26 de julio
Temperatura al
amanecer: -2 ºC
¡Dos grados bajo
cero! Es lo que marca ahora el termómetro de la auto, pero a saber cuánto ha hecho
esta noche, porque vemos el suelo helado de la fuerte pelona. Tanto es así que cuando me acerco al grifo que encontré
ayer descubro... que está congelado, lo mismo que la manguera. Nuestro gozo en
un pozo: puede tardar horas en volver a salir agua, así que habrá que agenciársela
en otro sitio.
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¿Leche o suavizante? |
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Amanece, que no es poco |
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Alpaca |
Arrancamos cuando
empieza a salir el sol. Impresionan los alrededores de la carretera, tan
blancos. Vamos con cuidado por miedo al hielo, especialmente al -muy temido por
aquí- black ice. Serpenteando por
secundarias, tras 16
kilómetros llegamos a Coes Ford un área que, como
la de anteanoche, también está a orillas del río Waikirikiri. Aquí existe un
bloque de servicios, y está permitida la acampada a vehículos no self-contained. A juzgar por la cantidad
de gente joven, la afición al camping-car en este país es enorme, sobre todo si
tenemos en cuenta la época que es y el frío que hace. Pero seguimos sin agua,
porque los grifos aquí también están congelados, y de todos modos nos daría
igual porque no hay ninguno con rosca al que podamos acoplar nuestro adaptador.
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Carreteras heladas |
Atravesamos el río y
seguimos por una larga y recta carretera, al fondo de la cual se ve ya la
cordillera con nieve, nuestro destino de hoy. 18 kilómetros más adelante
llegamos a la SH
1, mucho más ancha y de mejor factura que al Norte de Christchurch. También con
más tráfico. Aquí ya no hay hielo, y consigo poner el vehículo a la horrísona
velocidad de 100 kilómetros/hora. Cruzamos el río Rakaia, cuyo cauce es un inmenso pedregal de más de un
kilómetro de ancho por donde el agua serpentea en meandros.
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Rakaia River |
Al llegar a
Ashburton Inari dice sentirse mal, de modo que paramos un rato. Aprovecho para
buscar en Campermate, y así descubro
que hay un camping a dos kilómetros escasos. Aunque más que un camping parece
un parque, pues tiene muchísimo espacio, árboles centenarios y un estanque
enorme con patos. Bego va a recepción a ver si nos dan agua. Vuelve diciendo
que el dueño no está, y que hay al cargo una señora que no entiende muy bien del
asunto, pero que dice que si la encontramos que la cojamos. Damos con la
estación de descarga, donde hay un grifo en el que pone claramente agua no potable. Claro, aquí es donde la
gente enjuaga los cassettes, pero esto se soluciona quitando la manguera y
el adaptador originales y poniendo los nuestros. Por supuesto, nosotros no
bebemos nunca jamás el agua del depósito, ni tampoco la usamos para cocinar,
sino que la compramos en el súper. Aquí en Nueva Zelanda la marca agraciada es Pure Dew Water Ultra Distilled, que
viene en unas garrafas cuadradas de diez litros las cuales se acoplan
perfectamente al escalón de la puerta corredera. Son tan sólidas que con la
primera de ellas fabricamos el cubo para las bolsas de la basura (la auto trae
uno, pero atornillado en el interior de los arcones; es un sitio tan
inaccesible que me pregunto si alguien lo habrá utilizado alguna vez).
Nos separamos de la
costa. Pasamos cerca de Geraldine y cruzamos Fairlie. Aquí enseguida se nota
que en cuanto te alejas de la costa empieza a escasear la población: la primera
de las dos localidades cuenta con 2.200 habitantes, la segunda con algo más de
setecientos. Y Tekapo, hacia donde nos dirigimos, no llega a los cuatrocientos.
A medida que nos internamos en el territorio, las cumbres nevadas que cierran
el horizonte empiezan a tomar relevancia. Lo que sorprende es que, pese a
hallarnos a solo a unos 700
metros sobre el nivel del mar, la nieve cubre toda la
ladera. Desde donde estamos ahora tampoco se ve el arranque de las montañas.
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Alpes neozelandeses |
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Hacia lo salvaje |
Tras pasar la diminuta población de Kimbell, la carretera rodea el Monte
Dobson. Lo despoblado y salvaje del terreno, las interminables extensiones
boscosas y los ríos recuerdan mucho a la imagen que tengo de Canadá. Yendo por
aquí te sientes un poco pionero. Más adelante el paisaje se vuelve gradualmente
desolado. Pese a hacer sol, llama la atención que la temperatura exterior no sobrepase
los tres o cuatro grados centígrados.
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Lago Tekapo |
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Lago Tekapo |
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Monte Cook |
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Lago Tekapo |
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Lago Tekapo |
A eso de las doce
llegamos a Tekapo. Pese a su amenazador nombre, resulta un sitio precioso.
Paramos en un aparcamiento-mirador con unas vistas impresionantes del lago. Comemos
unos sándwichs y después salimos a dar un paseo. Descubro que aquí está
expresamente prohibido quedarse a dormir y, sin embargo, tienen una dump station. Ahora que ya no la
necesitamos.
Inari se lo pasa bomba rompiendo el hielo de
los charcos. Luego inspecciona el cadáver de un conejo semi-momificado (debe de
haber muchos por aquí, el suelo está lleno de excrementos). Por último, nos
acercamos a la orilla del lago, cuya zona menos profunda tiene la superficie
congelada. Pasamos el rato arrojándole piedras y viendo cómo se deslizan los
patos al aterrizar, como si fuesen hidroaviones.
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Zona congelada del lago |
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Patos patinadores |
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Aire bajo el hielo |
El sol empieza a
declinar y aún nos quedan 50
kilómetros hasta nuestro destino, que es el Lago Pukaki. Antes de marcharnos paro a
repostar gasoil. Como dentro de la auto aún hace calorcito, me he quedado en
manga corta y así bajo, pese a los tres grados que hay fuera. Creo que incluso
la chica de la gasolinera me mira con cara rara.
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Camino de Pukaki |
Desde Tekapo a
Pukaki no se cruza ni un solo lugar habitado. Si antes parecía que nos
hallábamos en Canadá, ahora el paisaje recuerda unas veces a la meseta de
Anatolia y otras al altiplano de Perú. Como un huracán, nos adelanta un trailer
doble y un rato después le vuelvo a alcanzar, el conductor parece haberse
dormido hablando por el móvil. Le adelanto con muchísimo reparo y diez minutos
después lo tengo otra vez encima. Cuando me aparto en el aparcamiento de la
presa suspiro de alivio al poder quitarme de encima a semejante energúmeno.
Analizamos ahora las
posibilidades de pernocta. La más interesante es la
Lake Pukaki Reserve, una pequeña península que hemos
dejado a poco más de un kilómetro, al otro lado de la presa. Los comentarios de
anteriores usuarios dicen que hay bastante barro, pero aun así probamos.
Accedemos por un camino de tierra y con muchos baches, todos llenos de agua
congelada, hasta que hallamos un claro entre dos bosquetes. No hay nadie. ¿Será
seguro dormir aquí solos, entre tanta wilderness?
Aparcamos y nos vamos a ver atardecer a la orilla del lago. La puesta de sol
tras la cadena de montañas nevadas es inenarrable.
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Atardecer en el lago Pukaki |
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Atardecer en el lago Pukaki |
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Orilla del lago. Puede apreciarse el color turquesa de sus aguas |
Pukaki es más
grande que Tekapo: mide 31
kilómetros de largo por 5,5 de ancho, y tiene una
superficie de 179
kilómetros cuadrados. Originalmente era menos profundo,
pero al construir la presa su nivel subió 46 metros. La mitad de la
producción hidroeléctrica de Nueva Zelanda es generada por las centrales de estos
dos lagos.
Cuando volvemos a la
auto descubrimos que ha llegado otra como la nuestra, además de tres
furgonetas. El encanto de la soledad se ha roto, pero me siento afortunado de
dormir en un sitio tan maravilloso, tachonado de estrellas.
Kilómetros etapa:
272.
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