ISLA SUR
El vestíbulo del aeropuerto de Christchurch sorprende, ya que por su tamaño más parece el de una estación de autobuses. Una vez aquí, lo primero es lo primero: me acerco a la oficina de cambio. Por quinientos euros me dan setecientos once dólares neozelandeses, descontadas las tasas, de lo que se deduce que la moneda local equivale aproximadamente a 0,7 euros. Más adelante, cuando paguemos con tarjeta, nos darán el cambio a 0,66-0,67. Al igual que sus colegas aduaneros, la chica que me atiende lo hace cálidamente y me desea una feliz estancia. ¿Están aquí todos diplomados en simpaticología?
Siempre que salgo de
la zona euro me gusta fijarme en los billetes y monedas y, si me gustan,
traerme alguno de recuerdo. Sin duda aquí el más chulo es el billete de cinco dólares, con Edmund Hillary (muy joven) por un lado y el pingüino de ojos amarillos por
otro. De las monedas me quedo con la de un dólar, que lleva el kiwi.
Lo segundo es
acercarse al mostrador de Vodafone, un poco más allá, a comprar una tarjeta de
prepago de 25 dólares, que además de llamadas trae 500 megas de datos. Así podremos
estar comunicados aquí y también llamar a casa, aunque esto último resultará un
fiasco, ya que cuando marque el número internacional saldrá una voz diciendo
que no dispongo de crédito suficiente para esta llamada (?) Entonces, ¿cuántos
dólares necesito para hablar con España?
Lo tercero es llamar
al Hotel Sudima, que está aquí al
lado pero que envía un shuttle para
recogernos. Durante el rato que esperamos en la acera siento la nitidez del
aire y los tenues rayos del sol poniente. Noto lo raro que resulta sentir frío.
¡Estamos en invierno!
La conductora es una
chica negra, por descontado también muy atenta y agradable. Nos dan la
habitación, que es estupenda, y me siento tan eufórico que todavía me quedan
ganas de ir a recepción para que me activen el wifi. La recepcionista, aparentemente maorí, no es capaz y va a
buscar a otro empleado, que es un joven de rasgos orientales. Menuda mezcla.
Son las cinco de la
tarde y ya estamos duchados y cambiados. Nos metemos muy contentos en la cama
(Inari, desde hace un rato) y dormimos doce horas seguidas. Creo que desde mis
tiempos de adolescencia y trasnocheo no había planchado una almohada con tanta
intensidad.
23 de julio
Temperatura al
amanecer: 1ºC
A las cinco de la
mañana nos vamos despertando, aunque no nos ponemos en marcha hasta eso de las
siete. El desorden circadiano se nota sobre todo en una mayor lentitud a la
hora de organizarse y de localizar lo que buscas que cada momento entre el caos
de equipaje en que se ha convertido la habitación. Finalmente conseguimos
recogerlo todo, desayunamos lo que nos ha sobrado del viaje más unas infusiones
gentileza de Sudima y salimos a recepción.
Sudima Hotel |
Ayer nos pareció
entender que el shuttle del hotel
podía llevarnos hasta donde la autocaravana, pero por lo visto no entendimos
bien: son los de Maui los que vendrán a buscarnos si los llamamos. Solo hay que
esperar diez minutos, porque aeropuerto, hotel y recinto de autocaravanas están
todos juntitos. Tienen un parking inmenso, y hay un montón de ellas. También
son amplias las instalaciones interiores. Aquí tampoco parece haber nadie de
mediana edad trabajando cara al público, porque es una chica muy joven quien se
hace cargo de nosotros. Tras una profusa fase de papeleo, vienen las
instrucciones del funcionamiento interno y de lo que podemos y no podemos hacer
con la bicha. Cuando se entera de que
hemos tenido autocaravana parece que se relaja.
El vehículo es una
Mercedes Sprinter. Viene con retrocámara y navegador con un giga de datos al
que es posible acoplar el móvil mediante wifi
(suena bien, aunque funcionará solo a veces). Mide siete metros de largo, y
se pueden montar dos comedores: el de atrás, que se transforma en cama, y otro
delantero, ya que los asientos de la cabina son giratorios; este segundo apenas
lo utilizaremos un par de días. El salón se transforma en cama grande, y el
asiento para el tercer pasajero es un lecho plegable para alguien que no mida
más de 1,70. Lo más diminuto es el baño (no me extraña que no lo saquen en
ninguna publicidad), aunque eso ya lo imaginábamos; lo peor es que solo tiene
un grifo. Sé que esto no debería ser problema, es un sistema que he visto en
otras autocaravanas: el tubo de la ducha se escamotea y puedes usar la alcachofa
para tener agua en el minilavabo. Solo que aquí no lo han previsto, de manera
que algo tan sencillo como lavarse las manos resulta imposible. Nos pasaremos
todo el viaje usando la pileta del fregadero hasta para lavarnos los dientes.
El lavabo imposible |
Otro problema de la
Maui Ultima Plus es la estrechez del habitáculo en
su parte central, donde además coinciden la cocina, el fregadero, de manera que
si alguien está trabajando en esta zona no puedes pasar de un lado al otro del
habitáculo. Como además la puerta del baño no es corredera sino de bisagras, hay
que avisar cuando estás dentro y quieres salir.
Habitación con vistas |
Con siete metros por banda |
Algo que nos llama
la atención y que la diferencia de sus equivalentes europeas es el alto nivel
de acristalamiento: más que vehículo pensado como autocaravana parece uno
destinado al transporte de viajeros (menos mal que se les ha ocurrido poner
cortinas. Al principio pienso que la intención es reducir costes, pero luego me
fijaré en las particulares y veo que son idénticas. Y es que al igual que las
viviendas, que cuentan con enormes ventanales, está claro que a los
neozelandeses les gusta que la luz entre hasta el fondo. Esto supongo que dará
bastantes problemas de aislamiento, menos mal que tenemos calefacción de
gasoil.
Y, sin embargo, te quiero |
Camino del Monte Cook |
Nos la ponen en la
línea de salida, y todavía tenemos que volver a preguntar dos veces, porque no
sabemos dónde se enciende la corriente del habitáculo y porque no sabemos utilizar
la palanca del cambio, que es automático; esto sin duda es una ventaja, porque
no me imagino manejando siete marchas con la mano izquierda. Finalmente resulta
todo muy sencillo: cuenta con una posición de parada (P), que equivale al freno
de motor. A continuación viene la marcha atrás (R), luego el punto muerto (N) y
por último la marcha hacia adelante (D), con unos signos más y menos a derecha
e izquierda: al parecer, puedes ajustar el cambio manualmente si consideras que
el vehículo va sub o sobrerrevolucionado. Parece muy complicado al principio,
pero se revelará genial cuando veas que no tienes que preocuparte de ir
cambiando, y que cuando haces un stop cuesta arriba te quedas parado sin
necesidad de echar el freno de mano, y puedes luego reanudar tranquilamente sin
necesidad de jugar con acelerador y embrague, lo cual es bien fastidioso en
vehículos tan pesados. Desde luego, cuando me compre otra auto procuraré que
traiga cambio automático.
Este volante me lo han cambiao |
Todo esto lo
descubriré durante los próximos días, porque de momento estoy concentrado en
conducir por la izquierda y tomar las rotondas en consonancia. Bien es verdad
que ya lo había hecho en Gran Bretaña, pero con mi propia autocaravana. Ahora,
llevando el volante a la derecha, no calculo bien la distancia hasta el borde
externo de la carretera, y cada vez que me acerco demasiado, Bego lanza un
alarido. Aún así, me acabo comiendo algún bordillo. Esta será la parte más
difícil de Nueva Zelanda. En general aquí la conducción parece tranquila y
respetuosa, aunque esta primera impresión sufrirá modificaciones más adelante,
como veremos.
Así las cosas, regresamos
al hotel, aparcamos en la puerta y cargamos el equipaje. Parece imposible que
podamos meterlo todo, y todavía nos falta la compra
-Deben diez dólares
de wifi -nos dicen cuando vamos a
devolver las llaves.
-Pues ayer, cuando
me conecté, el sistema daba a elegir entre la opción de pago y otra gratuita
por veinticuatro horas.
-Ah, en ese caso de
acuerdo. Si se acogieron a esa opción...
Entre unas cosas y
otras son las once y media, y estamos transidos de hambre. Al lado del hotel
está la Spitfire Square , un centro
comercial con muchas tiendas, un súper y una cafetería. Debe de ser muy
reciente, porque en las imágenes de Google Earth no está, y el sitio lo ocupa,
curiosamente, la sede de Maui.
Spitfire Square |
Pedimos un menú de
almuerzo, al estilo local. Luego, más reconciliados con nuestro estómago, nos
dividimos: Bego se va al Countdown,
que es el súper; Inari y yo acercaremos la auto. Sorprenden los horarios de
apertura: todos los días semana, de siete de la mañana a 10 de la noche
(imagino que aprovecharán la madrugada para reponer). Descubriremos que esta
práctica es común en toda Nueva Zelanda, pero solo para las tiendas de
alimentación; el resto de negocios suele cerrar a las cinco de la tarde.
¿Qué diríamos en España de semejantes horarios? |
Aprovecho el tiempo
para ir colocando cosas. Se manifiesta ahora la importancia de traer bolsos
plegables en lugar de maletas rígidas porque estas, sencillamente, no cabrían
en el exiguo espacio. Cuando llega la super-compra sí que tengo la sensación de
que es imposible que todo eso quepa. Y sin embargo, en virtud de una extraña
magia, cada cosa parece encontrar su sitio, y nos vamos adaptando al nuevo
espacio autocaravanil como un flan a su molde.
Cartel bilingue en el Countdown. Pronto descubriremos que el maorí es un idioma muy divertido |
Pese a todo, hay
algo que nos sobra: en los arcones de la parte trasera, junto con más trastos,
tenemos tres sillas y una mesa plegables que vendrán muy bien en épocas de
tiempo idílico y primaveral, pero que no tienen objeto ahora, en pleno invierno.
De modo que decidimos volver a Maui y dejarlas allí. Durante el trayecto me
pierdo por una zona en obras con vallas y conos estrechando peligrosamente la
calzada, pero al final consigo llegar sano y salvo.
Y ahora es cuando
llega el momento de empezar realmente el viaje. Nuestro primer destino es
Kaikoura, 180 km .
al Norte. Se trata de una distancia grande teniendo en cuenta el tipo de
carretera y mi ritmo de conducción, pero eso es algo que ya traía asumido.
Hemos arrancado a las cuatro, hora y media más tarde se nos hace de noche, y
para colmo nos internamos en zona montañosa, con curvas y recurvas. Todo eso,
sumado a mi cansancio, hace que lo pase realmente mal.
Es nuestra segunda
noche en Nueva Zelanda, aunque primera en autocaravana. Dice Miquel Silvestre
que un viaje es como una caja de bombones cuyo contenido te vas comiendo con
morosa delectación. Nosotros llevamos uno.
Kilómetros etapa:
165
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