sábado, 3 de septiembre de 2016

Haere mai. Un viaje a Nueva Zelanda (5)

26 de julio
Temperatura al amanecer: -2 ºC
¡Dos grados bajo cero! Es lo que marca ahora el termómetro de la auto, pero a saber cuánto ha hecho esta noche, porque vemos el suelo helado de la fuerte pelona. Tanto es así que cuando me acerco al grifo que encontré ayer descubro... que está congelado, lo mismo que la manguera. Nuestro gozo en un pozo: puede tardar horas en volver a salir agua, así que habrá que agenciársela en otro sitio.

¿Leche o suavizante?
Amanece, que no es poco
Alpaca
Arrancamos cuando empieza a salir el sol. Impresionan los alrededores de la carretera, tan blancos. Vamos con cuidado por miedo al hielo, especialmente al -muy temido por aquí- black ice. Serpenteando por secundarias, tras 16 kilómetros llegamos a Coes Ford un área  que, como la de anteanoche, también está a orillas del río Waikirikiri. Aquí existe un bloque de servicios, y está permitida la acampada a vehículos no self-contained. A juzgar por la cantidad de gente joven, la afición al camping-car en este país es enorme, sobre todo si tenemos en cuenta la época que es y el frío que hace. Pero seguimos sin agua, porque los grifos aquí también están congelados, y de todos modos nos daría igual porque no hay ninguno con rosca al que podamos acoplar nuestro adaptador.

Carreteras heladas
Atravesamos el río y seguimos por una larga y recta carretera, al fondo de la cual se ve ya la cordillera con nieve, nuestro destino de hoy. 18 kilómetros más adelante llegamos a la SH 1, mucho más ancha y de mejor factura que al Norte de Christchurch. También con más tráfico. Aquí ya no hay hielo, y consigo poner el vehículo a la horrísona velocidad de 100 kilómetros/hora. Cruzamos el río Rakaia, cuyo cauce es un inmenso pedregal de más de un kilómetro de ancho por donde el agua serpentea en meandros. 

Rakaia River
Al llegar a Ashburton Inari dice sentirse mal, de modo que paramos un rato. Aprovecho para buscar en Campermate, y así descubro que hay un camping a dos kilómetros escasos. Aunque más que un camping parece un parque, pues tiene muchísimo espacio, árboles centenarios y un estanque enorme con patos. Bego va a recepción a ver si nos dan agua. Vuelve diciendo que el dueño no está, y que hay al cargo una señora que no entiende muy bien del asunto, pero que dice que si la encontramos que la cojamos. Damos con la estación de descarga, donde hay un grifo en el que pone claramente agua no potable. Claro, aquí es donde la gente enjuaga los cassettes,  pero esto se soluciona quitando la manguera y el adaptador originales y poniendo los nuestros. Por supuesto, nosotros no bebemos nunca jamás el agua del depósito, ni tampoco la usamos para cocinar, sino que la compramos en el súper. Aquí en Nueva Zelanda la marca agraciada es Pure Dew Water Ultra Distilled, que viene en unas garrafas cuadradas de diez litros las cuales se acoplan perfectamente al escalón de la puerta corredera. Son tan sólidas que con la primera de ellas fabricamos el cubo para las bolsas de la basura (la auto trae uno, pero atornillado en el interior de los arcones; es un sitio tan inaccesible que me pregunto si alguien lo habrá utilizado alguna vez).


Nos separamos de la costa. Pasamos cerca de Geraldine y cruzamos Fairlie. Aquí enseguida se nota que en cuanto te alejas de la costa empieza a escasear la población: la primera de las dos localidades cuenta con 2.200 habitantes, la segunda con algo más de setecientos. Y Tekapo, hacia donde nos dirigimos, no llega a los cuatrocientos. A medida que nos internamos en el territorio, las cumbres nevadas que cierran el horizonte empiezan a tomar relevancia. Lo que sorprende es que, pese a hallarnos a solo a unos 700 metros sobre el nivel del mar, la nieve cubre toda la ladera. Desde donde estamos ahora tampoco se ve el arranque de las montañas. 

Alpes neozelandeses
Hacia lo salvaje
Tras pasar la diminuta población de Kimbell, la carretera rodea el Monte Dobson. Lo despoblado y salvaje del terreno, las interminables extensiones boscosas y los ríos recuerdan mucho a la imagen que tengo de Canadá. Yendo por aquí te sientes un poco pionero. Más adelante el paisaje se vuelve gradualmente desolado. Pese a hacer sol, llama la atención que la temperatura exterior no sobrepase los tres o cuatro grados centígrados.

Lago Tekapo
Lago Tekapo
Monte Cook
Lago Tekapo
Lago Tekapo
A eso de las doce llegamos a Tekapo. Pese a su amenazador nombre, resulta un sitio precioso. Paramos en un aparcamiento-mirador con unas vistas impresionantes del lago. Comemos unos sándwichs y después salimos a dar un paseo. Descubro que aquí está expresamente prohibido quedarse a dormir y, sin embargo, tienen una dump station. Ahora que ya no la necesitamos.
 Inari se lo pasa bomba rompiendo el hielo de los charcos. Luego inspecciona el cadáver de un conejo semi-momificado (debe de haber muchos por aquí, el suelo está lleno de excrementos). Por último, nos acercamos a la orilla del lago, cuya zona menos profunda tiene la superficie congelada. Pasamos el rato arrojándole piedras y viendo cómo se deslizan los patos al aterrizar, como si fuesen hidroaviones.

Zona congelada del lago
Patos patinadores
Aire bajo el hielo
Tirando piedras (pinchar con en el ratón)


El sol empieza a declinar y aún nos quedan 50 kilómetros hasta nuestro destino, que es el Lago Pukaki. Antes de marcharnos paro a repostar gasoil. Como dentro de la auto aún hace calorcito, me he quedado en manga corta y así bajo, pese a los tres grados que hay fuera. Creo que incluso la chica de la gasolinera me mira con cara rara.

Camino de Pukaki
Desde Tekapo a Pukaki no se cruza ni un solo lugar habitado. Si antes parecía que nos hallábamos en Canadá, ahora el paisaje recuerda unas veces a la meseta de Anatolia y otras al altiplano de Perú. Como un huracán, nos adelanta un trailer doble y un rato después le vuelvo a alcanzar, el conductor parece haberse dormido hablando por el móvil. Le adelanto con muchísimo reparo y diez minutos después lo tengo otra vez encima. Cuando me aparto en el aparcamiento de la presa suspiro de alivio al poder quitarme de encima a semejante energúmeno.
Analizamos ahora las posibilidades de pernocta. La más interesante es la Lake Pukaki Reserve, una pequeña península que hemos dejado a poco más de un kilómetro, al otro lado de la presa. Los comentarios de anteriores usuarios dicen que hay bastante barro, pero aun así probamos. Accedemos por un camino de tierra y con muchos baches, todos llenos de agua congelada, hasta que hallamos un claro entre dos bosquetes. No hay nadie. ¿Será seguro dormir aquí solos, entre tanta wilderness? Aparcamos y nos vamos a ver atardecer a la orilla del lago. La puesta de sol tras la cadena de montañas nevadas es inenarrable.

Atardecer en el lago Pukaki
Atardecer en el lago Pukaki
Orilla del lago. Puede apreciarse el color turquesa de sus aguas


Pukaki es más grande que Tekapo: mide 31 kilómetros de largo por 5,5 de ancho, y tiene una superficie de 179 kilómetros cuadrados. Originalmente era menos profundo, pero al construir la presa su nivel subió 46 metros. La mitad de la producción hidroeléctrica de Nueva Zelanda es generada por las centrales de estos dos lagos.
Cuando volvemos a la auto descubrimos que ha llegado otra como la nuestra, además de tres furgonetas. El encanto de la soledad se ha roto, pero me siento afortunado de dormir en un sitio tan maravilloso, tachonado de estrellas.

Kilómetros etapa: 272.
Kilómetros viaje: 881.

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