16 de julio, día 3.
A diferencia de los dos días anteriores, hoy amanece un cielo
espléndido, sin rastro de calima. Las vistas son embriagadoras,
tanto que antes de partir disfrutamos un rato del paisaje. Dentro del
camping hay unos pequeños lagos a los que ayer no quisimos
acercarnos, pero que a esta hora parecen libres de mosquitos y
brillan reflejando las poderosas montañas.
Pero la carretera nos llama. Continuamos hacia el norte. A los 20
kilómetros se encuentra nuestra primera parada, que es el Mistaya
Canyon, que se
encuentra relativamente cerca de la carretera. Consiste en un
estrechamiento del río realmente angosto. Al llegar había pocos
vehículos, pero cuando regresamos vemos que acabará inexorablemente
lleno hasta la bandera.
Carreteras canadienses |
Aparcamiento del Mistaya Canyon |
Mistaya Canyon |
Mistaya Canyon |
Tras pasar el Saskatchewan River Crossing, seguimos por la carretera 93. El recorrido hasta aquí ha sido llano o con una ascensión paulatina, pero ahora de repente se encabrita en un puerto con curva de 180 grados incluida. Tengo mis dudas sobre si el motor podrá con tan tremendo peso, pero trescientos caballos son trescientos caballos. La palanca de cambios dispone además de un botoncito en el extremo que, según me dijeron, es una especie de reductora que ayuda a subir y a minimizar los descensos, y aquí es la primera vez que la uso.
Pasamos junto a algunos lugares interesantes, como las Panther Falls o el Wilcox Pass, pero no nos detenemos: nuestro destino es el Columbia Icefield, a 80 kilómetros de donde hemos pernoctado. Allí existe un aparcamiento de pago específico para autocaravanas y remolques. Salimos que Banff y entramos en el Jasper National Park.
Afortunadamente hay sitio de sobra, aunque un poco inclinado. Aquí
funciona el auto-registro: rellenas un formulario con los datos de tu
vehículo y, junto con 17 dólares, los introduces en un sobre que va
a parar a un buzón. Tenemos también ocasión de contemplar de cerca
esas enormes caravanas que hemos visto por la carretera enganchadas a
un pick-up. Pero si por fuera impactan, hay que echarles un vistazo
por dentro (en Internet) para alucinar en colores: con sus salones y
sus dormitorios extensibles, son auténticas viviendas de lujo.
Durante nuestro viaje la veremos a lo largo de todo el país por
cientos, tal vez miles. Los candienses nos dejan así claro que ante
todo son o han sido un pueblo de emigración, con estas versiones
futuristas de las antiguas carretas de los pioneros.
Así son aquí las caravanas |
Monte Athabasca |
Monte Athabasca |
Después de haber corrido tanto, dedicamos el resto de la mañana a relajarnos. Estamos a casi dos mil metros de altura, y tal vez por eso después de comer nos asalta una somnolencia que desemboca en siesta. Luego, ya más recuperados, nos vamos hasta el centro de visitantes, donde confirmamos la actividad de mañana y aprovechamos para conectarnos al wifi (seguimos sin cobertura salvo en un momento milagroso, a la llegada, durante el cual los móviles se conectaron solos a no sé dónde y hasta pude llamar a España).
Desde el centro de visitantes se divisa la lengua glaciar a un par de
kilómetros. Decidimos que esta será la excursión de la tarde.
Vemos que los coches llegan hasta un aparcamiento a mitad de camino,
junto al lago Sunwapta, pero no nos atrevemos a mover la autocaravana
por miedo a perder el sitio. De manera que toca cruzar la carretera,
anchísima y con mucho tráfico. Para no seguir por la pista de
tierra tomamos un sendero que toma altura y aparentemente también
lleva hasta el glaciar pero que, después de obligarnos a cruzar un
torrente, acaba bajando hasta el aparcamiento. Una vuelta bastante
gilipollas, vaya, porque luego toca subir la pronunciada cuesta de la
morrena junto con todos aquellos que han aparcado al pie y vienen
frescos. De camino te encuentras las habituales marcas que muestran
lo rapidísimo que ha retrocedido el glaciar, sobre todo en las
últimas décadas. Por fin llegamos al lago que se forma en la base
de hielo. Hemos tenido la precaución de subirnos los cortavientos, y
desde nuestro confort observamos con lástima a quienes han venido
con pantalón corto y chanclas y sufren en sus carnes la brisa
heladora que baja del glaciar, y que tiene el curioso nombre de
viento catabático. Pese a los carteles admonitorios que avisan de
que el terreno no es estable y te puede tragar un agujero, la gente
salta la valla y baja alegremente hasta la orilla.
El frente glaciar |
Últimas luces |
La tarde es solo para nosotros |
Regresamos, un poco tristes como siempre que visitamos un glaciar en retroceso, que son todos. Contrastan las desesperadas llamadas del centro de interpretación incitando a una vida más sostenible con los ostentosos y contaminantes vehículos que traen los turistas cuando vienen (venimos) a admirar lo que estamos destruyendo. Así de contradictorio es el ser humano.
Al regresar a la auto descubrimos con asombro que la mayoría de vehículos se ha marchado. ¿Tendrían todos reservas de camping? Nosotros nos quedamos, arrullados por el frío y las estrellas, en lo que será el punto más elevado de nuestro viaje.
Distancia parcial: 76 kilómetros.
Distancia total: 381 kilómetros.
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