En contra de lo esperado, la noche ha sido meteorológicamente
tranquila. Claro que el pueblo se halla en un lugar mucho más
abrigado que las desoladas llanuras de ayer. Está dejando de llover,
y eso nos anima a volver a Reynisfjiara. En línea recta la distancia
desde Vík son apenas tres kilómetros, pero por carretera hasta el
párking de ayer hay 12. En consonancia con la mejoría del tiempo,
la playa se ha llenado de gente. Si vas a la derecha tienes la
extensa lengua de arena negra que cierra una laguna. Me gustaría
pasearla, pero como tiempo es escaso nos vamos hacia la izquierda,
donde están las formaciones de basalto, las cuevas y unos enormes
promontorios rocosos metidos en el mar que de nuevo parecen sacados
de otro planeta (aquí se rodaron escenas de 'Star Trek: en la
oscuridad', estrenada en 2013). Aunque hasta el final llega
bastante menos gente, no falta el turista garrapata que, con todo el
espacio que hay, se te pone al lado. O que cruza ante tus narices
cuando estás mirando con los prismáticos. O que persigue a un
frailecillo intentando hacerse una foto con él, como si fuese una
mascota de zoo.
Reynisfjiara
Reynisfjiara
Pese a ello, saco el dron. No estamos en parque nacional ni he visto
carteles de prohibido. Sin embargo, sopla un vientecillo que
desasosiega: apenas tengo experiencia en volar sobre el mar, y me da
miedo de que una ráfaga me lo voltee y adiós muy buenas. Tampoco
tengo claro cómo reaccionarán las gaviotas que anidan en las agujas
de piedra. Las condiciones de luz, por otro lado, son imposibles: hay
una claridad borrosa debido a la neblina, y el contraste entre la
espuma del mar y la playa de arena negra es tan bestial que dudo de
que salga algún plano en condiciones. Cuando vuelva a casa me las
veré y me las desearé con el programa de edición de vídeo para
que las imágenes queden aprovechables.
A la entrada de la playa advierten seriamente de que tengas mucho
cuidado con el oleaje, que esto no es Torremolinos (eso lo digo yo) y
de vez en cuando el mar se traga a alguien. De hecho, acabo siendo
uno de los afectados, y eso que me encuentro a por los menos
cincuenta metros de los rompientes cuando, súbitamente, una ola se
me echa encima. Trato de retroceder, pero es demasiado tarde y el
agua me llega casi a las rodillas. Oigo alguna risita guiri. Que
no os pase a vosotros, simpáticos.
Reynisfjiara
Reynisfjiara
Vuelvo a la auto a cambiarme y a restañar mi orgullo herido. Después
aprovechamos para regresar a Vík. Toca ir al súper, pero antes
tenemos el doble problema irresuelto del AdBlue y del propano. Por
fortuna en la gasolinera disponen de ambos. Compramos una garrafa de
diez litros del primero, y del segundo una bombona. Acostumbrado a
las españolas color naranja, que son de hierro del de fabricar
tanques, estas apenas pesan, incluso llenas: examino atentamente el
envase, que parece fabricado de plástico o fibra de vidrio. Mi
asombro es mayúsculo: ¿cómo puede aguantar un componente tan
liviano semejante presión? Ahora bien, para los butaneros debe de
ser una maravilla transportarlas. Sin embargo, mi asombro es aún
mayor al ver la minuta: 95 euros entre el propano y el aditivo. Como
pierdo el ticket, no sabré nunca cuál de los dos fue el responsable
del sablazo.
Junto al súper hay una tienda de ropa y calzado de montaña
sorprendentemente bien surtida. Me compro una camiseta y una gorra de
Islandia. Lo de la gorra no es postureo: resulta que la capucha de mi
cortavientos se me viene a la cara, y no veo nada. He observado que
existen dos tipos de capucha: las que traen la visera incorporada y
las que no. Y quienes carecen de ella la suplen con una gorra, y eso
mismo voy a hacer yo a partir de ahora, porque es desesperante que te
cubras cuando llueve y no veas más que la puntera de tus botas.
A la salida de Vík atravesamos unos extraños campos alfombrados de
vegetación. Y digo extraños porque por ellos pululan multitud de
insectos de considerable tamaño que nos dejan el parabrisas hecho
unos zorros. Luego viene una recta inacabable donde el viento nos
zurra de lo lindo por el costado izquierdo. Aquí las carreteras
suelen construirse sobre una plataforma elevada al menos un par de
metros sobre el terreno circundante, y ello contribuye al efecto
fuelle. Si a ello le sumamos que lo irregular del asfalto nos hace ir
dando tumbos, tenemos el paquete completo. A duras penas -y con gran
riesgo- alcanzo los 80 por hora, así que cuando formo una cola muy
larga busco un sitio donde pararme y dejo pasar. En una de estas nos
adelantan dos coches de policía y una ambulancia. Algo más adelante
nos encontramos con un vehículo de los bomberos atravesado en la
carretera. Nos desvían por un camino de cabras que sirve de acceso a
granjas. En la distancia vemos el accidente, nos parece distinguir
dos vehículos fuera de la carretera.
Foss a Sidu
Es hora de comer y paramos en el parking de Dverghamrar. Al elegir
este sitio pensé que sería una buena idea, pero como se encuentra
en un pequeño collado, el viento aquí arrea todavía más.
Cometemos además el error de estacionar de espaldas a donde sopla:
al ser la trasera cuadrada, el aire nos menea con saña.
Dverghamrar. Cuesta creer que esas piedras no sean construcciones de origen humano
Tras la ajetreada comida no nos resistimos a una a la fuerza breve
visita. Dverghamrar significa “acantilado de los enanos”, y son
formaciones de basalto hexagonal que semejan algún tipo de extraña
construcción. A poco más de 700 metros distinguimos la bella
cascada de Foss a Sidu, y se distingue perfectamente cómo las
rachas más fuertes contrarrestando la gravedad, elevan el agua e
impiden que llegue al suelo.
Seguimos camino y por fortuna el viento amaina. Cuando llegamos al
cámping de Skaftafell parece que no hubiera roto un plato, y eso nos
anima a salir a caminar. Hay dos sitios que nos gustaría ver: la
Svartifoss y el Skaftafellsjökull. Como son las seis de la tarde, es
preciso elegir uno y nos decantamos por la cascada. El sendero es
amplio y bien acondicionado, y subiendo pasamos hasta calor. Hasta la
cascada son 2 kilómetros de distancia y 160 metros de desnivel. Como
ya la tenemos muy vista en fotos, no es ningún descubrimiento. De
todos modos impresiona el aspecto de órgano de iglesia que le
confieren las columnas basálticas.
Svartifoss
Svartifoss
Svartifoss
Desde aquí deberíamos regresar al cámping, pero hemos visto que
por la zona hay señalizada una red de senderos, y que uno de ellos
podría llevarnos hasta un mirador del glaciar. Decidimos intentarlo.
Desde la Svartifoss hasta el mirador son 3 kilómetros de distancia y
otros 150 metros de subida; el problema es que, como no contábamos
con realizar este tramo, casi enseguida nos quedamos sin agua. El que
vaya cayendo la tarde (aunque nunca se haga de noche) y el no
cruzarnos con nadie también impresiona. Cuando llegamos al mirador
la sensación es parecida al vértigo: la lengua glaciar mide 2
kilómetros de ancho y 10 kilómetros de largo antes de desaparecer
en las alturas del Vatnajökull, el segundo glaciar más grande del
planeta, que además ocupa la décima parte de la superficie de
Islandia. Me quedaría aquí embobado horas, pero tenemos otros tres
kilómetros y medio hasta el camping. Son de bajada, pero el camino
se encuentra en pésimo estado y se nos antoja inacabable. La falta
de agua y comida más que por nosotros me preocupa por nuestro hijo,
pero a sus once años se porta como un valiente y no le oigo ni una
queja. Voy siguiendo la ruta por el móvil: aunque la orientación
parece fácil, no quiero ni pensar en lo que ocurriría si nos
perdemos.
Camino del Skaftafellsjökull
Camino del Skaftafellsjökull
Skaftafellsjökull
Skaftafellsjökull
Cuando por fin llegamos a la auto son las diez de la noche, doce hora
española: han sido algo más de 8 kilómetros y casi 400 metros de
desnivel acumulado. Antes de ponernos a cenar nos bebemos una botella
de refresco de dos litros. Y es que solo hace falta pasarlas un poco
canutas para valorar el cobijo, la bebida y una buena cena.
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