jueves, 24 de agosto de 2023

 16 de julio, día 3.

A diferencia de los dos días anteriores, hoy amanece un cielo espléndido, sin rastro de calima. Las vistas son embriagadoras, tanto que antes de partir disfrutamos un rato del paisaje. Dentro del camping hay unos pequeños lagos a los que ayer no quisimos acercarnos, pero que a esta hora parecen libres de mosquitos y brillan reflejando las poderosas montañas.


Pero la carretera nos llama. Continuamos hacia el norte. A los 20 kilómetros se encuentra nuestra primera parada, que es el Mistaya Canyon, que se encuentra relativamente cerca de la carretera. Consiste en un estrechamiento del río realmente angosto. Al llegar había pocos vehículos, pero cuando regresamos vemos que acabará inexorablemente lleno hasta la bandera.

Carreteras canadienses

Aparcamiento del Mistaya Canyon

Mistaya Canyon

Mistaya Canyon

Tras pasar el Saskatchewan River Crossing, seguimos por la carretera 93. El recorrido hasta aquí ha sido llano o con una ascensión paulatina, pero ahora de repente se encabrita en un puerto con curva de 180 grados incluida. Tengo mis dudas sobre si el motor podrá con tan tremendo peso, pero trescientos caballos son trescientos caballos. La palanca de cambios dispone además de un botoncito en el extremo que, según me dijeron, es una especie de reductora que ayuda a subir y a minimizar los descensos, y aquí es la primera vez que la uso.

Pasamos junto a algunos lugares interesantes, como las Panther Falls o el Wilcox Pass, pero no nos detenemos: nuestro destino es el Columbia Icefield, a 80 kilómetros de donde hemos pernoctado. Allí existe un aparcamiento de pago específico para autocaravanas y remolques. Salimos que Banff y entramos en el Jasper National Park.

Afortunadamente hay sitio de sobra, aunque un poco inclinado. Aquí funciona el auto-registro: rellenas un formulario con los datos de tu vehículo y, junto con 17 dólares, los introduces en un sobre que va a parar a un buzón. Tenemos también ocasión de contemplar de cerca esas enormes caravanas que hemos visto por la carretera enganchadas a un pick-up. Pero si por fuera impactan, hay que echarles un vistazo por dentro (en Internet) para alucinar en colores: con sus salones y sus dormitorios extensibles, son auténticas viviendas de lujo. Durante nuestro viaje la veremos a lo largo de todo el país por cientos, tal vez miles. Los candienses nos dejan así claro que ante todo son o han sido un pueblo de emigración, con estas versiones futuristas de las antiguas carretas de los pioneros.

Así son aquí las caravanas

Monte Athabasca

Monte Athabasca

Después de haber corrido tanto, dedicamos el resto de la mañana a relajarnos. Estamos a casi dos mil metros de altura, y tal vez por eso después de comer nos asalta una somnolencia que desemboca en siesta. Luego, ya más recuperados, nos vamos hasta el centro de visitantes, donde confirmamos la actividad de mañana y aprovechamos para conectarnos al wifi (seguimos sin cobertura salvo en un momento milagroso, a la llegada, durante el cual los móviles se conectaron solos a no sé dónde y hasta pude llamar a España).

Desde el centro de visitantes se divisa la lengua glaciar a un par de kilómetros. Decidimos que esta será la excursión de la tarde. Vemos que los coches llegan hasta un aparcamiento a mitad de camino, junto al lago Sunwapta, pero no nos atrevemos a mover la autocaravana por miedo a perder el sitio. De manera que toca cruzar la carretera, anchísima y con mucho tráfico. Para no seguir por la pista de tierra tomamos un sendero que toma altura y aparentemente también lleva hasta el glaciar pero que, después de obligarnos a cruzar un torrente, acaba bajando hasta el aparcamiento. Una vuelta bastante gilipollas, vaya, porque luego toca subir la pronunciada cuesta de la morrena junto con todos aquellos que han aparcado al pie y vienen frescos. De camino te encuentras las habituales marcas que muestran lo rapidísimo que ha retrocedido el glaciar, sobre todo en las últimas décadas. Por fin llegamos al lago que se forma en la base de hielo. Hemos tenido la precaución de subirnos los cortavientos, y desde nuestro confort observamos con lástima a quienes han venido con pantalón corto y chanclas y sufren en sus carnes la brisa heladora que baja del glaciar, y que tiene el curioso nombre de viento catabático. Pese a los carteles admonitorios que avisan de que el terreno no es estable y te puede tragar un agujero, la gente salta la valla y baja alegremente hasta la orilla.

El frente glaciar

Últimas luces

La tarde es solo para nosotros

Regresamos, un poco tristes como siempre que visitamos un glaciar en retroceso, que son todos. Contrastan las desesperadas llamadas del centro de interpretación incitando a una vida más sostenible con los ostentosos y contaminantes vehículos que traen los turistas cuando vienen (venimos) a admirar lo que estamos destruyendo. Así de contradictorio es el ser humano.

Al regresar a la auto descubrimos con asombro que la mayoría de vehículos se ha marchado. ¿Tendrían todos reservas de camping? Nosotros nos quedamos, arrullados por el frío y las estrellas, en lo que será el punto más elevado de nuestro viaje.


Distancia parcial: 76 kilómetros.

Distancia total: 381 kilómetros.


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