viernes, 25 de agosto de 2023

18 de julio, día 5.

Dejando a nuestros intrépidos pioneros, circunvalamos Jasper y nos vamos en dirección al Maligne Lake, que se encuentra a algo más de 50 kilómetros. Hoy ha amanecido con calima, y a medida que pasan las horas la falta de visibilidad y el olor a madera quemada aumentan. La luz es penosa, y debido a eso apenas si nos detenemos en el Medicine Lake, un curioso lago que solo se llena durante el verano. Mientras planificaba el viaje en casa, este nombre me llamó poderosamente la atención, y aventuré si no formaría algún tipo de binomio con Maligne Lake. Ignoro si el origen del primero se halla en las Primeras Naciones, pero el del segundo seguro que no: el río fue bautizado así por Pierre-Jean De Smet, el sacerdote que estuvo a punto de palmarla a causa de los remolinos cuando intentaba cruzarlo en su confluencia con el Athabasca. Al parecer, el nombre originario del lago era Chaba Imne, que significa Lago del Castor. Este lugar se halla indisolublemente unido a la figura de Mary Schäffer, artista y viajera estadounidense, que llegó aquí por primera vez en 1908.

Medicine Lake en la neblina

Alce hembra

Dicen que esta es una de las mejores carreteras para ver fauna de todo el parque pero, aparte de unas cuantas alces hembra, al resto parece habérselos tragado la tierra.

Hemos reservado un paseo en barco a las cuatro y media de la tarde. Como tenemos tiempo de sobra, nos vamos a hacer una ruta de un par de horas por la orilla del Maligne. Encontramos gente, pero mucha menos de la que hemos visto estos días. Vamos un poco agobiados porque otra vez se nos ha olvidado el repelente; por eso apenas nos entretenemos en la orilla del Moose Lake (hay unos cuantos por aquí) y regresamos a tiempo para comer. El embarcadero cae a unos 600 metros, así que dejamos la auto quieta y nos vamos caminando. Mientras tanto, el aire se ha ido aclarando e incluso brilla el sol.

Moose Lake

Maligne Lake

El embarcadero

En el barco va poca gente. Destacan dos familias indias numerosas que arman bastante alboroto que parecen transmitir, especialmente los hombres, una cierta prepotencia. Pero no sé si es el paisaje o el buen hacer del piloto y la guía, el caso es que a medida que transcurre el viaje la situación se suaviza bastante y todo el mundo parece más relajado.

Nuestra simpática guía

Nuestra cicerone es una chica originaria de Nueva Zelanda que, como el conductor del glaciar, se toma muy a pecho lo de crear buen rollo. Explica muchas cosas de la zona, pero habla tan deprisa que yo apenas comprendo. Sí me entero, en cambio, de que el Maligne Lake se encuentra a 1.650 metros de altitud, que en ocasiones se han alcanzado los 50 grados bajo cero, y que como la capa de hielo que cubre el lago alcanza los dos metros de espesor en ella se hacen carreras en bicicletas de ruedas gruesas.

Spirit Island

Spirit Island

Recorremos dos tercios de la extensión del lago hasta llegar a Spirit Island, uno de los lugares emblemáticos de las Rocosas. Lo que pensé que iba a ser un simple paseo en barquito se transforma en un impresionante viaje a medida que el paisaje se ensangosta entre las enormes montañas que otorgan al lugar apariencia de fiordo. A la izquierda dejamos dos picos, denominados Samson Peak y Leah Peak, en memoria de la pareja de indios Stoney que se hicieron amigos de Mary Schäffer y que le mostraron el camino hasta el lago. Se conserva una fotografía que les hizo Mary con su hija pequeña, y la certeza de que eran gente limpia y almas valerosas te golpea en la frente como una piedra.

Samson Beaver y familia, fotografía de Mary Schäffer. Fuente: Wikipedia

Spirit Island es un lugar mágico. Me quedaría aquí horas, pero, como en el glaciar, aquí el tiempo es oro y en veinte minutos nos despachan otra vez en el barco. En el camino de vuelta el ambiente es, como dije, más distendido: jugamos a saltar sobre las olas que producen las embarcaciones que vienen en sentido opuesto, y el capitán hasta permite que los niños piloten.

Despedida


Una vez en tierra, desandamos nuestros pasos. Esta mañana, cuando subíamos, nos percatamos de señales que indicaban el Maligne Canyon (aquí todo es Maligne), así que decidimos parar. Por el tamaño del aparcamiento, ahora semivacío, comprendemos que ha sido una buena elección. Aquí el río ha desgastado la roca caliza y se encajona en una estrechísima fisura que alcanza en ocasiones 50 metros de profundidad. Impresionan los tapones que han formado los troncos arrastrados por la corriente.

Maligne Canyon

Maligne Canyon

Maligne Canyon

La ruta es en descenso y consta de cinco puentes. Llegamos hasta el cuarto y, como va a costar lo suyo subir, prescindimos del quinto. Por cierto, que como iniciamos la ruta por la parte baja del aparcamiento, por poco nos perdemos el primer puente, el más espectacular de todos. De camino nos cruzamos con una hembra de alce, que se aparta con cara de fastidio, como diciendo: “Pero bueno, ¿no os habíais ido ya todos?

Vuelta a Jasper, esta vez para dormir en el Whistlers Campground. Si el camping de ayer nos pareció enorme, este lo es aún más: kilómetro y medio de longitud, y con una distribución que responde a un patrón orgánico, como de células o plantas, con muchísimo espacio entre ellas. Nuestra ubicación se encuentra fuera del recinto principal, en una especie de absceso. Alguna que otra intrusión en nuestro terreno, por aquello de atajar, y noche tranquila. Como siempre.


Distancia parcial: 108 kilómetros.

Distancia total: 603 kilómetros.


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