DÍA 19
Hace mucho tiempo, no sé decir cuánto, me enteré de que existía
una región de Australia donde, de tanto calor que hacía, la gente
vivía en casas subterráneas. Ahora resulta que no se trata de un
territorio en el sentido amplio del término sino simplemente de una
localidad: Coober Pedy, nombre que por cierto deriva del término
aborigen kupa-piti, que significa Agujero del hombre
blanco. Aunque creo que más bien habría que hablar de agujeros:
en 1915 se descubrió aquí el ópalo, y en 1999 ya se había abierto
más de 250.000 pozos, convirtiendo a esta localidad en la mayor
suministradora mundial de esta piedra semipreciosa. En Coober Pedy
viven aproximadamente unas 3.000 personas de cuarenta nacionalidades
diferentes, muchas llegadas de Europa del Este después de la Segunda
Guerra Mundial.
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Amanece cerca de Coober Pedy |
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Las distancias resultan inabarcables para nuestra mente |
El primer sitio al que nos dirigiremos hoy es a Old Timers Mine, donde es posible visitar la mina, convertida en centro de interpretación y a la vez museo de la historia local, en ocasiones tan anecdótica que recuerda a Doctor en Alaska. Justo encima (aunque también bajo tierra) se halla la vivienda del minero, que conserva muebles, enseres e incluso fotografías de sus antiguos moradores. Y que estuvo habitada hasta la década de los 90.
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Old Timers Mine |
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Old Timers Mine. Recepción |
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Chimenea de ventilación y acceso a la mina |
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Vivienda del minero |
En la recepción venden ópalos, pero lo que tienen no nos gusta mucho, de manera que tras despedirnos pasamos revista a otras dos tiendas, y en la segunda sí que encontramos uno interesante. Regenta el negocio una mujer de origen griego que llegó a Australia hace cincuenta años. Nos explica que Melbourne es la segunda ciudad con más griegos del mundo, después de Atenas.
La verdad es que no me imaginaba el pueblo así. Pensé que todos los edificios sin excepción estarían enterrados, como las antiguas ciudades de la Capadocia, pero lo cierto es que muchos se hallan por encima del suelo, en número suficiente como para formar calles. El aspecto árido y desangelado sí que recuerda mucho al desierto de Tabernas, en Almería, donde aún se conservan algunos de los poblados donde Sergio Leone rodaba sus spaghetti-western, donde los extras caían desde los caballos y las balconadas cuando eran alcanzados por los disparos.
Tras la adquisición del ópalo toca el súper, que es bastante grande si tenemos en cuenta el tamaño del pueblo. Los precios están acordes con lo aislado del sitio, y con que todo lo llegará hasta aquí en avión. Me llama la atención un sombrero que en la parte de arriba dispone de una cremallera. La abro y lo que encierra dentro es una mosquitera que se extiende sobre el sombrero y protege la cara. En los siguientes días lamentaré intensamente no haberlo comprado, ya que la mosquitera no era tal, sino mosquera. Tampoco sabía en ese momento que las viviendas de Coober Pedy son subterráneas por tres motivos:
a) El calor.
b) Las tormentas de polvo.
c) Las moscas del desierto, increíblemente pesadas. Por lo visto, en verano emigran a la costa huyendo del calor, pero ahora mismo están todas aquí, como tendremos ocasión de comprobar en los días venideros.
Enfrente del súper se conservan los restos de una nave espacial utilizada en el rodaje de una película: el paisaje cuasi-lunar de Coober Pedy se ha prestado como plató de infinidad de filmes. La más famosa, la tercera entrega de Mad Max; la más interesante, Donde sueñan las verdes hormigas, que cuenta el conflicto entre una empresa minera y los nativos de la zona, empeñada la primera en robarles a los segundos lo que les pertenece desde hace miles de años.
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Rueda en parque infantil decorada con motivos aborígenes |
A continuación nos vamos hasta el Wellbeing Labyrinth, que recuerda al de la catedral de Chartres pero construido al aire libro y mediante hileras de piedras. Luego visitamos la iglesia católica (esta sí, bajo tierra) y por último subimos a la pequeña colina donde hay un letrero con el nombre del pueblo que imita al de Hollywood. La verdad es que da un poco de apuro subir, sabiendo como sabemos (por las chimeneas) que estamos pasando por encima de las casas. Aquí estamos, sacando fotos, cuando se empiezan a oír los gritos.
Provienen de una nave situada a los pies de la colina, y al parecer los profieren un grupo de aborígenes que hemos visto antes deambulando por la zona de la gasolinera. La escena transmite algo profundamente negativo, y aunque no creemos que tengan que ver con nosotros, pero por prudencia decidimos abandonar el lugar.
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Esto es Hollywood |
Es el momento de decidir dónde vamos a quedarnos a dormir. A las afueras, hacia el norte, está el Tom Cat Hill Caravan Park, y para allá que nos vamos. El lugar en cuestión no es más que el desmonte que han practicado en lo alto de una colina. Se nos acerca el que parece estar al cargo y pregunta que si hemos reservado. Hombre, pues la verdad es que no. Llama a su jefe para preguntarle si queda algún sitio libre, pero este no coge el teléfono. Mientras tanto, nos da tiempo de analizar el lugar, y la valoración no es buena: las vistas al desierto son estupendas, pero los vehículos se encuentran como piojos en costura. Le decimos al amable recepcionista que no se preocupe, que nos buscamos otro sitio, y parece que respira aliviado.
Regresamos al pueblo y entramos en el Oasis Tourist Park, un cámping convencional pero casi desierto, como corresponde a esta época de año.
Tras aposentarnos, comer y hacer la colada, decidimos darnos otro paseo, esta vez de punta punta del pueblo (1,5 kilómetros). Nuestro objetivo es la oficina de turismo, pues mañana queremos visitar el Kanku-Breakaways Conservation Park: hemos leído que hay que pagar entrada, pero por internet no lo he conseguido. Por el camino nos cruzamos de nuevo con aborígenes, esta vez solitarios, y la sensación de desamparo que transmiten nos parte el alma. Es algo parecido a lo que vivimos el año pasado en Vancouver en el barrio del fentanilo, la diferencia es que aquí la barrera de la exclusión tiene un componente racial que allí no vimos.
Nuestra oficina se encuentra cerrada, pero en un cartel de la puerta tienen un código QR para acceder a la página de los permisos, que es precisamente la misma que hemos visitado antes. Solo que ahora, con un poco de insistencia consigo mi propósito. Regresamos al cámping al tiempo que oscurece, dándonos un poco de prisa, porque de repente el pueblo parece solitario, y sombras poco tranquilizadoras rondan por aquí y por allá. Increíble naranja, el color de las últimas luces.
Distancia parcial: 26 km.
Distancia total: 3.449 km.
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