18 de julio, día 5.
Dejando a nuestros intrépidos pioneros, circunvalamos Jasper y nos
vamos en dirección al Maligne Lake, que se encuentra a algo
más de 50 kilómetros. Hoy ha amanecido con calima, y a medida que
pasan las horas la falta de visibilidad y el olor a madera quemada
aumentan. La luz es penosa, y debido a eso apenas si nos detenemos en
el Medicine Lake, un curioso lago que solo se llena durante el
verano. Mientras planificaba el viaje en casa, este nombre me llamó
poderosamente la atención, y aventuré si no formaría algún tipo
de binomio con Maligne Lake. Ignoro si el origen del primero se halla
en las Primeras Naciones, pero el del segundo seguro que no: el río
fue bautizado así por Pierre-Jean De Smet, el sacerdote que estuvo a
punto de palmarla a causa de los remolinos cuando intentaba cruzarlo
en su confluencia con el Athabasca. Al parecer, el nombre originario
del lago era Chaba Imne, que significa Lago del Castor. Este lugar se
halla indisolublemente unido a la figura de Mary Schäffer, artista y
viajera estadounidense, que llegó aquí por primera vez en 1908.
Medicine Lake en la neblina |
Alce hembra |
Dicen que esta es una de las mejores carreteras para ver fauna de todo el parque pero, aparte de unas cuantas alces hembra, al resto parece habérselos tragado la tierra.
Hemos reservado un paseo en barco a las cuatro y media de la tarde.
Como tenemos tiempo de sobra, nos vamos a hacer una ruta de un par de
horas por la orilla del Maligne. Encontramos gente, pero mucha menos
de la que hemos visto estos días. Vamos un poco agobiados porque
otra vez se nos ha olvidado el repelente; por eso apenas nos
entretenemos en la orilla del Moose Lake (hay unos cuantos por aquí)
y regresamos a tiempo para comer. El embarcadero cae a unos 600
metros, así que dejamos la auto quieta y nos vamos caminando.
Mientras tanto, el aire se ha ido aclarando e incluso brilla el sol.
Moose Lake |
Maligne Lake |
El embarcadero |
En el barco va poca gente. Destacan dos familias indias numerosas que
arman bastante alboroto que parecen transmitir, especialmente los
hombres, una cierta prepotencia. Pero no sé si es el paisaje o el
buen hacer del piloto y la guía, el caso es que a medida que
transcurre el viaje la situación se suaviza bastante y todo el mundo
parece más relajado.
Nuestra simpática guía |
Nuestra cicerone es una chica originaria de Nueva Zelanda que, como
el conductor del glaciar, se toma muy a pecho lo de crear buen rollo.
Explica muchas cosas de la zona, pero habla tan deprisa que yo apenas
comprendo. Sí me entero, en cambio, de que el Maligne Lake se
encuentra a 1.650 metros de altitud, que en ocasiones se han
alcanzado los 50 grados bajo cero, y que como la capa de hielo que
cubre el lago alcanza los dos metros de espesor en ella se hacen
carreras en bicicletas de ruedas gruesas.
Spirit Island |
Spirit Island |
Recorremos dos tercios de la extensión del lago hasta llegar a
Spirit Island, uno de los lugares emblemáticos de las
Rocosas. Lo que pensé que iba a ser un simple paseo en barquito se
transforma en un impresionante viaje a medida que el paisaje se
ensangosta entre las enormes montañas que otorgan al lugar
apariencia de fiordo. A la izquierda dejamos dos picos, denominados
Samson Peak y Leah Peak, en memoria de la pareja de indios Stoney que
se hicieron amigos de Mary Schäffer y que le mostraron el camino
hasta el lago. Se conserva una fotografía que les hizo Mary con su
hija pequeña, y la certeza de que eran gente limpia y almas
valerosas te golpea en la frente como una piedra.
Samson Beaver y familia, fotografía de Mary Schäffer. Fuente: Wikipedia |
Spirit Island es un lugar mágico. Me quedaría aquí horas, pero,
como en el glaciar, aquí el tiempo es oro y en veinte minutos nos
despachan otra vez en el barco. En el camino de vuelta el ambiente
es, como dije, más distendido: jugamos a saltar sobre las olas que
producen las embarcaciones que vienen en sentido opuesto, y el capitán
hasta permite que los niños piloten.
Despedida |
Una vez en tierra, desandamos nuestros pasos. Esta mañana, cuando
subíamos, nos percatamos de señales que indicaban el Maligne
Canyon (aquí todo es Maligne), así que decidimos parar. Por el
tamaño del aparcamiento, ahora semivacío, comprendemos que ha sido
una buena elección. Aquí el río ha desgastado la roca caliza y se
encajona en una estrechísima fisura que alcanza en ocasiones 50
metros de profundidad. Impresionan los tapones que han formado los
troncos arrastrados por la corriente.
Maligne Canyon |
Maligne Canyon |
Maligne Canyon |
La ruta es en descenso y consta de cinco puentes. Llegamos hasta el
cuarto y, como va a costar lo suyo subir, prescindimos del quinto.
Por cierto, que como iniciamos la ruta por la parte baja del
aparcamiento, por poco nos perdemos el primer puente, el más
espectacular de todos. De camino nos cruzamos con una hembra de alce,
que se aparta con cara de fastidio, como diciendo: “Pero bueno,
¿no os habíais ido ya todos?”
Vuelta a Jasper, esta vez para dormir en el Whistlers Campground. Si el camping de ayer nos pareció enorme, este lo es aún más: kilómetro y medio de longitud, y con una distribución que responde a un patrón orgánico, como de células o plantas, con muchísimo espacio entre ellas. Nuestra ubicación se encuentra fuera del recinto principal, en una especie de absceso. Alguna que otra intrusión en nuestro terreno, por aquello de atajar, y noche tranquila. Como siempre.
Distancia parcial: 108 kilómetros.
Distancia total: 603 kilómetros.
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