martes, 14 de febrero de 2023

Día 3

10 de julio

Hoy toca madrugar, porque tenemos billete comprado para el autobús que va hasta Landmannalaugar. La previsión del tiempo para hoy era de cielos despejados, pero ha debido de cambiar durante la noche, porque a las siete está lloviendo a cántaros. Y yo que me había hecho la ilusión de volar el dron...

Subimos al autobús de la empresa Trex, que viene desde Reikiavik, y nos ponemos en marcha. El primer tramo son 57 kilómetros por carretera asfaltada (45 minutos), y después otros 47 kilómetros (una hora y cuarto) por carretera F, que es como denominan por estos lares a los caminos de cabras. Es aquí donde el autobús muestra su verdadero espíritu, pues es un 4x4 que sube cuestas y vadea ríos que es un gusto. Tenemos un incidente con el coche escoba de unos ciclistas que se empeña en ir detrás de ellos a su ritmo; el problema es que no hay espacio para adelantar, y al final se tienen que echar a un lado, él y las bicis, para dejarnos pasar.

Landmannalaugar

Escalera en el hielo

Desoladas extensiones

Cuando planificaba el viaje a Islandia y valoré la posibilidad de realizar esta excursión, albergaba mis dudas. ¿De verdad valía la pena meterse cuatro horas en un autobús (dos de ida y dos de vuelta) para visitar un sitio? Ahora comprendo que sí, y que seis también. Porque desde el principio el paisaje resulta abrumador: la denominación Tierras Altas en Islandia se refiere a todo este terreno desértico y volcánico donde no es posible el asentamiento humano (aunque divisamos alguna granja a lo lejos y nos cruzamos con ovejas). En ciertos lugares la capa de escoria parece muy reciente. De tiempo en tiempo nos cruzamos con  todoterrenos. En ningún momento deja de llover.

La subida

Las fumarolas

Con cuidado, porque puede haber agujeros ocultos en el hielo

Resulta difícil describir...

...estos paisajes con palabras

Finalmente llegamos al cámping de Landmannalaugar, con un problema técnico: después de dos horas de viaje nos estamos orinando vilmente. Buscamos los baños y descubrimos, para nuestro horror, que acceder a ellos cuesta 500 coronas por cabeza, o 1.000 por familia. Y no es que nos importe pagar, es que hasta ahora estamos abonando todo con la tarjeta y no hemos sentido necesidad de sacar dinero de un cajero, y aquí cobran en cash. Claro que esto de orinar en mitad de la wilderness no debería ser un problema, al menos para los chicos, de manera que los varones nos apartamos del mogollón y nos arrimamos a un promontorio rocoso para aliviarnos. Pasan un par de tipos con palas y nos miran insistentemente. Yo no comprendo el motivo hasta que al regreso me doy cuenta de que, justo allí, brota el manantial... que alimenta el arroyo de aguas termales donde se baña la gente.

La cueva del hielo

El índice de piedra

Bochorno aparte, empezamos la ruta por una áspera subida que nos encarama a un campo de lava. Por fortuna el camino está bastante expedito. Nuestra idea es realizar una ruta de unos 8 kilómetros de longitud y algo más de 300 de desnivel que lleva a la cima del Brennisteinsalda. Sin embargo, cuando llevamos recorridos un par de kilómetros abandonamos inadvertidamente el sendero planeado en favor de otro más transitado, el que lleva a las fumarolas. Cuando nos damos cuenta ya estamos demasiado lejos y arriba para rehacer el itinerario: íbamos a hacer una ruta circular y al final nos saldrá un 6. Pero lo mismo da que da lo mismo: el lugar lo merece, y los paisajes son los mismos.

A medida que avanza la mañana la lluvia amaina. Pasamos la zona de fumarolas y continuamos ascendiendo, combinando los tramos de roca con otros de nieve. Llegamos hasta un collado y un nevero con cueva incorporada a 803 metros de altitud, 60 por debajo de la cima. El paisaje que vemos desde aquí, por su colorido y por no parecerse a nada visto antes, quita el hipo. Ayuda  el que esté escampando y que, tímidamente, asome el sol. Grupos de aguerridos montañeros continúan adelante: van a realizar el trekking de Laugavegur, 55 kilómetros en cuatro días. Según National Geographic es uno de los más espectaculares del mundo. Los miro con envidia, pero hoy no es ese nuestro itinerario.

Cruzando el campo de lava

Para no perderse

Azufre

Tras comer en las alturas iniciamos el descenso, con una primera escala en las fumarolas. A partir de aquí nos desviamos del camino que trajimos y nos metemos en el campo de lava por un terreno bastante escabroso. Por el camino nos encontramos a una familia española deseosa de información y muy contenta de charlar: “Sois los primeros españoles que encontramos”. Un poco más allá el sendero se acosta a un torrente de montaña y se hace más llevadero. En el último tramo el terreno se abre y da paso al más imponente de los paisajes: no sé si es la amplitud del espacio, o la sensación de desierto, o la mezcla de tonalidades o todo junto. Así llegamos de nuevo al cámping. Como aún queda tiempo para que salga el autobús, nos vamos hasta el arroyo de agua caliente en cuya cabecera, por ignorancia, hicimos pis esta mañana. Pese al sol radiante hace fresquillo y da como cosa despelotarse. En puridad no se trata de una corriente de agua termal, sino que el agua hirviendo la extraen de unos pozos y la mezclan con fría, de manera que el calorcito llega a rachas, y es preciso escoger muy bien donde sentarse para no abrasarse.



Camino de vuelta

Tan absortos estamos con esta nuestra primera experiencia termal que llegamos al autobús por un pelo. El conductor examina escéptico el folio-ticket que traigo impreso desde España, pero nos deja subir. Dos horas más tarde estamos de nuevo en Hella. Regresamos al cámping que anoche estaba hasta la bandera y ahora lo encontramos casi vacío. Tanto que a eso de las doce entra un pick-up con jovenzuelos subidos en la caja trasera gritando y con música a todo volumen. Por suerte solo dan una vuelta al ruedo y se marchan.

Cruzando un río

Kilómetros recorridos

Parcial: 208 (bus).

Total: 516.

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