11 de julio
Noche tranquila y sin incidencias. Amanece despejado, pero
rápidamente aparecen unas nubes que ocultan el sol. Aprovecho el breve
momento en que la recepción está abierta para pagar. Cogemos,
soltamos agua y nos marchamos. Primera parada, el súper (más caro y
peor surtido que el de Keflavik). La segunda parada es la gasolinera
pero no para repostar, sino para tratar de comprar una bombona de
propano, pues de las dos que lleva la auto ninguna está ni a la
mitad. Nos dice la dueña que se la pidamos a su hijo, que está por
allí fuera. Pero después de preguntar a unos y a otros, no damos
con el sobredicho y nos marchamos. Paramos en la gasolinera del
siguiente pueblo, que es Hvolsvöllur. Aquí tienes que entrar a
pedir que te abran el surtidor, y después pagas. Escarmentados por
la experiencia del verano pasado, desearíamos llenar también el
depósito del Adblue, pero la cantidad mínima es de cinco litros, y
no creo ni por asomo que hayamos gastado tanto. Investigado el asunto
de las bombonas, aquí solo las tienen de cinco kilos. Vaya por Dios.
Nos llevamos solo el gasoil.
Seljalandsfoss |
20 kilómetros más adelante vemos una diminuta cascada que se
desprende y cae desde lo alto de un risco. Pero comprobamos
que en realidad se trata de una ilusión óptica: no es que sea
pequeña, sino que se encuentra a bastante distancia. Idéntica
sensación de trompe-l'oeil la experimentamos en Noruega, y creemos que tiene que ver
con que la Tierra se achate por los polos, y en consecuencia la línea
del horizonte se encuentre más lejos. Eso, unido a la casi
inexistencia de elementos de origen humano, consigue que el espacio
sea engañoso y que lo lejano, como en la alta montaña, parezca
minúsculo.
Seljalandsfoss |
Seljalandsfoss |
De modo que, gradualmente, la cascadita en cuestión va creciendo y acaba por transformarse en la Seljalandsfoss, de 60 metros de altura. Aquí sí que encontramos ya bastante gente. El parking es de pago. Sin embargo, a nosotros nos sale gratis porque una autocaravana solidaria que ya se va nos presta su ticket. La particularidad de la Seljalandsfoss, y de ahí su atractivo, es que cuenta con una oquedad por la parte trasera que permite rodearla. Eso sí, el agua en suspensión es tanta que te mojas lo que no está escrito (sobre todo a mí, que me dio pereza no ponerme los pantalones de agua).
Tras el paseo y fotos de rigor, volvemos a la auto. El siguiente destino es Skógafoss, pero a los pocos kilómetros no tenemos más remedio que parar para admirar Drífandi, otra esbelta catarata a 600 metros de la carretera. Nuestro viaje va a durar dos semanas, pero lo cierto es que harían falta otras tantas para hacerse una mínima idea de lo que ofrece este arduo país.
Drífandi |
Llegamos por fin al salto de agua más fotografiado de Islandia,
telón de fondo de incontables películas, series y documentales.
Hacemos una breve comida. Y justo cuando salimos comienza a llover.
De todos modos, al pie de la cascada te da igual, porque es igual de
alta que la Seljalandsfoss, pero considerablemente más caudalosa, y
enseguida te envuelve en su rebufo. Pocos son los aguerridos que se
atreven a acercarse. Más éxito tiene, en cambio, la monumental
escalera que a base de zetas
te lleva a un mirador en todo lo alto. Aquí empieza el Fimmvorduhals
Trail, del que recorremos un par de kilómetros. Un reseñador de
Google dice que ha recorrido trails desde Nueva Zelanda hasta
Montana, y que esta puede ser la mejor caminata de todas. Exagerado
o no, el sitio se las trae: el sendero bordea un cañón en el que el
agua se precipita cascada tras cascada. Lo extraño del lugar es que
la roca no está pelada, sino cubierta de abundante musgo de un verde
cegador.
Skógafoss |
El trazado, que al principio es llevadero, empieza a cobrar
dificultad, sobre todo en una zona que están arreglando y que se
halla convertida en un barrizal. Por cierto que están usando para
ello una mini-excavadora. ¿Cómo la habrán subido hasta aquí?
Supongo que en helicóptero. Me gustaría seguir más allá, pero la
lluvia aprieta y nos hemos quedado solos. Conseguimos llegar hasta la
Innri-Fellfoss.
Skógafoss |
Desandamos camino hasta el parking y la auto. La siguiente parada del
día iba a ser el avión militar estadounidense que se estrelló en 1973 en
la playa de Sólheimasandur, pero la perspectiva de dos horas
caminando por un desierto de arena negra con la que está cayendo
disuade bastante: por lo visto, en enero de 2020 dos turistas chinos
murieron de hipotermia cerca de los restos después de quedar
atrapados en una tormenta. Un mes después, unidades de rescate
tuvieron que sacar de allí a varios turistas que habían ignorado
una advertencia de la policía de no caminar hasta los restos debido
al deterioro del clima en el área. Y es que con Islandia no se
bromea.
Fimmvorduhals Trail |
Por las mismas, hay avisos de no subir hoy al faro de Dyrhólaey debido al viento, así que decidimos hacer caso y en su lugar acercarnos a la playa de Reynisfiara. Aparcamos, pero el viento bambolea de tal modo el vehículo que decidimos irnos al cámping de Vík. Mañana, Dios dirá.
Encontramos el cámping a la primera. Como no queremos conexión eléctrica, tenemos que buscarnos la vida en la zona libre, y cuesta dar con un sitio que nos ofrezca confianza, dada la proliferación de barro y balsas de agua. Como nos viene sucediendo y sucederá a lo largo del viaje, siempre creemos que somos los últimos en llegar, y después todavía aparecen ciento y la madre. Nos llama la atención un carro-tienda que se instala en nuestras inmediaciones (después de hacer furor, han desaparecido en el resto de Europa, pero aquí en Islandia parecen seguir gozando de buena salud. Supongo que porque es mucho mejor solución que plantar la tienda en el inundado suelo). Mientras el papá monta el estalache, la madre juega con sus dos hijos a saltar mientras llueve a modo. El más pequeño se va de morros, pero no pasa nada: una toalla, guantes secos y a seguir jugando.
Kilómetros recorridos
Parcial:114 km.
Total: 630 km.
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