lunes, 21 de abril de 2025

DÍA 20

El contrato de alquiler de la autocaravana reza taxativamente que tenemos prohibido adentrarnos más de diez kilómetros por pistas de tierra, y esa es la distancia aproximada que hay desde la A87 hasta Kanku-Breakaways Conservation Park. Pero ir y volver por el mismo sitio no mola, especialmente si existe un recorrido alternativo, aunque un poco más largo. Sabemos que al estar nuestro vehículo geoposicionado podemos ser rastreados en cualquier momento. Aun así, confiamos en que nos perdonen el pecadillo.

Camino de Marte

Salimos por la Kempe Road, y al cabo de 15 kilómetros vemos a la izquierda la pista de marras, en la que se aprecian signos de que ha sido arreglada recientemente (las lluvias torrenciales la descomponen periódicamente, por eso en ocasiones solo es posible el acceso en 4x4).

Instantáneamente, el paisaje se vuelve marciano, o al menos todo lo marciano que puede ser algo en nuestro planeta: rocas, tierras que muestran toda las gamas del ocre y una vegetación rala. La profunda sensación de irrealidad se incrementa porque no nos cruzamos con nadie. A los 7 kilómetros llegamos a un lugar muy fotografiado: la Dog Fence, que fue levantada a finales del siglo XIX con la finalidad de proteger de los dingos a los rebaños del ovejas que pastaban en las fértiles tierras del sudeste. Su apabullante extensión (5.600 kilómetros, un poco más de la distancia que hay de Nueva York a Lisboa) es lo que la ha vuelto famosa.

The Forever Place

Seguimos navegando por este espacio de ensueño durante 4 kilómetros más. Busco, sin encontrarlo, un apartadero, de manera que detengo el vehículo en la misma pista. Me muero de ganar de volar el dron. Teóricamente aquí debe de estar prohibido, pero la aplicación que traigo no lo notifica, ni tampoco hemos visto ningún cartel. Además, no sopla ni pizca de aire. Durante veinte minutos me paseo por las alturas, tomando como referencia una colina de cima plana. El silencio es espeso y total.

El barco

Los colores

Continuamos camino hasta llegar a dos colinas muy famosas que los aborígenes llama Los Dos Perros, y los europeos Sal y Pimienta. Aquí ya sí se ven cartelitos de No Drones, pero con el anterior ratito de vuelo ya me he desquitado por hoy. 3 kilómetros más y ya estamos en la meseta-mirador. Cuando escudriñaba el lugar desde el satélite, me daba la sensación de que para llegar había que subir una cuesta bastante abrupta, pero el acceso resulta fácil. También pensábamos que alguien verificaría nuestros pases, pero no se divisa un alma en leguas a la redonda. Llega un coche con una pareja mayor, pero el viento sopla aquí tan intenso que ni siquiera se bajan. Para no marcharnos tan pronto, vamos caminando hasta otro mirador llamado Antakirinja. El paisaje es tan fascinante que si lo miras unos minutos parece que han transcurrido horas. Supongo que la inversa será igual.

La inmensidad

Han puesto aquí un cartel que, a la habitual prohibición de volar drones, añade que el motivo es “preservar la integridad espiritual del lugar”. Sin embargo, en este sitio se han rodado películas con cientos de extras más toda la infraestructura asociada. Supongo que, como en todo lados, la pela es la pela. En una película de 2013 titulada Tracks en inglés y El viaje de tu vida en español, ambientada en Australia, cuando la protagonista llega a Ayers Rock le impiden la entrada con sus camellos con el pretexto de que se trata de un lugar sagrado. La chica mira apreciativamente la caravana de vehículos que entra alegremente en el parque como diciendo: “Ya...”

Ponemos rumbo a la Stuart Higway, y de inmediato agradecemos haber venido por el otro camino, ya que los diez kilómetros que tenemos por delante son, como le llaman los franceses, tôle ondulée, vamos pegando botes todo el rato, y eso que no pasamos de 20 kilómetros/hora. Luego constaremos que las calidades de la auto, comparada por ejemplo con la de Islandia, son una shit: con el traqueteo la madera de los muebles ha sufrido lo suyo, y por las juntas del que hay encima del frigo se ve ahora mismo la calle.

Los 212 kilómetros que median hasta Marla son un recorrido por la nada. El problema es que la cinta asfaltada que cruza esa nada se encuentra en ocasiones bastante deformada y el viento, que sopla a menudo, tampoco ayuda. De vez en cuando encontramos coches abandonados a ambos lados de la carretera, lo que suscita multitud de especulaciones. Llegamos a la conclusión que, ante una avería imposible de resolver, sale tan caro traer una grúa para remolcar el vehículo que al final queda allí para los restos.

Desde ayer, antes de llegar a Coober Pedy, con intervalos de cien kilómetros, vemos carteles que anuncian Marla, lo cual hace que la aguardemos con expectación.

A 970 kilómetros de Adelaida y a 400 de Alice Springs, Marla goza de estatus de ciudad desde 1981, aunque su censo sea de solo 38 habitantes. Y es que incluye un centro de salud operado por el Royal Flying Doctor Service, una estación de policía regional y un complejo privado donde pensamos quedarnos llamado Marla Travellers Rest, que se describe como un albergue de carretera, hotel y motel, restaurante, estación de servicio, supermercado, camping para caravanas y mucho más. También cuenta una oficina de correos de Australia Post.

Entramos en la gasolinera, donde tras inscribirnos nos dan las llaves de los baños y nos ubicamos donde buenamente podemos. Hay incluso una pequeña piscina, cuya llave también hay que pedir, pero no hace calor para ello. Llega la tarde, y con ella los mosquitos. Cena y descanso.

Estamos pegados a la valla del cámping. Al otro lado, el runrún de un generador no para en toda la noche.


Distancia parcial: 252 km.

Distancia total: 3.701 km.


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