18 de agosto
Temperatura al
amanecer: 12º C
Snells Beach es una
segunda residencia para los urbanitas de Auckland, y la pueblan estupendos
chalets orientados a la bahía con ese estilo tan neozelandés que subordina el
lujo a la funcionalidad. El dueño de la caravana que está a nuestro lado tiene
pegado un cartel por el interior de la ventana donde dice: "Jubilado ¡y gastándolo!" Quienes
pasan se detienen, lo leen, lo comentan y se ríen.
Snells Beach |
Iniciamos ruta buscando
nuestro penúltimo destino, la
Waipoua Forest , 180 kilómetros hacia
el Norte. Primero seguimos la SH
1 hasta Brynderwyn, y aquí nos desviamos por la SH 12, dirección Oeste. El tráfico, que ha ido
menguando a medida que nos alejábamos de Auckland, cesa casi por completo y prácticamente
desaparecen los pueblos. Es como si de repente hubiéramos ingresado en otro
país dentro de este país de contrastes.
Al llegar al Wairoa River, justo donde este se convierte
en un enorme estuario, torcemos de nuevo hacia el Norte. Al llegar a Dargaville
paramos a echar gasoil. El precio es sensiblemente más alto que en las zonas
más pobladas. Pero si echas más de cuarenta dólares te hacen un considerable
descuento, que está calculado para disuadir a los locales de viajar en busca de combustible barato.
Desde Dargaville
hasta el Bosque de Waipoua tenemos aún 50 kilómetros . Dicho
lugar fue declarado reserva forestal en 1952, y constituye un vestigio de los
inmensos bosques de kauris que cubrieron el Norte de la isla. Actualmente su
administración recae en la tribu local, a la que se le devolvió como
compensación parcial por el incumplimiento inglés del Tratado de Waitangi. Hay
un centro de visitantes, pero lo pasamos de largo: venimos a ver árboles,
árboles como no los hay en nuestra tierra.
The Four Sisters |
Caminando por el bosque |
Tronco de kauri |
Paramos en un
aparcamiento señalizado que se halla cerca de la carretera. Solo hay un coche.
Antes de adentrarnos en el bosque, debemos pasar por un curioso sistema de
cortafuegos biológico: limpiamos las sueltas de las botas en una especie de
rodillos similares a los de los túneles de limpieza de vehículos, aunque
lógicamente mucho más pequeños. A continuación pisamos en una especie de
esponja impregnada en líquido desinfectante. Al parecer estas precauciones no
son gratuitas, pues los microorganismos importados están matando a los kauris. Se
te pide que realices el proceso tanto al entrar como al salir.
Una vez
higienizados, nos adentramos en la espesura. A 600 metros de distancia está
The Four Sisters, un conjunto de
cuatro grandes kauris fusionados por la base. Una pasarela de madera rodea los
árboles: por todos sitios hay carteles advirtiendo que no pises cerca del
árbol, porque matas las raíces superficiales y al final se muere. Parece
mentira que estos gigantes sean tan delicados.
Aunque, para coloso,
el Te Matua Ngahere (el Padre del
Bosque), ubicado 800
metros más allá. No por la altura, ciertamente, ya que
alcanza solo treinta metros, sino por
su circunferencia: con 16,4
metros , es el kauri vivo de mayor perímetro. De hecho,
cuando lo descubres entre la vegetación parece que estás viendo una roca o una
pared, no un ser vivo.
Te Matua Ngahere |
Hacia las nubes |
En este lugar hay un
par de bancos, así que nos aposentamos y sacamos nuestro almuerzo. Aparecen dos
chicos jóvenes. Sin duda vienen a disfrutar de la paz y la magia del sitio,
pero Inari está hoy especialmente revoltoso, y no hay manera de que se calle.
Tengo la sensación de que se marchan un tanto decepcionados.
Estos son mis poderes (y mis debilidades) |
Desandamos ahora
camino y, a poco de sobrepasar The Four
Sisters, torcemos por un camino a la derecha. Hasta el Yakas hay algo más
de dos kilómetros, y aunque no viniéramos a ver un árbol excepcional, el
recorrido por sí solo ya valdría la pena. Parece que caminemos por la selva
amazónica; a ambos lados del camino encontramos ejemplares de kauris que no tendrán
nombre propio, pero que también son espectaculares: sus enormes troncos
rectilíneos suben disparados hacia arriba, no me extraña que fueran tan
apreciados por los constructores de barcos.
Llegamos a un lugar
denominado Cathedral Grove. No
entiendes el porqué del nombre hasta que descubres que los kauris, por su
distribución, se asemejan a las
pilastras de un templo gótico. Sin embargo, yo experimento aquí más fervor que
en una iglesia porque, a diferencia de esta, aquí todo es naturaleza, y está
vivo.
Hacia el Yakas |
Hacia el Yakas |
Descomunal Yakas |
Un par de minutos y
llegamos al Yakas, que es el séptimo kauri más grande de Nueva Zelanda: la
circunferencia de su tronco es de 12,29 metros , y su altura total alcanza los 43.
Por fortuna, la pasarela que rodea el tronco se acerca hasta la base y podemos
acercarnos y tocarlo. Aparece una pareja de mediana edad. El hombre se acerca
al tronco y lo abraza. Ella parece más remisa, quizá por nuestra presencia,
pero al final se anima. Los vemos tan asequibles que inmediatamente pegamos la
hebra: son australianos, de Perth, y este viaje lo han hecho solo para ver los kauris.
Son encantadores, simpáticos. Conocen España. Les sacamos fotos con su cámara y
ellos nos devuelven la recíproca. Se marchan.
El Tane Mahuta. En la foto no parece gran cosa. |
La vuelta se nos
hace un poco larga, particularmente a Inari. Una vez en la auto, seguimos
carretera abajo, durante un kilómetro. Aquí, a poco más de cien metros del
aparcamiento, está la traca final: el Tane
Mahuta, que es el nombre del dios maorí del bosque. Y no en vano, ya que es
el kauri más grande que existe. Posiblemente sea también el más longevo,
pues la edad se le calcula entre mil doscientos y dos mil años. Qué decir ante
esta abrumadora fortaleza que se eleva hacia las nubes. Solo experimentas dos
sentimientos: el de su infinita grandeza y el de tu propia insignificancia. Es
tan grande que tienes que tomar distancia para no desgraciarte las cervicales.
Tenemos, además, la infinita suerte de que en el lugar no hay ni un alma. Siento lo más
parecido a la devoción que puede uno experimentar frente a un ser vivo.
Estuario del Hokianga |
Estuario del Hokianga |
Continuamos periplo
hacia el Norte, en dirección a Kaitaia. Entre las localidades de Omapere y
Opononi bordeamos el bello estuario del río Hokianga. Por lo visto en Rawene existe
un ferry que lo cruza, pero no conocemos disponibilidad ni horarios. La luz
está decayendo, y no es cosa de perder tiempo en averiguaciones. El rodeo por
tierra supone 40
kilómetros extra, pero es lo que hay. Salimos de nuevo a
la Estatal 1,
y nos las vemos de nuevo con un tráfico que no es abundante pero sí extraordinariamente
agresivo, y no solo con nosotros: nos adelantan consecutivamente dos coches con
una separación entre uno y otro de apenas un metro. Contemplo hipnotizado como
el de atrás amaga mientras que el otro aguanta, hasta que ambos se pierden en
la distancia. Me quedo a cuadros, porque en mi vida he visto opositar de esta
forma al suicidio.
Pasamos una zona de
montaña que a oscuras se hace bastante dificultosa, y por fin llegamos a
Kaitaia. Nuestra idea era dormir junto a la zona deportiva, pero nuestro gozo
en un pozo: se celebra algún tipo de certamen deportivo, y las personas y los
vehículos se cuentan por cientos. Mejor nos abrimos. A 8 kilómetros se
encuentra Awanui, que también cuenta con zona deportiva pernoctable y donde por
fortuna hoy no se celebra nada. Llegamos y aparcamos junto a un edificio. A
través de las ventanas podemos observar a varios tíos machacando en máquinas de
pesas. Doy una vuelta a lo largo del terreno de rugby en busca de un sitio que
no esté tan cerca de la carretera, pero constato que junto al gimnasio hay una
vivienda habitada, imagino que la del guarda, y no es cuestión de entrar hasta
la cocina sin pedir permiso. Nos quedamos en el aparcamiento de la entrada. Los
culturistas ya se han ido, y al rato llega una furgoneta de la que no sale
nadie. Todos a dormir.
Kilómetros etapa:
311
Kilómetros viaje: 5.368
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