DÍA 16
Amanecer plácido junto al bonito lago. Mientras recogemos, me
percato de que una pareja mayor, sentada delante de su furgoneta, no
nos quita ojo. Sin embargo, cada vez que miro hacia ellos disimulan.
Cuando ya los has pillado tres o cuatro veces comienza a hartarte su
insistencia, y de este modo constatas que esto del cotilleo es un
vicio universal.
Amanece frente al lago Albert |
Bordeamos el lago Albert. Nuestra primera parada la tenemos a poco más de 13 kilómetros, y es el Pink Lake, diminuto si lo comparamos con su hermano mayor, pero mucho más interesante, pues se trata de un lago salado. Al parecer, no siempre se ve rosa, pues depende de una combinación de algas verdes, halobacterias y camarones. Cuando la salinidad del agua supera a la del mar y se da una subida suficiente de las temperaturas y condiciones óptimas de luz, las algas empiezan a acumular el pigmento rojo.
Aparcamos junto a la carretera, y me entretengo en grabar lo que aquí
llaman trenes de la carretera: consisten en una cabeza
tractora a la que se enganchan unos cuantos remolques. Aunque por lo
visto los hay más largos, pero los que nosotros vimos llevaban un
máximo de cuatro. Había leído relatos terroríficos sobre que
estos monstruos te obligaban a echarte al arcén, pero nosotros al
menos no nos vimos en ninguna situación tan comprometida.
Visitamos el lago, hostigados por el que va a ser nuestro compañero de viaje durante bastantes días, el viento, y seguimos camino. Mañana la cosa no pinta bien: hay aviso por fuertes rachas. En Islandia nos aconsejaron vivamente no circular si el viento alcanzaba los 15 metros/segundo... Y aquí mañana da 20. Habíamos pensado pasar un día en Adelaida, pero la inquietante posibilidad de vernos inmovilizados durante varias jornadas hace que decidamos estirar hoy el camino. De manera que 130 kilómetros después estamos entrando en el casco urbano de la quinta ciudad de Australia. La posibilidad de circunvalar es, como de costumbre, nula. Incluso nos salimos por error de la vía principal y acabamos callejeando un poco.
A la salida de Adelaida tenemos el hasta ahora único conflicto de tráfico de todo el viaje, si se puede llamar así. Como dije al principio, los conductores australianos son sumamente colaboradores y respetuosos, lo que no reza con el tipo que lleva una caravana enganchada a su todoterreno que se encontraba detenido en el arcén y que decide incorporarse a la vía estando nosotros prácticamente encima. Por fortuna esto es una autovía pero, como el nuestro no es el vehículo más rápido del mundo, en cuanto le adelanto me incorporo enseguida a la izquierda, lo que provoca una airada reacción del incívico. Como no me apetece pasarme el viaje espiando por el retrovisor, unos kilómetros más allá me detengo junto a una gasolinera. Increíblemente, al poco vemos entrar también al tipo. Por fortuna, estamos parapetados tras unos árboles, y no nos ve o finge no vernos.
Tras comer, seguimos subiendo hacia el norte paralelos a la costa, pero fuera de la vista del mar. El viento sigue dando guerra, lo que nos obliga a circular como máximo a 80 km/h.
A 230 kilómetros de Adelaida está Port Pirie, y habíamos pensado en pernoctar allí, pero mirando por Internet leo que Port Pirie alberga una de las fundiciones de plomo y multimetales más grandes del mundo. Que dicha industria funciona desde hace 130 años, lo cual ha generado una contaminación histórica por plomo en la comunidad. Que los bebés y los niños corren un riesgo especial, ya que la exposición al plomo se asocia a un menor coeficiente intelectual, escaso rendimiento académico y a una serie de problemas socioconductuales.
Así que pasamos de largo. 90 kilómetros más arriba se encuentra Port Augusta. Llamamos al Port Augusta Motorhome Park preguntando si tienes plazas para una camper. Responden que no. Sorprendidos, probamos entonces en el Shoreline Caravan Park, y la respuesta es afirmativa. Durante el último tramo de la tarde el viento ha amainado, y eso vuelve la conducción más placentera.
Para llegar al cámping, hemos de cruzar toda la localidad y una
especie de ría. De camino casi nos tragamos un coche que sale de una
gasolinera sin mirar.
Anochece en Port Augusta |
El chek-in es rápido, y la instalación en la parcela, también. Por contraste, el cambio de escenario no puede ser más drástico: si ayer estuvimos en el mejor cámping de todo el viaje, este es justo lo contrario: árido, sin una brizna de hierba y rodeado por una valla de tres metros coronada por doble alambre de espino. Un cartel avisa de la hora de cierre de una intimidante puerta automática más propia de recinto militar que de un centro de vacaciones. Es como haber salido de un país y haber entrado otro. Mañana averiguaremos por qué.
Distancia parcial: 461 km.
Distancia total: 2.879 km.
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