lunes, 29 de agosto de 2016

Haere mai. Un viaje a Nueva Zelanda (2)

ISLA SUR
































El vestíbulo del aeropuerto de Christchurch sorprende, ya que por su tamaño más parece el de una estación de autobuses. Una vez aquí, lo primero es lo primero: me acerco a la oficina de cambio. Por quinientos euros me dan setecientos once dólares neozelandeses, descontadas las tasas, de lo que se deduce que la moneda local equivale aproximadamente a 0,7 euros. Más adelante, cuando paguemos con tarjeta, nos darán el cambio a 0,66-0,67. Al igual que sus colegas aduaneros, la chica que me atiende lo hace cálidamente y me desea una feliz estancia. ¿Están  aquí todos diplomados en simpaticología?

Siempre que salgo de la zona euro me gusta fijarme en los billetes y monedas y, si me gustan, traerme alguno de recuerdo. Sin duda aquí el más chulo es el billete de cinco dólares, con Edmund Hillary (muy joven) por un lado y el pingüino de ojos amarillos por otro. De las monedas me quedo con la de un dólar, que lleva el kiwi.

Lo segundo es acercarse al mostrador de Vodafone, un poco más allá, a comprar una tarjeta de prepago de 25 dólares, que además de llamadas trae 500 megas de datos. Así podremos estar comunicados aquí y también llamar a casa, aunque esto último resultará un fiasco, ya que cuando marque el número internacional saldrá una voz diciendo que no dispongo de crédito suficiente para esta llamada (?) Entonces, ¿cuántos dólares necesito para hablar con España?

Lo tercero es llamar al Hotel Sudima, que está aquí al lado pero que envía un shuttle para recogernos. Durante el rato que esperamos en la acera siento la nitidez del aire y los tenues rayos del sol poniente. Noto lo raro que resulta sentir frío. ¡Estamos en invierno!

La conductora es una chica negra, por descontado también muy atenta y agradable. Nos dan la habitación, que es estupenda, y me siento tan eufórico que todavía me quedan ganas de ir a recepción para que me activen el wifi. La recepcionista, aparentemente maorí, no es capaz y va a buscar a otro empleado, que es un joven de rasgos orientales. Menuda mezcla.

Son las cinco de la tarde y ya estamos duchados y cambiados. Nos metemos muy contentos en la cama (Inari, desde hace un rato) y dormimos doce horas seguidas. Creo que desde mis tiempos de adolescencia y trasnocheo no había planchado una almohada con tanta intensidad.

23 de julio
Temperatura al amanecer: 1ºC
A las cinco de la mañana nos vamos despertando, aunque no nos ponemos en marcha hasta eso de las siete. El desorden circadiano se nota sobre todo en una mayor lentitud a la hora de organizarse y de localizar lo que buscas que cada momento entre el caos de equipaje en que se ha convertido la habitación. Finalmente conseguimos recogerlo todo, desayunamos lo que nos ha sobrado del viaje más unas infusiones gentileza de Sudima y salimos a recepción.

Sudima Hotel
Ayer nos pareció entender que el shuttle del hotel podía llevarnos hasta donde la autocaravana, pero por lo visto no entendimos bien: son los de Maui los que vendrán a buscarnos si los llamamos. Solo hay que esperar diez minutos, porque aeropuerto, hotel y recinto de autocaravanas están todos juntitos. Tienen un parking inmenso, y hay un montón de ellas. También son amplias las instalaciones interiores. Aquí tampoco parece haber nadie de mediana edad trabajando cara al público, porque es una chica muy joven quien se hace cargo de nosotros. Tras una profusa fase de papeleo, vienen las instrucciones del funcionamiento interno y de lo que podemos y no podemos hacer con la bicha. Cuando se entera de que hemos tenido autocaravana parece que se relaja.

El vehículo es una Mercedes Sprinter. Viene con retrocámara y navegador con un giga de datos al que es posible acoplar el móvil mediante wifi (suena bien, aunque funcionará solo a veces). Mide siete metros de largo, y se pueden montar dos comedores: el de atrás, que se transforma en cama, y otro delantero, ya que los asientos de la cabina son giratorios; este segundo apenas lo utilizaremos un par de días. El salón se transforma en cama grande, y el asiento para el tercer pasajero es un lecho plegable para alguien que no mida más de 1,70. Lo más diminuto es el baño (no me extraña que no lo saquen en ninguna publicidad), aunque eso ya lo imaginábamos; lo peor es que solo tiene un grifo. Sé que esto no debería ser problema, es un sistema que he visto en otras autocaravanas: el tubo de la ducha se escamotea y puedes usar la alcachofa para tener agua en el minilavabo. Solo que aquí no lo han previsto, de manera que algo tan sencillo como lavarse las manos resulta imposible. Nos pasaremos todo el viaje usando la pileta del fregadero hasta para lavarnos los dientes.

El lavabo imposible
Otro problema de la Maui Ultima Plus es la estrechez del habitáculo en su parte central, donde además coinciden la cocina, el fregadero, de manera que si alguien está trabajando en esta zona no puedes pasar de un lado al otro del habitáculo. Como además la puerta del baño no es corredera sino de bisagras, hay que avisar cuando estás dentro y quieres salir.

Habitación con vistas
Con siete metros por banda
Algo que nos llama la atención y que la diferencia de sus equivalentes europeas es el alto nivel de acristalamiento: más que vehículo pensado como autocaravana parece uno destinado al transporte de viajeros (menos mal que se les ha ocurrido poner cortinas. Al principio pienso que la intención es reducir costes, pero luego me fijaré en las particulares y veo que son idénticas. Y es que al igual que las viviendas, que cuentan con enormes ventanales, está claro que a los neozelandeses les gusta que la luz entre hasta el fondo. Esto supongo que dará bastantes problemas de aislamiento, menos mal que tenemos calefacción de gasoil.

Y, sin embargo, te quiero

Camino del Monte Cook
Nos la ponen en la línea de salida, y todavía tenemos que volver a preguntar dos veces, porque no sabemos dónde se enciende la corriente del habitáculo y porque no sabemos utilizar la palanca del cambio, que es automático; esto sin duda es una ventaja, porque no me imagino manejando siete marchas con la mano izquierda. Finalmente resulta todo muy sencillo: cuenta con una posición de parada (P), que equivale al freno de motor. A continuación viene la marcha atrás (R), luego el punto muerto (N) y por último la marcha hacia adelante (D), con unos signos más y menos a derecha e izquierda: al parecer, puedes ajustar el cambio manualmente si consideras que el vehículo va sub o sobrerrevolucionado. Parece muy complicado al principio, pero se revelará genial cuando veas que no tienes que preocuparte de ir cambiando, y que cuando haces un stop cuesta arriba te quedas parado sin necesidad de echar el freno de mano, y puedes luego reanudar tranquilamente sin necesidad de jugar con acelerador y embrague, lo cual es bien fastidioso en vehículos tan pesados. Desde luego, cuando me compre otra auto procuraré que traiga cambio automático.

Este volante me lo han cambiao
Todo esto lo descubriré durante los próximos días, porque de momento estoy concentrado en conducir por la izquierda y tomar las rotondas en consonancia. Bien es verdad que ya lo había hecho en Gran Bretaña, pero con mi propia autocaravana. Ahora, llevando el volante a la derecha, no calculo bien la distancia hasta el borde externo de la carretera, y cada vez que me acerco demasiado, Bego lanza un alarido. Aún así, me acabo comiendo algún bordillo. Esta será la parte más difícil de Nueva Zelanda. En general aquí la conducción parece tranquila y respetuosa, aunque esta primera impresión sufrirá modificaciones más adelante, como veremos.

Así las cosas, regresamos al hotel, aparcamos en la puerta y cargamos el equipaje. Parece imposible que podamos meterlo todo, y todavía nos falta la compra

-Deben diez dólares de wifi -nos dicen cuando vamos a devolver las llaves.
-Pues ayer, cuando me conecté, el sistema daba a elegir entre la opción de pago y otra gratuita por veinticuatro horas.
-Ah, en ese caso de acuerdo. Si se acogieron a esa opción...

Entre unas cosas y otras son las once y media, y estamos transidos de hambre. Al lado del hotel está la Spitfire Square, un centro comercial con muchas tiendas, un súper y una cafetería. Debe de ser muy reciente, porque en las imágenes de Google Earth no está, y el sitio lo ocupa, curiosamente, la sede de Maui.

Spitfire Square
Pedimos un menú de almuerzo, al estilo local. Luego, más reconciliados con nuestro estómago, nos dividimos: Bego se va al Countdown, que es el súper; Inari y yo acercaremos la auto. Sorprenden los horarios de apertura: todos los días semana, de siete de la mañana a 10 de la noche (imagino que aprovecharán la madrugada para reponer). Descubriremos que esta práctica es común en toda Nueva Zelanda, pero solo para las tiendas de alimentación; el resto de negocios suele cerrar a las cinco de la tarde.

¿Qué diríamos en España de semejantes horarios?
Aprovecho el tiempo para ir colocando cosas. Se manifiesta ahora la importancia de traer bolsos plegables en lugar de maletas rígidas porque estas, sencillamente, no cabrían en el exiguo espacio. Cuando llega la super-compra sí que tengo la sensación de que es imposible que todo eso quepa. Y sin embargo, en virtud de una extraña magia, cada cosa parece encontrar su sitio, y nos vamos adaptando al nuevo espacio autocaravanil como un flan a su molde.

Cartel bilingue en el Countdown. Pronto descubriremos que el maorí es un idioma muy divertido
Pese a todo, hay algo que nos sobra: en los arcones de la parte trasera, junto con más trastos, tenemos tres sillas y una mesa plegables que vendrán muy bien en épocas de tiempo idílico y primaveral, pero que no tienen objeto ahora, en pleno invierno. De modo que decidimos volver a Maui y dejarlas allí. Durante el trayecto me pierdo por una zona en obras con vallas y conos estrechando peligrosamente la calzada, pero al final consigo llegar sano y salvo.

Y ahora es cuando llega el momento de empezar realmente el viaje. Nuestro primer destino es Kaikoura, 180 km. al Norte. Se trata de una distancia grande teniendo en cuenta el tipo de carretera y mi ritmo de conducción, pero eso es algo que ya traía asumido. Hemos arrancado a las cuatro, hora y media más tarde se nos hace de noche, y para colmo nos internamos en zona montañosa, con curvas y recurvas. Todo eso, sumado a mi cansancio, hace que lo pase realmente mal.

20 kilómetros antes de Kaikoura nos quedamos en el Kaikoura Omihi Reserve, que es un camping de pago. Bueno, lo de camping es mucho decir, en realidad se trata de un largo descampado entre la carretera y el mar, pero en esta zona Campermate dice que no existen opciones gratuitas, y además queremos conectarnos al corriente eléctrica porque el nivel de batería del habitáculo nos parece demasiado bajo. Aparcamos junto a un poste donde hay una caja oxidada con tomas de corriente. Para nuestra frustración, comprobamos que está cerrada con candado. La recepción cae 1 kilómetro más al Norte, y no creo que esté abierta a estas horas. Entonces, de una caravana próxima asoma un señor mayor con bastón y que renquea. Nos dice que él puede abrirnos el armario de la electricidad, y nos pide 30 dólares por la pernocta. Parece un tanto atípico darle dinero a un vecino campista, pero como efectivamente tiene llave del candado pues nos fiamos. Con la conversación se nos ha llenado la auto de una especie de moscas. Aterrorizados, preguntamos si son las temidas sandflies. Responde que no, lo cual no es óbice para que nos encerremos a cal y canto y matemos una a una a las molestas intrusas.

Es nuestra segunda noche en Nueva Zelanda, aunque primera en autocaravana. Dice Miquel Silvestre que un viaje es como una caja de bombones cuyo contenido te vas comiendo con morosa delectación. Nosotros llevamos uno.

Kilómetros etapa: 165
Kilómetros viaje: 165

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