16 julio
La primeras visitas de hoy giran en torno al lago Mývatn, nombre que se traduce por la poca romántica denominación de lago de las moscas. De hecho los insectos suelen ser aquí tan atosigantes que la gente usa redecillas para la proteger la cara. Veníamos muertos de miedo porque se nos habían olvidado en casa. Pero, por un azar del destino, hoy nos dejan en paz.
Antes de movernos vamos al súper del pueblo, pequeño y caro incluso
para los estándares islandeses. El aparcamiento está de lo más
concurrido. Se ven muchos vehículos todoterreno aprovisionándose
para adentrarse en las Tierras Altas. Dejo la auto en un hueco que
encuentro y, cuando voy hacia la tienda, percibo que alguien me
observa. Luego descubriré que se trata del dueño del
establecimiento y que he estacionado justo donde almacenan el propano
(y hay un cartel diminuto que prohíbe el aparcamiento). El tipo
tiene una pinta de usurero que te caes, pero como se da cuenta de que
voy a hacer gasto en su tienda pues no dice nada.
Skútustadir |
Skútustadir |
Después nos dirigimos hacia el sur siguiendo la orilla este del
lago. Allí se encuentran los pseudocráteres de Skútustadir.
Esa palabra, pseudocráter, no la había oído en mi vida. Ahora ya
sé que se trata de un cráter fake, es decir, un relieve
volcánico idéntico a un cráter volcánico pero con la diferencia
de que nunca ha tenido una chimenea de lava, sino que se ha formado
por explosiones de vapor al fluir a través del lodo. En la Tierra
son raros. Sin embargo al parecer hay muchos... ¡en Marte!
La segunda visita, a pocos kilómetros de allí, es el cráter del Hverfjall. Se puede subir hasta el borde por una senda que asciende cerca de 100 metros. Una vez arriba, tienes el apabullante espectáculo de una abertura de un kilómetro de diámetro. Además, se divisa todo el paisaje del lago Mývatn y las llanuras circundantes, sin que falte el omnipresente monte Herðubreið. Es posible contornear el perímetro (3 km.), pero a estas alturas la tripulación se siente derrengada y manifiesta no estar por la labor. Como desahogo, cuando regreso abajo saco el dron y grabo unos vídeos.
Hverfjall |
El lago Mývatn desde lo alto del Hverfjall |
Comemos en el aparcamiento y después hacemos 20 kilómetros hasta
Krafla, una zona volcánica muy activa situada, cómo no, en
la junta de placas. Se han documentado aquí veintinueve erupciones,
la última en 1984 (a simple vista se aprecian, negrísimas, las
coladas recientes). En 1977 se construyó en las inmediaciones una
planta geotérmica de 60 Mw (durante la perforación encontraron
magma a solo dos kilómetros de profundidad). Las tuberías pasan
sobre la carretera construyendo una especie de pórtico que, unido al
paisaje, le da al sitio un aire de lo más surrealista. Visitamos el
cráter Víti (infierno, en islandés) con sus aguas de un
azul profundo. También allí cerca están los campos de Leirhnjúkur,
pero desistimos porque hay que caminar un trecho largo. En lugar de
eso, volvemos hacia Mývatn y paramos en Hverir, una de las
mayores solfataras de Islandia. Con este término se designa una
formación geológica resultado de varios fenómenos: fisuras por las
que ascienden y surgen vapores de agua con gases sulfurosos a
presión; depósitos de azufre, fumarolas y pozos de lodo hirviente.
El vapor se forma, por lo general, a partir del agua que previamente
se ha filtrado en el terreno y que, al llegar al magma,, se
volatiliza y sale a superficie a alta presión cargado de gases,
particularmente sulfurosos. De ahí viene el característico olor a
huevos podridos que impregna el entorno.
Solfatara de Hverir |
Solfatara de Hverir |
Aprovechando que no hay carteles de prohibido, me alejo de la
turbamulta y saco el dron. Aunque siento tentaciones de bajar, vuelo
a unos 80 metros, para que nadie se siente acosado/vigilado/grabado.
Aun así, las tomas son espectaculares, con una gama de colores ocres
y turquesas que ni sospechas cuando miras a ras de suelo.
Estoy recogiendo mis bártulos cuando se acerca una chica, y me pregunta que si he hecho buenas fotos. Le respondo que sí. La zona tiene todas las papeletas de ser privada (hay un sistema de pago online que casi nadie usa, y se hallan en fase de instalar un pórtico con cámaras). De ahí a prohibir los vuelos de dron (o cobrar por ellos) va un paso. Dado que me hallaba en un lugar sin interés ninguno y que detecté un matiz de autoridad en la pregunta, sospecho que puede ser hija o empleada del propietario, así que me largo de allí a toda prisa.
Visto Hverir, para rematar el día ya solo nos queda la visita a los
Mývatn Nature Baths, que son la versión nórdica de la
Laguna Azul, que se encuentra al lado de la capital. Más baratos,
eso sí, y menos masificados. En los vestuarios te exigen el lavado
polaco, esto es, los pies, el culo y el sobaco. Luego sales a la
heladora atmósfera y corres hacia el agua como un desesperado.
Mývatn Nature Baths |
Mývatn Nature Baths |
El agua la extraen hirviendo del subsuelo, la mezclan con fría y la distribuyen por las piscinas, de manera que, si buscas, puedes encontrar la zona donde la temperatura sea más de tu gusto.
La hora que pasamos aquí da para mucho, especialmente para observar
a la gente cuando sale del agua: mientras conservan el calor en el
cuerpo caminan muy tiesos, pero transcurridos unos metros emprenden
una carrerilla nada digna hacia los vestuarios o la sauna. Los
hombres, eso sí, tratan de mantener más el tipo que las mujeres.
Mývatn Nature Baths |
Mývatn Nature Baths |
No todo es divertido, sin embargo. Por ejemplo no comprendo el afán de algunos por beber alcohol en los baños termales (no lo he probado, a lo mejor es la leche). Tampoco la ausencia de educación de otros: estoy meditando en mis cosas cuando dos parejas, presumiblemente polacas, me rodean y hacen mesa camilla conmigo en el centro. La situación es tan incómoda que no me queda otra que largarme. Por cambiar de aires me meto en un pilón largo y estrecho donde la gente se acomoda como piojos en costura y donde debes tener cuidado de no dar una patada al de enfrente. Pero los 42 grados son demasiado para mi cuerpo, así que me salgo enseguida.
Sin embargo, el paisaje infinito, el horizonte inmenso y la matizada luz de la tarde (hay nubes, e incluso se ve llover a lo lejos) compensan los sinsabores.
Terminado el baño, regresamos al vestuario, a la auto, al cámping y a nuestros queridos romplones.
Kilómetros recorridos
Parcial: 72 km.
Total: 1.452 km.