16 de agosto
Temperatura al
amanecer: 9º C
Cerca de donde
estamos aparcados hay una rampa de cemento que se sumerge en el agua. Llegan un
hombre y un crío de nueve o diez años con un todoterreno y una lancha. El niño
se sube a esta mientras el otro la hace descender del remolque. Llega un punto
en que la embarcación se libera, cabecea libre en el agua y empieza a alejarse.
Entonces el adulto se arranca en una breve carrerita y, con el agua ya por las
rodillas, salta dentro. Enciende el motor y se alejan río arriba.
Estamos a solo 19 kilómetros del Hobbiton Movie Set, y llegamos rápido y
sin dificultad. Ante la previsión de aglomeraciones, ayer compramos las
entradas por Internet.
No muy convencido,
le muestro en el móvil el correo de confirmación a la chica de la taquilla, pero
ella lo mira, asiente y me da las entradas en papel. Han costado 79 dólares
cada una, Inari gratis. Para los acérrimos del Señor de los Anillos serán
baratas; para los demás, no tanto.
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Las tenemos |
El plató se
encuentra a dos kilómetros y medio, y te trasladan en autobús. Como
hace solecito, esperamos fuera a que llegue. Descubrimos que existe toda una
flota de ellos y que están pintados de verde oscuro, lo que les confiere un
vago aire militar. Realmente es un buen negocio el que tienen montado aquí a
cuenta de la mitomanía anillesca.
El plató se halla
ubicado en torno a un lago, y consta de dos partes: el pueblo, con sus casas de
puerta redonda enterradas en la ladera, y la taberna del Dragón Verde. La zona del pueblo está muy cuidada, con
utensilios a las puertas de las casas e incluso ropa tendida a secar, todo en
formato diminuto; se diría que los hobbits
han salido y van a regresar de un momento a otro. Para los que han leído el
libro o visto la película el sitio debe de ser la caña. Para quienes no, pues
nos deja fríos. Inari es el único niño del grupo, y como era previsible se aburre
como una ostra. Como al fin y al cabo su madre es la interesada en la visita,
me toca hacer de guardés. Durante una parada particularmente larga nos ponemos
a jugar al borde del camino, y eso nos cuesta una pequeña reprimenda por parte
de la guía, quien nos dice así que
estropeamos la hierba. Pensé que al organizar el sitio habrían tenido en
cuenta a los locos bajitos, pero ya veo que no. Con razón los dejan entrar
gratis.
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La otra parte del poblado |
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La casa de Bilbo |
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El lago |
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El puente |
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El Dragón Verde por fuera |
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Pescando |
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El Dragón Verde |
Finalmente nos
llevan al Dragón Verde. Allí nos
tomamos una cerveza gentileza de la casa y algo de comer, que pagamos nosotros.
La verdad es que el local está muy conseguido, y resulta muy acogedor. Cuando
Peter Jackson, que andaba buscando una localización para rodar, venció los
reparos iniciales del dueño de los terrenos, este le puso como condición que
los decorados no fueran de cartón piedra, sino duraderos. De esta forma se
aseguraba los beneficios de explotación posteriores que, a juzgar por lo que
vemos, no tienen que envidiar a los de la película en sí. Realmente la vista
para los negocios de algunos es asombrosa.
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Interior de El Dragón Verde |
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Redondas ventanas |
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Exterior |
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Pescado |
De regreso a la auto
completamos el almuerzo y nos ponemos en marcha. A los pocos kilómetros
cruzamos Matamata. Al pasar junto a la Oficina de Turismo descubrimos que ha sido
construida al estilo hobbitonesco. De
esta forma un lugar anodino, solo interesante para las vacas, se transforma,
por obra y gracia de la imaginación y del cine, en un lugar de culto y
peregrinación para gente del mundo entero.
Nos dirigimos hacia
el Norte, en dirección a la
Península de Coromandel. Como apenas nos quedan días, hemos estado
tentados varias veces de descartarla, pero al final han podido más las ganas.
El navegador nos lleva por lo que parecen carreteras secundarias, a través de
una serie de cruces bastante desconcertantes. La calzada no es muy ancha, y en
determinado momento un camión que viene a toda castaña y en sentido contrario,
al estilo El Diablo sobre Ruedas,
está a punto de sacarnos fuera.
Cerca de Thames
cruzamos el río Waihou y la
Península de Oeste a Este. El terreno resulta ser muy
montañoso, y la carretera una continua e inacabable curva. La conducción
resulta tan fatigosa que hacemos una parada en Tairua y, ya de paso, llenamos
gasoil. Tiene este pueblo un lugar autorizado para autos en el istmo arenoso
que une Paaku, una antigua isla volcánica, con la tierra firme. Dicha isla
prácticamente cierra un estuario arenoso que se llena y se vacía al ritmo de
las mareas. Pero nuestro destino de hoy no está aquí, sino 27 kilómetros más
arriba, en Hahei.
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Costa de Hahei |
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Gaviota en Hahei |
Una vez llegados al
pequeño pueblo, lo rodeamos hasta donde termina la carretera, en un parking sobre los acantilados. De aquí arranca la senda peatonal que en media hora te
planta en Cathedral Cove. La ruta se
hace fatigosa por las continuas subidas y bajadas, y a medio camino encontramos
un bosque-memorial recién plantado en recuerdo
de los que dieron sus vidas en Gallipoli. En un país nuevo, prácticamente
sin historia, resulta curiosa la importancia que adquieren los acontecimientos;
La famosa masacre, ocurrida hace ahora cien años, parece estar tan presente en
la vida de los neozelandeses que parece que hubiera sucedido ayer.
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Cathedral Cove |
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Cathedral Cove |
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Cathedral Cove |
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Cathedral Cove |
Aunque a estas
alturas deberíamos estar saturados, la playa nos impresiona. Hay una gigantesca
formación rocosa en forma de arco (de ahí el nombre), pero como está la marea
alta no podemos acceder al otro lado. De nuevo los acordes de Michael Nyman
parecen amenizar tan salvaje belleza.
Está atardeciendo, y
el sitio prácticamente vacío. La nota discordante la ponen dos chavales de
veintipocos años. Está con ellos una chica, y deben de estar compitiendo por
sus favores al más puro estilo primate, a juzgar por el repertorio de
cabriolas, berridos y pantomimas varias con que nos obsequian. Además, debemos
ejercer una atracción irresistible, porque cuando nos vamos hasta un extremo de
la playa nos siguen; acto seguido vamos hacia el otro y aquí se vienen también.
Traen unas mochilas que, desconfiadamente, mueven con ellos conforme se
desplazan. Querrán quedarse a pernoctar y tratan de echarnos cuanto antes de su dormitorio.
Cuando llegamos a la
auto ya es noche estrellada. Hay cuatro plazas delimitadas para autocaravanas,
pero ahora mismo solo estamos una familia oriental y nosotros. Luego, en el
aparcamiento de turismos, se ven algunas camper. Supongo que la temporada baja
y todo eso.
Luego, el frío y el
silencio se apoderan del momento. Y si aguzas el oído allá abajo, en los
acantilados, alienta el latido del mar.
Kilómetros etapa:
183
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