viernes, 6 de diciembre de 2024

DÍA 8

Ronda alrededor de la auto un pájaro de cara amarilla. Según Internet, su nombre es todavía más curioso: se trata del avefría militar, una especie endémica de Australia y Nueva Zelanda. Nunca deja de asombrarme lo mucho que se acercan los animales a los humanos cada vez que salimos del solar patrio.

Avefría militar

Otro aspecto a reseñar esta mañana es el dump station que hay a la salida del cámping. Dondequiera que paremos, el sistema es idéntico. No llega a la sofisticación del método neozelandés o canadiense, con manguera y bayoneta incluidas para las negras, pero desde luego resulta bastante más cómodo y limpio que en otros sitios.

Dump station

Primer destino del día, Potato Point, 108 kilómetros hacia el sur. Se trata de un lugar poco frecuentado, en el cual hay un mirador donde se puede observar wallabies. Cuando llegamos a la pequeña localidad comprendemos por qué en los comentarios algunas personas dicen que les parece estar invadiendo terreno privado: todo se ve perfecto e impoluto -con sus casas y jardines a los que no sobra ni una brizna de hierba-, y recuerda mucho al pueblo falso de El Show de Truman. Nos cuesta un poco dar con el mirador, en cuyo cochambroso descampado es el único lugar donde es posible estacionar. Y aun así: no llevamos allí ni dos minutos cuando aparece casualmente un hombre con su perro. Esperamos que se aleje antes de bajar.

El mirador es bien poca cosa: un panel explicativo, dos bancos y una caída vertiginosa hasta el mar. Allí abajo, unas formas negras y brillantes se mecen al compás de las olas: son focas. Me acuerdo entonces del dron, que aún no he sacado de su bolsa, y vuelvo a la autocaravana a por él. Desgraciadamente, las baterías se encuentran a media carga (las dejé así a propósito, como precaución ante el vuelo). Ello, unido a lo dificultoso del emplazamiento y a la inseguridad que experimento siempre que vuelo por primera vez en un país extraño, hace que la operación sea corta y poco satisfactoria.

Wallabies en Potato Point

Los terrenos que rodean las viviendas no se encuentran vallados, pero el impoluto césped deja claro dónde empieza la propiedad. Caminamos hacia el norte por el borde del acantilado hasta donde es posible. Pero ¿dónde están los wallabies? Regresamos a la auto dispuestos a caminar hacia el lado opuesto cuando distinguimos a dos o tres tumbados a la sombra de un árbol. No les hace mucha gracia que nos aproximemos, porque se levantan y desaparecen discretamente entre la vegetación. Luego encontraremos más, paciendo entre las casas.

Quienes no parecen muy tranquilos son los dueños de la vivienda lindera con el mirador. El hombre ha soltado al perro, que husmea por allí sin hacernos mucho asunto, y la mujer nos contempla desde la terraza con cara de pocos amigos. Evidentemente, no somos bienvenidos: pues si les molesta un solo vehículo con tres personas, me pregunto qué será en temporada alta, cuando se ponga esto hasta la bandera.

Vuelta a la A1. 40 kilómetros hacia el sur, en la localidad de Tilba Tilba, se nos ofrece la alternativa de seguir por la carretera principal o elegir otra turística. Escogemos la segunda, obviamente, pero el cruce del Wallaga Lake por la zona de la desembocadura se demora bastante porque hay obras en el puente. Bueno, en realidad se trata de un pontón de madera que vibra amenazadoramente al paso de nuestro superpersado vehículo.

Camel Rock

Un poco más allá está el aparcamiento de la Camel Rock, donde comemos plácidamente. Salvando las distancias, resulta curioso lo que recuerda esta roca a la Hvítserkur islandesa.

Tras el descanso reglamentario, otra hora y media hacia el sur. Hoy va a ser el día que más kilómetros recorramos desde que empezó el viaje, y eso empieza a pesarle a conductor. Pasamos junto a unas playas chulísimas donde nos encantaría entretenernos y no podemos, pero al atravesar una zona de prados justo antes del Mimosa Rock National Park no nos queda otra que detenernos ante la vista de un grupo de al menos cincuenta canguros. Se les nota desconfiados, está claro que aquí los cazan. Nos aproximamos sigilosamente, y cuando nos encontramos a un centenar de metros salen todos en desbandada. Resulta hipnótico verlos desplazarse, raudos y silenciosos, como si fueran fantasmas.

Reanudamos camino hasta el lugar de pernocta, que es el Discovery Parks de Pambula Beach, pero antes de entrar en el recinto no nos queda más remedio que parar: en un prado junto a la carretera pastan no menos de un centenar de canguros. Su actitud es diferente a la de los de hace un rato: su actitud es vigilante, pero no huyen despavoridos.

Canguros en Pambula Beach

Hoy no hemos llamado por teléfono. Pese a no ser aún ser las cinco de la tarde, la recepción se halla cerrada. En la puerta, un cartelito informa del teléfono al que hay que llamar si llegas antes de las seis (después, ni lo intentes). Enseguida llega un joven y dinámico australiano que nos hace el checking y nos indica la parcela. Por cuestión de enchufes nos situamos en otra, pero de lejos y por señas nos indica que da lo mismo, está todo vacío.

Canguros en Pambula Beach

Como el cámping no se encuentra vallado, también por aquí hay canguros. Sacamos fotos muy cerca, pero la luz es ya muy mala, habrá que intentarlo mañana. Mientras trasteo con el móvil se me arrima nuestro recepcionista e intenta pegar la hebra, pero existe un doble problema: a) Todo el mundo aquí da por sentado que hablas inglés fluido, y b) la variante australiana del inglés no hay Dios que la entienda. De manera que discretamente le hago ver que estamos a otra cosa, y el chaval lo entiende.


Distancia parcial: 245 km.

Distancia total: 755 km.


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