viernes, 24 de febrero de 2023

Día 8

 15 de julio

Amanece despejado cosa que, como ya sabemos, en Islandia es preciso celebrar por todo lo alto. Para la primera visita del día no hace falta ni arrancar el vehículo: el cañón Studlagil se encuentra aquí mismo, bajando las larguísimas escaleras que conducen a un mirador. Bien es cierto que las vistas desde esta orilla son peores que desde la opuesta, pero eso lo solucionaré con unos cuantos vuelos de dron (no llueve, no hace viento y no he visto cartel alguno de prohibición, condiciones todas sine qua non).

Studlagil Canyon
Studlagil Canyon

Hasta hace algunos años, este cañón y sus columnas de basalto eran invisibles, y ello era debido a que permanecían ocultas por las impetuosas aguas del río Jökulsá á Dal que, literalmente, partía el valle en dos. Hasta que construyeron una presa aguas arriba y desviaron buena parte del caudal a través de un túnel. De este modo, el descenso del nivel del agua dejó al descubierto este tesoro geológico.

A continuación abandonamos el cámping, desandamos la pista de tierra y volvemos a la Rjúkandafoss, que ayer me quedé con ganas de echarle unos vuelos. Como lo más interesante de las cascadas es sacarlas desde arriba, como si te fueras a caer, asciendo y asciendo hasta que dos gaviotas probablemente con el nido cerca se aproximan a investigar. Son tan grandes comparadas con el dron que con un simple toque de ala me lo mandarían a freír espárragos. Por fortuna es solo curiosidad, de modo que tras un par de vueltas se van por donde vinieron.

Continuamos por la sempiterna Nacional 1, atravesando el desierto de lava de Ódáðahraun, que no sabe uno si le recuerda a Tenerife o a Nepal. No se ven muchos indicadores de población por esta zona, y los que hay -Möðrudalur- parecen sacados de El Señor de los Anillos. A lo lejos se divisa el monte Herðubreið con sus 1.682 metros. Pertenece este a un tipo de volcán subglacial denominado tuya, cuya cima plana se forma cuando la erupción se produce bajo una gruesa capa de hielo.

Ódáðahraun
El habitual puente de un solo carril
Monte Herðubreið

128 kilómetros después de Stuðlagil llegamos al aparcamiento oeste de la Dettifoss. Al parecer también hay acceso por la otra orilla, pero no apto para nuestro vehículo. Comemos en el aparcamiento, sorprendentemente no muy lleno, y caminamos hacia la cascada cruzando un paisaje absolutamente rocoso y sin una brizna de vegetación. La nube de agua pulverizada es visible desde un kilómetro de distancia, y el estruendo también se hace notar. No es para menos: las aguas se precipitan en el cañón Jökulsárgljúfuren en una caída de 44 metros formando arcoiris. Mide 100 metros de ancho, y está considerada la cascada más potente de Europa, con unos caudales medio y máximo registrado de 200 y 500 m³ por segundo. Como estos últimos días ha llovido bastante, sus aguas llevan un color terroso. No sé si es que a estas alturas está uno un poco saturado y empieza a padecer cascaditis en versión islandesa, el caso es que pese a sus mastodónticas dimensiones y al brutal volumen de agua me impresiona menos que la Gullfoss, que vimos al principio del viaje.

Dettifoss
Dettifoss
Dettifoss
Dettifoss


Aguas abajo se encuentra la Hafragilsfoss, y aguas arriba la Selfoss (no confundir con el pueblo homónimo situado en el sur de Islandia). Como todo no se puede ver, nos decantamos por la última. Tiene una curiosa forma de herradura. Como el nivel de agua es considerablemente alto, la corriente se desborda por los laterales dando lugar a cascadas secundarias al estilo de otras grandes cataratas del mundo.

Selfoss 

Regresamos a un aparcamiento ya casi vacío. Hay carteles que lo prohíben expresamente, pero estaría bien quedarse a dormir en medio de toda esta desolación en vez de vernos obligados, como si fuéramos niños pequeños, a enchiquerarnos en un camping. El lugar agraciado es Reykjahlíð, junto al lago Mývatn donde, por el módico precio de 32 euros la noche, tendremos la ocasión de disputar por un metro más de tierra o deleitarnos con del delicado sonido de los romplones.

Llegamos a al cruce de la 862 y toca girar hacia el sur. Miro con pena las señales que indican en el sentido opuesto -Garðhur, Skinnastaðir-, porque lo que en realidad me gustaría es acompañar a este poderoso río hasta su desembocadura en el mar de Groenlandia. Como me ha ocurrido en otros viajes, experimento la nostalgia de sitios que no he conocido.

Kilómetros recorridos

Parcial: 189 km.

Total: 1.380 km.


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