15 de julio
Amanece despejado cosa que, como ya sabemos, en Islandia es preciso
celebrar por todo lo alto. Para la primera visita del día no hace
falta ni arrancar el vehículo: el cañón Studlagil se encuentra
aquí mismo, bajando las larguísimas escaleras que conducen a un
mirador. Bien es cierto que las vistas desde esta orilla son peores
que desde la opuesta, pero eso lo solucionaré con unos cuantos
vuelos de dron (no llueve, no hace viento y no he visto cartel alguno
de prohibición, condiciones todas sine qua non).
Studlagil Canyon |
Studlagil Canyon |
Hasta hace algunos años, este cañón y sus columnas de basalto eran
invisibles, y ello era debido a que permanecían ocultas por las
impetuosas aguas del río Jökulsá á Dal que, literalmente, partía
el valle en dos. Hasta que construyeron una presa aguas arriba y
desviaron buena parte del caudal a través de un túnel. De este
modo, el descenso del nivel del agua dejó al descubierto este tesoro
geológico.
A continuación abandonamos el cámping, desandamos la pista de
tierra y volvemos a la Rjúkandafoss, que ayer me quedé con ganas de
echarle unos vuelos. Como lo más interesante de las cascadas es
sacarlas desde arriba, como si te fueras a caer, asciendo y asciendo
hasta que dos gaviotas probablemente con el nido cerca se aproximan a
investigar. Son tan grandes comparadas con el dron que con un simple
toque de ala me lo mandarían a freír espárragos. Por fortuna es
solo curiosidad, de modo que tras un par de vueltas se van por donde
vinieron.
Continuamos por la sempiterna Nacional 1, atravesando el desierto de
lava de Ódáðahraun, que no sabe uno si le recuerda a Tenerife o a
Nepal. No se ven muchos indicadores de población por esta zona, y
los que hay -Möðrudalur- parecen sacados de El Señor de los
Anillos. A lo lejos se divisa el monte Herðubreið con sus 1.682
metros. Pertenece este a un tipo de volcán subglacial denominado
tuya, cuya cima plana se forma cuando la erupción se produce
bajo una gruesa capa de hielo.
Ódáðahraun |
El habitual puente de un solo carril |
Monte Herðubreið |
128 kilómetros después de Stuðlagil llegamos al aparcamiento oeste
de la Dettifoss. Al parecer también hay acceso por la otra
orilla, pero no apto para nuestro vehículo. Comemos en el
aparcamiento, sorprendentemente no muy lleno, y caminamos hacia la
cascada cruzando un paisaje absolutamente rocoso y sin una brizna de
vegetación. La nube de agua pulverizada es visible desde un
kilómetro de distancia, y el estruendo también se hace notar. No es
para menos: las aguas se precipitan en el cañón Jökulsárgljúfuren
en una caída de 44 metros formando arcoiris. Mide 100 metros de
ancho, y está considerada la cascada más potente de Europa, con
unos caudales medio y máximo registrado de 200 y 500 m³ por
segundo. Como estos últimos días ha llovido bastante, sus aguas
llevan un color terroso. No sé si es que a estas alturas está uno
un poco saturado y empieza a padecer cascaditis en versión
islandesa, el caso es que pese a sus mastodónticas dimensiones y al
brutal volumen de agua me impresiona menos que la Gullfoss, que vimos
al principio del viaje.
Dettifoss |
Dettifoss |
Dettifoss |
Dettifoss |
Selfoss |
Regresamos a un aparcamiento ya casi vacío. Hay carteles que lo prohíben expresamente, pero estaría bien quedarse a dormir en medio de toda esta desolación en vez de vernos obligados, como si fuéramos niños pequeños, a enchiquerarnos en un camping. El lugar agraciado es Reykjahlíð, junto al lago Mývatn donde, por el módico precio de 32 euros la noche, tendremos la ocasión de disputar por un metro más de tierra o deleitarnos con del delicado sonido de los romplones.
Llegamos a al cruce de la 862 y toca girar hacia el sur. Miro con pena las señales que indican en el sentido opuesto -Garðhur, Skinnastaðir-, porque lo que en realidad me gustaría es acompañar a este poderoso río hasta su desembocadura en el mar de Groenlandia. Como me ha ocurrido en otros viajes, experimento la nostalgia de sitios que no he conocido.
Kilómetros recorridos
Parcial: 189 km.
Total: 1.380 km.
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