miércoles, 15 de febrero de 2023

Día 4

 11 de julio

Noche tranquila y sin incidencias. Amanece despejado, pero rápidamente aparecen unas nubes que ocultan el sol. Aprovecho el breve momento en que la recepción está abierta para pagar. Cogemos, soltamos agua y nos marchamos. Primera parada, el súper (más caro y peor surtido que el de Keflavik). La segunda parada es la gasolinera pero no para repostar, sino para tratar de comprar una bombona de propano, pues de las dos que lleva la auto ninguna está ni a la mitad. Nos dice la dueña que se la pidamos a su hijo, que está por allí fuera. Pero después de preguntar a unos y a otros, no damos con el sobredicho y nos marchamos. Paramos en la gasolinera del siguiente pueblo, que es Hvolsvöllur. Aquí tienes que entrar a pedir que te abran el surtidor, y después pagas. Escarmentados por la experiencia del verano pasado, desearíamos llenar también el depósito del Adblue, pero la cantidad mínima es de cinco litros, y no creo ni por asomo que hayamos gastado tanto. Investigado el asunto de las bombonas, aquí solo las tienen de cinco kilos. Vaya por Dios. Nos llevamos solo el gasoil.

Seljalandsfoss

20 kilómetros más adelante vemos una diminuta cascada que se desprende y cae desde lo alto de un risco. Pero comprobamos que en realidad se trata de una ilusión óptica: no es que sea pequeña, sino que se encuentra a bastante distancia. Idéntica sensación de trompe-l'oeil la experimentamos en Noruega, y creemos que tiene que ver con que la Tierra se achate por los polos, y en consecuencia la línea del horizonte se encuentre más lejos. Eso, unido a la casi inexistencia de elementos de origen humano, consigue que el espacio sea engañoso y que lo lejano, como en la alta montaña, parezca minúsculo.



Seljalandsfoss

Seljalandsfoss

De modo que, gradualmente, la cascadita en cuestión va creciendo y acaba por transformarse en la Seljalandsfoss, de 60 metros de altura. Aquí sí que encontramos ya bastante gente. El parking es de pago. Sin embargo, a nosotros nos sale gratis porque una autocaravana solidaria que ya se va nos presta su ticket. La particularidad de la Seljalandsfoss, y de ahí su atractivo, es que cuenta con una oquedad por la parte trasera que permite rodearla. Eso sí, el agua en suspensión es tanta que te mojas lo que no está escrito (sobre todo a mí, que me dio pereza no ponerme los pantalones de agua).

Tras el paseo y fotos de rigor, volvemos a la auto. El siguiente destino es Skógafoss, pero a los pocos kilómetros no tenemos más remedio que parar para admirar Drífandi, otra esbelta catarata a 600 metros de la carretera. Nuestro viaje va a durar dos semanas, pero lo cierto es que harían falta otras tantas para hacerse una mínima idea de lo que ofrece este arduo país.

Drífandi

Llegamos por fin al salto de agua más fotografiado de Islandia, telón de fondo de incontables películas, series y documentales. Hacemos una breve comida. Y justo cuando salimos comienza a llover. De todos modos, al pie de la cascada te da igual, porque es igual de alta que la Seljalandsfoss, pero considerablemente más caudalosa, y enseguida te envuelve en su rebufo. Pocos son los aguerridos que se atreven a acercarse. Más éxito tiene, en cambio, la monumental escalera que a base de zetas te lleva a un mirador en todo lo alto. Aquí empieza el Fimmvorduhals Trail, del que recorremos un par de kilómetros. Un reseñador de Google dice que ha recorrido trails desde Nueva Zelanda hasta Montana, y que esta puede ser la mejor caminata de todas. Exagerado o no, el sitio se las trae: el sendero bordea un cañón en el que el agua se precipita cascada tras cascada. Lo extraño del lugar es que la roca no está pelada, sino cubierta de abundante musgo de un verde cegador.

Skógafoss




El trazado, que al principio es llevadero, empieza a cobrar dificultad, sobre todo en una zona que están arreglando y que se halla convertida en un barrizal. Por cierto que están usando para ello una mini-excavadora. ¿Cómo la habrán subido hasta aquí? Supongo que en helicóptero. Me gustaría seguir más allá, pero la lluvia aprieta y nos hemos quedado solos. Conseguimos llegar hasta la Innri-Fellfoss.

Skógafoss

Desandamos camino hasta el parking y la auto. La siguiente parada del día iba a ser el avión militar estadounidense que se estrelló en 1973 en la playa de Sólheimasandur, pero la perspectiva de dos horas caminando por un desierto de arena negra con la que está cayendo disuade bastante: por lo visto, en enero de 2020 dos turistas chinos murieron de hipotermia cerca de los restos después de quedar atrapados en una tormenta. Un mes después, unidades de rescate tuvieron que sacar de allí a varios turistas que habían ignorado una advertencia de la policía de no caminar hasta los restos debido al deterioro del clima en el área. Y es que con Islandia no se bromea.

Fimmvorduhals Trail

Por las mismas, hay avisos de no subir hoy al faro de Dyrhólaey debido al viento, así que decidimos hacer caso y en su lugar acercarnos a la playa de Reynisfiara. Aparcamos, pero el viento bambolea de tal modo el vehículo que decidimos irnos al cámping de Vík. Mañana, Dios dirá.

Encontramos el cámping a la primera. Como no queremos conexión eléctrica, tenemos que buscarnos la vida en la zona libre, y cuesta dar con un sitio que nos ofrezca confianza, dada la proliferación de barro y balsas de agua. Como nos viene sucediendo y sucederá a lo largo del viaje, siempre creemos que somos los últimos en llegar, y después todavía aparecen ciento y la madre. Nos llama la atención un carro-tienda que se instala en nuestras inmediaciones (después de hacer furor, han desaparecido en el resto de Europa, pero aquí en Islandia parecen seguir gozando de buena salud. Supongo que porque es mucho mejor solución que plantar la tienda en el inundado suelo). Mientras el papá monta el estalache, la madre juega con sus dos hijos a saltar mientras llueve a modo. El más pequeño se va de morros, pero no pasa nada: una toalla, guantes secos y a seguir jugando.

Kilómetros recorridos

Parcial:114 km.

Total: 630 km.


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