lunes, 13 de febrero de 2023

Día 2

 9 de julio

Esta noche ha llovido con saña, y el agua se estrellaba contra el techo de la auto como si estuviéramos en alta mar. Arrancamos sin apearnos siquiera. Antes de salir he mirado Vedur, la aplicación que proporciona el pronóstico del tiempo. En la empresa de alquiler nos advirtieron que no circuláramos si el viento superaba los 15 metros por segundo, que la semana anterior una familia española con dos críos había volcado. Hoy el pronóstico no da tanta velocidad, pero casi: a la inmisericorde cortina de agua que se nos viene encima hay que sumar los bruscos bandazos de nuestro vehículo. Lo curioso es que el aire sopla de una dirección y al rato cambia. Debe de ser esto a lo que llaman en Islandia que el viento sopla redondo.

Seltún

Pasamos junto al aparcamiento que da acceso al Fagradalsfjall, el volcán que permaneció activo hasta el pasado septiembre. Como ahora está apagado, pasamos de largo. En cambio nos desviamos a la izquierda al área geotermal de Seltún, a 29 kilómetros de Grindavik. Si este lugar se encontrara, por ejemplo, en Canarias, sería una atracción de primer orden pero aquí, rodeado de maravillas, pasa desapercibido. La lluvia contribuye a darle un aspecto aún más fantasmagórico a las columnas de vapor y a las pozas de barro hirviendo, aderezado todo por el inevitable olor a azufre. En 1941 perforaron en la zona con la idea de extraer agua caliente, hasta que el pozo entró en erupción. Se intentó sellarlo, pero la fuerte presión lo impidió, y no quedó más remedio que dejar salir el vapor. En 1999 acabó explotando, originando un cráter de 43 metros de diámetro y expulsando materiales a 700 metros de distancia. Finalmente se optó por dejar Seltún para los turistas.

Seltún

Me encuentro absorto contemplando las pozas de barro hirviendo cuando percibo sobre mi cabeza un sonido familiar: miro hacia arriba y no doy crédito: es un dron. Me asombra porque a mí no se me ocurriría volar lloviendo ni con este viento. Pero también me indigna, porque tampoco volaría a quince metros sobre las cabezas de la gente. No se ve al piloto por ningún sitio, de modo que le hago un gesto ostensible al aparato, algo así como quien espanta una mosca. El otro capta el mensaje y se larga. 

Regresamos a la carretera principal y volvemos al viento y los bandazos, quizá algo más atenuados. Cruzamos la imponente desembocadura del río Ölfusá, que forma una inmensa laguna antes de llegar al mar, y unos pocos kilómetros más allá giramos hacia el interior, dejando atrás la pesadilla vendavalesca, Llegamos así a Selfoss, que con 6.500 habitantes figura en el puesto nueve de las ciudades con mayor número de habitantes de Islandia. A pesar del sufijo -foss, no existe aquí ninguna catarata digna de reseñarse, solo unos imponentes rápidos originados por el estrechamiento del río, que supongo también tiene que ver con el origen de la ciudad.

Volcán Kerid

10 kilómetros más adelante está el cruce donde, según nuestro programa, deberíamos desviarnos al parque nacional de Thingvellir. Pero el hombre propone y los viajes disponen: esta noche tenemos que dormir en Hella sí o sí, de manera que seguimos recto y hacemos escala en el volcán Kerid. Nos ponemos nuestra reglamentaria ropa de agua, pasamos por taquilla (5,8 euros los dos adultos, niños no pagan) y nos asomamos a este lago de cráter. Pese a lo recio de la ventisca y la lluvia, lo contorneamos por la parte superior antes de bajar hasta el borde del agua. La caldera, intacta y visualmente identificable, tiene unos 3.000 años, y está compuesta por roca volcánica roja. Mide aproximadamente 55 metros de profundidad, 170 de ancho y 270 de largo. En cuanto al lago, tiene entre 7 y 14 metros de profundidad.

Regresamos a la auto y hacemos una comida rápida para continuar camino. A 46 kilómetros de aquí se encuentra el área geotérmica de Geysir, una faja de tierra de 600 metros de longitud por donde corre el agua hirviendo a flor de tierra. En ella se encuentra el volcán de agua homónimo que ha dado nombre a todos los géiseres del mundo. Sin embargo, desde principios de este siglo se halla dormido y rara vez entra en erupción. Su relevo lo ha tomado el vecino Strokkur, que erupciona una vez cada 4 a 8 minutos, con una altura promedio de 15 a 20 metros, aunque llega a veces a los 40.



Terminada la visita nos resguardamos en el centro comercial, donde nos comemos una exquisita porción de pastel de chocolate. A estas alturas hemos comprobado que el impermeable de nuestro hijo no está a la altura del diluvio islandés. Como allí mismo hay una tienda de una famosa marca nacional, nos acercamos a mirar precios. Pero cuando convierto las coronas a euros se me quita el hipo: Quinientos y pico de euros por un cortavientos, por muy bueno que sea... Lo dejamos.

Gullfoss

Un tanto frustrados, seguimos camino hasta la Gullfoss. Como en el Geysir, también disponen de cafetería y tienda de ropa. Aquí también venden cortavientos impermeables de otra marca también muy popular en Islandia (al menos entre los turistas, como tendremos ocasión de comprobar). Valen 160 euros, que es el doble de lo que me costó el mío en España, pero después de la anterior experiencia nos parece hasta barato. Además, como el color de ambos se parece pues ahora vamos secos, felices y conjuntados.

Gullfoss

A pesar de que no haber estado aún en Iguazú, ni en Niágara ni en las Victoria, por la cantidad de cascadas visitadas uno se siente diplomado en cataratología. Sin embargo, Gullfoss abruma. Se encuentra en una curva del río, y después de bajar dos monumentales escalones se adentra en un largo y estrecho cañón. Al chocar contra la pared de piedra opuesta levanta una densa cortina de agua. Como de hecho sigue lloviendo, no sabes si lo que te cae encima viene del cielo o del río. Luego está el fragor de trueno, indescriptible, impresionante y sobrecogedor. Tenemos además la suerte de que, al ser por la tarde, la mayoría de las excursiones guiadas ya están en sus hoteles, y gozamos de una relativa calma.

Y, sin embargo, esta maravilla estuvo a punto de desaparecer. Hace cien años un grupo de inversores se empeñó en construir aquí una central hidroeléctrica, pero se toparon con la negativa del propietario y su familia, por lo que decidieron acudir al gobierno islandés que, expropiación mediante, autorizó la construcción de la presa. Ante esta situación la hija del dueño, Sígridur Tómasdóttir, decidió, como protesta, caminar descalza desde Gullfoss hasta Reikiavik, amenazando incluso con suicidarse en la catarata si el proyecto continuaba. La queja surtió efecto y el muro no llegó nunca a construirse, por lo que Gullfoss se salvó y permaneció inalterada hasta 1979, año en el que se convirtió en una reserva natural.

Gullfoss

Como otros sitios mágicos del planeta, Gullfoss atrae como un imán y cuesta marcharse. Sin embargo, toca hacerlo porque se nos hace tarde (que no de noche) para llegar a Hella, a 83 kilómetros. Por el camino tenemos nuestro primer encuentro con las pistas de tierra islandesas, un tramo sin asfaltar de unos 5 kilómetros. A continuación atravesamos unos valles hermosísimos y con muy poco tráfico, se ve que esta no es una carretera turística.

Por fin llegamos a Hella. Buscamos el cámping y lo que nos encontramos es con un mogollón indescriptible de gente y de vehículos. Preguntado el motivo, nos explican que este fin de semana es el Festival del Caballo (ya hemos visto que los islandeses les profesan especial devoción) y que, como hace dos años que no se celebraba, pues ahora está a tope. Vaya por Dios. Por suerte la organización ha habilitado unas campas enormes y, pese a los inmensos barrizales y el riesgo de quedarnos atrapados, conseguimos instalarnos lejos de la multitud y dormir más o menos tranquilos.

Kilómetros recorridos

Parcial: 253.

Total: 308.

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