15 de agosto
Temperatura al
amanecer: 5º C
Hay un momento en
todo viaje en que uno flota en una especie de ingravidez no física, pero sí
mental: llevas tanto tiempo fuera de casa que ya ni recuerdas cómo empezó todo.
Deja de preocuparte lo que te queda por delante o lo que dejas irremisiblemente
atrás. Disfrutas de un instante que no tiene parangón ni ramificaciones
futuras. Es lo más parecido a la dicha que puedo encontrar; pero no se trata de
una felicidad pasional y desatada sino dulce, tranquila, fabricada de pequeñas
cosas. Estoy vivo, estoy aquí. Y tengo la suerte de despertarme por segunda vez
a la vista de unos volcanes nevados que elevan el horizonte más allá de las
aguas del lago. ¿No es suficiente?
Salimos por la
nacional 5 en dirección Rotorua. Vamos con prisa porque hay que llegar a Wai-o-Tapu
antes de las diez. Pasamos junto a todos los sitios que vimos ayer en este
peculiar y maravilloso sitio. Durante buena parte del camino vamos inmersos en
una espesa niebla que no es sino el vapor que desprende el suelo caliente.
El motivo de nuestra
prisa tiene nombre, y se llama Lady Knox; aunque el tratamiento despiste no se trata de una mujer, sino de un géiser. 53 kilómetros ,
aparcamiento y a recepción. Para nuestra sorpresa nos explican que lo del
géiser no es aquí, sino a tres kilómetros. Vuelta a la auto, carreras con la
lengua fuera, que nos lo perdemos. Al final sí que llegamos a tiempo para oír
las explicaciones. Por lo visto el géiser tenía sus propios horarios, pero han
aprendido a domesticarlo con ayuda de
jabón: una bolsa de papel con uno o dos kilos de este producto es suficiente
para que se levante una columna de agua hirviendo de veinte metros de altura. Por
lo visto este truco fue descubierto por casualidad: un grupo de presos que
trabajaba en la zona venía aquí a hacer la colada. A uno de ellos se le ocurrió
meter ropa y jabón dentro del géiser como si fuera una lavadora de carga
superior y, sin comerlo ni beberlo, obtuvo el resultado descrito.
Explicando el Lady Knox |
Lady Knox en acción |
Lady Knox en acción |
Hay mucha gente en
la exhibición (parece que este lugar está incluido en lo que ya llamo el Circuito Chino), pero la mayoría se
marcha enseguida, así que nos quedamos prácticamente solos contemplando cómo el
chorro oscila, pierde potencia y súbitamente vuelve a empezar.
Visto el géiser,
regresamos al primer aparcamiento y entramos en Wai-o-Tapu. Wai en maorí significa agua, mientras
que tapu equivale a sagrado o
prohibido. Podría pensarse que al tratarse de una zona geotermal será parecida
a la que vimos ayer, pero no: Waiotapu se parece más a Marte que a la Tierra , con toda una
amalgama de colores, texturas y olores. Nos acordamos y nos reímos de la famosa
frase de Hugo Chávez cuando compareció en la ONU allá por septiembre de 2006, un día después
de que lo hiciera George Bush: "El
diablo está en casa. Ayer el diablo vino aquí. En este lugar huele a
asufre". Si para el fallecido presidente venezolano Bush junior era el
diablo, tengo curiosidad por saber qué calificativos reservaría a quien ahora mismo es fuente de preocupación para todo el planeta, el ínclito Donald Trump.
Azufre en la vegetación |
Wai-O-Tapu |
Wai-O-Tapu |
Lagarto a la motosierra |
Fumarolas en Wai-O-Tapu |
En los paneles te
indican la posibilidad de realizar un recorrido básico que puedes completar con
otros dos. Nosotros, naturalmente, elegimos la opción más larga, lo que hace
que terminemos bastante cansados. El punto de retorno lo marca una escultura
magistralmente labrada con motosierra que representa un gigantesco lagarto. La
madera procede de un árbol centenario que cayó en este mismo sitio y, como
otras muchas veces, me planteo por qué habrá países donde se valora tanto a los
árboles mientras que en otros, por sistema, se los maltrata y desprecia.
Formaciones cálcicas |
Azufre bajo el agua |
La laguna del champán |
Pareciera que un pintor gigante hubiera dejado por aquí los materiales |
Vuelta a la auto y
almuerzo del mediodía. Habíamos pensado en acercarnos de nuevo a unas piscinas
termales, pero tengo la sensación de que ayer abusé del tiempo metido en el
agua y me encuentro un poco raro, así que desistimos. Nos ponemos en marcha
dirección Rotorua. De camino y a la derecha dejamos el Monte Tarawera, un
volcán activo cuya última erupción tuvo lugar en 1886, durante la que fueron
destruidas las Terrazas Rosas y Blancas,
un monumento natural originado a base de carbonato cálcico similar al de
Pamukkale, en Turquía. Sabiendo esto, resulta increíble que en Rotorua vivan
ahora mismo cincuenta y seis mil personas, y en la comarca más del doble. Supongo
que todos viven mentalizados de que, antes o después, tocará salir corriendo.
Hojeando la guía nos
damos cuenta de que en la ciudad y alrededores hay una miríada de cosas que,
por cuestión de tiempo, no podremos ver. Lo que sí hemos descartado con antelación
es la experiencia cultural maorí: este
tipo de actividades, por muy interesantes que sean, no dejan de estar enfocadas
al turismo y acaban siendo una guirada.
Además, tengo entendido que a todos los varones los sacan a bailar la haka. Y pagar una pasta para a
continuación hacer el canelo, por muy étnico que sea, pues no me pone.
De manera que
pasamos de largo y buscamos la estación de vaciado. En Campermate hay quien se queja de que este sitio huele mal. No te
fastidia, como que está junto a una estación depuradora. Pero resulta que el lugar
habilitado para dormir cae en otro lugar, es que hay gente pa tó.
A continuación toca
súper y la visita al Kuirau Park que
nos recomendó el chileno. En 2003 una erupción cubrió de barro gran parte del
mismo, árboles incluidos. Cuando hablamos de erupciones inevitablemente pensamos
en grandes conos volcánicos; imagino que aquí el barro saldría de estas mismas
pozas que ahora desbordan agua hirviente. De hecho, toda la zona Noroeste de
Rotorua da la sensación de sustentarse sobre un inmenso caldero. El vapor sale
de todas partes, incluidas las alcantarillas, y el olor a azufre es
omnipresente. Me pregunto qué efectos tendrá sobre la salud de quienes viven
aquí de forma estable.
Kuirau Park |
Kuirau Park |
Kuirau Park |
Mientras Inari y su
madre se quedan en un parque infantil, me voy a dar una vuelta y a sacar fotos.
Entonces reparo en un coche que ha invadido la zona de césped. El vehículo
tiene muy mala pinta, pero la de los cuatro tipos que hay dentro es aún peor.
Dos chicos muy jóvenes que están fuera del vehículo se acercan y alejan
alternativamente. Hablan con los del coche, como pidiéndoles algo. Opto por
cambiar de rumbo y alejarme.
Cerca de las pozas
hay un par de piscinas poco profundas. Han llegado varios autobuses turísticos
y aquí está todos, con disciplina oriental, dándose un baño de pies. Bego
decide sumárseles, así que vamos Inari y yo a la auto en busca de una toalla.
No tardamos ni diez minutos, pero cuando regresamos los turistas han
desaparecido, y están en cambio los dos adolescentes que trapicheaban con los
macarras del coche. Ambos tienen la piel muy oscura. Bego se halla en trance de
mantener con ellos buen rollito, pero está claro que la situación dista de
tener buena pinta. Se seca, se calza y regresamos al parque infantil. Como no
me fío de los susodichos, me quedo dentro de la auto. Está oscureciendo, y de
repente me doy cuenta de que todo el mundo se ha marchado, y de que no hay más
vehículos en el aparcamiento. Oscureciendo y turistas solos: la presa perfecta.
Por el retrovisor no pierdo de vista a los dos chavales, quienes a su vez me hacen gestos porque saben que los vigilo. Son
macarrillas suburbiales, carne de cañón para dentro de unos años, pero a los
que aún les queda cierta ternura adolescente. También deben de conservar algo
de la invisibilidad del cazador y la astucia del guerrero, porque me distraigo
un segundo y de repente los tengo al lado. Pasan junto a la auto
ostentosamente, fingiendo ahora no verme, y cada dos por tres cambian de puesto
de observación; es como si tuvieran el baile de San Vito. Hacen amago de ir
hacia donde están Bego y mi hijo, y bruscamente me sube la adrenalina: si se
acercan no me quedará más remedio que bajar, y entonces las consecuencias
pueden ser imprevisibles. Bego, que también se ha percatado de la maniobra, se
viene con Inari a la auto. Arrancamos mientras nuestros amigos se despiden con gestos burlones y ambiguamente amenazadores.
De modo que salimos
de Rotorua bastante tristes. La situación recién vivida tiene que ver, pero
también es por deformación profesional: ambos somos profesores de Secundaria, y
estamos hartos de lidiar con chavales que, al igual que estos, tienen todas las
de perder en el circo de la vida. Entonces tú, con tus limitados medios,
intentas encarrilarlos, o ayudarlos, o darles algún tipo de esperanza. Y entonces
sufres por la frecuencia con que los pierdes y se te escapan de las manos, y a
continuación te toca asistir a su descenso a los infiernos. En este caso, nos
preguntamos hasta qué punto puede tener que ver su origen racial con su
desgracia porque todos los golfillos de calle que hemos encontrado hasta ahora
eran maoríes o polinesios. Intuyo una Nueva Zelanda oscura que no sale en las
guías turísticas y a la que no ha redimido el estado del bienestar.
Mañana queremos
visitar el Hobbiton, y como
pretendemos aprovechar el día pues conviene aproximarse ahora. Recorremos 65 kilómetros hasta Horahora Domain, un área situada a
orillas del Waikato. Este río es bastante curioso: nace, como he dicho, en el
Lago Taupo. Discurre hacia el Norte y
hacia el Oeste trazando enormes zetas. Pasa por Hamilton y desemboca finalmente
en el Mar de Tasmania. Con sus 425 kilómetros , es el curso de agua más largo
de Nueva Zelanda. Aquí lo remansa una presa y forma un embalse denominado Lake
Karapiro.
El terreno es
bastante llano, de hierba verde y segada. Bajo para cerciorarme de que no oculta
barro. Hay cuatro o cinco autocaravanas, pero el espacio es tan enorme que
caemos lejísimos unas de otras.
La noche, que dice Neruda, está estrellada y tiritan, azules, los astros a lo lejos.
Kilómetros etapa:
152
Kilómetros viaje: 4.624
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