miércoles, 25 de diciembre de 2024

DÍA 15

Ayer, un poco antes de llegar a Mount Gambier, salimos del estado de Victoria y entramos en el de Australia Meridional. Dicho evento no tendría mucha importancia si no fuera porque también supone un cambio de huso horario. Y así es como descubrimos el guirigay que tienen los australianos montado con el reloj: Queensland, Nueva Gales del Sur y Victoria comparten hora (Greenwich +10), pero solo en invierno, ya que en verano estos dos últimos adelantan una hora, como en Europa (GMT +11). En cuanto al Territorio del Norte y a Australia Meridional, pues tienen un desfase negativo ¡de media hora! con los tres anteriores (GMT +9 1/2), pero en el caso de Australia Meridional solo en invierno, ya que en verano adelanta las agujas, como Nueva Gales y Victoria, y entonces supera (GMT +10 ½) en una hora al Territorio del Norte e incluso en media a Queensland, que no cambia el reloj. Por lo que respecta a Australia del Oeste, su horario oficial es Greenwich +8, y no la cambia ni en verano ni en invierno. Está por ver cuál es la hora que tendrán en Tasmania, pero no me atreví a averiguarlo

Husos horarios de Australia

Dejando aparte desbarajustes cronológicos, nada más salir del cámping nos dirigimos al Blue Lake, que para ser un volcán resulta de lo más curioso porque, en vez de cono, lo que hay es un enorme agujero en el suelo. El sitio en cuestión se encuentra a las afueras del pueblo, y tiene una forma ligeramente elipsoide de 1.000 metros por 800. Su profundidad es de 77 metros, y lo que más llama la atención es que el agua debe de ser de muy buena calidad, pues es de aquí de donde se surte la población. Otra de las curiosidades de este lago es que cambia de color en función de la época del año, sin que se conozca a ciencia cierta el motivo.

Blue Lake

Carretera y manta. Primero, 130 kilómetros hasta Robe (imposible no acordarse de Extremoduro). A la salida de este pueblo paramos frente a lo que tiene toda la apariencia de un mueble frigorífico de los de puerta transparente solo que, en vez de refrescos, lo que guarda en su interior son libros usados de libre disposición. Aprovechamos para coger algunos y soltar otros que hemos tomado prestados de los cámpings, donde suele haber instalaciones semejantes.

A la salida de Kingston nos detenemos de nuevo, esta vez para sacarnos fotos junto a una réplica de langosta de dimensiones descomunales. Puede parecer un poco infantil, pero un viaje tan largo da para alguna guirada que otra.

The Big Lobster

A partir de este punto el trayecto se nos complica. Hemos elegido, como siempre que es posible, la carretera de la costa, pero nos encontramos con los siguientes imprevistos:

1. El firme es irregular, con muchos baches.

2. Comienza a soplar un fuerte viento lateral que incrementa los botes y los bandazos.

Pese a que vamos pegados a la costa, no vemos ni mijita a causa de la vegetación, compuesta por arbustos bastante altos.

Así que de la barra de arena de casi 180 kilómetros de longitud con la que nos la prometíamos muy felices no vemos casi nada.

Lake Albert desde el cámping

Así las cosas, nos estiramos hasta Meningie, a orillas del lago Albert/Yarli, donde damos con el que es quizá el cámping más bonito de todo el viaje. No por las instalaciones, sino porque se encuentra a la orilla misma del agua, con infinidad de pájaros pululando por los alrededores y una puesta de sol que quita el hipo.




Distancia parcial: 317 km.

Distancia total: 2.418 km.


        Día 14                                             Inicio                                                        Día 16


DÍA 14

Ayer preferimos no quedarnos en Warrnambool, así que toca desandar los 15 kilómetros de carretera me hay hasta Tower Hill Wildlife Reserve, un parque natural situado en un antiguo volcán. La estructura geológica mide uno 3 kilómetros de diámetro, y dentro de ella hay un lago, y en el lago una isla. Hasta los años 60 del siglo pasado el lugar sufrió un proceso de degradación, pero a partir de esa década se iniciaron los trabajos de reforestación, y veinte años más tarde fue repoblado con fauna autóctona.

Las paredes del volcán

La isla cuenta con una carretera de entrada y otra de salida, de modo que no tiene pérdida. Nada más aparcar en el centro de visitantes se nos acercan un par de emús. No son muy insistentes, pero merodean de modo discreto, por si cae algo.

Los emúes

Los canguros

                                 

Los senderos, aunque señalizados, se encuentran en obras, de manera que acabamos haciendo una ruta al revés de como está marcada. Como hay poquísima gente, pues da igual. Nada más empezar nos topamos con unos canguros, bastante acostumbrados por cierto a los humanos. También nos encontramos con un grupo de preescolar y sus dos maestras. Todos llevan chalecos amarillos de alta visibilidad, por si las moscas.

Lago secundario

Panorama desde lo alto

Llegamos al punto más alto del recorrido, desde donde se contempla el lago y, algo más lejos, el mar. Desde allí regresamos al aparcamiento, y estamos a punto de irnos cuando veo a una pareja con cámara y prismáticos enfocando hacia arriba. No lo dudo: detengo el vehículo, nos bajamos y allí, sobre nuestras cabezas, duerme su dulce siesta un koala.



Tower Hill visto desde el perímetro exterior

Nuestro segundo destino del día se encuentra 68 kilómetros hacia el interior: es el Budj Bim National Park, llamado por los europeos Mount Eccles. Se trata de un lugar de gran importancia cultural para el pueblo gunditjmara, que desarrolló un sistema de acuicultura que les permitió una residencia semipermanente durante más de 30.000 años. El lugar es gestionado conjuntamente por Victoria Parks y una asociación aborigen local, y fue declarado Patrimonio de la Humanidad en 2019.

El centro de interpretación se halla cerrado a cal y canto, y no se divisa a nadie por los alrededores. Frente a él, dos mástiles: en el primero luce flamante sus colores -negro, rojo, amarillo- una bandera aborigen. En el segundo, otra australiana desteñida y rota. No puede haber mejor metáfora de lo que debe pensar esta gente acerca de todo lo que les hicieron los europeos, y que hoy encajaría fácilmente en la categoría de genocidio:

1. Masacres de indígenas por parte de los colonos, la policía estatal y las milicias.

2. Campañas de dispersión y desplazamiento como consecuencia de la usurpación de tierras: los europeos se quedaban con las más fértiles y empujaban a los aborígenes a las zonas desérticas.

3. Alejamiento forzoso de niños indígenas de sus familias y su internamiento en misiones o adopción forzosa por familias blancas (las «Generaciones Robadas»). Dicha práctica tuvo lugar entre 1905 y 1970 con la intención de asimilarlos a la raza blanca. y desalentar las lenguas y culturas indígenas.

4. Políticas de asimilación: en muchas escuelas, los niños eran castigados por hablar su lengua materna. Se impusieron además restricciones adicionales al movimiento, el matrimonio, el empleo y la celebración de ceremonias y el uso sistemas legales tradicionales.

Todas estas prácticas suponen la parte más negra de la historia reciente de Australia, por mucho que, desde 1998, se haya reconocido oficialmente los daños causados a los australianos indígenas y se conmemore el Día Nacional del Perdón el 26 de mayo.

De alguna manera este lugar, ahora desierto, parece resucitar ese inmenso dolor subterráneo y latente.

El tubo de lava

Hay una ruta señalizada que nos lleva primero a un antiguo túnel de lava (si no te lo dicen, parecería una cueva) y luego sube hasta el Lago Sorpresa, que no es otra cosa que el cráter inundado del volcán, cuyo perímetro es posible circunvalar. Los cercados de espino que protegen los campos de cultivo llegan hasta el borde mismo del lugar sagrado, evidenciando todo lo referido anteriormente.

El Lake Surprise

Sorprende el intenso color rojizo del agua, que al parecer varía en función de las algas y los sedimentos. Vamos contorneando hasta que finalmente llegamos al Budj Bim, que significa Cabeza Alta, y que representa la creencia del pueblo Gunditjmara, según la cual fue durante la última gran erupción del volcán -hace entre 30.000 y 39.000 años- cuando el Creador Ancestral se reveló, arrojando lava a lo largo de una distancia de más de 50 kilómetros al oeste y al sur en dirección al mar y alterando drásticamente los cursos de agua y los humedales de la zona.

Regresamos a la auto con una mezcla encontrada de sentimientos.

Tarde de viaje hasta Mount Gambier donde, para variar, también hay un volcán, que visitaremos mañana.

Distancia parcial: 220 km.

Distancia total: 2.101 km


        Día 13                                                 Inicio                                                    Día 15



lunes, 23 de diciembre de 2024

DÍA 13

La sensación de nostalgia por no disfrutar de sitios que apenas has conocido creo que no tiene nombre en castellano, de modo que debería inventarse. Ese sentimiento es el que se apodera de nosotros cuando nos marchamos del cámping y dejamos atrás el imponente rugido del mar que no vemos y la obra que amenaza con jeringar el sitio. 

Este cartel lo conocía mucho antes de venir a Australia

Este no

Pero el disgusto se nos pasa a los 6 kilómetros cuando, tras estacionar, descendemos hasta Gibson Beach mediante unas escaleras adosadas a un acantilado tan vertical que parece cortado a cuchillo. Al ser temprano, abajo todavía da la sombra y hace un frío del copón, pero la vista compensa: desde aquí se ven los primeros de Los Doce Apóstoles, que es el nombre con el que se designa a este agrupamiento de agujas de piedra caliza que sobresale del mar. Originalmente el sitio era llamado Sow and Piglets (La cerda y los cerdos): la isla Muttonbird, cerca de Loch Ard Gorge, era la «cerda» y las agujas de roca más pequeñas los «lechones». El nombre fue cambiado en la década de 1950 por el actual, y el motivo no fue otro que atraer más visitantes al estado. Y eso que solo hay nueve agujas.

Primera vista de Los Doce Apóstoles

Según Wikipedia, el proceso de formación de estas estructuras es el siguiente:

1. La acción de las olas erosiona el acantilado, dejando la roca más dura como cabos.

2. Las olas van desgastando la roca a nivel del mar, formando cuevas a cada lado de la península.

3. Las cuevas finalmente se unen, formando un arco.

4. El arco se derrumba, dejando agujas de roca.

5. Más destrucción por parte de las olas y la apertura de grietas verticales en la roca causadas por la lluvia y el agua salada llevan a la reducción progresiva de las agujas a una plataforma baja o arrecife.

Desde Gibson Beach

Desde el mirador

Desde el aire

    Paseamos por la playa hasta la primera aguja, con un ojo puesto en el mar, pues la arena lisa indica que con la pleamar no queda un metro libre de playa. Después volvemos a subir, y con el vehículo vamos un poco más allá, hasta el aparcamiento de Los Doce Apóstoles. Al igual que en Stonehenge, lo han construido al otro lado de la carretera, la cual se salva mediante un paso peatonal subterráneo. Aquí ya hay más gente, aunque tampoco mucha. La vista es, como dicen por aquí, overwhelming.

Seguimos camino y efectuamos alguna parada más en sitios emblemáticos, pero ninguno se puede comparar a lo que acabamos de ver, así que abreviamos y nos estiramos hasta la localidad de Warrnambool, que con ese nombre parece la onomatopeya de un buga petardeante. Venimos con un objetivo concreto: comer en un Hungry Jack, cuyo logo es idéntico al de una famosa multinacional de hamburguesas. Pero cuál no será nuestra sorpresa cuando nos encontramos que la parte del comedor se encuentra cerrada por obras. En cambio, el Drive-thru sigue abierto pero, claro, no es para un vehículo de las dimensiones del nuestro. Se nos ocurre esperar a que despeje la cola de los coches y a continuación nos acercamos a la ventanilla de pedidos, pero allí nos dicen educada pero firmemente que si no vamos sentados en un coche no nos pueden atender.

El establecimiento en cuestión comparte aparcamiento con un gran centro comercial. Como nos falta comida me acerco, y nada más entrar me doy de narices con una hamburguesería. Manda narices, la chica que nos rechazó podía habernos indicado que aquí había otra. Supongo que no le pagan por pensar.

El segundo motivo por el que hemos parado aquí es visitar la Logans Beach Whale Watching Platform, un lugar desde donde, al parecer, es posible avistar ballenas muy cerca de la costa. Y digo al parecer, porque no solo no vimos ninguna, sino que en las fotos que sube la gente a Google Maps tampoco aparecen. Pero me estoy adelantando, porque de camino a la plataforma estuvimos a punto de sufrir el mayor percance de todo el viaje, y todo por un desfase de diez centímetros.

El puente de marras

Para llegar a la costa desde el centro comercial donde hemos comido hay que cruzar primero la A1 y a continuación enfilar por Simpson Street. Pues bien, quién nos iba a decir que en esta calle -amplia y de viviendas bajas- nos íbamos a encontrar de buenas a primeras con un túnel. Bueno, un túnel no, pero sí el paso bajo un puente ferroviario de tan solo 3,4 metros de altura. Tardo un segundo en recordar que nosotros medimos 3,5 metros, En España, donde somos de manga ancha, seguro que pasábamos. Pero estos son anglosajones, y si dice 3,4 seguro que es 3,4. Para cerciorarnos se baja la copiloto y constata que, efectivamente, si sigo adelante hago de la autocaravana un descapotable.

Aún con los sudores fríos del golpe que hemos estado a punto de tener, buscamos un paso alternativo y después cruzamos el río Hopkins y llegamos adonde las ballenas aunque, como he comentado antes, lo de ballenas es un decir. Eso sí, el sitio es muy bonito. Resulta gracioso el cartel que, bajo severas multas, prohíbe estrictamente los drones ya que, por lo visto, su ruido puede molestar a tan sensibles animales: después de aguantar las pobres el ruido de toda la flota mundial y van a reparar en el zumbido de un dron de 250 gramos.

Hay en este pueblo un balneario y habíamos pensado en, como hacemos en todos los viajes, darnos un chapuzón mañana. Pero el sistema de entrada a hora fija no nos convence, de manera que decidimos prescindir por esta vez e irnos a dormir al cámping de Port Fairy, 30 kilómetros más adelante.

Distancia parcial: 121 km.

Distancia total: 1.881 km.


           Día 12                                             Inicio                                             Día 14



DÍA 12

A partir de Anglesea, el paisaje se vuelve más abrupto, y los pueblos aparecen encajonados entre el mar y boscosas montañas surcadas por barrancos. Nuestro destino esta mañana se encuentra a 50 kilómetros y es Kennett River, uno de los mejores sitios -según dicen- para ver koalas en libertad. De modo que llegamos, aparcamos entre microbuses y tiramos monte arriba por una pista forestal. Tras un rato andando, ni rastro de los koalas. Delante de nosotros iba un grupo de orientales que de golpe y porrazo han desaparecido: luego, viendo el satélite, comprendí que se habían apartado de la pista siguiendo un cortafuegos, donde supongo que sería más fácil avistarlos. Decepcionados, volvemos sobre nuestros pasos y, ya casi llegando al punto de partida, descubrimos uno encaramado en un árbol al lado de la pista. Por desgracia para él, no somos los únicos que lo han visto y de inmediato se ve rodeado de gente empeñada en inmortalizarle con su móvil. Ahora comprendo por qué se refugian en la espesura del bosque.

La masificación que debe de sufrir este sitio en verano ha llevado a un vecino a poner un cartel avisando de una supuesta serpiente venenosa que habita en la alcantarilla delante de su casa. Quienes en cambio están encantadas con la afluencia de gente son unas pequeñas cacatúas que, literalmente, se te suben encima, supongo que están acostumbradas a que las alimenten.

La carretera de la selva

Continuamos camino. 17 kilómetros después, en Skenes Creek, giramos hacia el norte y nos separamos de la costa. Nuestro objetivo se encuentra en el Parque Nacional Gran Otway, y es un lugar llamado Triplet Falls. Todo va bien hasta la pequeña localidad de Tanybryn: aquí nos metemos por una carretera tan estrecha que parece tuviera un solo carril. Y el bosque alrededor es tan denso que vamos rozando ramas -por fortuna finas- con el techo de la autocaravana. Se diría que por aquí no pasan vehículos, pero sí que nos cruzamos con algunos. Cuando creemos que la cosa no puede empeorar, encontramos avisos de que nos hallamos en una explotación maderera, y que cabe la posibilidad de encontrarse con tráilers de doble remolque acarreando troncos. En fin, son trece kilómetros agónicos, hasta que por fin salimos a zona de prados y la carretera vuelve a su ser.

Los árboles

La ruta

Lo mejor de Triplet Falls no son las cascadas, sino el impresionante bosque que las rodea, con vegetación tupida y árboles altísimos. Realizamos una ruta circular, y la sensación de encontrarnos en medio de la selva es completa. Como es de esperar, nos cruzamos con poca gente, y por eso resulta aún más insólito oír hablar nuestra lengua. Son dos chilenos y una argentina, jóvenes los tres y afincados en Australia. A ellos lo que les sorprende no es que hablemos castellano, sino que seamos españoles. Y, al igual que a muchos australianos, que estemos aquí por viaje y no por trabajo.



Triplet Falls

Antigua vagoneta perteneciente a un aserradero de vapor
Altos, ¿eh?

Regresamos a la auto contentos de haber visitado este lugar tan impactante. Empieza a atardecer, así que exploramos las opciones: descartado un lugar en el cruce de Ferguson por cutre, a 45 kilómetros y al lado de la costa tenemos el Princetown Recreation Reserve. Nos ponemos en carretera y simultáneamente iniciamos negociaciones por el móvil, algo dificultosas porque la cobertura va y viene. Aunque le decimos al tipo que estaremos allí en menos de una hora, insiste en hacer el check-in por teléfono, alegando que va a cerrar en breves minutos. Sin embargo, cuando llegamos la oficina todavía se encuentra abierta. Supongo que le habrá tocado más de una vez esperar de brazos cruzados a los clientes: que ya llegamos, que ya llegamos...

El lugar es, por varias razones, impresionante: a orillas del Gellibrand River y a 700 metros de la costa, se oye el fragor de las olas batir contra el acantilado. Sin embargo, y como suele ocurrir, sin amenaza no hay paraíso: hay maquinaria pesada en el camino de acceso, y dos carteles: uno que muestra el desacuerdo de la comunidad local con la construcción de un resort, y el segundo prohibiendo a trabajadores y maquinaria rebasar determinado punto por ser private property.

En cuanto al cámping, tiene una estructura extraña, porque las plazas para tiendas y vehículos se ubican en torno a un enorme círculo vallado cuya finalidad ignoramos.

Empieza a anochecer, y en el prado contiguo se reúne la mayor manada (también se les denomina corte, turba o tropa) de canguros que hemos visto hasta la fecha. Cuando oscurece del todo, algunos se aventuran en las instalaciones del cámping.

Distancia parcial: 168 km.

Distancia total: 1.760 km


    Día 11                                               Inicio                                                Día 13




domingo, 22 de diciembre de 2024

DÍA 11

Por si lo de ayer no hubiera sido bastante, esta mañana descubro que el cristal de la ventanilla del conductor no baja. Miro en el libro de instrucciones el apartado retrovisores, y allí dice que desaconsejan moverlos manualmente porque puedes provocar un cortocircuito. Como los mandos reguladores del espejo se encuentran en la puerta del conductor, justo al lado del botón que acciona el cristal, pues está claro de dónde viene la avería. De manera que me pasaré el resto del viaje sin poder abrirlo. Menudo panorama.

Para la zona de Melbourne traía apuntados varios sitios: un tren de vapor, un santuario de animales, una ruta senderista por parque nacional y alguna otra cosa más, pero los percances de ayer y la dichosa premura invitan a cruzar Melbourne hoy. Tampoco pararemos aquí, porque ya hemos comprobado lo hostiles que son las grandes ciudades, aquí como en Canadá, para con las autocaravanas.

Camino de la gran city

Para colmo, en este país las distancias engañan cosa fina: si la bahía al fondo de la cual se encuentra Melbourne la representáramos como la esfera de un reloj, San Remo estaría a las cuatro y nuestro destino, Torquay Beach, a las ocho. Pues bien, yo había calculado a ojo que la vuelta consistiría en unos 80 kilómetros. Cuál no será mi sorpresa cuando le pregunto a Google Maps y me dice que en realidad son... 224.

Qué decir de Melbourne, sino que es enorme (de hecho, hace poco que ha superado en habitantes a Sidney). Además, como no se halla circunvalada, la M1 pasa, literalmente, por el mismo centro. Por cierto, aquí nos pondrán una multa por saltarnos algún tipo de peaje (nosotros no vimos cartel de ningún tipo). Resulta que, cuando formalizamos el alquiler de la autocaravana, me hicieron descargar una aplicación y vincularla a la tarjeta de débito para que los peajes se pagaran automáticamente. Ahora bien, después del baile de vehículos que nos montaron, nadie se acordó de actualizar la matrícula, y al volver a casa nos encontramos con el pastel. El importe no es que fuera elevado, pero fastidiaba un poco por no ser responsabilidad nuestra. El caso es que mandamos un correo a la empresa explicándoles toda la movida, y mira si son honrados estos australianos que asumieron la sanción y encima nos pidieron disculpas.

Cruzando Melbourne

Cuando abandonas el casco urbano de Melbourne atraviesas un descampado de unos 30 kilómetros, pasas junto al aeropuerto de Avalon (que no es el principal de Melbourne, que se halla situado más al norte) y, tras rodear los pueblos del oeste de la bahía, pegados unos a otros, llegas de nuevo a la costa en Torquay, en cuyo Woolworths hacemos escala. Contrasta la usual apariencia industrial del edificio con el resto del urbanismo, compuesto exclusivamente de viviendas unifamiliares. Por suerte su párking no se halla muy concurrido, ya que como de costumbre no existen plazas para vehículos grandes, y tenemos que colocar la auto de aquella manera.

Una vez provistos o proveídos, nos vamos hasta un aparcamiento de playa al sur del pueblo, donde de nuevo tenemos que realizar un estudio para ubicar nuestro vehículo en uno de las plazas delimitadas. ¿Pero es que esta gente no piensa en las autocaravanas?

Bells Beach

Tras comer, hacemos una pequeña excursión a pie siguiendo la línea de costa hasta Spring Creek, que se cruza mediante una pasarela de madera, y después hasta Rocky Point Lookout. Es nuestro primer contacto con la Great Ocean Road, una muy escénica carretera que serpentea por la costa a lo largo de 240 kilómetros, y que es uno de los lugares más visitados de Australia. Empezó a construirse en 1918, y en las obras participaron unos 3.000 soldados retornados de los campos de batalla europeos. En consecuencia, la magna obra fue dedicada a los camaradas caídos. No se terminó hasta 1932, y sirvió para comunicar por tierra localidades que hasta entonces solo eran accesibles por vía marítima.



Aunque el primer tramo no es el más espectacular, hacemos un par de paradas antes del cámping de Anglesea, adonde entramos por un pelo (pese a que faltaban unos minutos para las cinco, la recepción ya se encontraba cerrada, y hubo que llamar). Aquí también vemos canguros dentro del recinto, pero menos que hace tres días en Pambula.

Distancia parcial: 252 km.

Distancia total: 1.592 km. 


          Día 10                                           Inicio                                                    Día 12


martes, 10 de diciembre de 2024

DÍA 10

Durante los días que llevamos viajando hemos tenido un tiempo increíble, pero hoy la cosa se tuerce, y las nubes que aparecen por la mañana acabarán cubriéndolo todo y darán al cielo una apariencia borrascosa. La A1 se mueve otra vez hacia el interior. De esta zona traía apuntados lugares interesantes como el Promontorio Wilson o el Cabo Paterson, pero el desvío que exigen es considerable, y el miedo a la falta de tiempo nos hace continuar. Nuestro destino por tanto es Phillip Island. Este sitio es famoso por la Penguin Parade, un lugar donde al atardecer es posible ver a una colonia de diminutos pingüinos azules saliendo del mar y dirigiéndose a sus madrigueras. Dicho así no suena del todo mal, pero el estalache que han montado allí no es ni medio normal, empezando por los mastodónticos edificios y terminando por unas gradas levantadas frente al mar con capacidad para 3.000 personas. Más que a un fenómeno de la naturaleza parece que uno asistiera a la final de su equipo favorito. Además, el hecho de mercantilizar lo que el universo da gratis... Esto de aquí es la versión corregida y aumentada de lo que había en Nueva Zelanda: si no pasamos por el aro entonces, desde luego no vamos a pasar ahora.

En cambio en Phillip Island hay otro sitio mucho más interesante: el Koala Conservation Reserve. Al parecer, también esto lo financian los de los pingüinos, pero se trata de un lugar con menos pretensiones. Pensábamos ir a visitarlo mañana, pero la psicosis del tiempo nos puede y decidimos aprovechar e ir esta tarde. Para ello primero buscamos alojamiento en la pequeña localidad de San Remo, justo antes de cruzar a la isla. Los últimos kilómetros se vuelven difíciles porque toca lidiar con un enemigo nuevo: el viento.

El San Remo Beachfront Caravan Park parece desierto. Pensamos ya en marcharnos cuando aparece un tipo que nos hace el checking. Cuando entramos a tomar posesión de nuestra parcela nos damos cuenta de lo diminuto del lugar: solo tiene una calle de ida y otra de vuelta. Y los sitios libres son pocos: como ayer, en realidad se trata de una urbanización camuflada. Supongo que obligarán, como en España, a disponer de algunas parcelas libres para los trashumantes como nosotros.

Comemos y nos vamos adonde los koalas. Entonces sucede el primer percance: la salida es tan estrecha que me llevo por delante el seto con el retrovisor izquierdo. Nada grave, solo se ha plegado hacia dentro. Aunque, como veremos después, esto traerá consecuencias.

Usan las horquillas de los árboles de cama

Cruzamos a Phillip Island por un puente. Sigue el viento y las nubes amenazan lluvia, pero de momento la cosa aguanta. 13 kilómetros después llegamos a destino. El lugar consiste en una serie de recintos cerrados con pasarelas de madera. Y allí, durmiendo plácidamente en las horquillas de los árboles, están ellos. Y digo durmiendo, porque al parecer solo permanecen despiertos cuatro horas al día. Se mueven tan poco que allí donde esté un koala hay siempre colocado un panel explicativo: si el koala se mueve, mueven el panel, aunque creo que las cuidadoras tienen poco trabajo (están más pendientes creo yo de los visitantes, no sea que a alguno se le ocurra la genial idea de intentar coger o tocar al animal).

Qué fastidio, oiga: hoy solo he dormido diez horas

Durante el paseo tenemos ocasión de contemplar, a escasos metros de distancia, a varias hembras y a algún macho. Qué decir de lo tiernos y adorables que son (las imágenes de koalas pidiendo agua a los humanos durante los incendios de 2019 dieron la vuelta al mundo). Una mamá, semidormida, empuja la cabeza de su cría dentro del marsupio, que hoy hace mucho frío fuera. El hecho de poder observarlos tan de cerca se debe a que sobre sus cabezas, a unos diez metros de altura, han instalado cercos de plástico que rodean los troncos y les impiden trepar más arriba. Porque comprobamos que son estupendos escaladores: fuera del recinto divisamos uno encaramado a una altura increíble, aferrado a las últimas y frágiles ramas agitadas por el viento.

Cuqui, ¿eh?

Finalizada la visita, nos damos una vuelta por el centro de interpretación. Así nos enteramos de que, pese a las apariencias, su pelaje no es suave sino áspero, imagino que al estilo del wómbat, que por cierto es su único pariente vivo. También que se alimenta exclusivamente de hojas de eucalipto (unas 30 especies, de las 650 que existen). Que vive en el sur y el este de Australia. Que con anterioridad había millones, y que la pérdida de hábitat, las sequías, los incendios, los atropellos y las enfermedades han reducido drásticamente su número. Abandonamos el centro con una mezcla de ternura y desazón.

La tarde todavía nos reserva otro disgusto: al regresar al cámping, y con la seguridad de quien conoce el terreno, me abro a la izquierda para entrar de frente en la parcela. Entonces suena un siniestro crujido: hemos tocado con una rama alta. Aunque hace ya muchos años de la experiencia del Geirangerfjord, no he olvidado la lección: pongo la marcha atrás y cuidadosamente deshago el camino que he hecho para nuestro mal. Cuando noto que ya me he desenganchado, bajo a comprobar los daños: la esquina superior izquierda de la auto ha rozado con el muñón de una rama camuflado entre las hojas. Por suerte, la carcasa no parece perforada, lo que no impide que mi último sentimiento antes de dormirme sea de disgusto: a este ritmo, vamos a llegar a Alice Springs con la autocaravana hecha trizas.

Distancia parcial: 315 km.

Distancia total: 1.340 km.


        Día 9                                                    Inicio                                        Día 11


sábado, 7 de diciembre de 2024

DÍA 9

Cuando salimos de Sidney hacia el sur, viendo lo que había, temí que toda la costa fuera un continuo urbano estilo mediterráneo. Por suerte Australia es enorme, y con tan poca población las localidades se espacian entre sí considerablemente. A juzgar por lo que se ve desde el satélite, intuyo que en toda esta zona la costa es chulísima, pero nosotros debemos continuar viaje.

Ponga un canguro en su vida

Esta mañana, lo primero que hago es darme una vuelta por el cámping en busca de canguros, y no me veo decepcionado. Vienen porque buscan las zonas de hierba, y como no les molestan mejor que mejor. Lo peor es que hay gente que se empeña darles de comer, y al ingerir alimentos tan ajenos a su dieta habitual, pues enferman. Una canguro con cría en el marsupio se me acerca lo bastante como para dar a entender que está acostumbrada a pedir comida. Tiene los ojos inflamados y llenos de legañas, lo que no es una prueba de mi hipótesis anterior, pero sí un sólido indicio.


Cerca de nuestra parcela hay un punto de vaciado, pero hay unas obras al lado con zanja incluida. Según el plano el cámping cuenta con otro, en la zona de los bungalows. Llevamos la auto hasta allí, y nos encontramos con otro problema: la arqueta la han construido tan elevada que las aguas grises no bajan por la manguera, así no nos queda otra que vaciar en tierra y originar un considerable charco. Nos largamos antes de que venga alguien a pedir explicaciones.

Volvemos a la sempiterna A1, y 15 kilómetros después nos desviamos por una pista de tierra hasta el párking del Pinnacles loop walking track. Hay dos miradores a lo largo de este sendero suavemente ondulado que son lugares ideales para ver los Pinnacles, formación geológica consistente en acantilados de arena blanca cubiertos por una capa de arcilla roja. Se originó hace 65 millones de años, durante el Terciario. La vista no puede ser más espectacular. Como estamos absolutamente solos, ahora sí que saco el dron con las baterías a tope y me desahogo.

The Pinnacles

¿Habéis visto? Ni una casa

     De vuelta a la auto nos encontramos con algo sorprendente: termiteros de más de un metro de altura. Ayer ya los vimos desde la carretera, pero es la primera vez que estoy tan cerca de uno. Me acerco a uno de ellos para examinarlo. En la superficie no se aprecia signo alguno de actividad, pero renuncio a seguir indagando no sea que la cosa acabe como una versión australiana de Cuando ruge la marabunta.

Termitero

10 kilómetros después, breve escala en el pueblo de Eden para reponer provisiones y gasoil. El súper cuenta con párking descubierto, pero para acceder a él hay que bajar una rampa, y nos da miedo de acabar en una ratonera, de modo que otra vez aparcamos en la calle. Como de costumbre, hay carteles indicadores de estacionamiento de pago, pero una mujer mayor que carga la compra en su coche me dice por señas que no les haga mucho caso. Después de la compra me toca ir a la licorería a por cerveza, algo a lo que, después de los veranos anteriores. ya estamos acostumbrados.

A partir de aquí la carretera se separa de la costa e iniciamos un trayecto de más de cien kilómetros solitario y lleno de curvas hasta Cann River. Los eucaliptos nos acompañan en todo momento. Resulta curioso, porque se supone que estamos en la zona más afectada por los grandes incendios de 2019, y prácticamente no hemos encontrado indicios de devastación por el fuego. Una de dos: o el bosque original se recupera muy rápido o es que este país es tan grande que la posibilidad de cruzar las zonas quemadas es remota.

Así las cosas, pasamos junto al cartel que anuncia la salida del estado de Nueva Gales del Sur y la entrada al de Victoria. De paso, la carretera mejora ostensiblemente.

Atravesamos Cann River y el río que le da nombre, buscando un área de descanso para comer. Solo que la sobredicha área en realidad es un cámping con todos los servicios.. pero sin nadie para cobrar. Pienso que tal vez esto se deba a encontrarnos en temporada baja. Pero un cartel desmiente mis suposiciones: la instalación pertenece al Ayuntamiento, es gratis todo el año, y a cambio te piden encarecidamente que la cuides, algo que, a juzgar por las evidencias, la gente hace. De nuevo la comparación con el lugar de donde venimos es dolorosa e hiriente.

Área de acampada libre en Cann River

Tras comer, descansar y rellenar agua seguimos camino. 130 kilómetros más y estamos en Lakes Entrance, una localidad que parece sacada de Florida, por lo turístico. Aquí se inicia una lengua de arena que corre paralela a la costa durante más de 80 kilómetros y que alberga un pequeño mar interior salpicado de islas, ideal para la navegación relajada, de ahí los puertos deportivos esparcidos por doquier. Por cierto, hace un rato que hemos cumplido los primeros 1.000 kilómetros de viaje.

Lakes Entrance

Lakes Entrance desde el aire

    Ya que nos vemos obligados a pernoctar en cámpings buscamos los mejor valorados, en este caso el Woodbine Tourist Park, ocupado por viviendas turísticas en un ochenta por ciento y solo una simbólica manzana destinada a caravanas y autocaravanas. Por las fechas en las que estamos, la mayoría de sus ocupantes son gente jubilada.

Queda apenas una hora de luz, así que salimos corriendo, que el atardecer promete. Para llegar a la costa tenemos que atravesar dos amplias calles, y nos sorprende la práctica inexistencia de semáforos o pasos de peatones (¿cómo narices cruza esta gente?) Luego franqueamos el canal mediante una larga pasarela peatonal y ya estamos en la barra. Al otro lado, en la puerta de un bar cerrado, un grupo de teenagers parece muy interesado en nosotros, como buscando intimidarnos, pero mostramos una actitud firme y nos dejan en paz.

Puesta de sol en Lakes Entrance

Tras asistir a un apabullante juego de luces y ocres, regresamos a la auto. Todavía de camino nos topamos con otro par de adolescentes. Como la acera no es muy ancha y no muestran intención alguna de apartarse, somos nosotros quienes tenemos que cederles el paso. En todas partes cuecen habas.

Distancia parcial: 269 km.

Distancia total: 1.025 km.


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