6 de agosto
Temperatura al
amanecer: 2º C
Seguimos sin
cobertura de móvil, así que no he podido enterarme del horario de las mareas. Y
necesitamos saberlo, porque vamos hacia Punakaiki a ver los blowholes que solo funcionan con la
pleamar. Al rato de salir paramos en una playa donde sí tenemos rayitas en el
móvil, y la noticia es excelente: la marea alta será a las doce y media, por lo
que tenemos dos horas. Parece mucho tiempo, pero a partir de Greymouth la SH 6, pegadísima a la costa, despliega
su amplio arsenal de curvas y ofrece un impresionante espectáculo de rocas y
mar bravío que nos tiene fascinados, por lo que las paradas son continuas.
Sopla un fuerte viento desde la costa que despeina las olas. El sol luce
también con fuerza y vuelve el espectáculo aún más imponente.
Entre Hokitika y
Rapahoe discurre una línea de ferrocarril de aproximadamente 50 kilómetros,
imagino que de uso exclusivo para mercancías y tal vez para el transporte del
carbón. Como era de esperar, va muy cerca de la carretera. Lo que no te
esperas, porque no lo has visto jamás de los jamases, es que en un par de
sitios el paso a nivel se sitúe en plena rotonda, partiéndola por la mitad cual
si se tratara de una sandía. Como si no fuese ya bastante difícil encarar este
tipo de intersecciones con vehículos llegando por la derecha. Pero el no va más
lo tenemos en el Taramakau River, el
cual cruzas por un puente de 250
metros de un solo carril... ¡compartido con el tren! Me
pregunto cómo serán los tests de conducir en esta zona: Si usted está atravesando el puente del Taramakau y de frente viene un
tren...
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Lago Mahinapua por la mañana |
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Postes-hucha como estos los hay por toda Nueva Zelanda |
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Cambiando aguas. Al lado de una depuradora, fauna salvaje |
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Mar de Tasmania
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Taramakau River: carretera y vía de tren ¡por el mismo puente! |
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Escarpada costa |
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Ciervos |
Llegamos a Punakaiki
a las doce. El lugar está muy bien señalizado, como casi siempre por aquí, y es
gratis. De inmediato nos llaman la atención las curiosas formaciones rocosas,
semejantes a tortitas apiladas (al parecer, Punakaiki es deformación local de pancake). Vamos por unas pasarelas de
madera hasta la primera furna. Se
encuentra a muchos metros sobre el nivel del mar, parece mentira que por ahí
puedan salir los chorros de agua y aire. Pero lo hacen, y con rugido de animal
prehistórico. A continuación hay otra más amplia, y a través de ella restallan
las salpicaduras con espectáculo de géiser. Por último tenemos una inmensa
piscina abierta por dos de sus lados, y allí el mar penetra con inesperada
furia.
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El viento despeina las olas |
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Torturado relieve |
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Estampida de la ola |
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Hermosa y desolada costa |
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Entre pancakes |
Comemos 1 kilómetro más allá,
en el diminuto casco urbano y al lado de los rompientes. Si ayer fue el día de
los bosques, hoy lo va a ser del mar, las olas y la luz. Fuera hace fresco,
pero en nuestra acristalada auto se está bien calentito. Proseguimos camino
siguiendo la costa hasta Westport. Esta localidad, con sus cuatro mil
habitantes, es la más poblada de toda la Costa Oeste. Entramos con el
propósito de examinar el sitio de pernocta, que está al lado de la playa y muy
bien recomendado, pero cuando llegamos algo no cuadra: hay una laguna
desbordada, el camino se halla inundado y un montón de mindundis pasan con sus
motos y todoterrenos a gran velocidad, levantando cortinas de agua. Nos
marchamos.
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Oleaje a la hora de comer |
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Oleaje a la hora de comer |
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From my window |
Nuestro destino esta
tarde es la localidad de Héctor, donde queremos recorrer la Charming Creek Walkway, una vía de tren abandonada. La
idea inicial era regresar luego a Westport a hacer la compra y dormir, pero
habrá que cambiar de planes.
La ruta en cuestión tiene
una duración de seis horas entre ir y volver; nosotros pretendemos recorrer aproximadamente
una tercera parte. Comienza junto a una central de carbón y remonta el potente Ngakawau River, que es como un torrente
de montaña pero cien veces más grande. Agua verde, profundas pozas con
remolinos, dimensiones ciclópeas. Nada más comenzar vemos carteles advirtiendo
de que por la zona han diseminado el famoso tóxico 1080. Esto de ver al
Departamento de Conservación esparciendo veneno es algo que llama la atención,
y supongo que indica hasta qué punto se ha vuelto desesperada la lucha contra
los predadores introducidos por el hombre que aniquilan la fauna local. Los
malos de la película en este caso son la rata, el armiño, el possum y, en menor
medida, los gatos.
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Palmera en la antigua ruta ferroviaria |
El primer tramo de
la ruta es llano, y en algunos tramos se distinguen las traviesas y los raíles.
La ruta en realidad es túnel, pues la exuberante espesura nos rodea a ambos
lados y por arriba. Encuentro (y me llevo) algunos trozos de carbón mineral, lo
que me parece asombroso teniendo en cuenta el tiempo que lleva abandonada. Cruzamos
algunos túneles de los de verdad. Cuando el terreno se vuelve más escarpado
toca pasar por encima de desprendimientos con el consabido cartel de Rock fall zone. No stopping. En estos
sitios vamos muy pegados a la parte interior del camino, con cuidado de que
Inari no dé un paso en falso, porque la caída termina en las aguas turbulentas.
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En el puente colgante |
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Mangatini Falls |
Llevamos una hora
caminando cuando llegamos a Mangatini Falls, y entonces comprendemos que el paseo ha valido la pena, porque es un
pedazo de cascada. Aquí la antigua vía abandona el Ngakawau y sigue por el Charming
Creek. Habíamos pensado en dar aquí la vuelta, pero a solo quince minutos
más allá está Watson’s Mill, de modo
que continuamos atravesando un túnel bastante largo (aquí sí que hacen falta
las linternas). Al final resulta que el molino no es tal molino, sino un
aserradero del que solo quedan los restos oxidados de la máquina de vapor que
movía la maquinaria. Paramos a descansar en un cobertizo donde hay paneles con información
escrita y algunas fotos. La verdad es que cuesta reconocer el sitio en las antiguas
y borrosas fotos, tan deforestado en su día y en la actualidad cubierto por una
vegetación cuasi selvática. La naturaleza reclama lo suyo: prácticamente todo
rastro humano ha desaparecido, y por ello pienso en lo durísima que tuvo que ser la
vida aquí para quienes trabajaron aquí.
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Luz al final del túnel |
Mientras merendamos,
se nos acerca un pájaro pidiendo comida. Evidentemente, no es la primera vez
que lo hace, y además está más habituado a acercarse a la gente que en otros
lugares. Luego lo reconoceremos en fotos: es un toutouwai. El pajarito, curiosamente, conoce el inglés, porque si le dices ¡Hola! no se inmuta, pero ante un Hello! se acerca unos cuantos pasos más.
No tenemos otra cosa que chocolate, y se lleva dos o tres trozos. Confío en que
no le salgan caries.
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El toutouwai |
El sitio tiene algo
de mágico, y nos gustaría quedarnos un buen rato más, pero la luz decrece
rápidamente y nos gustaría pasar por las zonas de desprendimientos con algo de
claridad. Para cuando llegamos a la auto hace rato que es de noche.
Llegados al dulce
hogar, se impone la cuestión de dónde dormir. Descartado Wesport, tenemos tres
posibilidades: a) Quedarnos aquí. b) Un lugar de pernocta que vimos al subir, a
1,5 kilómetros
por un desvío desde Waimangaroa y que a un autocaravanista le pareció de película de terror. c) Si consideramos
los cámpings de pago, tenemos el aparcamiento de una taberna y la Gentle Annie, 17 kilómetros al
Norte. De este último sitio la gente habla maravillas, y al parecer hasta hacen
pizza y todo. Llegamos al Mokihinui River
y lo cruzamos. A partir de aquí, por un camino de tierra de 3 kilómetros y tras
alguna dificultad, encontramos el sitio. Entramos en la finca guiados por las
luces de la vivienda, totalmente encendidas. No hay ninguna autocaravana.
Baja Bego para hacer
el check-in. A través de la ventana
la veo frente a un mostrador, rellenando la ficha. Tengo curiosidad por saber
cómo es la persona con la que está hablando, pero está fuera de mi campo de
visión. Cuando vuelve le pregunto y responde que allí no hay absolutamente
nadie. Me quedo perplejo: esto parece un cámping fantasma. Por si fuera poco, el
terreno está tan embarrado que no nos atrevemos a salirnos del camino. ¿Y por
esto vamos a pagar 32 dolores? Pues
va a ser que no. Arrancamos, recorremos de nuevo los 3 kilómetros de pista
de tierra y salimos a la carretera. Mi idea era volver de nuevo al aparcamiento
de la Charming, pero por el camino encuentro un
apartadero entre la carretera y el mar, y allí nos quedamos. Por aquí no pasa
ni un alma. Malo será.
Kilómetros etapa: 218
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