27 de julio
Temperatura al
amanecer: 2 ºC .
¿Dos sobre cero?
¿Cómo es posible que haya cuatro grados más de temperatura aquí, junto a las
montañas, que en una llanura al lado de la costa? Quizá sea la gran masa de
agua del lago que amortigua el frío; sin embargo, los charcos del suelo siguen
congelados.
Nos levantamos a tiempo
para ver la salida del sol, lo que no es mucho madrugar porque amanece a las
ocho. Las aguas del Pukaki refulgen tranquilas con los primeros rayos; los
árboles y la nieve, de telón de fondo.
Monte Cook al amanecer |
Después empaquetamos
y seguimos en busca del Monte Cook. Aoraki
lo llaman los maorís, que significa El
que perfora las nubes. De entre los múltiples modos de colonización, uno de
ellos -seguramente no el más sutil- consiste en suplantar la toponimia original
por una nueva. Así, sin tocar nada físicamente, se usurpa el territorio que
antes fue de otros.
Cruzamos de nuevo la
presa y bordeamos el Lago Pukaki por su lado Oeste. Como venir hasta aquí
supone una considerable inversión en kilómetros, por un instante valoré la
posibilidad de suprimir esta parte del itinerario y seguir hacia el Sur
bordeando la costa. Cuando preparo los viajes procuro enterarme lo menos
posible para no malograr la experiencia del descubrimiento, así que no sabía
gran cosa del Monte Cook, salvo que se trataba de la montaña más alta de Australasia.
Ahora que veo el sitio en cuestión sé que no me habría perdonado el dejarlo de
lado, porque justo aquí comienzan las sorpresas y la ruptura de las ideas
preconcebidas: esperábamos una carretera de montaña, estrecha y sinuosa, como
corresponde a la aproximación a un pico de 3.724 metros ; en lugar
de eso y se la ve ancha y bastante llana. Después, cuando nos acercamos a la
cordillera, el terreno no se eleva gradualmente sino que la llanura simplemente
termina al pie de la montaña. Es como si, tras crear la planicie, Dios hubiera
sembrado los picos encima, cual si de objetos decorativos se tratara.
Monte Cook brotando en la llanura |
Sorpresa astronómica: en el hemisferio Sur la luna menguante es una D, no una C |
One Lane Bridge |
Del llano al monte en un pis pas |
En la parte alta del
Lago Pukaki nos encontramos por primera vez con una modalidad carreteril que a
partir de ahora se repetirá ad infinitum:
los One Lane Bridge, esto es, puentes
de un solo carril, donde por un lado tienes la preferencia y por otro no. Ahora
que no hay casi nadie es rarísimo cruzarse con otro coche, pero imagino que en
otras épocas del año circular por aquí debe de ser bastante complicado.
La segunda sorpresa
es que Monte Cook pueblo no existe como tal, sino que es más bien una colonia
de vacaciones, ahora casi vacía. Buscábamos el Centro de Información, pero nos
extraviamos por el laberinto de edificios y renunciamos a ello. Además, ya nos
hemos dado cuenta de que no lo necesitamos, porque tenemos una aplicación
estupenda en el móvil a la que vamos a sacar mucho partido este año. Se llama Maps.me, y mediante ella descargas los
mapas para luego poder usarlos offline,
y es tal la cantidad de información y la riqueza de detalles que da vergüenza
que sea gratuita. Por venir vienen las rutas de senderismo, los monumentos
naturales, e incluso esa institución neozelandesa importada de Escocia que son los public toilettes: en los lugares más
remotos e impensados del país te los puedes encontrar, siempre con papel
higiénico y en bastantes ocasiones limpios requetelimpios.
Camino de Kea Point |
De modo que salimos
del pueblo y nos metemos por un desvío que vimos justo al llegar que llamado Hooker Valley Road, y que tras dos kilómetros
te aproxima a la zona de las excursiones. Llegamos a un aparcamiento y estacionamos
junto a una autocaravana de chinos (llama la atención la cantidad de orientales
que hacen turismo por aquí). A la hora de caminar, nos hubiera gustado ir por
el Hooker Valley Track, cruzar el río
del mismo nombre y aproximarnos a la base de esas montañas que parecen brotar
de la tierra. Sin embargo, toda esa zona permanece en umbría y sopla muchísimo
viento, así que nos decantamos por el Kea
Point, un paseo cortito de 15 minutos ida. Lo de cortito es un decir:
inmediatamente aparece hielo en el camino que vuelve muy difícil la marcha. Una
familia de cuatro que vienen mucho peor equipados que nosotros -vaqueros y
zapatillas- se da la vuelta en cuanto la cosa se pone durilla. Entonces arrecia
el viento, y tampoco puede seguir Inari; él y su madre deciden esperarme
mientras trato de llegar al mirador.
Monte Cook en la ventisca |
Resulta sorprendente
cómo lo que en otras condiciones será un paseo idílico puede transformarse en
una pequeña odisea. Continuar por el camino sin crampones resulta misión
imposible, así que avanzo campo a través. Pero caminar entre las rocas y la
nieve también puede ser peligroso, además de agotador. Para añadirle más salsa
al asunto, cuando menos te lo esperas se levantan unas rachas asesinas que,
literalmente, te tiran al suelo. No recuerdo haberme visto en un vendaval
semejante. Cuando atravieso sitios expuestos, aprovecho las pausas del viento
para cruzar a toda prisa. Francamente, paso miedo.
Sol y viento |
Conforme asciendo,
las vistas se vuelven impresionantes. Ante mí destaca el murallón del Monte Sefton, de 3.151 metros , al que
el furioso viento arranca cortinas de nieve. Me desasosiega una masa de nubes
que se está colando a toda velocidad entre las montañas. ¿Y si se me echa encima
una ventisca y no soy capaz de bajar?
Lago Mueller |
El dichoso selfie |
Finalmente alcanzo
el mirador, que es una plataforma de madera. Subo con muchísimo cuidado, porque
el hielo hace rampa en los escalones. La belleza y la soledad del sitio son
maravillosos y a la vez aterradores, con el Mueller
Lake en primer plano y el Monte Cook
detrás.
No quiero estar
aquí, pero tampoco cambio este momento por nada. Trato de inmortalizarlo con un
selfie, y tengo que agarrar el
teléfono con las dos manos porque se me vuela. Los que sí salen disparados son
el gorro de lana y un guante, y estoy a un tris de perderlos.
La bajada es más
rápida que la subida, sobre todo con este vientecillo de espaldas que me hace
correr donde no quisiera. Con tanta nieve da miedo meter el pie en un agujero y
lesionarse. Por fortuna, esto no ocurre y alcanzo a Bego y a mi hijo, que ya
han comenzado el regreso.
Auto querida |
Llegados al
calorcito de la auto, comemos algo y tomamos un té. Luego volvemos a la
carretera principal, y apenas 700 metros hacia el Sur está el desvío hacia el
Tasman Valley, que tiene 7 kilómetros y algunos
puentes de un solo sentido. Solo por el recorrido en coche valdría la pena llegar
hasta aquí: el paisaje se vuelve señoranillesco:
si no rodaron exteriores aquí fue en valle de al lado.
La carretera termina
al pie de una morrena lateral de unos cien metros de altura, hasta cuya cima se
puede subir mediante una larguísima escalera. Aquí no hay hielo en el camino y
por eso el sitio se halla bastante concurrido. Al llegar arriba, aparte del
otra vez fuerte viento, tienes majestuosas vistas del Tasman
Lake y del Glaciar Tasman, el
mayor de la Isla Sur (27 kilómetros de
largo por 4 de ancho). Majestuosas pero no bonitas: el lago tiene un color terroso, y
en la superficie del glaciar el deshielo ha dejado al descubierto un revoltijo
de tierra y piedras. Un panel fotográfico muestra cómo se halla en una fase de
retroceso tan acelerado que en pocos años llevará a su desaparición (en 1973 el
Lago Tasman ni siquiera existía). Cuesta imaginarse que hace 17.000 años este
glaciar se extendía hasta el extremo Sur del Lago Pukaki, 60 kilómetros más
abajo. Por si fuera poco, el terremoto de 2011 hizo que se desprendiera un
iceberg de 1,3
kilómetros de largo por 300 metros de altura. El
agua desplazada por la ruptura saltó del Tasman al Pukaki, donde levantó olas
de tres metros y medio.
Lago Tasman |
Lago Tasman |
Lago Tasman |
Lago Tasman. Al fondo, el glaciar |
Regresamos a la auto
y emprendemos camino, que nos quedan más de 200 kilómetros hasta
la costa. Desandamos la orilla del Pukaki entorpecidos con un fuerte viento
lateral. Luego bajamos por Twizel, Omarama, Otematata... De nuevo tierras
duras, deshabitadas y desde luego menos atractivas que lo que acabamos de ver;
sin embargo, el camino se ve amenizado por una cadena de lagos con
aprovechamiento hidroeléctrico; esto sí que es construir embalses con poco
esfuerzo.
Son las cinco cuando
llegamos a Oamaru. Venimos buscando un sitio donde es posible ver pingüinos
azules cuando regresan a sus nidos al anochecer. El precio por ver este
espectáculo que la naturaleza da gratis son 28 dólares por persona, y no los
cobra el Departamento de Conservación ni alguna ONG que luche por la
supervivencia de los pingüinos, sino el dueño del terreno adyacente. Justo al
lado hay un espigón que se adentra en el mar, pero nada más llegar se nos
acerca una tipa con aires de controladora, la cual nos dice que aquello es zona
privada, y que por razones de seguridad (de seguridad del propio bolsillo, se
entiende) la cierran al oscurecer. Bego y ella mantienen un rifirrafe verbal y
la mujer se marcha ofendida, tanto que cierra la puerta de acceso dejando a dos
parejas dentro. Por fortuna para ellos, la valla no es difícil de saltar. Desde
el aparcamiento se ven las gradas que han montado para ver la triste exhibición.
La mitad se hallan vacías, y la otra la ocupa una excursión de chinos. Me
pregunto si los potentes focos que alumbran la orilla no molestarán a los
pobres pingüinos, y si el DOC no tiene nada que decir acerca de este abuso.
Volvemos a la auto.
Enciendo en móvil y localizo en Google el sitio en cuestión. Escribimos una
reseña dándole tan solo una estrella y calificándolo de disappointing. Es nuestra pequeña venganza.
Tras la fallida
intentona pingüinera nos vamos al Countdown,
y después a buscar el sitio de pernocta. Hoy se trata del Campbell Bay Reserve, unos 16 km . hacia el Sur. Salimos por la SH 1 y a continuación giramos a
la izquierda y hacia la costa por una carretera que tiene el épico y cinematográfico
nombre de Thousand Acre Road. Pasamos
Kakanui (pueblo y río), y tras una descomunal cuesta llegamos a destino.
No las traemos todas
consigo, porque los comentarios dicen que existen planes para cerrar este freedom campsite. Sin embargo, lo
encontramos abierto aunque, eso sí, con bastante barro. Bajo con una literna a
examinarlo: afortunadamente, se trata de una capa superficial, porque el suelo
está durísimo. Como no queremos tentar a la suerte, en la hierba ni entramos.
Más tarde llega otra auto, y a tenor de la seguridad con que se coloca parece
que hubiera dormido aquí más noches.
Un rato después se
pone a llover.
Kilómetros etapa:
303
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