lunes, 27 de febrero de 2023

Día 9

 16 julio

La primeras visitas de hoy giran en torno al lago Mývatn, nombre que se traduce por la poca romántica denominación de lago de las moscas. De hecho los insectos suelen ser aquí tan atosigantes que la gente usa redecillas para la proteger la cara. Veníamos muertos de miedo porque se nos habían olvidado en casa. Pero, por un azar del destino, hoy nos dejan en paz.

Antes de movernos vamos al súper del pueblo, pequeño y caro incluso para los estándares islandeses. El aparcamiento está de lo más concurrido. Se ven muchos vehículos todoterreno aprovisionándose para adentrarse en las Tierras Altas. Dejo la auto en un hueco que encuentro y, cuando voy hacia la tienda, percibo que alguien me observa. Luego descubriré que se trata del dueño del establecimiento y que he estacionado justo donde almacenan el propano (y hay un cartel diminuto que prohíbe el aparcamiento). El tipo tiene una pinta de usurero que te caes, pero como se da cuenta de que voy a hacer gasto en su tienda pues no dice nada.

Skútustadir
Skútustadir

Después nos dirigimos hacia el sur siguiendo la orilla este del lago. Allí se encuentran los pseudocráteres de Skútustadir. Esa palabra, pseudocráter, no la había oído en mi vida. Ahora ya sé que se trata de un cráter fake, es decir, un relieve volcánico idéntico a un cráter volcánico pero con la diferencia de que nunca ha tenido una chimenea de lava, sino que se ha formado por explosiones de vapor al fluir a través del lodo. En la Tierra son raros. Sin embargo al parecer hay muchos... ¡en Marte!

La segunda visita, a pocos kilómetros de allí, es el cráter del Hverfjall. Se puede subir hasta el borde por una senda que asciende cerca de 100 metros. Una vez arriba, tienes el apabullante espectáculo de una abertura de un kilómetro de diámetro. Además, se divisa todo el paisaje del lago Mývatn y las llanuras circundantes, sin que falte el omnipresente monte Herðubreið. Es posible contornear el perímetro (3 km.), pero a estas alturas la tripulación se siente derrengada y manifiesta no estar por la labor. Como desahogo, cuando regreso abajo saco el dron y grabo unos vídeos.

Hverfjall


El lago Mývatn desde lo alto del Hverfjall

Comemos en el aparcamiento y después hacemos 20 kilómetros hasta Krafla, una zona volcánica muy activa situada, cómo no, en la junta de placas. Se han documentado aquí veintinueve erupciones, la última en 1984 (a simple vista se aprecian, negrísimas, las coladas recientes). En 1977 se construyó en las inmediaciones una planta geotérmica de 60 Mw (durante la perforación encontraron magma a solo dos kilómetros de profundidad). Las tuberías pasan sobre la carretera construyendo una especie de pórtico que, unido al paisaje, le da al sitio un aire de lo más surrealista. Visitamos el cráter Víti (infierno, en islandés) con sus aguas de un azul profundo. También allí cerca están los campos de Leirhnjúkur, pero desistimos porque hay que caminar un trecho largo. En lugar de eso, volvemos hacia Mývatn y paramos en Hverir, una de las mayores solfataras de Islandia. Con este término se designa una formación geológica resultado de varios fenómenos: fisuras por las que ascienden y surgen vapores de agua con gases sulfurosos a presión; depósitos de azufre, fumarolas y pozos de lodo hirviente. El vapor se forma, por lo general, a partir del agua que previamente se ha filtrado en el terreno y que, al llegar al magma,, se volatiliza y sale a superficie a alta presión cargado de gases, particularmente sulfurosos. De ahí viene el característico olor a huevos podridos que impregna el entorno.

Solfatara de Hverir
Solfatara de Hverir

Aprovechando que no hay carteles de prohibido, me alejo de la turbamulta y saco el dron. Aunque siento tentaciones de bajar, vuelo a unos 80 metros, para que nadie se siente acosado/vigilado/grabado. Aun así, las tomas son espectaculares, con una gama de colores ocres y turquesas que ni sospechas cuando miras a ras de suelo.


Estoy recogiendo mis bártulos cuando se acerca una chica, y me pregunta que si he hecho buenas fotos. Le respondo que sí. La zona tiene todas las papeletas de ser privada (hay un sistema de pago online que casi nadie usa, y se hallan en fase de instalar un pórtico con cámaras). De ahí a prohibir los vuelos de dron (o cobrar por ellos) va un paso. Dado que me hallaba en un lugar sin interés ninguno y que detecté un matiz de autoridad en la pregunta, sospecho que puede ser hija o empleada del propietario, así que me largo de allí a toda prisa.

Visto Hverir, para rematar el día ya solo nos queda la visita a los Mývatn Nature Baths, que son la versión nórdica de la Laguna Azul, que se encuentra al lado de la capital. Más baratos, eso sí, y menos masificados. En los vestuarios te exigen el lavado polaco, esto es, los pies, el culo y el sobaco. Luego sales a la heladora atmósfera y corres hacia el agua como un desesperado.

Mývatn Nature Baths
Mývatn Nature Baths

El agua la extraen hirviendo del subsuelo, la mezclan con fría y la distribuyen por las piscinas, de manera que, si buscas, puedes encontrar la zona donde la temperatura sea más de tu gusto.

La hora que pasamos aquí da para mucho, especialmente para observar a la gente cuando sale del agua: mientras conservan el calor en el cuerpo caminan muy tiesos, pero transcurridos unos metros emprenden una carrerilla nada digna hacia los vestuarios o la sauna. Los hombres, eso sí, tratan de mantener más el tipo que las mujeres.

Mývatn Nature Baths
Mývatn Nature Baths

No todo es divertido, sin embargo. Por ejemplo no comprendo el afán de algunos por beber alcohol en los baños termales (no lo he probado, a lo mejor es la leche). Tampoco la ausencia de educación de otros: estoy meditando en mis cosas cuando dos parejas, presumiblemente polacas, me rodean y hacen mesa camilla conmigo en el centro. La situación es tan incómoda que no me queda otra que largarme. Por cambiar de aires me meto en un pilón largo y estrecho donde la gente se acomoda como piojos en costura y donde debes tener cuidado de no dar una patada al de enfrente. Pero los 42 grados son demasiado para mi cuerpo, así que me salgo enseguida.

Sin embargo, el paisaje infinito, el horizonte inmenso y la matizada luz de la tarde (hay nubes, e incluso se ve llover a lo lejos) compensan los sinsabores.

Terminado el baño, regresamos al vestuario, a la auto, al cámping y a nuestros queridos romplones.

Kilómetros recorridos

Parcial: 72 km.

Total: 1.452 km.


    Día 8                                           Inicio                             Día 10

viernes, 24 de febrero de 2023

Día 8

 15 de julio

Amanece despejado cosa que, como ya sabemos, en Islandia es preciso celebrar por todo lo alto. Para la primera visita del día no hace falta ni arrancar el vehículo: el cañón Studlagil se encuentra aquí mismo, bajando las larguísimas escaleras que conducen a un mirador. Bien es cierto que las vistas desde esta orilla son peores que desde la opuesta, pero eso lo solucionaré con unos cuantos vuelos de dron (no llueve, no hace viento y no he visto cartel alguno de prohibición, condiciones todas sine qua non).

Studlagil Canyon
Studlagil Canyon

Hasta hace algunos años, este cañón y sus columnas de basalto eran invisibles, y ello era debido a que permanecían ocultas por las impetuosas aguas del río Jökulsá á Dal que, literalmente, partía el valle en dos. Hasta que construyeron una presa aguas arriba y desviaron buena parte del caudal a través de un túnel. De este modo, el descenso del nivel del agua dejó al descubierto este tesoro geológico.

A continuación abandonamos el cámping, desandamos la pista de tierra y volvemos a la Rjúkandafoss, que ayer me quedé con ganas de echarle unos vuelos. Como lo más interesante de las cascadas es sacarlas desde arriba, como si te fueras a caer, asciendo y asciendo hasta que dos gaviotas probablemente con el nido cerca se aproximan a investigar. Son tan grandes comparadas con el dron que con un simple toque de ala me lo mandarían a freír espárragos. Por fortuna es solo curiosidad, de modo que tras un par de vueltas se van por donde vinieron.

Continuamos por la sempiterna Nacional 1, atravesando el desierto de lava de Ódáðahraun, que no sabe uno si le recuerda a Tenerife o a Nepal. No se ven muchos indicadores de población por esta zona, y los que hay -Möðrudalur- parecen sacados de El Señor de los Anillos. A lo lejos se divisa el monte Herðubreið con sus 1.682 metros. Pertenece este a un tipo de volcán subglacial denominado tuya, cuya cima plana se forma cuando la erupción se produce bajo una gruesa capa de hielo.

Ódáðahraun
El habitual puente de un solo carril
Monte Herðubreið

128 kilómetros después de Stuðlagil llegamos al aparcamiento oeste de la Dettifoss. Al parecer también hay acceso por la otra orilla, pero no apto para nuestro vehículo. Comemos en el aparcamiento, sorprendentemente no muy lleno, y caminamos hacia la cascada cruzando un paisaje absolutamente rocoso y sin una brizna de vegetación. La nube de agua pulverizada es visible desde un kilómetro de distancia, y el estruendo también se hace notar. No es para menos: las aguas se precipitan en el cañón Jökulsárgljúfuren en una caída de 44 metros formando arcoiris. Mide 100 metros de ancho, y está considerada la cascada más potente de Europa, con unos caudales medio y máximo registrado de 200 y 500 m³ por segundo. Como estos últimos días ha llovido bastante, sus aguas llevan un color terroso. No sé si es que a estas alturas está uno un poco saturado y empieza a padecer cascaditis en versión islandesa, el caso es que pese a sus mastodónticas dimensiones y al brutal volumen de agua me impresiona menos que la Gullfoss, que vimos al principio del viaje.

Dettifoss
Dettifoss
Dettifoss
Dettifoss


Aguas abajo se encuentra la Hafragilsfoss, y aguas arriba la Selfoss (no confundir con el pueblo homónimo situado en el sur de Islandia). Como todo no se puede ver, nos decantamos por la última. Tiene una curiosa forma de herradura. Como el nivel de agua es considerablemente alto, la corriente se desborda por los laterales dando lugar a cascadas secundarias al estilo de otras grandes cataratas del mundo.

Selfoss 

Regresamos a un aparcamiento ya casi vacío. Hay carteles que lo prohíben expresamente, pero estaría bien quedarse a dormir en medio de toda esta desolación en vez de vernos obligados, como si fuéramos niños pequeños, a enchiquerarnos en un camping. El lugar agraciado es Reykjahlíð, junto al lago Mývatn donde, por el módico precio de 32 euros la noche, tendremos la ocasión de disputar por un metro más de tierra o deleitarnos con del delicado sonido de los romplones.

Llegamos a al cruce de la 862 y toca girar hacia el sur. Miro con pena las señales que indican en el sentido opuesto -Garðhur, Skinnastaðir-, porque lo que en realidad me gustaría es acompañar a este poderoso río hasta su desembocadura en el mar de Groenlandia. Como me ha ocurrido en otros viajes, experimento la nostalgia de sitios que no he conocido.

Kilómetros recorridos

Parcial: 189 km.

Total: 1.380 km.


Día 7                                       Inicio                                  Día 9

martes, 21 de febrero de 2023

Día 7

 14 de julio

Echamos a andar por nuestra querida nacional 1, con pena de no divisar ya más las lenguas glaciares del Vatnajökull. Una paradita en el faro de Hvalnes para contemplar la barra de arena negra de 10 kilómetros que ha convertido la bahía en laguna. Como tantos lugares de la costa, desde la distancia se aprecia que aquello es un hervidero de aves. Los que más nos llaman la atención son los cisnes.

Vista desde el faro de Hvalnes
Vista desde el faro de Hvalnes

Como siempre que alguien te mira insistentemente acabas volviéndote en su dirección, aunque no seas consciente de ello, me giro y veo a un tipo que al saberse descubierto gira la cara y se marcha. Tengo mis dudas porque el cortavientos es de otro color, pero el pelo blanco y el pedazo teleobjetivo lo delatan. Uno está acostumbrado a estas coincidencias, y tiene además claro que el odio une más que el amor. Se ha bajado de un utilitario de alquiler blanco, lo que me sorprende porque, vistas las ínfulas suyas y de la mujer, esperaba al menos un Ferrari o un Maserati. Las probabilidades de encontrarse de nuevo no eran muchas, y sin embargo ahí está. Se me ocurre que menos mal que viajamos en autocaravana, porque si llegamos a coincidir anoche en alguna casa de huéspedes de la zona, ¡menuda juerga! Para evitar profundizar en el conflicto, damos un rodeo al faro, y, para cuando regresamos al aparcamiento, el cochecito de marras se ha esfumado.

Faro de Hvalnes
Como su mismo nombre indica

El trazado de la costa se vuelve sinuoso, y hasta nuestra siguiente parada, Djúpivogur, transcurren 53 kilómetros. Paramos a la entrada en un establecimiento que es a la vez gasolinera, supermercado, tienda de licores y oficina de correos. La última vez que repostamos hubo que entrar y pedirle al gasolinero que desbloqueara el surtidor. Pero aquí parece que funciona otro sistema: me venden una tarjeta de prepago de 10.000 coronas, que la autocaravana se bebe como si fuera aguachirri.

Según wikipedia, Djúpivogur no pasa de 350 habitantes. Eso entra de lo habitual para la zona. Después me enteraré de que, a mediados del siglo XIX, una inusual ola de frío mantuvo el puerto congelado durante diez años, lo que produjo la emigración de varios miles de personas, fundamentalmente a Estados Unidos. Está claro que no regresó nadie.

Salimos del pueblo bordeando el Berufjörður mientras empieza a llover. Nuestro próximo destino es Egilsstaðir, y para llegar allí hay tres itinerarios posibles: por la nacional 1, que son 152 kilómetros; por la 95, que son 142 (aunque con tramos de grava), y por último 85 kilómetros por la 939, también de grava solo que peor (nótese que a medida que aumentan los dígitos también lo hace la cochambrez de la vía). La categoría peor, solo accesible para todoterrenos, es la marcada con la letra F, que supongo vendrá a significar que, si te metes por ella, fuck you.

Subiendo hacia la Folaldafoss, con el Berufjörður  al fondo

Tenemos nuestras dudas sobre cuál elegir, pero como queremos ir a ver la Folaldafoss, que está a un par de kilómetros por la 939, pues probamos. El hecho de que se aventure un autobús delante de nosotros nos anima.

Folaldafoss

Estacionamos en el parking, visitamos la cascada (con chaparrón de por medio) y comemos. Durante un rato observo la pista de marras. Suben y bajan todoterrenos, pero también turismos y alguna camper grande. Se me ocurre que nosotros también podríamos intentarlo. Al principio todo va bien, pero de repente me encuentro una rampa más pronunciada de lo que me esperaba. Como en segunda no sube, meto primera, y aún así le cuesta. Para más inri, el firme es de lo que llaman chapa ondulada y hace que nos vibren hasta los empastes. La persistente lluvia tampoco ayuda. En el salpicadero se enciende un testigo que no había visto hasta ahora pero su significado es inequívoco: el vehículo está derrapando. Vale, gracias, no me había dado cuenta.

Existen momentos en los que, una vez metido en harina, solo queda la opción de seguir, y eso hago. Lentamente salimos del tramo malo y la situación se normaliza, pero todavía con el susto en el cuerpo. Vienen después otras rampas, pero ninguna tan criminal como la primera. Cuando hagamos recuento de daños descubriremos que la balda de debajo del fregadero ha cedido al perder sus soportes. Como no nos ofrece garantías, la dejaremos así hasta el final de viaje.

Carretera 939, la subida maldita

Cresteamos ahora por un paisaje desolado, con algunos neveros. La lluvia decide por fin marcharse. 20 kilómetros después de la cascada llegamos a un cruce donde enlazamos con la carretera 95, pero todavía seguiremos por grava durante 7 kilómetros más. Cuando por fin llegamos al asfalto, desaparecen las vibraciones y el silencio es tal que parece que nos hubiéramos quedado sordos.

Ahora parece que el mundo se acelera y llegamos a Egilsstaðir en un periquete. Este pueblo fue fundado en 1947, cuenta con 2.300 habitantes y, como no podía ser menos, dispone de aeropuerto (ya hemos visto que aquí, como en Noruega, nadie transporta mercancías por tierra, todo se mueve en avión). Como necesitamos provisiones, paramos en un Bónus y me doy prisa, pues cierran a las seis y media. Al bajarme descubro que llevamos toda la carrocería cubierta de barro. Ya sé que donde el alquiler nos dijeron que no hacía falta que la laváramos por fuera, pero...

De camino al súper paso por la puerta del Vínbúðin (literalmente, tienda de vino). Hace un par de días que hemos descubierto que son las únicas tiendas donde se vende alcohol (la cerveza de los súper, con un 2,5 por ciento, no cuentan). Me apetecería comprar algo más contundente, pero cuando termino la compra, ya han cerrado. Y es que la preocupación por el alcoholismo en Islandia resulta evidente y los horarios son, en consecuencia, draconianos: esta tienda en concreto de lunes a jueves abre de 11 a 18. Los viernes se extiende generosamente hasta las 19. Lo sábados, por contra, cierran a las 16, y los domingos ni siquiera abren. Durante el rato que permanecimos estacionados a la puerta observamos un trasiego continuo de clientes (todo hombres, todos solos, en su mayoría entre los treinta y los cuarenta) que entraban y al poco salían con su maletita de cervezas. También vimos la cara de frustración absoluta del que llegó a las 18:05 y se detuvo ante la puerta automática esperando en vano, como la roca de Alí-Babá que se abriera. En fin, no es Ley Seca pero se le parece bastante.

Rjúkandafoss

Habíamos pensado en dormir aquí, pero nos parece tan temprano que decidimos alargarnos hasta el Studlagil Canyon (después de la hazaña de la pista de tierra, 72 kilómetros extra nos parecen pocos). Por el camino paramos en la Rjúkandafoss, una cascada que, pese a no traerla reseñada, nos seduce por su caída de 139 metros repartida en varios niveles.

Llegamos al cruce del cañón y todavía nos toca recorrer 17 kilómetros de pista, aunque por fortuna menos azarosa que la de esta mañana. Finalmente llegamos al cámping que es como la mayoría de los de Islandia, una pradera abierta con un bloque de servicios. Hay muy poca gente. Llega el chaval que cobra. A cenar y buenas noches.

Bueno, lo de noche es un decir.

Kilómetros recorridos

Parcial: 229 km.

Total: 1.191 km.


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sábado, 18 de febrero de 2023

Día 6

 13 de julio

Nos levantamos ligerito, que hemos quedado a las 11:20 con los chicos de Ice Lagoon, y desde aquí a Jökulsárlón son 57 kilómetros. Vamos rodeando la parte más meridional del Vatnajökull y sus numerosas lenguas glaciares. Un poco antes de llegar hay otra laguna llamada Fjallsárlón, donde se ve el frente glaciar más cerca, pero falta el tiempo. Al llegara nuestro destino descubrimos que hay bastante gente, y nos cuesta encontrar aparcamiento para nuestros 7,4 metros. Luego localizamos el camión-local de la empresa, donde tras identificarnos nos embuten en unos trajes térmicos tan abultados que parecemos muñecos Michelín. Me ayuda una chica que después resultará ser nuestra guía de la excursión. Se dirige a mí en español y le comento, sorprendido, que lo habla muy bien pero no agradece el cumplido, tengo la sensación de que sospecha en mí intenciones ligoteras, de modo que me pongo en modo aséptico. Más tarde, cuando compruebe que formo parte de una feliz familia, volverá a relajarse y ya podremos intercambiar comentarios libremente. Por cierto que Inari se hace amigo suyo y al final de la excursión incluso se sacan una foto juntos.

El camión 4x4
Embarcando
En marcha

Jökulsárlón es una laguna de 7 kilómetros de longitud en la que desemboca el glaciar Breiðamerkurjökull, a su vez una lengua del Vatnajökull, el segundo mayor glaciar del planeta y que ocupa la décima parte de la superficie de Islandia. Apareció por primera vez en 1934-1935, y en 1975 pasó de 7,9 km² a los actuales 18 km², debido a la fusión acelerada de los glaciares. Tiene una profundidad máxima de unos 200 metros, lo que lo convierte probablemente en el segundo lago más profundo de Islandia.




La gente aquí suele montarse en barcos anfibios para darse una vuelta de treinta minutos, pero a nosotros nos apetece un poco más de acción y hemos reservado plaza en una zodiac que nos lleva hasta el mismísimo frente del glaciar. Vamos con un grupo de franceses y con Tamara, que así se llama nuestra guía-piloto. De padre serbio, madre húngara y nacida en Austria habla, como era de esperar, un montón de idiomas. Disfruta de la excursión casi más que nosotros y ello, unido al día magnífico que ha salido, convierte la experiencia en algo inigualable, aunque yo sufro estrés tecnológico: como me he traído el móvil, la Nikon, y la Insta360 (una cámara de acción que compré pocos días antes del viaje), no doy abasto a sacar fotos y grabar vídeos. Por fortuna para mí los franceses, con esa cicatería tan propia del turista, se han posesionado íntegramente de la proa y dispongo en la parte de atrás de todo el espacio del mundo para manejar mis cachivaches.



Al regresar, y tras desembutirnos de nuestros mega-trajes, decidimos comer en un puesto ambulante de Fish & Chips. Y aquí tenemos el incidente con turistas más desagradable de todo el viaje: mientras hacemos cola, esperando que sirvan nuestro pedido, aparece una pareja de mediana edad. Con esta especial intuición que te dan los años percibo algo en ellos que no me gusta, especialmente el tipo, que carga con una réflex y un teleobjetivo enorme y mira a su alrededor con desagrado, como deseando que nos desintegráramos todos. Bego e Inari se han ido a sentar en una de las mesas de madera de las que dispone el chiringuito. Cuando me vuelvo a mirar no doy crédito: la mujer se ha sentado a la misma mesa. Una mirada que intercambio con Bego me basta para comprender que lo ha hecho sin pedir permiso. La indignación me puede, y como la tipa me mantiene la mirada con insolencia infinita, la insulto gravemente moviendo apenas los labios. Nos encontramos a bastantes metros el uno del otro pero el idioma de la injuria debe de ser universal porque, cuando por fin recojo la comida, constato que el tío nos ha okupado también la mesa y ambos me miran ofendidísmos. Personalmente, me hace muchísima gracia esta gente que va por la vida buscando conflicto, y cuando lo encuentra son ellos los agraviados. Para no tenerla, nos mudamos a la mesa de al lado, que ha quedado libre, y tengo buen cuidado de darles la espalda, no sea que entre chip y chip no lo soporte más y le acabe metiendo al subnormal el teleobjetivo por el culo.


Terminada la comida, que no me ha sentado tan bien como quisiera, nos vamos hasta la orilla y a admirar la infinidad de icebergs que se agolpa en la laguna. Tenemos, eso sí, cuidado de irnos en dirección contraria a nuestros camaradas. Hace años vi una foto que me impactó muchísimo: era un grupo de autocaravanas aparcadas junto a un lago (a mí me pareció el mar) en el que flotaban icebergs. Fue un flechazo idéntico al que me sucedió con la imagen del palacio de Ishak Pachá en Dogubeyazit, cerca de la frontera turco-iraní: lo ves y algo muy poderoso te dice por dentro: tengo que llegar hasta ahí.

Y aquí estamos.

Puente de la N1 sobre el canal 

Paseamos ahora junto al canal de los témpanos, donde la corriente arrastra los icebergs hasta el mar. Una vez allí, el oleaje los empuja y forma lo que llaman la Diamond Beach. El escenario es tan surrealista, y el contraste entre la arena negra y el hielo tan radical que nos sentimos hechizados, incapaces de marcharnos.

Diamond Beach
Diamond Beach
Diamond Beach
Diamond Beach

Pero al final acabamos por irnos. Remontamos otra vez. La marea ha cambiado de signo y algunos témpanos regresan hacia la laguna. Un grupo de gaviotas que descansaba sobre una de las masas de hielo asisten, impávidas, la inversión de la marcha. Se asemejan a un grupo de viajeros a pique de protestar porque el autobús ha decidido deshacer la ruta. De repente su iceberg choca con otro, está a punto de voltearse y huyen todas, volando despavoridas.

También  se ven focas pescando en el canal.

El paseo nos ha abierto el apetito, así que en otro kiosko nos compramos unos crepes. Otro vistazo al hielo de la laguna y nos marchamos con la convicción, alegre y triste, de que acabamos de visitar lo más hermoso de Islandia.


Arrancamos y seguimos por la Ring Road durante 63 kilómetros. Entonces nos desviamos a la izquierda en dirección a Hoffel. Me he descargado una aplicación donde vienen los baños termales de toda la isla, y aquí hay unos al aire libre que tienen buena pinta. El precio, en cambio, no es tan apetecible: 2.000 coronas (14,5 euros) por persona, niños gratis. Según reseñas de Google de hace menos de un mes el precio era la mitad, se ve que han decidido actualizarse de forma drástica.

El sitio en cuestión se compone de una serie de piscinas redondas de unos 70 centímetros de profundidad. Las hay (como veremos por todo Islandia) de dos temperaturas: 39 y 42 grados, uno arriba o abajo. En la primeras se aguanta bastante bien. En las segundas no. Resulta divertido ver a la gente bajarse abrigada de los vehículos y cambiarse en un vestuario. Nosotros, que traemos la casa a cuestas, salimos ya pertrechados de bañador y toalla, un poco a la carrera porque la temperatura no está para bromas: la lengua glaciar del Hoffellsfjöll la tenemos a apenas cinco kilómetros.

En algún sitio leí que las termas en Islandia eran el equivalente al bar de la esquina, y aquí la similitud se cumple a rajatabla: un grupo de treinteañeros se baña, charla animadamente y bebe packs enteros de latas de cerveza (sobre el alcohol en Islandia hablaré más adelante). Por fortuna son comedidos y la juerga no pasa a mayores, aunque uno de ellos se anima y se cambia de piscina a departir animadamente con una familia de turistas.

Camino de Stafafell 

Terminado el baño en esta tarde inacabable, recorremos en soledad absoluta los 43 kilómetros que quedan hasta Stafafell (no confundir con Skaftafell, donde dormimos ayer ), un cámping en mitad de la nada porque en esta zona los pueblos, al más puro estilo neozelandés, son una simple suma de granjas. La recepcionista es una chica jovencísima con pinta de elfa. Como suele suceder en estas latitudes, a las doce de la noche hay una familia montando una tienda y, antes de que desayunemos, ya han recogido y se han marchado. Madre santa, qué energía.

Kilómetros recorridos

Parcial: 167 km.

Total: 962 km.

Día 5                                          Inicio                                      Día 7

Día 5

 12 de julio

En contra de lo esperado, la noche ha sido meteorológicamente tranquila. Claro que el pueblo se halla en un lugar mucho más abrigado que las desoladas llanuras de ayer. Está dejando de llover, y eso nos anima a volver a Reynisfjiara. En línea recta la distancia desde Vík son apenas tres kilómetros, pero por carretera hasta el párking de ayer hay 12. En consonancia con la mejoría del tiempo, la playa se ha llenado de gente. Si vas a la derecha tienes la extensa lengua de arena negra que cierra una laguna. Me gustaría pasearla, pero como tiempo es escaso nos vamos hacia la izquierda, donde están las formaciones de basalto, las cuevas y unos enormes promontorios rocosos metidos en el mar que de nuevo parecen sacados de otro planeta (aquí se rodaron escenas de 'Star Trek: en la oscuridad', estrenada en 2013). Aunque hasta el final llega bastante menos gente, no falta el turista garrapata que, con todo el espacio que hay, se te pone al lado. O que cruza ante tus narices cuando estás mirando con los prismáticos. O que persigue a un frailecillo intentando hacerse una foto con él, como si fuese una mascota de zoo.


Reynisfjiara



Reynisfjiara

Pese a ello, saco el dron. No estamos en parque nacional ni he visto carteles de prohibido. Sin embargo, sopla un vientecillo que desasosiega: apenas tengo experiencia en volar sobre el mar, y me da miedo de que una ráfaga me lo voltee y adiós muy buenas. Tampoco tengo claro cómo reaccionarán las gaviotas que anidan en las agujas de piedra. Las condiciones de luz, por otro lado, son imposibles: hay una claridad borrosa debido a la neblina, y el contraste entre la espuma del mar y la playa de arena negra es tan bestial que dudo de que salga algún plano en condiciones. Cuando vuelva a casa me las veré y me las desearé con el programa de edición de vídeo para que las imágenes queden aprovechables.



A la entrada de la playa advierten seriamente de que tengas mucho cuidado con el oleaje, que esto no es Torremolinos (eso lo digo yo) y de vez en cuando el mar se traga a alguien. De hecho, acabo siendo uno de los afectados, y eso que me encuentro a por los menos cincuenta metros de los rompientes cuando, súbitamente, una ola se me echa encima. Trato de retroceder, pero es demasiado tarde y el agua me llega casi a las rodillas. Oigo alguna risita guiri. Que no os pase a vosotros, simpáticos.

Reynisfjiara
Reynisfjiara

Vuelvo a la auto a cambiarme y a restañar mi orgullo herido. Después aprovechamos para regresar a Vík. Toca ir al súper, pero antes tenemos el doble problema irresuelto del AdBlue y del propano. Por fortuna en la gasolinera disponen de ambos. Compramos una garrafa de diez litros del primero, y del segundo una bombona. Acostumbrado a las españolas color naranja, que son de hierro del de fabricar tanques, estas apenas pesan, incluso llenas: examino atentamente el envase, que parece fabricado de plástico o fibra de vidrio. Mi asombro es mayúsculo: ¿cómo puede aguantar un componente tan liviano semejante presión? Ahora bien, para los butaneros debe de ser una maravilla transportarlas. Sin embargo, mi asombro es aún mayor al ver la minuta: 95 euros entre el propano y el aditivo. Como pierdo el ticket, no sabré nunca cuál de los dos fue el responsable del sablazo.

Junto al súper hay una tienda de ropa y calzado de montaña sorprendentemente bien surtida. Me compro una camiseta y una gorra de Islandia. Lo de la gorra no es postureo: resulta que la capucha de mi cortavientos se me viene a la cara, y no veo nada. He observado que existen dos tipos de capucha: las que traen la visera incorporada y las que no. Y quienes carecen de ella la suplen con una gorra, y eso mismo voy a hacer yo a partir de ahora, porque es desesperante que te cubras cuando llueve y no veas más que la puntera de tus botas.

A la salida de Vík atravesamos unos extraños campos alfombrados de vegetación. Y digo extraños porque por ellos pululan multitud de insectos de considerable tamaño que nos dejan el parabrisas hecho unos zorros. Luego viene una recta inacabable donde el viento nos zurra de lo lindo por el costado izquierdo. Aquí las carreteras suelen construirse sobre una plataforma elevada al menos un par de metros sobre el terreno circundante, y ello contribuye al efecto fuelle. Si a ello le sumamos que lo irregular del asfalto nos hace ir dando tumbos, tenemos el paquete completo. A duras penas -y con gran riesgo- alcanzo los 80 por hora, así que cuando formo una cola muy larga busco un sitio donde pararme y dejo pasar. En una de estas nos adelantan dos coches de policía y una ambulancia. Algo más adelante nos encontramos con un vehículo de los bomberos atravesado en la carretera. Nos desvían por un camino de cabras que sirve de acceso a granjas. En la distancia vemos el accidente, nos parece distinguir dos vehículos fuera de la carretera.

Foss a Sidu

Es hora de comer y paramos en el parking de Dverghamrar. Al elegir este sitio pensé que sería una buena idea, pero como se encuentra en un pequeño collado, el viento aquí arrea todavía más. Cometemos además el error de estacionar de espaldas a donde sopla: al ser la trasera cuadrada, el aire nos menea con saña.

Dverghamrar. Cuesta creer que esas piedras no sean construcciones de origen humano

Tras la ajetreada comida no nos resistimos a una a la fuerza breve visita. Dverghamrar significa “acantilado de los enanos”, y son formaciones de basalto hexagonal que semejan algún tipo de extraña construcción. A poco más de 700 metros distinguimos la bella cascada de Foss a Sidu, y se distingue perfectamente cómo las rachas más fuertes contrarrestando la gravedad, elevan el agua e impiden que llegue al suelo.

Seguimos camino y por fortuna el viento amaina. Cuando llegamos al cámping de Skaftafell parece que no hubiera roto un plato, y eso nos anima a salir a caminar. Hay dos sitios que nos gustaría ver: la Svartifoss y el Skaftafellsjökull. Como son las seis de la tarde, es preciso elegir uno y nos decantamos por la cascada. El sendero es amplio y bien acondicionado, y subiendo pasamos hasta calor. Hasta la cascada son 2 kilómetros de distancia y 160 metros de desnivel. Como ya la tenemos muy vista en fotos, no es ningún descubrimiento. De todos modos impresiona el aspecto de órgano de iglesia que le confieren las columnas basálticas.

Svartifoss

Svartifoss
Svartifoss

Desde aquí deberíamos regresar al cámping, pero hemos visto que por la zona hay señalizada una red de senderos, y que uno de ellos podría llevarnos hasta un mirador del glaciar. Decidimos intentarlo. Desde la Svartifoss hasta el mirador son 3 kilómetros de distancia y otros 150 metros de subida; el problema es que, como no contábamos con realizar este tramo, casi enseguida nos quedamos sin agua. El que vaya cayendo la tarde (aunque nunca se haga de noche) y el no cruzarnos con nadie también impresiona. Cuando llegamos al mirador la sensación es parecida al vértigo: la lengua glaciar mide 2 kilómetros de ancho y 10 kilómetros de largo antes de desaparecer en las alturas del Vatnajökull, el segundo glaciar más grande del planeta, que además ocupa la décima parte de la superficie de Islandia. Me quedaría aquí embobado horas, pero tenemos otros tres kilómetros y medio hasta el camping. Son de bajada, pero el camino se encuentra en pésimo estado y se nos antoja inacabable. La falta de agua y comida más que por nosotros me preocupa por nuestro hijo, pero a sus once años se porta como un valiente y no le oigo ni una queja. Voy siguiendo la ruta por el móvil: aunque la orientación parece fácil, no quiero ni pensar en lo que ocurriría si nos perdemos.

Camino del Skaftafellsjökull
Camino del Skaftafellsjökull
Skaftafellsjökull
Skaftafellsjökull

Cuando por fin llegamos a la auto son las diez de la noche, doce hora española: han sido algo más de 8 kilómetros y casi 400 metros de desnivel acumulado. Antes de ponernos a cenar nos bebemos una botella de refresco de dos litros. Y es que solo hace falta pasarlas un poco canutas para valorar el cobijo, la bebida y una buena cena.

El regreso
El Skaftafellsjökull, un poco más abajo
El desaguadero
Kilómetros recorridos

Parcial: 165

Total: 795


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