jueves, 28 de noviembre de 2024

DÍA 5

Si algo se puede decir de los cámpings australianos es que son súper tranquilos y, sobre todo, tempraneros: anoche, cerca de nosotros, había dos parejas jóvenes con niños con pinta de habituales. Empecé a temerme una noche a la española, pero a las nueve en punto se recogieron en sus bungalows, y aquí paz y después gloria. Y en cuanto a los horarios, ya he referido el favor especial que nos hicieron en recepción manteniéndose abiertos hasta las 18:30. Ítem más: en la hoja de normas que nos entregan se explicita taxativamente (y esto será así en todos) que la hora límite para salir son las diez de la mañana. Pero bueno, ¿será para que les dé tiempo a hacer las camas?

Bulli Beach

De manera que a las diez en puntito plegamos los bártulos y sacamos la auto a un aparcamiento exterior lo cual, a decir verdad, a nosotros no nos supone mucha diferencia. Paseamos en dirección sur por un carril bici-peatonal paralelo a la costa y llegamos hasta Collins Rock, donde hay una piscina de mareas (o rockpool, como las llaman aquí). Ha salido un día soleado y agradable, y hay mucha gente por todos sitios, disfrutándolo. Al regreso descubrimos cacatúas de plumaje rosado posadas en los árboles. Son bellísimas, pero por desgracia no volveremos a encontrarnos con ellas durante el resto del viaje.


Woonona Rock Pool

Y, allí enfrente, Nueva Zelanda

Se está estupendamente aquí, pero toca reanudar camino. En lugar de salir a la M1, que discurre por el interior y probablemente sea una vía más rápida, optamos por la B65, que atraviesa un abigarrado continuo urbano compuesto por una decena de pueblos. Como la costa al sur de Sidney es bastante abrupta y poco apta para el turismo de sol y playa, ha sido declarada Parque Nacional y la continuación, que es donde nos hallamos, constituye el auténtico lugar de veraneo de la gran ciudad. Rebasamos el lago Illawarra, una especie de albufera con conexión al mar, y después de 45 kilómetros llegamos sin novedad a Kiama.


Cacatúa rosada

Debido a la psicosis aparcaticia que hemos tan temprano hemos desarrollado, nos abalanzamos sobre el primer aparcamiento donde cabe nuestro vehículo, justo en la puerta de una logia masónica fundada, según reza el cartel, en 1876. Después comprobaremos que, pese a ser fin de semana, hay sitio de sobra más cerca de nuestro destino, el Kiama Blowhole. Otro aspecto que nos preocupa es que, como casi todas, la calle donde hemos estacionado la auto el aparcamiento es de pago. Como no vemos parquímetros por ningún sitio, nos da por pensar que deben de contar con algún maquiavélico sistema online, y que cuando volvamos nos encontraremos la receta en el parabrisas. Tendremos que recorrer todo el pueblo para cimentar la suposición de que, al ser temporada baja, han retirado las máquinas (aunque no los carteles) de la calle.

Puerto de Kiama

Faro de Kiama

      El blowhole en cuestión se halla en una península rocosa que cuenta también con piscina de mareas y un faro. Volvemos a encontrar aquí mucho turismo internacional, en su mayoría asiático, pero sin aglomeraciones. Todo el mundo viene a disfrutar del espiráculo de agua. Parece que hemos tenido suerte, porque la marea está alta y el mar agitado. Los niños son quienes más lo disfrutan, o al menos quienes más lo expresan.

La tarde ha quedado realmente buena. Nos sentamos en la hierba, contemplando el oleaje sobre la costa, soberbio y embravecido. Luego paseamos por el puerto, donde una miríada de gaviotas acechaa los incautos a la puerta de un restaurante. También hay pelícanos, que pasan volando sobre nosotros, enormes como bombarderos.


Piscina de Kiama

Costa brava

Paso peligroso

Pelícanos

La tarde

Vuelta a la auto y comida ligera y tardía. Volvemos a la quinta pregunta: ¿Dónde dormimos esta noche? A unos 30 kilómetros está el Holiday Haven Shoalhaven Heads. Telefoneamos, y aunque solo son las cuatro de la tarde, nos dicen que espabilemos, que a las cinco cierran y no esperan a nadie. Otra vez a correr. La carretera es una recta inacabable bordeada por un denso bosque: es el Seven Mile Beach National Park. No sé por qué la playa se llama así, la verdad, porque desde Gerroa (nombre, como otros en la zona, de resonancias vascas) hasta Crookhaven la lengua de arena, ininterrumpida, mide 17 kilómetros.

El trato en recepción es sieso y estirado, acorde con el aspecto pijo del lugar. Nos recuerda un poco a aquellos cámpings de Austria donde te acogían como si te hicieran un favor monumental. En el fondo nos da igual, mañana estaremos lejos y ya no nos acordaremos de esta mujer tan arrogante y poco hospitalaria.

Distancia parcial: 76 km.

Distancia total: 341 km.


Día 4                                                        Inicio                                                        Día 6

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