viernes, 30 de septiembre de 2016

Haere mai. Un viaje a Nueva Zelanda 16)

6 de agosto
Temperatura al amanecer: 2º C
Seguimos sin cobertura de móvil, así que no he podido enterarme del horario de las mareas. Y necesitamos saberlo, porque vamos hacia Punakaiki a ver los blowholes que solo funcionan con la pleamar. Al rato de salir paramos en una playa donde sí tenemos rayitas en el móvil, y la noticia es excelente: la marea alta será a las doce y media, por lo que tenemos dos horas. Parece mucho tiempo, pero a partir de Greymouth la SH 6, pegadísima a la costa, despliega su amplio arsenal de curvas y ofrece un impresionante espectáculo de rocas y mar bravío que nos tiene fascinados, por lo que las paradas son continuas. Sopla un fuerte viento desde la costa que despeina las olas. El sol luce también con fuerza y vuelve el espectáculo aún más imponente.
Entre Hokitika y Rapahoe discurre una línea de ferrocarril de aproximadamente 50 kilómetros, imagino que de uso exclusivo para mercancías y tal vez para el transporte del carbón. Como era de esperar, va muy cerca de la carretera. Lo que no te esperas, porque no lo has visto jamás de los jamases, es que en un par de sitios el paso a nivel se sitúe en plena rotonda, partiéndola por la mitad cual si se tratara de una sandía. Como si no fuese ya bastante difícil encarar este tipo de intersecciones con vehículos llegando por la derecha. Pero el no va más lo tenemos en el Taramakau River, el cual cruzas por un puente de 250 metros de un solo carril... ¡compartido con el tren! Me pregunto cómo serán los tests de conducir en esta zona: Si usted está atravesando el puente del Taramakau y de frente viene un tren...

Lago Mahinapua por la mañana
Postes-hucha como estos los hay por toda Nueva Zelanda
Cambiando aguas. Al lado de una depuradora, fauna salvaje
Mar de Tasmania


Taramakau River: carretera y vía de tren ¡por el mismo puente!
Escarpada costa
Ciervos
Llegamos a Punakaiki a las doce. El lugar está muy bien señalizado, como casi siempre por aquí, y es gratis. De inmediato nos llaman la atención las curiosas formaciones rocosas, semejantes a tortitas apiladas (al parecer, Punakaiki es deformación local de pancake). Vamos por unas pasarelas de madera hasta la primera furna. Se encuentra a muchos metros sobre el nivel del mar, parece mentira que por ahí puedan salir los chorros de agua y aire. Pero lo hacen, y con rugido de animal prehistórico. A continuación hay otra más amplia, y a través de ella restallan las salpicaduras con espectáculo de géiser. Por último tenemos una inmensa piscina abierta por dos de sus lados, y allí el mar penetra con inesperada furia.

El viento despeina las olas
Torturado relieve
Estampida de la ola
Hermosa y desolada costa
Entre pancakes
Comemos 1 kilómetro más allá, en el diminuto casco urbano y al lado de los rompientes. Si ayer fue el día de los bosques, hoy lo va a ser del mar, las olas y la luz. Fuera hace fresco, pero en nuestra acristalada auto se está bien calentito. Proseguimos camino siguiendo la costa hasta Westport. Esta localidad, con sus cuatro mil habitantes, es la más poblada de toda la Costa Oeste. Entramos con el propósito de examinar el sitio de pernocta, que está al lado de la playa y muy bien recomendado, pero cuando llegamos algo no cuadra: hay una laguna desbordada, el camino se halla inundado y un montón de mindundis pasan con sus motos y todoterrenos a gran velocidad, levantando cortinas de agua. Nos marchamos.

Oleaje a la hora de comer
Oleaje a la hora de comer
From my window
Nuestro destino esta tarde es la localidad de Héctor, donde queremos recorrer la Charming Creek Walkway, una vía de tren abandonada. La idea inicial era regresar luego a Westport a hacer la compra y dormir, pero habrá que  cambiar de planes.
La ruta en cuestión tiene una duración de seis horas entre ir y volver; nosotros pretendemos recorrer aproximadamente una tercera parte. Comienza junto a una central de carbón y remonta el potente Ngakawau River, que es como un torrente de montaña pero cien veces más grande. Agua verde, profundas pozas con remolinos, dimensiones ciclópeas. Nada más comenzar vemos carteles advirtiendo de que por la zona han diseminado el famoso tóxico 1080. Esto de ver al Departamento de Conservación esparciendo veneno es algo que llama la atención, y supongo que indica hasta qué punto se ha vuelto desesperada la lucha contra los predadores introducidos por el hombre que aniquilan la fauna local. Los malos de la película en este caso son la rata, el armiño, el possum y, en menor medida, los gatos.

Palmera en la antigua ruta ferroviaria
El primer tramo de la ruta es llano, y en algunos tramos se distinguen las traviesas y los raíles. La ruta en realidad es túnel, pues la exuberante espesura nos rodea a ambos lados y por arriba. Encuentro (y me llevo) algunos trozos de carbón mineral, lo que me parece asombroso teniendo en cuenta el tiempo que lleva abandonada. Cruzamos algunos túneles de los de verdad. Cuando el terreno se vuelve más escarpado toca pasar por encima de desprendimientos con el consabido cartel de Rock fall zone. No stopping. En estos sitios vamos muy pegados a la parte interior del camino, con cuidado de que Inari no dé un paso en falso, porque la caída termina en las aguas turbulentas.

En el puente colgante
Mangatini Falls
Llevamos una hora caminando cuando llegamos a Mangatini Falls, y entonces comprendemos que el paseo ha valido la pena, porque es un pedazo de cascada. Aquí la antigua vía abandona el Ngakawau y sigue por el Charming Creek. Habíamos pensado en dar aquí la vuelta, pero a solo quince minutos más allá está Watson’s Mill, de modo que continuamos atravesando un túnel bastante largo (aquí sí que hacen falta las linternas). Al final resulta que el molino no es tal molino, sino un aserradero del que solo quedan los restos oxidados de la máquina de vapor que movía la maquinaria. Paramos a descansar en un cobertizo donde hay paneles con información escrita y algunas fotos. La verdad es que cuesta reconocer el sitio en las antiguas y borrosas fotos, tan deforestado en su día y en la actualidad cubierto por una vegetación cuasi selvática. La naturaleza reclama lo suyo: prácticamente todo rastro humano ha desaparecido, y por ello pienso en lo durísima que tuvo que ser la vida aquí para quienes trabajaron aquí.

Luz al final del túnel
Mientras merendamos, se nos acerca un pájaro pidiendo comida. Evidentemente, no es la primera vez que lo hace, y además está más habituado a acercarse a la gente que en otros lugares. Luego lo reconoceremos en fotos: es un toutouwai. El pajarito, curiosamente, conoce el inglés, porque si le dices ¡Hola! no se inmuta, pero ante un Hello! se acerca unos cuantos pasos más. No tenemos otra cosa que chocolate, y se lleva dos o tres trozos. Confío en que no le salgan caries.

El toutouwai 
El sitio tiene algo de mágico, y nos gustaría quedarnos un buen rato más, pero la luz decrece rápidamente y nos gustaría pasar por las zonas de desprendimientos con algo de claridad. Para cuando llegamos a la auto hace rato que es de noche.
Llegados al dulce hogar, se impone la cuestión de dónde dormir. Descartado Wesport, tenemos tres posibilidades: a) Quedarnos aquí. b) Un lugar de pernocta que vimos al subir, a 1,5 kilómetros por un desvío desde Waimangaroa y que a un autocaravanista le pareció de película de terror. c) Si consideramos los cámpings de pago, tenemos el aparcamiento de una taberna y la Gentle Annie, 17 kilómetros al Norte. De este último sitio la gente habla maravillas, y al parecer hasta hacen pizza y todo. Llegamos al Mokihinui River y lo cruzamos. A partir de aquí, por un camino de tierra de 3 kilómetros y tras alguna dificultad, encontramos el sitio. Entramos en la finca guiados por las luces de la vivienda, totalmente encendidas. No hay ninguna autocaravana.
Baja Bego para hacer el check-in. A través de la ventana la veo frente a un mostrador, rellenando la ficha. Tengo curiosidad por saber cómo es la persona con la que está hablando, pero está fuera de mi campo de visión. Cuando vuelve le pregunto y responde que allí no hay absolutamente nadie. Me quedo perplejo: esto parece un cámping fantasma. Por si fuera poco, el terreno está tan embarrado que no nos atrevemos a salirnos del camino. ¿Y por esto vamos a pagar 32 dolores? Pues va a ser que no. Arrancamos, recorremos de nuevo los 3 kilómetros de pista de tierra y salimos a la carretera. Mi idea era volver de nuevo al aparcamiento de la Charming, pero por el camino encuentro un apartadero entre la carretera y el mar, y allí nos quedamos. Por aquí no pasa ni un alma. Malo será.

Kilómetros etapa: 218
Kilómetros viaje: 2.906

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domingo, 25 de septiembre de 2016

Haere mai. Un viaje a Nueva Zelanda (15)

5 de agosto
Temperatura al amanecer: 0º C
El sitio donde hemos dormido se halla cerca del Franz-Joseph, el otro glaciar, y tiene el aspecto de gravera abandonada. Hay dos vehículos más que no pertenecen a empresas de alquiler. Pese a la gélida temperatura, de uno de ellos baja a hacer pis un joven en camiseta y calzoncillos. Su compañero, que no quiere ser menos, le imita pero sube la apuesta provisto exclusivamente de taparrabos. Olé los neozelandeses.
Según cuentan en Campermate, hace algunos meses un alma bienhechora bloqueó la entrada del lugar con grandes piedras, lo cual demuestra que aquí también cuecen habas. Por fortuna, después las han retirado aunque siguen al lado de la entrada, amenazantes y ominosas.
Al parecer este emplazamiento -como ya hemos visto en zonas muy turísticas- está siendo sometido a presiones para ser cerrado. Dichas presiones -provenientes, cómo no, de los dueños de los cámpings- son idénticas a las que padecemos de ordinario en España. En Nueva Zelanda, al menos de momento, todavía queda resquicio legal para poder dormir a tu aire. El día que obligasen a las autocaravanas a entrar en recintos privados (entre 30 y 50 dólares la noche) creo que matarían la gallina de los huevos de oro del turismo itinerante.

Volando voy: Franz-Joseph y el río Waiho
Muy de mañanita nos vamos a Franz-Joseph, que más que pueblo es un resort destinado a satisfacer las necesidades de los turistas. Lo primero, localizar la dump station, que está junto a la gasolinera, para hacerle el aseo a la auto. Lo segundo es buscar una agencia de helicópteros. Entramos en la primera, llamada Glacier Country Helicopters, por parecernos una empresa pequeña y familiar. Preguntamos si es posible sobrevolar el Fox, el Franz-Joseph, el Tasmán y avistar el Monte Cook. Nos responden que sí; no obstante advierten que, aunque el día se ve soleado, el viento sopla fuerte desde el otro lado de la cordillera, y que el Cook y el Tasmán solo los podremos ver desde lejos. ¿Precio? Novecientos dólares los tres, en un helicóptero para nosotros solos. Aceptamos.

Elie de Beaumont, 3.117 metros
El hombre que nos ha atendido dice que va a llevar un grupo y que volvamos en media hora. Habíamos pensado aprovechar este tiempo para preguntar en alguna otra de las muchas agencias que hay en la calle principal, pero lo cierto es que nos da pereza. Además, nos ha gustado el aspecto del local, tan étnico y tan maorí. Finalmente aprovechamos el interludio para ir al súper.
Cuando regresamos, además de pagar nos dan un cursillo básico sobre cómo subir y bajar del helicóptero y, lo que más impresiona: nos piden que rellenemos una ficha con el nombre y el teléfono de un familiar, por si hay que avisar. Ya se sabe que nunca pasa nada, pero...

Aproximándonos a la cordillera
De camino al helipuerto Bego le pregunta a nuestro conductor y presumible dueño de la empresa si es maorí. Respuesta afirmativa. Pero resulta ser un maorí muy raro, porque tiene los ojos azules. Al parecer, ese color de ojos constituye un rasgo exclusivo de su tribu. Luego hablan de la invasión inglesa y demás. Hasta aquí muy bien.
Porque cuando llegamos, nuestro interlocutor nos hace entrar en una oficina, donde hay un mapa, y nos explica que como las condiciones meteorológicas han empeorado, nuestra maravillosa excursión se limitará a un paseo a media ladera. Aceptamos, qué remedio, pero de acortar o devolver parte del importe, ni mijita.
Vuelve el grupo anterior y nos vamos nosotros. Es la primera vez (para los tres) que montamos en helicóptero, y es exactamente como se ve en películas y documentales: el suelo se aleja e inclina cuando la aeronave gira, las lindes de las fincas, las diminutas casas, el terreno verde y encharcado. A mí me han hecho sentarme en el puesto del honor, al lado del piloto. Inari no va muy convencido, y le oigo quejarse detrás. Ascendemos y pasamos por encima del pueblo (veo nuestra autocaravana). Seguimos subiendo y encaramos la sierra. Al menos lo del viento es verdad, porque de vez en cuando unas rachas aterradoras encabritan el helicóptero como si fuera una lata de sardinas. El piloto compensa las sacudidas con el joystick, y yo pido fervientemente que sepa lo que hace. A continuación, se posa en una meseta nevada (bueno, al menos esto lo han cumplido). Desde aquí las vistas son apabullantes, y se siente uno como pájaro caído del cielo. Pero hace un frío que pela, así que tras las fotos de rigor nos metemos dentro.

Aterrizaje en la nieve
Aterrizaje en la nieve
La sombra del helicóptero
Ventisca en las alturas
Er bisho
Pasamos ahora frente al Franz-Joseph, por desgracia sin acercarnos mucho, y sobrevolamos los kilómetros de sinuosa carretera que recorrimos anoche. Nos metemos por el cañón del Fox, y me alegro de haberlo recorrido ayer a pie, porque ahora reconocemos cada detalle. Pero en lugar de ver solo la lengua polvorienta, ascendemos hasta el hielo virgen, blanquísimo. También observamos en contrapicado una descomunal cascada. Descendemos tanto que parece que fuéramos a tocarlo, y guardo de todo ello una imagen vertiginosa y plena.

Camino del Glaciar Fox
Cañón del glaciar
Panorámica general
Río de hielo
Parte alta
Vista del itinerario que realizamos ayer
Con el reloj en la mano, hemos estado la media hora larga que acordamos, pero lo cierto es que nos ha sabido a poco. A modo de pírrica compensación, de vuelta a la oficina les pedimos que nos presten un enchufe para cargar la batería de la Nikon. Por suerte, me he traído el multiadaptador que compré para Argentina.
Habíamos pensado para después de comer en realizar alguna ruta a pie por el Franz-Joseph; en lugar de eso, tras recoger cargador y batería, cambiamos dicho plan por un par de horas en unas piscinas calentitas al aire libre que gestiona el i-Site del lugar. Desnudarse en el vestidor no climatizado y salir tiritando al exterior tiene su qué, pero luego te sumerges en el agua a 36, 38 o 40 grados y se te quitan todas las penas.
Así, congraciados con el cuerpo y el alma (ya que no con el bolsillo), arrancamos. Voy un poco grogui por las biodraminas que tomé para el helicóptero, pero creo que puedo conducir. Hasta el Lago Mahinapua hay 124 kilómetros de absoluta wilderness y pueblos fantasma que no aparecen más que en el mapa. La cordillera nevada sigue acompañándonos a nuestra derecha. Atravesamos bosques, ríos como el Whataroa  y el Wanaganui y una localidad cuyo infame nombre supera todo lo visto anteriormente: Kakapotahi. Si supieran los maorís la juerga que nos pasamos a cuenta de su idioma...

Compañera cordillera
Vaquitas
Mal tiempo en las alturas
Whataroa river
En el Lago Mahinapua existe un cámping del DOC. No vamos a quedarnos ahora, pero queremos echarle un vistazo aprovechando que aún es de día. Hacemos bien, porque para llegar hasta él desde la carretera es preciso recorrer un túnel de quinientos metros por debajo de la espesísima vegetación y, la verdad, no sé si de noche nos hubiéramos atrevido.
Localizado y aprobado el sitio, seguimos hasta Hokitika, situado a orillas del río homónimo (en esta parte de Nueva Zelanda encontramos una notable economía de nombres: pueblo, río y a menudo el valle se denominan de la misma forma). A la salida del pueblo en dirección Norte, en un bosquete a cincuenta metros de la carretera, hay algo excepcional: una colonia de luciérnagas o glowworms. Se hallan en una especie de pequeño desfiladero sin salida. Como hace poco que se ha puesto el sol, al principio solo se ven dos o tres, pero nos basta con esperar un rato para distinguir centenares. Es como ver las estrellas en el cielo.

Oscurece en Hokitika
Oscurece en Hokitika
Sin embargo, la realidad de estos insectos es menos romántica y más pragmática: los glossworms son las larvas del mosquito de la seta, que cuentan con un mecanismo bioluminiscente para atrapar a sus presas. Este bichito pasa en estado larvario siete u ocho meses, y experimenta la metamorfosis solo para reproducirse y morir. Perra vida la de este mosquito.
Regresamos a nuestro lugar de pernocta. Aunque el suelo de hierba se ve bastante firme, le hemos cogido tal pánico que preferimos quedarnos en el aparcamiento de asfalto. Después de nosotros llegan algunas autos más, pero hay espacio más que suficiente para estar desahogados. También hace acto de presencia un gamberro motorizado que por fortuna se marcha enseguida.
 Cojo la linterna y me voy a rellenar la ficha del check-in y a pagar. Por encima de mí las estrellas, glowworms galácticos, acoquinan con todo su esplendor.

Kilómetros etapa: 167
Kilómetros viaje: 2.688

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sábado, 24 de septiembre de 2016

Haere mai. Un viaje a Nueva Zelanda (14)

4 de agosto
Temperatura al amanecer: 2º C
Si algo diferencia esta vertiente de las montañas de la del otro lado es la vegetación. Allá por la zona de Queenstown esta era bastante monocolor, con un claro predominio de las coníferas. Aquí en cambio el bosque tiene un aire tropical, y luce todos los matices del verde. La atmósfera está en calma, y no se oye un solo ruido. El sol luce en un cielo despejado; con respecto a ayer, menudo cambio.

Bosque primigenio en Pleasant Flat Campsite
Bosque primigenio en Pleasant Flat Campsite
Antes de partir repostamos en un grifo donde pone Agua no tratada. Imagino que procede de un aljibe como tantos otros que hemos visto durante el viaje. Son tanques verdes, de planta redonda y con capacidad para veinte o treinta mil litros. Prácticamente todas las casas aisladas los tienen, y muchas veces los vemos también en edificios públicos. Suelen estar pegados a la pared de la vivienda, conectados a los canalones mediante una tubería; pero también los hay separados, y entonces el tubo va enterrado por el suelo, después asciende y llena el depósito en virtud del sistema de los vasos comunicantes.

Hacia la costa
Hacia la costa
Continuamos el descenso hacia la costa. Al llegar a Haast Junction torcemos hacia la izquierda, dirección Sur. Desde aquí hasta Jackson´s Bay, el final de la carretera, hay 46 kilómetros, y en todo el camino solo nos cruzamos con un par de coches. No en vano nos encontramos en la zona más remota y menos poblada de la isla, que ya es decir.
La carretera está formada por una interminable recta que sigue la costa a través de un denso pasillo de árboles. La vegetación es tan densa que parece la selva de Sumatra o de Borneo. Pasan tan poco vehículos que si exceptuamos el espacio dejado por las roderas de los neumáticos, una pátina verde cubre el asfalto. Es musgo.

Jackson´s Bay
Jackson´s Bay
Jackson´s Bay
Jackson´s Bay, apenas cuatro casas. En 1875 hubo un intento de asentar cuatrocientos colonos, pero las condiciones eran tan duras que tres años después la mayoría se marchó. Como testimonio de aquellos años heroicos quedan algunas fotos y el cementerio de los pioneros. También una tienda de recuerdos. En la puerta, un cartel reza que se encuentra cerrada por el aviso de lluvias torrenciales, no sabemos si pasadas o por venir. A la entrada del pueblo, en la carretera, hay maquinaria pesada limpiando las piedras y las rocas que han caído con los desprendimientos. Estos parecen habituales, pues hay carteles que advierten a los conductores que no se detengan.
Este es el punto más cercano al Milford Sound por esta zona (apenas 95 kilómetros en línea recta). Nos duele no haber ido, pero las cosas vienen como vienen. Volvemos sobre nuestros pasos hasta el puente sobre el río Arawhata. Queremos hacer una ruta a pie hasta el Lago Ellery, pero la pista forestal que conduce hasta él me disuade: no existe ningún cartel que haga referencia al paseo, y sí en cambio una señal naranja con el texto SLOW LONG NARROW ROAD. Así que nos conformamos con bajar al inmenso pedregal del río. La estupenda temperatura nos hace olvidar las penurias pasadas. Si, como hemos leído, esta zona alcanza una precipitación de cinco mil litros anuales, está claro que hoy hemos tenido una suerte bárbara.

Río Arawhata
Río Arawhata
The long and narrow road
Tanto al ir como al venir se nos arrima un pájaro. Se trata del fantail o cola de abanico, que evoluciona muy cerca sin mostrar ningún miedo: danza, despliega su cola, vuela en línea recta hacia nosotros y en el último momento nos evita con una acrobacia. Resulta tierno y terriblemente encantador.
Desandamos camino hasta Haast Junction rodeados de la misma y obsesiva soledad. Esta misma soledad en el campo uno la asume, pero en carretera resulta raro, como si te estuvieras metiendo en algún sitio peligroso del que todos han huido. Además, desde ayer no tenemos cobertura de móvil, y junto a las escasas viviendas que hay al borde de la ruta vemos unas pequeñas antenas circulares, supongo que será la forma que tienen de acceder al teléfono y tal vez a Internet.

Haast Junction
Pese a su reducido tamaño, Haast tiene dos gasolineras. Paro en la más alejada de la carretera principal, pero cuando veo el precio (1,55 dólares) salgo corriendo. Qué morro tienen algunos, hasta ahora hemos pagado 1,14 de media. Por si fuera poco tienen un cartel asegurando que es la última gasolinera en los siguientes 160 kilómetros, lo cual es mentira (Fox está a 123 kilómetros). Quinientos metros más allá está la otra. Aunque el precio es más decente (1,33) desistimos de llenar porque aún tenemos gasoil. Intentamos comprar pan, pero se les ha acabado. Andamos necesitados de productos frescos y no vemos la posibilidad de adquirirlos en ningún sitio; la verdad, no sabíamos que nos adentrábamos en un espacio tan deshabitado.
Atravesamos el río Haast muy cerca de su desembocadura por un larguísimo puente de un solo carril. Tan largo es que tiene un par de passing-bay para que los vehículos puedan cruzarse. Comemos en un merendero a la orilla, y el resto de la tarde lo dedicamos a recorrer en completa soledad los kilómetros que quedan hasta el Glaciar Fox. La carretera bordea la costa y después, a partir del Lago Moeraki, serpentea hacia el interior. Sobre el mapa aparecen puntos que presumiblemente son pueblos, pero cuando llegas al sitio a los sumo hay dos o tres casas, o la escuela, o el Community Center.

Puente sobre el río Haast
Costa Oeste
Llegamos a destino a las cuatro y media de la tarde. Entramos en el pueblo para echar gasoil (de nuevo a 1,33) y comprar comida en un General Store, que yo pensé que solo salían en las películas de vaqueros. Llevamos todo el día sin encontrar un sitio donde depositar nuestra basura (este asunto en Nueva Zelanda es tema aparte, y da para escribir otro libro). Como en la puerta de la tienda hay un contenedor, pues aprovechamos.
Nos damos tanta prisa en estos menesteres que a las cinco estamos en el aparcamiento del glaciar. Según los paneles, hasta el mirador se tarda una hora solo ida, de manera que nos llevamos agua, comida y las linternas.

Puente monocarril llegando a Fox
Camino del glaciar
El primer tramo de la ruta nos lleva por el gigantesco cañón que cavó el hielo durante milenios. Hemos visto los indicadores de hasta donde llegaba el glaciar en 1750, en 1935 e incluso en 2008, y el retroceso es abrumador. Por todas partes hay advertencias conminándote a que no abandones el camino por el riesgo cierto de desprendimientos.
La segunda parte del recorrido consiste en una descomunal subida por la morrena lateral. El terreno es aquí tan cambiante que vemos tramos antiguos del camino sepultados por las avalanchas. El punto de humor en lo más duro de la subida lo pone un cartel que avisa de que estás en zona de caída de piedras y que por lo tanto no te pares. Pero ¿cómo pretenden? ¿Vas con la lengua fuera y todavía tienes que hacer un sprint?

Glaciar Fox
Glaciar Fox
Atardece en las altas cumbres
Desde el mirador la vista no es gran cosa, apenas una lengua pardusca. Me producen muchísima tristeza estos glaciares en agonía. Supongo que desde el helicóptero las perspectivas serán diferentes.
El sol se ha puesto hace mucho, y regresamos al aparcamiento con los últimos vestigios de claridad. Todavía nos cruzamos con gente que sube. ¡Y nosotros pensando que era tardísimo!
Todavía nos quedan hasta Docherty Creek, nuestro lugar de pernocta, 24 kilómetros. Se nos hacen muy largos porque es de noche, y por la enorme cantidad de curvas que tiene la carretera.

Kilómetros etapa: 298
Kilómetros viaje: 2.521

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