión de
chinos y se meten todos por allí, yo también lo hago. Camino hasta el centro
del puente, sin olvidar el aviso de Warning
Ice que hay al principio. El río
Shotover pasa por debajo a través de un rotundo cañón excavado en la roca. Por
lo visto, en 1988 tuvo lugar aquí el primer salto comercial de puenting del mundo mundial. Son cuarenta
y tres metros de caída libre, una minucia. Para quienes esto sea una emoción
demasiado dura, tienen también una tirolina
que baja desde el puente hasta la orilla. Y a quien le parezca poca cosa, también está el Nevis Bungy Jump y el Nevis Swing.
Regreso a la auto y
nos preparamos para marchar. Finalmente hemos decidido ir a Maui. Aunque
perdamos toda la mañana, noblesse oblige.
Sin embargo, cuando apago la calefacción, el dichoso goteo deja de sonar. Perplejidad
mayúscula. Entonces ¿no hay avería? Pues parece que no, y nos ponemos muy
contentos. Pero, claro, si oyes un persistente goteo y a continuación aparece
agua en esa zona, ¿cómo no pensar que síntoma y efecto están relacionados?
Aunque lo que en
principio identificamos como un goteo no es tal goteo, resulta que en realidad
sí que hubo un goteo, y lo repararon ayer.
Más contentos que
unas Pascuas, nos olvidamos de Maui y volvemos a Queenstown. Se puede decir que
esta ciudad es la capital de los deportes de riesgo, y que podrías pasar un mes
aquí sin repetir ninguno. No obstante, buscamos algo más tranquilo: el Kiwi Birdlife Park, pero ni en la puerta
ni en las calles adyacentes encontramos aparcamiento. Desandamos camino hasta
dar con un hueco, pero está limitado a una hora, y cuesta dos dólares, más nos
valía habernos quedado donde ayer. Pero como no tengo ganas de volver hasta
allí, habrá que arriesgarse; entre diez minutos al ir y diez al volver, pocos kiwis vamos a ver.
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Entrada al parque |
La entrada para los
tres nos cuesta 90 dólares. Dicen que en esta zona estaba el vertedero
municipal, pero no entiendo cómo casa eso con los inmensos árboles que sombrean
el recinto. La visita la hacemos un poco a la carrera; me siento nervioso por
el dichoso parking y porque me daría mucha rabia que me cascaran una multa.
Entiendo la penuria de aparcamientos de la ciudad, pero un poco de consideración
para los visitantes, por favor.
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Descomunales árboles |
Entramos primero en
las casas de los kiwis (hay dos).
Oscuridad total, aliviada solo por unas luces rojas como en los antiguos
laboratorios fotográficos. Detrás de unos cristales hay hierbas, raíces, humus
del suelo del bosque. Al cabo de un rato diviso una fantasmal fosforescencia
que se mueve como si flotara. Cuando se acerca al cristal compruebo que se
trata del pico de un kiwi, que este
introduce como un sensor en el sustrato de hojas en busca de bichitos. Unos
segundos más y me hago una idea de cómo es este extraño animal, que tiene más
en común con los mamíferos que con las aves.
Entramos en la
segunda casa, y como ya estamos acostumbrados a la oscuridad lo localizamos
enseguida. En una sala aneja, impresiona la radiografía de una hembra a punto
de poner un huevo: es el más grande del reino animal en relación con el adulto.
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Este no me enteré cómo se llamaba |
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La maldita zarigüeya |
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De este tampoco me acuerdo |
Después recorremos
las instalaciones del parque, que no es muy grande, y luego vamos a un pequeño
auditorio al aire libre donde una monitora nos muestra unos cuantos animales
vivos, entre ellos el tuatara,
pequeño reptil emparentado con los dinosaurios. También nos muestran un
ejemplar de zarigüeya, que aquí
llaman possum. Este marsupial,
introducido desde Australia -tal vez este sea el motivo por el que los
neozelandeses odian tanto a sus vecinos- se ha multiplicado como la mala
hierba, y se calcula que al menos setenta millones de ejemplares campan a sus
anchas por todo el país. Destrozan el bosque original y suponen una amenaza
para las aves nativas (hemos visto los postes de las líneas eléctricas luz
protegidos con un cilindro metálico anti-escalada, creemos que es a causa de
estos animales). La situación es tan desesperada que el Departamento de
Conservación ha decidido echar mano del 1080,
un veneno cuyo uso ha suscitado una auténtica controversia nacional, pues se
oponen a su uso tanto ecologistas como cazadores.
Ya ha pasado la hora
más que de sobra, así que me voy para la auto y dejo a Bego e Inari viendo el
resto del parque. Cuando llego constato que, por fortuna, no nos han multado.
Echo otro dólar y cambio el ticket. Mientras espero, jugueteo con la
reproducción de tuatara que he
comprado en la tienda de recuerdos. Es metálico, pesado y tan misterioso como
el original.
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Mi tuatarín |
Cuando vuelve mi
familia arrancamos en dirección Glenorchy por la orilla del lago. Si ayer nos
pareció bonito, hoy con el sol luce espectacular, con las Remarkables cubiertas de nieve, desplomándose sobre las aguas color
turquesa. Vamos haciendo paraditas hasta que llega la hora de comer. Nos
detenemos a la orilla, en una zona de pernocta autorizada. Se trata de un momento
mágico: la luz reverbera en las montañas y en el agua purísima. Se ven los
guijarros del fondo con claridad absoluta. Apenas hace frío, y tampoco viento.
Por unas horas nos olvidamos del invierno.
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Las Remarkables |
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Queenstown con las Remarkables de fondo |
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Afueras de Queenstown |
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Caminante, no hay camino... |
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Ovejitas, lago y montañas |
Al reanudar camino
entramos en dos lugares más: hemos pensado quedarnos a dormir por esta zona a
la vuelta, y ya hemos aprendido que es mejor inspeccionar con luz de día. Gana
por goleada el segundo, denominado Twenty Five Mile Stream, que se halla justo antes de cruzar un
puente monocarril.
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El Lago Wakatipu en todo su esplendor |
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El Wakatipu con sus islas |
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El Wakatipu con sus islas |
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El autor, en plena wilderness |
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Aquí comimos |
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Plenitud |
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Glenorchy |
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Embarcadero en Glenorchy |
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Cabecera del lago |
Llegamos a
Glenorchy, que no tiene gran cosa, salvo que es el final del lago. Tenía
entendido que a partir de aquí comenzaba el terreno indómito y era necesario un
4x4. Bueno, eso es cierto, pero también descubrí después de que es posible ir
hasta el Kinloch Campsite, en la
orilla opuesta, dando un rodeo de 27 kilómetros. De todos modos, no sé si esto
hubiera calmado mi sed: un poco más al Norte está el Rees Valley con su aroma de terra
incognita, y el Lago Sylvan en la
profundidad del bosque. Por primera vez desde que empecé este viaje, siento el
profundo deseo de regresar a un sitio del que todavía no me he marchado.
Llegamos al área de
pernocta seleccionada. Noche tranquila, estrellas como puños, belleza absoluta.
Kilómetros etapa: 90
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