Hoy toca madrugar, porque tenemos billete comprado para el autobús
que va hasta Landmannalaugar. La previsión del tiempo para hoy era
de cielos despejados, pero ha debido de cambiar durante la noche,
porque a las siete está lloviendo a cántaros. Y yo que me había
hecho la ilusión de volar el dron...
Subimos al autobús de la empresa Trex, que viene desde Reikiavik, y
nos ponemos en marcha. El primer tramo son 57 kilómetros por
carretera asfaltada (45 minutos), y después otros 47 kilómetros
(una hora y cuarto) por carretera F, que es como denominan por estos
lares a los caminos de cabras. Es aquí donde el autobús muestra su
verdadero espíritu, pues es un 4x4 que sube cuestas y vadea ríos
que es un gusto. Tenemos un incidente con el coche escoba de unos
ciclistas que se empeña en ir detrás de ellos a su ritmo; el
problema es que no hay espacio para adelantar, y al final se tienen que
echar a un lado, él y las bicis, para dejarnos pasar.
Landmannalaugar
Escalera en el hielo
Desoladas extensiones
Cuando planificaba el viaje a Islandia y valoré la posibilidad de realizar esta excursión, albergaba mis dudas. ¿De verdad valía la pena meterse cuatro horas en un autobús (dos de ida y dos de vuelta) para visitar un sitio? Ahora comprendo que sí, y que seis también. Porque desde el principio el paisaje resulta abrumador: la denominación
Tierras Altas en Islandia se refiere a todo este terreno
desértico y volcánico donde no es posible el asentamiento humano
(aunque divisamos alguna granja a lo lejos y nos cruzamos con ovejas). En ciertos lugares la capa
de escoria parece muy reciente. De tiempo en tiempo nos
cruzamos con todoterrenos. En ningún momento deja de
llover.
La subida
Las fumarolas
Con cuidado, porque puede haber agujeros ocultos en el hielo
Resulta difícil describir...
...estos paisajes con palabras
Finalmente llegamos al cámping de Landmannalaugar, con un problema
técnico: después de dos horas de viaje nos estamos orinando
vilmente. Buscamos los baños y descubrimos, para nuestro horror, que
acceder a ellos cuesta 500 coronas por cabeza, o 1.000 por familia. Y
no es que nos importe pagar, es que hasta ahora estamos abonando todo
con la tarjeta y no hemos sentido necesidad de sacar dinero de un
cajero, y aquí cobran en cash. Claro que esto de orinar en
mitad de la wilderness no debería ser un problema, al menos para los
chicos, de manera que los varones nos apartamos del mogollón y nos
arrimamos a un promontorio rocoso para aliviarnos. Pasan un par de
tipos con palas y nos miran insistentemente. Yo no comprendo el motivo
hasta que al regreso me doy cuenta de que, justo allí, brota el
manantial... que alimenta el arroyo de aguas termales donde se baña
la gente.
La cueva del hielo
El índice de piedra
Bochorno aparte, empezamos la ruta por una áspera subida que nos
encarama a un campo de lava. Por fortuna el camino está bastante
expedito. Nuestra idea es realizar una ruta de unos 8 kilómetros de
longitud y algo más de 300 de desnivel que lleva a la cima del
Brennisteinsalda. Sin embargo, cuando llevamos recorridos un par de
kilómetros abandonamos inadvertidamente el sendero planeado en favor
de otro más transitado, el que lleva a las fumarolas. Cuando nos damos cuenta ya estamos demasiado
lejos y arriba para rehacer el itinerario: íbamos a hacer una ruta
circular y al final nos saldrá un 6. Pero lo mismo da que da lo
mismo: el lugar lo merece, y los paisajes son los mismos.
A medida que avanza la mañana la lluvia amaina. Pasamos la zona de
fumarolas y continuamos ascendiendo, combinando los tramos de roca
con otros de nieve. Llegamos hasta un collado y un nevero con cueva
incorporada a 803 metros de altitud, 60 por debajo de la cima. El
paisaje que vemos desde aquí, por su colorido y por no parecerse a
nada visto antes, quita el hipo. Ayuda el que esté escampando y que, tímidamente, asome el sol. Grupos de aguerridos montañeros
continúan adelante: van a realizar el trekking de Laugavegur, 55
kilómetros en cuatro días. Según National Geographic es uno de los
más espectaculares del mundo. Los miro con envidia, pero hoy no es
ese nuestro itinerario.
Cruzando el campo de lava
Para no perderse
Azufre
Tras comer en las alturas iniciamos el descenso, con una primera
escala en las fumarolas. A partir de aquí nos desviamos del camino
que trajimos y nos metemos en el campo de lava por un terreno
bastante escabroso. Por el camino nos encontramos a una familia
española deseosa de información y muy contenta de charlar: “Sois
los primeros españoles que encontramos”. Un poco más allá el
sendero se acosta a un torrente de montaña y se hace más llevadero.
En el último tramo el terreno se abre y da paso al más imponente de
los paisajes: no sé si es la amplitud del espacio, o la sensación
de desierto, o la mezcla de tonalidades o todo junto. Así llegamos
de nuevo al cámping. Como aún queda tiempo para que salga el
autobús, nos vamos hasta el arroyo de agua caliente en cuya
cabecera, por ignorancia, hicimos pis esta mañana. Pese al sol
radiante hace fresquillo y da como cosa despelotarse. En puridad no
se trata de una corriente de agua termal, sino que el agua hirviendo la extraen de unos pozos y la mezclan con fría, de manera que el
calorcito llega a rachas, y es preciso escoger muy bien donde
sentarse para no abrasarse.
Camino de vuelta
Tan absortos estamos con esta nuestra primera experiencia termal que
llegamos al autobús por un pelo. El conductor examina escéptico el folio-ticket que traigo impreso desde España, pero nos deja subir. Dos
horas más tarde estamos de nuevo en Hella. Regresamos al cámping
que anoche estaba hasta la bandera y ahora lo encontramos casi
vacío. Tanto que a eso de las doce entra un pick-up con jovenzuelos
subidos en la caja trasera gritando y con música a todo volumen. Por
suerte solo dan una vuelta al ruedo y se marchan.
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