DÍA 29
Hoy toca limpiar la autocaravana y vaciarla de todo lo que no nos vayamos a llevar. El cámping cuenta con una cocina techada al aire libre, y ahí que dejamos la comida, para que la aproveche quien quiera. Nos esmeramos en la limpieza, para así enmascarar los desperfectos que tememos nos descuenten de la fianza, a saber:
a) El arañazo en el techo que le hice al chocar con un árbol en San Remo.
b) La ventanilla que no baja después de rozar el retrovisor con un arbusto en San Remo.
c) El cassette del water, averiado desde Port Augusta. De los tres estropicios, este es sin duda el que más nos ha perjudicado.
Como vecinos tenemos a una pareja que viaja en cámper, él de Samoa y ella de ascedencia europea. A primera hora el tipo parece muy simpático, pero un rato después la cosa se enfría. Es posible que le ha molestado el verme vaciar el poti en un sumidero de grises que hay detrás de las parcelas (como si ambas cosas no fueran al mismo sitio). Esta mañana he tenido que mover la manguera de su toma de agua, que el buen señor había colocado invadiendo nuestro terreno y además sobre nuestro cable eléctrico, pero es que hay demasiada gente dispuesta a tener en cuenta solo las fallas de los demás.
El lugar donde tenemos que devolver la autocaravana se halla en la salida norte de la ciudad. El aeropuerto, por contra, se encuentra también a las afueras pero justo al lado opuesto, a 18 kilómetros de distancia. La iniciativa de poner el concesionario al lado de donde aterrizan y despegan los aviones no parece haber sido una prioridad aquí.
Llegamos, aparcamos y sacamos nuestras maletas. Los sacos de dormir se quedan dentro. A diferencia de cuando devolvimos el vehículo el año pasado, en Canadá, aquí apenas hay clientes. Mientras esperamos, entra un hombre de aspecto indio o paquistaní, lanza una mirada inquisitiva, dice algo entre dientes y vuelve a salir fuera.
Nos atiende una mujer, a quien enumeramos nuestros percances técnicos (maquillándolos convenientemente). Pensamos que iría a revisar la auto, pero no lo hace. Simplemente pide que firmemos unos papeles y nos comunica que el taxi (que no hemos pedido) está esperando. Salimos y resulta que el paquistaní es el chófer, que está mosqueado por la espera. En mucho menos tiempo del que habíamos calculado nos deja en nuestro destino, pero no le dejo propina por antipático.
El hall del aeropuerto luce una bonita moqueta con motivos aborígenes. Comemos lo que traíamos preparado y después pasamos el control de pasaportes y mercancías. A diferencia de Sidney, en la sala de espera no disponen de fuentes de agua fría, ni tampoco de máquinas dispensadoras. Lo que sí hay, en cambio, son muchas moscas; es la primera vez en mi vida que veo un aeropuerto tan equipado de ellas.
Mientras esperamos al embarque me llega al móvil una notificación del banco: increíblemente, nos han devuelto la fianza íntegra. Supongo que después de un mes dando tumbos por Australia, con que les devolvamos el vehículo entero ya se dan por satisfechos.
Vamos a volar con Qantas, y al avión se sube a pie de pista.
Estamos contentos por lo bien que hemos calculado los tiempos del
viaje, y especialmente por no haber sufrido incidentes reseñables
que nos impidan acudir aquí y ahora a nuestra cita. Dentro de un
rato surcaremos el cielo en dirección Sidney hacia el sur y hacia
el este (en nuestra ruta por carretera hemos subido mucho, por encima
incluso de Brisbane).
2.000 kilómetros desde el centro hasta el mar. La misma distancia que le costó recorrer a Robyn Davidson con sus camellos nueve meses, nosotros la haremos en algo más de dos horas y media.
Aquí, como en Patagonia, la tierra semeja dormida. Por eso, mientras planeamos sobre este continente en el que cabría Europa entera, nos vamos con la certeza de haber atisbado tan solo una insignificante porción del enigmático paisaje que parece extraído de un sueño.
Del sueño de la tierra.
Distancia parcial: 6 km.
Distancia total: 5.655 km.
Día 28 Inicio Y, por fin, Sidney
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