domingo, 9 de octubre de 2016

Haere mai. Un viaje a Nueva Zelanda (18)

8 de agosto
Temperatura al amanecer: 0,5º C
Hemos dormido aquí media docena de autocaravanas, entre ellas un autobús adaptado. Con esto no me refiero a una de esas lujosísimas casas rodantes con salón ampliable, sino a un simple autocar, más que viejo tirando a cochambroso. Hemos visto algunos en la Isla Sur, y nos encontraremos muchos más en la del Norte. Lo más curioso de todo es el tubo metálico que sobresale del techo: no se trata de la clásica salida de humos de la cocina ni del agujero de ventilación del baño, sino de una chimenea pura y dura: como para confirmarlo, al cabo de un rato empieza a soltar gran cantidad de humo negro como si dentro, efectivamente, hubiesen encendido fuego. Cuando veo circular por nuestros lares los camiones y furgonetas made in uno-mismo que homologan en Alemania alucino, pero este vehículo supera todo lo imaginable. Al recordar cómo me las hicieron pasar cuando instalé la suspensión neumática trasera, trato de imaginar qué ocurriría si me presentase en la ITV con un trasto así: "Buenas, que yo venía a..."
Cuando nos levantamos la marea está baja, y el sol, que de nuevo luce esplendoroso, arranca destellos  cegadores a las aguas de la Tasman Bay. Al otro lado se divisa nítida la cadena de montañas que hay detrás de la ciudad de Nelson.

Tasman Bay desde Motueka
Tasman Bay desde Motueka
Antes de partir descubro un grifo en el aparcamiento. Llenamos sin poder vaciar, aunque no importa, ya lo haremos en Takaka. Esta localidad dista de Motueka 60 kilómetros que tardan en recorrerse una hora. El motivo es que, aunque comienza en llano, la carretera enseguida se encabrita para ascender Takaka Hill. Las curvas son de ciento ochenta grados, con unos desniveles del copón. Suerte que, con el cambio automático, el motor se las apaña solo y no tengo que andar cambiando continuamente de marchas. Hay hielo en las cunetas, pero por fortuna el asfalto está limpio (no quiero imaginarme lo que será circular por este tobogán con el suelo congelado). Como en toda carretera de montaña neozelandesa que se precie, en algunos sitios parte del firme se ha precipitado al abismo, y encontramos un par de puntos con circulación alterna donde lo están reparando.
Nuestra idea era visitar las Cuevas de Ngarua, que están en lo alto de las colinas, pero al llegar descubrimos que en invierno solo abren sábado y domingo, y hoy es lunes. Proseguimos y afrontamos el igualmente vertiginoso descenso hacia Takaka. Yo me imaginaba en Abel Tasman como un sitio montañoso. Y lo es, pero se combinan las alturas con valles fluviales absolutamente llanos. Los pueblos, por descontado, están abajo.
Al llegar a Takaka nos topamos con el Centro de Información. El objetivo al parar aquí es doble: por un lado, usar su Dump Station. Por otro, preguntar el camino hacia la Rawhiti Cave y pedir consejo si podemos hacer la ruta con un crío de seis años. Nos dicen que no hay problema. Primero tenemos que ir hasta Motupipi, y a partir de aquí seguir las escasas indicaciones (nos equivocamos una vez). Yo esperaba un buen acceso y un aparcamiento asfaltado. En lugar de eso, nos internamos por el cochambroso camino que atraviesa una finca particular, abrimos y cerramos una portera y estacionamos la auto en un escueto espacio segregado de los prados adyacentes. Tan rural es todo que hay que tener cuidado para no pisar mierda de vaca.

Helechos arborescentes
Palmeras y bosque
Palmeras en la subida a Rawhiti Cave
Palemeras contra el sol
Bosque primigenio
La primera parte de la ruta a pie es la más llevadera, pues se trata de un camino accesible que, a través de la densa vegetación, sigue el curso de un arroyo seco (pensé que se hallaría sin agua por ser invierno, y que la cogería con el deshielo, pero por lo visto se llama así, Dry River). Al cabo de un rato, la senda comienza a faldear y a elevarse en zigzag, con pasos realmente comprometidos. Ahora comprendo por qué la guía la describe como "Empinada a trechos y peligrosa con la lluvia". Gracias a las raíces, que retienen el terreno, la vía es aún practicable, aunque a veces haya que ponerse a cuatro patas y/o ayudarse de las lianas para poder subir. Siento un poco de aprensión, porque nunca habíamos estado con Inari en un lugar de dificultad semejante, seguro que hoy lo graduamos de montañero. Topamos con un gran árbol que se ha desplomado sobre el camino, y si queremos seguir no queda otra que trepar por las raíces. Estamos agotados y no sabemos si el tramo que nos queda estará practicable o no. Más por cabezonería que otra cosa, seguimos. Finalmente, al cabo de una hora, entre la verdura divisamos una alta pared de roca. Hemos llegado.
Rawhiti Cave es una cueva realmente curiosa. La entrada  es enorme (veinte metros de alto por cuarenta de ancho), y las estalactitas se han formado mediante un proceso bio-geológico denominado fitokarst: el carbonato de calcio se deposita sobre los musgos y los helechos y estos determinan la forma y dirección de las estructuras calcáreas (por eso las más gruesas se hallan a la entrada de la cueva y, además, se curvan hacia la luminosidad exterior). Unas escaleras parecen descender hacia la boca misma del infierno. Cae muchísima agua del techo y, pese a venir asfixiados de la subida, toca ponerse los impermeables.

Rawhiti Cave
El sol de invierno penetra en Rawhiti Cave
El sol de invierno penetra en Rawhiti Cave
La cueva estuvo en manos privadas hasta el año 2000, fecha en que pasó a ser propiedad del Heritage New Zealand. Cuando era propiedad particular, el dueño organizaba visitas guiadas, y muestran aquí una foto relacionada con tales eventos. Miro la imagen en la que se ve a nueve hombres y tres mujeres, todos vestidos como si fueran a dar un paseo en tílburi (supongo que por entonces el camino se hallaría en mejores condiciones, porque no me los imagino ataviados de esa guisa trepando por el camino de cabras que nos ha traído hasta aquí). A la derecha son visibles algunos vasos; es que el cicerone preparaba té a los visitantes con el agua que cae del techo: todavía es visible la pequeña cavidad que excavaron para recogerla. A estos se los ve satisfechos y sonrientes, complacidos en su juventud. Parece la foto sacada de un Facebook de hace cien años. Por un instante pasa por mi cerebro la idea de que hace mucho que están todos muertos. Me pregunto qué ocurrirá cuando las redes sociales se llenen de cadáveres, zombies risueños e impasibles vagando para siempre jamás por el mundo virtual.
La cueva es fantástica y, sin embargo, al cabo de un rato comienza a parecerme opresiva. Se está mejor afuera, entre el verdor del valle. Rawhiti significa en maorí amanecer, y el nombre se debe a que se halla orientada al Este. En invierno los rayos del sol penetran hasta el fondo de la cueva, alimentando a un tipo de algas que sobrevive al límite de la fotosíntesis.

El descenso
El descenso
De regreso podemos observar la vegetación más tranquilamente. Están los helechos arborescentes y junto a ellos, casi confundiéndose, un tipo de palmera muy primitivo. Da la sensación de que de un momento a otro vamos a encontrarnos con un dinosaurio. Luego hay árboles más modernos, algunos de tamaño descomunal, y muchísima flora arbustiva.
Aparcamiento rural
Llegados a la auto nos movemos hasta Labyrinth Rocks, a 6 kilómetros de distancia, y tras comer lo visitamos. Básicamente se trata de eso: un curioso laberinto de rocas. Por todas partes hay pequeños juguetes que dejan aquí los niños. Ignoro el motivo, pero a mí me produce algo de pena ver estos muñecos abandonados. Supongo que tiene que ver con lo que suponía para nosotros, de pequeños, perder algún juguete. Ahora, en pleno consumismo triunfante, no se valoran tanto.

Labyrinth Rocks
Labyrinth Rocks
Labyrinth Rocks
Mientras redacto estas líneas al ordenador cotejo mis recuerdos con mapas, fotos e información. Reparo en que cerca de de aquí está la Grove Scenic Reserve que, a juzgar por las imágenes, es un sitio mucho más interesante. Es el precio que se paga por no traerse uno el viaje estudiao: en ocasiones te equivocas y eliges mal, aunque también sobre esto habría mucho que decir. En cualquier caso, no puede darle a Rewind y modificar esta experiencia, que ya se quedará así para los restos.
Cae la tarde y es momento de pensar en la pernocta. Mañana, como despedida, nos gustaría llegar a la punta Norte de la isla, así que cruzamos Takaka y, bordeando la costa, localizamos en Campermate un sitio entre Pakawau y Puponga. Llegamos a punto de oscurecer. Un cartel en la orilla advierte de que estamos en una zona de descanso de pájaros, que por favor no molestemos. Hay mucho silencio, y por la carretera no pasa nadie. Estamos solos.

                            
Kilómetros etapa: 123
Kilómetros viaje: 3.327

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