sábado, 19 de noviembre de 2016

Haere mai. Un viaje a a Nueva Zelanda (26)

16 de agosto
Temperatura al amanecer: 9º C
Cerca de donde estamos aparcados hay una rampa de cemento que se sumerge en el agua. Llegan un hombre y un crío de nueve o diez años con un todoterreno y una lancha. El niño se sube a esta mientras el otro la hace descender del remolque. Llega un punto en que la embarcación se libera, cabecea libre en el agua y empieza a alejarse. Entonces el adulto se arranca en una breve carrerita y, con el agua ya por las rodillas, salta dentro. Enciende el motor y se alejan río arriba.
Estamos a solo 19 kilómetros del Hobbiton Movie Set, y llegamos rápido y sin dificultad. Ante la previsión de aglomeraciones, ayer compramos las entradas por Internet.
No muy convencido, le muestro en el móvil el correo de confirmación a la chica de la taquilla, pero ella lo mira, asiente y me da las entradas en papel. Han costado 79 dólares cada una, Inari gratis. Para los acérrimos del Señor de los Anillos serán baratas; para los demás, no tanto.

Las tenemos
El plató se encuentra a dos kilómetros y medio, y te trasladan en autobús. Como hace solecito, esperamos fuera a que llegue. Descubrimos que existe toda una flota de ellos y que están pintados de verde oscuro, lo que les confiere un vago aire militar. Realmente es un buen negocio el que tienen montado aquí a cuenta de la mitomanía anillesca.
Al bajar del autobús de inmediato una mujer se hace cargo de nosotros. Se trata de una visita muy muy controlada, y no está permitido separarse del grupo ni un negro de uña. Esto es bastante engorroso a la hora de sacar fotografías sin nadie delante. Especialmente enfadosas son estas tres chicas que podrían ser de Indonesia y que se quedan siempre las últimas para hacerse selfies sin parar. No les interesa lo más mínimo el sitio, sino demostrar a familiares y conocidos que han estado aquí. A juzgar por el número de fotos que han hecho, su parentela debe de ser innúmera.
Casa de Hobbit
Casa de Hobbit
Casa de Hobbit
¿Seguimos la partida?

Puertas redondas
Señores, sírvanse
El plató se halla ubicado en torno a un lago, y consta de dos partes: el pueblo, con sus casas de puerta redonda enterradas en la ladera, y la taberna del Dragón Verde. La zona del pueblo está muy cuidada, con utensilios a las puertas de las casas e incluso ropa tendida a secar, todo en formato diminuto; se diría que los hobbits han salido y van a regresar de un momento a otro. Para los que han leído el libro o visto la película el sitio debe de ser la caña. Para quienes no, pues nos deja fríos. Inari es el único niño del grupo, y como era previsible se aburre como una ostra. Como al fin y al cabo su madre es la interesada en la visita, me toca hacer de guardés. Durante una parada particularmente larga nos ponemos a jugar al borde del camino, y eso nos cuesta una pequeña reprimenda por parte de la guía, quien nos dice así que estropeamos la hierba. Pensé que al organizar el sitio habrían tenido en cuenta a los locos bajitos, pero ya veo que no. Con razón los dejan entrar gratis.
La otra parte del poblado
La casa de Bilbo
El lago
El puente
El Dragón Verde por fuera
Pescando
El Dragón Verde
Finalmente nos llevan al Dragón Verde. Allí nos tomamos una cerveza gentileza de la casa y algo de comer, que pagamos nosotros. La verdad es que el local está muy conseguido, y resulta muy acogedor. Cuando Peter Jackson, que andaba buscando una localización para rodar, venció los reparos iniciales del dueño de los terrenos, este le puso como condición que los decorados no fueran de cartón piedra, sino duraderos. De esta forma se aseguraba los beneficios de explotación posteriores que, a juzgar por lo que vemos, no tienen que envidiar a los de la película en sí. Realmente la vista para los negocios de algunos es asombrosa.
Interior de El Dragón Verde
Redondas ventanas
Exterior
Pescado
De regreso a la auto completamos el almuerzo y nos ponemos en marcha. A los pocos kilómetros cruzamos Matamata. Al pasar junto a la Oficina de Turismo descubrimos que ha sido construida al estilo hobbitonesco. De esta forma un lugar anodino, solo interesante para las vacas, se transforma, por obra y gracia de la imaginación y del cine, en un lugar de culto y peregrinación para gente del mundo entero.
Nos dirigimos hacia el Norte, en dirección a la Península de Coromandel. Como apenas nos quedan días, hemos estado tentados varias veces de descartarla, pero al final han podido más las ganas. El navegador nos lleva por lo que parecen carreteras secundarias, a través de una serie de cruces bastante desconcertantes. La calzada no es muy ancha, y en determinado momento un camión que viene a toda castaña y en sentido contrario, al estilo El Diablo sobre Ruedas, está a punto de sacarnos fuera.
Cerca de Thames cruzamos el río Waihou y la Península de Oeste a Este. El terreno resulta ser muy montañoso, y la carretera una continua e inacabable curva. La conducción resulta tan fatigosa que hacemos una parada en Tairua y, ya de paso, llenamos gasoil. Tiene este pueblo un lugar autorizado para autos en el istmo arenoso que une Paaku, una antigua isla volcánica, con la tierra firme. Dicha isla prácticamente cierra un estuario arenoso que se llena y se vacía al ritmo de las mareas. Pero nuestro destino de hoy no está aquí, sino 27 kilómetros más arriba, en Hahei.
Costa de Hahei
Gaviota en Hahei
Una vez llegados al pequeño pueblo, lo rodeamos hasta donde termina la carretera, en un parking sobre los acantilados. De aquí arranca la senda peatonal que en media hora te planta en Cathedral Cove. La ruta se hace fatigosa por las continuas subidas y bajadas, y a medio camino encontramos un bosque-memorial recién plantado en recuerdo de los que dieron sus vidas en Gallipoli. En un país nuevo, prácticamente sin historia, resulta curiosa la importancia que adquieren los acontecimientos; La famosa masacre, ocurrida hace ahora cien años, parece estar tan presente en la vida de los neozelandeses que parece que hubiera sucedido ayer.
Cathedral Cove
Cathedral Cove
Cathedral Cove
Cathedral Cove
Aunque a estas alturas deberíamos estar saturados, la playa nos impresiona. Hay una gigantesca formación rocosa en forma de arco (de ahí el nombre), pero como está la marea alta no podemos acceder al otro lado. De nuevo los acordes de Michael Nyman parecen amenizar tan salvaje belleza.
Está atardeciendo, y el sitio prácticamente vacío. La nota discordante la ponen dos chavales de veintipocos años. Está con ellos una chica, y deben de estar compitiendo por sus favores al más puro estilo primate, a juzgar por el repertorio de cabriolas, berridos y pantomimas varias con que nos obsequian. Además, debemos ejercer una atracción irresistible, porque cuando nos vamos hasta un extremo de la playa nos siguen; acto seguido vamos hacia el otro y aquí se vienen también. Traen unas mochilas que, desconfiadamente, mueven con ellos conforme se desplazan. Querrán quedarse a pernoctar y tratan de echarnos cuanto antes de su dormitorio.
Cuando llegamos a la auto ya es noche estrellada. Hay cuatro plazas delimitadas para autocaravanas, pero ahora mismo solo estamos una familia oriental y nosotros. Luego, en el aparcamiento de turismos, se ven algunas camper. Supongo que la temporada baja y todo eso.
Luego, el frío y el silencio se apoderan del momento. Y si aguzas el oído allá abajo, en los acantilados, alienta el latido del mar.

Kilómetros etapa: 183
Kilómetros viaje: 4.807

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