19 de agosto
Temperatura al
amanecer: 13º C
Estamos solo a 100 kilómetros de Cape Reinga, y por lo tanto a punto de
llegar al extremo Norte de la isla, con lo difícil que parecía. En este lugar
el terreno se estrecha en una larga lengua de tierra apenas poblada que se
llama Península de Aupouri. Lo que
más se ven son bosques, gigantescas extensiones de arena y el brillo marino que,
de cuando en cuando, asoma a nuestra derecha. Aquí finaliza la Estatal 1, que hace de
espina dorsal de las dos islas y en cuyo otro extremo, en Invercargill,
estuvimos hace veinte días. Desde donde nos encontramos a Waipapa Point hay 1.400 kilómetros a
vuelo de pájaro, y 2.200 si vas por carretera y barco. Imposible representarse
en un instante el cúmulo de experiencias de estas tres semanas y de la
totalidad del viaje. Con razón dicen que viajar (siquiera una vez al año) es
una de las más hermosas maneras de existir.
Camino de Cape Reinga |
Camino de Cape Reinga |
La llegada a Cape
Reinga me recuerda un poco a la del noruego Cabo Norte. No, desde luego, por la
vegetación ni por el paisaje, que allí es ártico y aquí tropical sino por la
carretera, que en ambos sitios discurre por la cuerda de las montañas con el
mar saludándote desde ambos lados. También por ese pálpito de terminación,
finisterre o non plus ultra que le acomete a uno cuando más allá de la tierra no
hay sino agua.
Llegamos al
aparcamiento y pasamos bajo una especie de arco-monumento donde el sonido de
una flauta nos pone en situación, y comenzamos el descenso hacia el cabo. Vaya
por delante que no estamos ante una atracción turística: este lugar tiene para
los maoríes un profunda significación simbólico-religiosa, ya que creen que
este es el punto desde donde, al morir, sus almas emprenden viaje hacia su
hogar espiritual, situado en sus islas originarias (parece que también ellos se
han sentido emigrantes en esta tierra). El lugar, por tanto, da la sensación de
un gigantesco cementerio, y esa es la actitud de las personas que lo visitan. Hay
muchos nativos jóvenes (incluso una madre con su hija de meses) que nos saludan
con deferencia, como agradeciendo que compartamos con ellos el espíritu de un
lugar tan especial.
Cape Reinga |
El faro de Cape Reinga |
El faro de Cape Reinga |
La junta del Pacífico con el Mar de Tasmania |
Lejos de ninguna parte |
En la punta del cabo
hay un faro blanco, un poste indicador con la distancia a los cuatro confines
del mundo, y enfrente algo realmente curioso: la junta de aguas del Pacífico
con el Mar de Tasmania, que levanta espumas y encrespa las olas (diez metros
dicen que pueden alcanzar los días de tempestad).
Abandonamos el lugar
imbuidos de la vastedad de lo sagrado. Para volver al aparcamiento la cuesta es
considerable, y por ello a intervalos han tenido la previsión de instalar
bancos. En uno de estos descansan una mujer maorí bastante mayor y una joven.
Esta última nos mira con cara de pocos amigos. Su actitud es tan evidente que
me comenta Bego que quizá le moleste que vengan blancos a este sitio, aunque ella también lo parezca. Al cabo de un
rato nos adelanta ya sin la anciana, y cuando estamos llegando a la puerta de la
flauta nos la volvemos a cruzar. Todavía la veremos una vez más, ya a punto de
irnos, dando frenéticos paseos desde la puerta de un autobús hasta la entrada
del santuario, desde donde mira hacia ansiosamente hacia el faro, como esperando
a alguien. Evidentemente sus problemas, sean los que sean, nada tienen que ver
con nosotros.
En una ensenada a la
derecha del cabo está el Tapotupotu
Camping Area, gestionado por el DOC. La verdad que sería estupendo pasar el
día aquí, pero eso es algo que hoy ya no podemos elegir. Desandamos camino para
salir de la península, no sin antes hacer un alto para comer. La verdad es que
recorrer 100
kilómetros ida y otros tantos vuelta solo para venir
aquí puede parecer cargante, pero nosotros nos sentimos muy satisfechos con la
experiencia.
Lo que no satisface
tanto es el episodio que sucede ahora, el tercero y último de los autos locos versión neozelandesa. Hace
unos minutos (no muchos) que vienen detrás de mí tres coches. En cuanto
llegamos a un tramo despejado, como es de rigor, facilito el adelantamiento.
Pasa el primero, pasa el segundo, y cuando está adelantando el tercero, un
todoterreno granate bastante guarro, veo que inicia la maniobra de
reincorporación sin esperar a rebasarme. Ante la inminente colisión, no me queda
otra que frenar. Clavo el claxon y le lanzo todos los insultos que conozco. En
español, en inglés y en maorí.
Superado el susto y
el cabreo, reflexiono sobre la zafia jugada: no venían vehículos de frente y
tenía espacio de sobra. ¿Por qué lo ha hecho, entonces? Resulta evidente que ha
sido de una agresividad deliberada. ¿Acaso es porque circulamos en autocaravana
de alquiler? Aparte de los incidentes reseñados, he percibido más de una
actitud hostil, y pienso que es posible que haya gente aquí a la que no le
gusten los turistas y quieran hacérselo saber, aunque para ello se arriesguen a
un accidente.
Más tarde buscaré
estadísticas sobre accidentes de tráfico y descubriré, para mi asombro, que
Nueva Zelanda tiene una tasa de fallecidos por cada cien mil habitantes de
10,1. Superior a la de España (9,3), pero también a la de sus vecinos
australianos (7,8) o sus homólogos canadienses (8,8) por no hablar de los
países en los que nos gusta fijarnos: Francia (7,5), Alemania (6), Reino Unido
(5,4) o Suecia (5,2). Cifras absolutamente atípicas para un país como este, que
presume de civilizado y ordenado y donde, por regla general, se observa un
escrupuloso respeto a las normas. ¿Es el clima, la orografía, el alcoholismo o,
sencillamente, un sector de población que está aún sin domesticar? Me quedo con
la intriga.
De nuevo en Awanui,
giramos a la izquierda siguiendo el contorno de la costa. Ayer pensábamos hacer
el cambio de aguas en Kaiteia, pero como pasamos de largo vamos pero que muy
apurados. A 30
kilómetros está Mangonui, que cuenta con una estupenda dump station.
Continuamos camino.
Aquí la costa es muy accidentada, y alternamos el recorrido interior con las
bahías. Nuestro último destino del día es Matauri
Bay, adonde se llega por una zizagueante carretera repleta de vistas
espectaculares. El descenso hacia la costa también es imponente.
Matauri Bay y las Islas Cavalli |
Matauri Bay |
Matauri Bay. En ese promontorio está el memorial del Rainbow Warrior |
Matauri Bay y las Islas Cavalli |
Aparcamos y nos
vamos a dar un paseo por la playa. No se ve ni un alma. A un extremo está el Matauri Bay Holiday Park, el primer
camping con gasolinera que veo en mi vida. Y en el promontorio que hay detrás se
halla el memorial del Rainbow Warrior,
el buque de Greenpeace que en 1985 hundieron los servicios secretos de Francia
por protestar contra las pruebas nucleares que realizaba dicho país en el
atolón de Mururoa. Posteriormente, el pecio fue reflotado y trasladado junto a
las Islas Cavalli, donde se convirtió en arrecife artificial para deleite de
moluscos y submarinistas. Las pruebas nucleares francesas cesaron
definitivamente en 1996, en gran parte debido a las protestas que se sucedieron
por todo el mundo.
Al otro lado de la
playa hay una especie de asentamiento constituido por caravanas y bungalows,
pero da bastante mal rollo: la mayoría se hallan en estado ruinoso, y solo unas
pocas parecen hallarse habitadas. Nos marchamos.
Cae la luz y se
impone decidir la pernocta. En este aparcamiento no te puedes quedar, hay
carteles que así te lo indican. Y respecto al camping, según Campermate nos saldría por cincuenta
dólares, demasiado dinero para solo unas horas. En cambio, a 36 kilómetros de
aquí, en Kerikeri hay una sede de la
RSA , en cuyo parking es posible pernoctar mediante donativo
o, mejor aún, cenando en su restaurante. La verdad es que llevo dos días obsesionado
por los fish and chips y, la verdad,
me gustaría cenarlos como despedida.
De manera que nos
ponemos en marcha. El trayecto por carretera lo hacemos sin novedad, pero en el
pueblo nos cuesta un poco dar con la sede, por aquello de la oscuridad
absoluta. Finalmente encontramos un gran parking donde hay autocaravanas, furgonetas
y hasta autobuses. Se baja Bego a preguntar.
- Buenas, que
queríamos dormir ahí fuera con nuestro vehículo.
- Ah, vale.
- ¿Hay que hacer
algún donativo?
- No... Ahora ya no
podemos aceptar donativos. Pero si queréis cenar...
- Bueno. ¿Cuál es el
menú?
-Esta noche hay fish and chips.
Vuelve Bego a la
autocaravana con la buena nueva, de manera que nos adecentamos y salimos corriendo,
que ya sabemos que los horarios por estos lares son bastante estrictos. Un
hombre mayor pero de un imponente metro noventa nos proporciona una ficha para
que la rellenemos y nos convirtamos de este modo en socios temporales. Se trata
de una persona extremadamente cordial y que a la vez transmite una gran fuerza
interior; tal vez las situaciones duras que ha vivido en el ejército le han
enseñado a valorar las pequeñas cosas y el lado bueno de la gente. Mientras
aguardamos, leo un cartel pegado en la pared: la próxima semana, un soldado que
sirvió en Afganistán presenta un libro sobre sus vivencias.
Esta sede de
veteranos es imponente, mucho más que la de Whanganui; cuenta incluso con salón
de actos que a buen seguro utilizarán también para bailes y jolgorios varios. La
sala se halla dividida en dos partes: una que hace las veces de living y otra,
más pequeña, destinada a restaurante. En la primera hay varias mesas ocupadas
por hombres y mujeres, ninguno de los cuales parece tener menos de sesenta
años.
Nos acercamos a la
barra, encargamos comida y bebida, las pagamos. No debe de gustarle mucho mi
jeto a la mujer de la barra, pues se comporta conmigo de un modo algo agrio; Bego
no lo entiende, ya que cuando vino a preguntar se portó con ella la mar de
simpática. Tiene cuarenta y pico años, y lo cierto es que de jovencita tuvo que
ser un bellezón, pero ahora parece tocada por la amargura y el hastío.
La cena,
especialmente el pescado, está exquisito. Al terminar, Inari y yo hojeamos unas
revistas sobre aviación militar. Luego nos vamos a la cama.
Kilómetros etapa:
225
Kilómetros viaje: 5.593
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.