miércoles, 30 de agosto de 2023

 23 de julio, día 10.

La idea antes de irnos era echar un vistazo a Lilloooet. Sin embargo, al abrir la puerta, me encuentro una espesa capa de humo que nos envuelve. Echo un vistazo al resto de acampados, esperando un éxodo masivo, pero no: ya no es solo que no se haya marchado ninguno, sino que hay gente tan tranquila sentada en sus hamacas, como si durante la noche el aire no se hubiera vuelto irrespirable. Ya sé que el sitio es gratis, pero... Nosotros sí salimos en cuanto podemos.

Duffey Lake Road

Atravesamos un paisaje de montaña bastante cerrado, y la carretera se vuelve bastante sinuosa, deformada en bastantes tramos. A cambio, casi no nos cruzamos con vehículos. Veinte kilómetros más adelante salimos de la ominosa nube. Cuando paramos en el Duffey Lake, el sol luce en todo su esplendor.

Duffey Lake

Lo que sí que sorprende es la cantidad de nieve que tenemos delante, uno pensaba que se había quedado atrás, en las Rocosas. Por lo visto, se trata de una cordillera paralela a la costa que se prolonga hasta Alaska. Sin poblaciones, sin carreteras: prácticamente inviolada por el ser humano. Widerness en estado puro. Sin embargo, este encanto de tierra salvaje se termina a partir de los Joffre Lakes, por no hablar de Whistler, que es algo así como el Torremolinos de Vancouver. Pasamos de largo y llegamos a Sproatt, donde hay una dump station en unas dependencias municipales de reciclado y demás. Vaciar lo hacemos sin problemas, pero no podemos acercarnos al grifo de limpias debido a que, como casi siempre, nos cae del lado opuesto y alguien ha colocado unos contenedores donde no debía. Detrás de nosotros viene un pick-up con caravana y, pese a que les advertimos de que no hemos terminado, en cuando maniobro para acercarme al grifo se cuelan, y nos quedamos atravesados. Empieza a formarse lío, porque los recién llegados no comprenden qué hacemos allí medio dados la vuelta. Los que se han hecho tan bien los suecos terminan de llenar y se largan. Por fortuna, el tejano que viene detrás parece entender la situación y espera pacientemente a que llenemos.

Necesitamos otra vez gasolina, pero en Whisler está a unos estratosféricos 2 dólares el litro, de manera que busco más adelante. Toca ahora hablar de dinero: al estar pagando en otra moneda no es uno muy consciente de lo que gasta, pero noto que algo no va bien cuando compruebo que el que traíamos presupuestado se derrite como nieve. Un par de ejemplos: la leche de marca blanca que compro en casa cuesta 87 céntimos el litro, y aquí la más barata cuesta 2 dólares (1,35 al cambio). El pan de molde, que en España sale por 1,25 euros, aquí vale mínimo 4 dólares (2,71 euros). Y así con todo. Canadá es un país de por sí caro, y eso parece agravarse ahora mismo con la inflación a escala mundial desbocada.

En la cola del ferry

Los próximos tres días los íbamos a pasar en Vancouver, pero creo que vamos a hacer algunas variaciones en la programación: la ciudad parece bastante hostil al autocaravanismo, y los lugares para pernoctar -o incluso aparcar- son pocos, caros, malos o se encuentran lejos. Propongo a la tripulación el siguiente cambio: ¿Qué tal si nos vamos a la isla de Vancouver? Reserva de barco no tenemos, ya estuve mirando hace unos días y no había plazas disponibles. Sin embargo, sé que las compañías reservan un porcentaje para última hora, de manera que cuando pasamos por Horseshoe Bay, uno de los dos puertos que comunican Vancouver con la isla, decidimos entrar a ver qué pasa. Los vehículos pagan por longitud, de modo que miden la auto (26 pies), cobran el pasaje y a la cola. Nos las prometemos muy felices cuando al cabo de un rato nos movemos, pero no: han llenado el barco y toca esperar al siguiente. No sabemos cuánto tiempo será, así que las tres horas se nos hacen eternas, y a cada falsa alarma me toca bajar a cerrar el gas. Al menos nosotros llevamos la casa a cuestas, porque quienes viajan en coche tienen que salir al pueblo a comer. El tedio se ve roto con la llegada de algún barco, seguida por el rugido de una oleada de moteros, que son los primeros en salir.

En las entrañas del Queen

Finalmente embarcamos. El ferry se llama Queen of Cowichan, y cuenta con tres pisos para vehículos (el de abajo de todos es el más alto, destinado a camiones, y allí nos meten). Me hacen arrimarme tanto al costado de la nave que tengo que recoger el retrovisor. Espero acordarme luego, que no me pase lo de Tarifa.

Subimos los seis pisos hasta la cubierta superior. Desde allí presenciamos y disfrutamos de la brisa marina, que hemos pasado mucho calor en el puerto. Enseguida nos vemos navegando por las aguas del estrecho de Georgia. Divisamos el skyline de Vancouver, con sus rascacielos recortándose contra el monte Baker, ya en el estado de Washington, un estratovolcán de 3.288 metros, que me llama como un faro en la lejanía.

Estrecho de Georgia

Vancouver y el monte Baker

Nuestro destino es Nanaimo, a 55 kilómetros, y el tiempo de travesía oscila entre hora y media y dos horas. La isla de Vancouver es la más grande de todas, pero lo cierto es que el estrecho que la separa del continente se encuentra plagado de ellas. Las más meridionales pertenecen ya a Estados Unidos. Los nombres de algunas delatan la primicia exploradora española (San Juan, López, Fidalgo, Rosario Beach). De hecho, los primeros europeos en encontrar la bahía de Nanaimo fueron los de la expedición española de Juan Carrasco, bajo el mando de Francisco de Eliza en 1791. Ellos le dieron el nombre de Bocas de Winthuysen. Explico esto porque estoy bastante cansado -¿ustedes no?- de que los anglos se apunten siempre todos los tantos, lo cual no significa que lo hayan hecho mejor, simplemente es que han contado con mejores propagandistas e historiadores más eficaces.


Como el desembarco lo realizan por capítulos, no se produce aglomeración alguna. Me separo con infinito cuidado del lateral del barco, para no rozar, y cuando pisamos tierra los cientos de vehículos que venían con nosotros parecen haberse desvanecido. Como está oscureciendo, no nos parece hora de ir en busca de ningún camping, así que siguiendo la app WikiCamps Canadá nos vamos a un lugar a las afueras... que resulta ser el arcén de una carretera. Por fortuna no estamos solos, porque dos campers duermen un poco más allá. Noche tranquila, aunque no tanto como en los campings.


Distancia parcial: 244 kilómetros.

Distancia total: 1.702 kilómetros.


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