19 de julio, día 6.
Hoy toca el Jasper SkyTram, un teleférico que te encarama por
la ladera del monte Whistlers hasta los 2.263 metros, de manera que
si quieres hacer cima solo tienes que subir 200 metros más. Tenemos
reservado viaje para las 11:45, pero llegamos antes con la idea de
meternos en la primera cabina en la que haya hueco. Sin embargo,
parece haber mucho tránsito porque nos toca esperar a nuestro vuelo,
como pomposamente lo llaman aquí. El espacio viene justito, y el
hacinamiento se acentúa porque sube una persona en silla de ruedas.
Menos mal que solo son siete minutos.
Cima del monte Whistlers |
Una vez arriba, las vistas de Jasper y las montañas son
acongojantes. Llama la atención, incluso desde aquí, el continuo
trasiego de trenes de mercancías asombrosamente largos: si en Europa
un tren puede medir 600-700 metros, los de Canadá y Estados Unidos
pueden alcanzar los cuatro kilómetros (200 vagones). Para mover
semejantes cargas (hasta 6.000 toneladas), les acoplan dos y hasta
tres locomotoras. En ocasiones en un solo vagón colocan dos
contenedores, uno superpuesto al otro, lo que les confiere un curioso
aspecto de autobuses londinenses.
Llegamos arriba. Por la zona del teleférico hay bastante gente, pero
no son tantos los que se animan a subir hasta aquí. De hecho, hay un
minuto glorioso durante el que nos quedamos solos frente al silencio
y las montañas.
Inukshuk, símbolo del pueblo inuit |
Jasper |
Al subir nos fijamos en un desvío señalizado que en teoría lleva
hasta las sillas rojas (por estos lares es costumbre colocar un par
de asientos de madera del color antedicho en lugares emblemáticos).
A la vuelta decidimos acercarnos, pero alguien ha debido de
llevárselas a casa, ya que por mucho que buscamos no damos con
ellas.
Camping Whislers |
Placa conmemorativa |
Nos comemos los sándwichs mientras llega la hora de la bajada.
Durante la espera no podemos evitar fijarnos en una familia compuesta
por los padres y ocho hijos. No ya por el número, que hoy ya de por
sí llama la atención, sino por su aire como de la Casa de la
Pradera: los niños pequeños nos miran como si fuéramos
extraterrestres; las mujeres visten todas faldas estrechas y largas,
y la cabeza tocada con una cofia. En cuanto al padre, el óvalo de la
cara le da un aire eslavo estilo Vladimir Putin. Amish no son, desde
luego, pero podrían pertenecer a cualquier otra secta y/o religión.
Mundos dentro de otros mundos, como sucede en Estados Unidos. Cuando
llegamos abajo nos dirigimos a la misma zona del aparcamiento. Ellos
abren una furgoneta, como no podía ser de otro modo, y la llenan por
completo.
Scooby-Doo |
Esta tarde teníamos intención de ir hasta el Mount Edith Cavell,
pero nos para la carretera de acceso: unos mapas advierten de que no
pueden acceder por ella vehículos de más de 27 pies; otros en
cambio lo rebajan a 25 (la nuestra mide 25 pies y dos pulgadas). Y en
la guía de Lonely Planet aseguran que “no es apta para personas de
corazón débil”. Pese a todo, decidimos intentarlo. Primero vamos
por la 93A, y justo donde empieza la subidita en cuestión vemos un
aparcamiento donde la gente deja sus caravanas (pero no se ve ninguna
autocaravana, cosa que nos anima). Al final la vía no es para tanto,
al menos no muy distinta a los recorridos de montaña a que estamos
acostumbrados en nuestro país. Sí es verdad que hay un par de
curvas de 180 grados en las que te vas al otro carril, pero como es
por la tarde el tráfico es escaso. También es verdad que medimos
251 centímetros de espejo a espejo, lo que significa que este es el
vehículo más ancho que he conducido nunca, pero nos cruzamos con
otras autos y ninguna de las dos se ve obligada a echarse fuera.
Monte Edith Cavell |
Tras 14 kilómetros cuesta arriba, llegamos a un aparcamiento. Desde
aquí toca caminar, también ascendiendo, durante veinte minutos. No
tenemos muy claro lo que venimos a ver, y al final la sorpresa es lo
que cuenta: se trata de un circo glaciar al estilo de Gredos, pero
con la diferencia de que este conserva hielo todavía, que de vez en
cuando se desprende y termina flotando en el lago inferior en forma
de témpanos. Al parecer, el pico fue rebautizado con el nombre de
Edith Cavell en memoria de una enfermera británica que, durante la
Segunda Guerra Mundial, ayudó a escapar a prisioneros aliados de la
Bélgica ocupada, y fue ejecutada por ello. Por encima de nuestras
cabezas cuelga el Angel Glacier, denominado así por su forma
(aunque un tanto desdibujada debido al deshielo). Al ser por la tarde
y hallarnos en la cara norte, la luz no es muy buena. Pese a ello
sacamos fotos, jugamos con el hielo, admiramos el paisaje.
Angel Glacier |
Lago, glaciar y monte |
Al regreso descubrimos otro sendero en una cota inferior a la nuestra
que, aparentemente, conduce al mismo sitio. En ese momento no
entiendo el motivo de la duplicidad, pero después me enteraré de
que en agosto de 2012 el 50-60 por ciento del Ghost Glacier, vecino
del Angel, se vino abajo y provocó un tsunami que corrió valle
abajo arrasando todo a su paso (no hubo víctimas).
Obsérvese el tamaño diminuto de la gente en la orilla |
Témpanos |
Regreso a la auto y a la 93A. Estamos a solo 20 kilómetros de las Athabasca Falls, pero se hallan en sentido contrario a nuestra ruta, y aún nos quedan algo más de cien kilómetros hasta el lugar de pernocta, de modo que renunciamos. Vuelta a Jasper y a continuación por la carretera 16, denominada también Yellowhead Highway. 50 kilómetros y llegamos al límite con British Columbia, donde un cartel avisa de que debemos atrasar el reloj una hora. Y en este momento es preciso que hable de los camiones de este lado del charco. Lo primero que hay que decir de ellos es que son enoormes, empezando por la cabina, con el motor delante y una pequeña habitación trasera con todo tipo de comodidades. Los remolques son más largos, y hay veces en que incluso los llevan dobles. Algunos cuentan con dos tubos de escape verticales que les hacen parecer barcos del Mississippi, y si además los llevan doblados, como cuernos hacia afuera, pues pare usted de contar. Lo segundo es que no tienen limitación específica de velocidad, como en Europa, sino la general de la vía por la que circulan, cuando no más.
Teniendo en cuenta todo lo anterior, se explica lo que nos ocurrió.
Traíamos uno de estos bichos detrás prácticamente desde Jasper. En
el interior del parque nacional, la velocidad se encuentra limitada a
90 kilómetros por hora (y debe de haber radares frecuentes, pues los
conductores en general la respetan). Ahora bien, en cuanto salimos,
se desató la bestia: por los espejos veo cómo se aproxima más de
la cuenta. Acelero: 100... 110... A más velocidad ya no me siento
seguro. Resulta impresionante llevar un monstruo semejante royéndote
los zancajos. Y me asaltan sudores fríos recordando la terrorífica
película de Spielberg El diablo sobre ruedas.
Cuando el terreno es favorable consigo dejarle atrás, pero en cuanto
aparecen curvas o cuestas abajo el tipo me vuelve a alcanzar. Parece
estar divirtiéndose con ello. Después de treinta kilómetros
insufribles, por fin encuentro un apartadero y dejo al energúmeno
que pase.
Nuestro destino es el Robson River Campground, situado más cerca de la carretera de lo que nos gustaría. Buscamos la recepción, pero no parece haber. Sin embargo, en una especie de caseta encuentro una lista con los huéspedes del día y allí encuentro mi nombre. Esto es organización. Hoy nos parece lo más normal del mundo, pero si hace tan solo unas décadas nos hubieran dicho que sería posible reservar una parcela en este sitio perdido desde el otro extremo del mundo, nos habría parecido irreal y futurista.
Distancia parcial: 156 kilómetros.
Distancia total: 759 kilómetros.
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