viernes, 30 de septiembre de 2016

Haere mai. Un viaje a Nueva Zelanda 16)

6 de agosto
Temperatura al amanecer: 2º C
Seguimos sin cobertura de móvil, así que no he podido enterarme del horario de las mareas. Y necesitamos saberlo, porque vamos hacia Punakaiki a ver los blowholes que solo funcionan con la pleamar. Al rato de salir paramos en una playa donde sí tenemos rayitas en el móvil, y la noticia es excelente: la marea alta será a las doce y media, por lo que tenemos dos horas. Parece mucho tiempo, pero a partir de Greymouth la SH 6, pegadísima a la costa, despliega su amplio arsenal de curvas y ofrece un impresionante espectáculo de rocas y mar bravío que nos tiene fascinados, por lo que las paradas son continuas. Sopla un fuerte viento desde la costa que despeina las olas. El sol luce también con fuerza y vuelve el espectáculo aún más imponente.
Entre Hokitika y Rapahoe discurre una línea de ferrocarril de aproximadamente 50 kilómetros, imagino que de uso exclusivo para mercancías y tal vez para el transporte del carbón. Como era de esperar, va muy cerca de la carretera. Lo que no te esperas, porque no lo has visto jamás de los jamases, es que en un par de sitios el paso a nivel se sitúe en plena rotonda, partiéndola por la mitad cual si se tratara de una sandía. Como si no fuese ya bastante difícil encarar este tipo de intersecciones con vehículos llegando por la derecha. Pero el no va más lo tenemos en el Taramakau River, el cual cruzas por un puente de 250 metros de un solo carril... ¡compartido con el tren! Me pregunto cómo serán los tests de conducir en esta zona: Si usted está atravesando el puente del Taramakau y de frente viene un tren...

Lago Mahinapua por la mañana
Postes-hucha como estos los hay por toda Nueva Zelanda
Cambiando aguas. Al lado de una depuradora, fauna salvaje
Mar de Tasmania


Taramakau River: carretera y vía de tren ¡por el mismo puente!
Escarpada costa
Ciervos
Llegamos a Punakaiki a las doce. El lugar está muy bien señalizado, como casi siempre por aquí, y es gratis. De inmediato nos llaman la atención las curiosas formaciones rocosas, semejantes a tortitas apiladas (al parecer, Punakaiki es deformación local de pancake). Vamos por unas pasarelas de madera hasta la primera furna. Se encuentra a muchos metros sobre el nivel del mar, parece mentira que por ahí puedan salir los chorros de agua y aire. Pero lo hacen, y con rugido de animal prehistórico. A continuación hay otra más amplia, y a través de ella restallan las salpicaduras con espectáculo de géiser. Por último tenemos una inmensa piscina abierta por dos de sus lados, y allí el mar penetra con inesperada furia.

El viento despeina las olas
Torturado relieve
Estampida de la ola
Hermosa y desolada costa
Entre pancakes
Comemos 1 kilómetro más allá, en el diminuto casco urbano y al lado de los rompientes. Si ayer fue el día de los bosques, hoy lo va a ser del mar, las olas y la luz. Fuera hace fresco, pero en nuestra acristalada auto se está bien calentito. Proseguimos camino siguiendo la costa hasta Westport. Esta localidad, con sus cuatro mil habitantes, es la más poblada de toda la Costa Oeste. Entramos con el propósito de examinar el sitio de pernocta, que está al lado de la playa y muy bien recomendado, pero cuando llegamos algo no cuadra: hay una laguna desbordada, el camino se halla inundado y un montón de mindundis pasan con sus motos y todoterrenos a gran velocidad, levantando cortinas de agua. Nos marchamos.

Oleaje a la hora de comer
Oleaje a la hora de comer
From my window
Nuestro destino esta tarde es la localidad de Héctor, donde queremos recorrer la Charming Creek Walkway, una vía de tren abandonada. La idea inicial era regresar luego a Westport a hacer la compra y dormir, pero habrá que  cambiar de planes.
La ruta en cuestión tiene una duración de seis horas entre ir y volver; nosotros pretendemos recorrer aproximadamente una tercera parte. Comienza junto a una central de carbón y remonta el potente Ngakawau River, que es como un torrente de montaña pero cien veces más grande. Agua verde, profundas pozas con remolinos, dimensiones ciclópeas. Nada más comenzar vemos carteles advirtiendo de que por la zona han diseminado el famoso tóxico 1080. Esto de ver al Departamento de Conservación esparciendo veneno es algo que llama la atención, y supongo que indica hasta qué punto se ha vuelto desesperada la lucha contra los predadores introducidos por el hombre que aniquilan la fauna local. Los malos de la película en este caso son la rata, el armiño, el possum y, en menor medida, los gatos.

Palmera en la antigua ruta ferroviaria
El primer tramo de la ruta es llano, y en algunos tramos se distinguen las traviesas y los raíles. La ruta en realidad es túnel, pues la exuberante espesura nos rodea a ambos lados y por arriba. Encuentro (y me llevo) algunos trozos de carbón mineral, lo que me parece asombroso teniendo en cuenta el tiempo que lleva abandonada. Cruzamos algunos túneles de los de verdad. Cuando el terreno se vuelve más escarpado toca pasar por encima de desprendimientos con el consabido cartel de Rock fall zone. No stopping. En estos sitios vamos muy pegados a la parte interior del camino, con cuidado de que Inari no dé un paso en falso, porque la caída termina en las aguas turbulentas.

En el puente colgante
Mangatini Falls
Llevamos una hora caminando cuando llegamos a Mangatini Falls, y entonces comprendemos que el paseo ha valido la pena, porque es un pedazo de cascada. Aquí la antigua vía abandona el Ngakawau y sigue por el Charming Creek. Habíamos pensado en dar aquí la vuelta, pero a solo quince minutos más allá está Watson’s Mill, de modo que continuamos atravesando un túnel bastante largo (aquí sí que hacen falta las linternas). Al final resulta que el molino no es tal molino, sino un aserradero del que solo quedan los restos oxidados de la máquina de vapor que movía la maquinaria. Paramos a descansar en un cobertizo donde hay paneles con información escrita y algunas fotos. La verdad es que cuesta reconocer el sitio en las antiguas y borrosas fotos, tan deforestado en su día y en la actualidad cubierto por una vegetación cuasi selvática. La naturaleza reclama lo suyo: prácticamente todo rastro humano ha desaparecido, y por ello pienso en lo durísima que tuvo que ser la vida aquí para quienes trabajaron aquí.

Luz al final del túnel
Mientras merendamos, se nos acerca un pájaro pidiendo comida. Evidentemente, no es la primera vez que lo hace, y además está más habituado a acercarse a la gente que en otros lugares. Luego lo reconoceremos en fotos: es un toutouwai. El pajarito, curiosamente, conoce el inglés, porque si le dices ¡Hola! no se inmuta, pero ante un Hello! se acerca unos cuantos pasos más. No tenemos otra cosa que chocolate, y se lleva dos o tres trozos. Confío en que no le salgan caries.

El toutouwai 
El sitio tiene algo de mágico, y nos gustaría quedarnos un buen rato más, pero la luz decrece rápidamente y nos gustaría pasar por las zonas de desprendimientos con algo de claridad. Para cuando llegamos a la auto hace rato que es de noche.
Llegados al dulce hogar, se impone la cuestión de dónde dormir. Descartado Wesport, tenemos tres posibilidades: a) Quedarnos aquí. b) Un lugar de pernocta que vimos al subir, a 1,5 kilómetros por un desvío desde Waimangaroa y que a un autocaravanista le pareció de película de terror. c) Si consideramos los cámpings de pago, tenemos el aparcamiento de una taberna y la Gentle Annie, 17 kilómetros al Norte. De este último sitio la gente habla maravillas, y al parecer hasta hacen pizza y todo. Llegamos al Mokihinui River y lo cruzamos. A partir de aquí, por un camino de tierra de 3 kilómetros y tras alguna dificultad, encontramos el sitio. Entramos en la finca guiados por las luces de la vivienda, totalmente encendidas. No hay ninguna autocaravana.
Baja Bego para hacer el check-in. A través de la ventana la veo frente a un mostrador, rellenando la ficha. Tengo curiosidad por saber cómo es la persona con la que está hablando, pero está fuera de mi campo de visión. Cuando vuelve le pregunto y responde que allí no hay absolutamente nadie. Me quedo perplejo: esto parece un cámping fantasma. Por si fuera poco, el terreno está tan embarrado que no nos atrevemos a salirnos del camino. ¿Y por esto vamos a pagar 32 dolores? Pues va a ser que no. Arrancamos, recorremos de nuevo los 3 kilómetros de pista de tierra y salimos a la carretera. Mi idea era volver de nuevo al aparcamiento de la Charming, pero por el camino encuentro un apartadero entre la carretera y el mar, y allí nos quedamos. Por aquí no pasa ni un alma. Malo será.

Kilómetros etapa: 218
Kilómetros viaje: 2.906

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