viernes, 3 de marzo de 2023

Día 10

 17 de julio

Reemprendemos camino bordeando el lago Mývatn, ahora por el oeste. El tiempo se tuerce de nuevo y comienza a llover, de manera que la primera visita, a la cascada Goðafoss, toca hacerla pasada por agua. Goðafoss se traduce por Cascada de los dioses. Ya llevamos vistas muchas, pero me doy cuenta de que en Islandia cada una es diferente.

Goðafoss
Goðafoss

Desde la catarata vamos hasta Akureyri, que con sus 19.000 habitantes es el cuarto núcleo más poblado del país. Para llegar existen dos opciones: la antigua carretera, que da un rodeo considerable, y el nuevo túnel de peaje. Esta mañana he efectuado el pago por Internet ya que tenemos una cita 43 kilómetros más allá, en Dalvík, que no nos podemos perder: un avistamiento de ballenas. Cruzamos Akureyri en un visto y seguimos hacia el norte. Por fin llegamos al Artic Sea Tour. El establecimiento tiene pinta de gasolinera. Como además no se ve un alma, tememos habernos equivocado. Pero no, es allí. Mientras va llegando la gente, tenemos tiempo de prepararnos unos sándwichs. Al final somos un grupo de unas veinte personas. Llama mucho la atención una familia francesa que comporta de forma acaparadora y prepotente. La verdad es que los gabachos con los que nos estamos encontrando en este viaje no dejan en muy buen lugar a su país. Y luego en casa presumiendo de modositos.

Akureyri

Nos equipan a todos (con la venia de los del país de la liberté) con unos trajes idénticos a los de la laguna de Jökulsárlón, solo que muchísimo más gastados: conjeturamos si no serán los que desechan las tripulaciones de los pesqueros locales (la sospecha se acentúa porque carecen de tallas pequeñas: a una señora muy bajita la embuten en uno tan grande que parece un saco de patatas. Y al que le dan a mi hijo no le cierra la bocamanga por falta de velcro. Intentamos que le den otro, pero ellos lo solucionan con... una goma elástica.

Camino del barco, formamos un grupo muy cómico de muñecos Michelín pintados de rojo. Los coches locales ralentizan y nos ceden el paso, deben de pasárselo bomba a cuenta de los guiris.

El barco es antiguo, de madera, muy bonito. Conforme salimos veo otros cuantos atracados pero enormes y de acero. Todos tienen una quilla protuberante, como si fueran rompehielos.

Eyjafjörður
Eyjafjörður

Navegamos por el Eyjafjörður, y nos dirigimos hacia el norte. Hace un frío que pela. No en el cuerpo, gracias a la protección, pero sí en cara, manos y pies, y eso que traemos botas de montaña. Durante un buen rato no divisamos ballena alguna, aunque la cimas nevadas envueltas en la neblina compensan. Cuando por fin damos con una la seguimos a una distancia respetuosa. Cuesta un poco, porque después de coger aire se sumergen durante siete u ocho minutos. Todo el mundo se precipita a sacarle fotos. Yo no lo intento, porque para obtener algo que valga la pena hace falta un teleobjetivo, y he dejado la Nikon en la auto. En cambio disfruto al contemplar esa piel brillante y el chorro de aire saliendo del espiráculo. Cuando ya estamos regresando, una de ellas (o la misma) se nos cruza ante la misma proa. Es un momento mágico y efímero.

Isla de Hrísey

Tras circunvalar la isla de Hrísey, regresamos a puerto. De camino, la tripulación nos ofrece chocolate caliente con pastas.

De nuevo en el Artic Sea Tours, nos despojamos de nuestros ruinosos aunque efectivos trajes y de nos quedamos solos otra vez. Toca resolver ahora un problema -parafraseando a M. Rajoy- no menor, sino mayor: el nivel de aceite del motor ha bajado de forma alarmante. Ni siquiera nos habríamos fijado en ello de no ser porque el verano pasado alquilamos una autocaravana de otra marca, pero con idéntico motor, y en el concesionario nos dejaron una botella de un litro para ir reponiendo. Aquí no solo no nos han dado nada, sino que tampoco nos han advertido. Llamamos a la central en Keflavik: efectivamente, tenemos que comprar el aceite, y luego ellos nos lo reembolsan el importe. Ahora bien, ¿lo encontraremos por estos andurriales? Como disponen de surtidores en la puerta, preguntamos en el Artic Sea Tours, y entonces comprendemos que en realidad el surtidor no es suyo, sino que se trata de un acuerdo que mantienen con la empresa en cuestión. Buscamos la otra gasolinera del pueblo, y esta sí que es de verdad. Respuesta: disponen de aceite de motor, pero el grado de viscosidad es distinto. Nueva llamada a Keflavik: la encargada del teléfono pregunta al mecánico, que está a punto de irse a su casa. Respuesta: sí que nos vale ese aceite. Y que guardemos el ticket.

Y digo yo, ¿no podrían solucionar todo esto proporcionando una botella de litro a cada autocaravana? Pagando como pagamos, a precios de Ritz, tendremos derecho, ¿no?

Solventado el embrollo oleícola, continuamos camino y salvamos los 34 kilómetros que median hasta Siglufjörður. Ya no llueve, pero las nubes se han cerrado tanto que parece que se va a hacer de noche, aunque nunca se haga. Aquí buscamos el cámping, que se encuentra enseguida: es una explanada de cemento y césped al lado del puerto. La tomarías por un parque si no fuera porque hay vehículos vivienda aparcados. La pernocta no será agradable porque, como estamos al lado de la carretera, mientras cenamos unas pizzas tenemos que aguantar primero a los tontos del pueblo (tal vez sea solo uno, porque con 2.000 habitantes no creo que puedan permitirse muchos más) paseándose con sus bugas y luego, bien temprano, tractores y excavadoras. Este es el sitio más al norte donde pasaremos la noche. Y, francamente, me gustaría tener mejores recuerdos.

Kilómetros recorridos

Parcial: 172 km.

Total: 1.624 km.


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