DÍA 2
La empresa que nos alquila la autocaravana tiene su sede en Taren Point, un polígono industrial al sur de Sidney y a 24 kilómetros del hotel. Cuando tenemos todo el equipaje recogido, pedimos un Uber y es tal su celeridad que, cuando bajamos a la puerta, ya nos está esperando. El conductor guarda un enorme parecido con Jackie Chan, pero no es muy hablador que digamos. Pasamos junto al aeropuerto, bordeamos la bahía de Botany y 30 minutos después llegamos a destino.
A diferencia de Islandia o Canadá, no hay prácticamente nadie esperando, lo que confirma nuestras sospechas de que nos encontramos en temporada baja baja,y que el precio está inflado. Nos atiende una chica joven y algo seca, con quien formalizamos los trámites del alquiler. Algo que no me gusta es que, aun trayendo ya la autocaravana pagada, intentan colarte algunos packs extra. Elegimos lo que nos interesa y a lo demás decimos educadamente que no.
El problema viene cuando toca depositar la fianza del vehículo, 5.000 dólares (algo más de 3.000 euros). Para ese menester dispongo de una tarjeta Visa que ya utilicé los dos veranos anteriores. Pues bien: en esta ocasión se niega a soltar la guita. Sudores fríos me recorren el cuerpo. ¿Y qué hacemos ahora? Lo único que se me ocurre es dejar en prenda el dinero que traigo en la N 24, la tarjeta que usualmente utilizamos para los gastos diarios en el extranjero, ya que no cobra comisiones por el cambio de moneda. Eso sí, nos quedamos a dos velas. ¿Cómo vamos a pagar ahora la gasolina, la comida y los cámpings?
A diferencia de Canadá, donde te brindaban un tutorial completo,
aquí nuestra joven anfitriona se limita a señalarnos la
autocaravana y a decir que, si tenemos alguna duda, entremos y
preguntemos. El volante a la derecha impone bastante pero bueno,
tampoco es la primera vez. Arrancamos, salimos a la calle y decidimos
dar una vuelta para probar. Al primer giro, la puerta de la célula
se abre de par en par. Intentamos asegurarla, sin éxito. El conducir
por la izquierda tampoco ayuda, y en este polígono la gente circula
a toda pastilla. Volvemos al concesionario, llaman al mecánico, y
este soluciona el problema dando un portazo bestial. Será el impacto
o la casualidad, el caso es que en ese preciso momento la retrocámara
deja de funcionar.
El modelo final |
Sacamos las maletas de la auto y nos sentamos en la sala de espera, a
ver si lo arreglan. Por lo visto el técnico electricista no ha
acudido hoy, así que al cabo de un rato nos asignan otro vehículo,
no sin antes advertirnos que los anteriores arrendatarios destrozaron
el toldo al ponerse en marcha sin haberlo recogido (vamos, al estilo
la película Vaya Vacaciones). Respondemos que nos da igual,
que nosotros nunca lo utilizamos. Pero el encargado, después de
examinar el destrozo -sujeto con precarias bridas-, no se atreve a
dejarnos ir con ella. Vuelta a la sala de espera.
7,5 metros largo, 3,5 alto. Motor Mercedes automático |
El concesionario se encuentra lleno a reventar de vehículos. ¿Por
qué no nos dan cualquiera de ellos? No lo sabemos. Tras un lapso
considerable, vuelve el encargado diciendo que acaban de devolver dos
vehículos, que elijamos uno, que nos lo limpian y adelante. Vamos a
verlos, y cuando hemos elegido uno nos dicen que no es posible, que
tienen que revisarlos, y tras un montón de llamadas parece que sí
se puede. A todo esto. ya han transcurrido cuatro horas desde que
llegamos. Mientras, echamos lúgubres cálculos: primero que nos
entreguen la auto, luego a comprar al súper... ¿A qué hora vamos a
comer? El encargado ha debido de ver nuestra cara de circunstancias
(y de hambre) y nos indica un refectorio cerano, que lo paga la
empresa (siempre que no nos pasemos de 50 dólares, precisa). El
lugar en cuestión se encuentra aquí al lado, y es más una cantina
que un restaurante propiamente dicho, pero la familia oriental que lo
regenta es de lo más simpática. Repuesto el estómago, vuelta al
concesionario, donde un poco después nos entregan la tercera
autocaravana en lo que va de día. Por esta vez parece que la suerte
nos sonríe, porque se trata de un modelo 1.000 euros más caro que
el que habíamos contratado (y bastante menos machacado, por cierto).
Además, para resarcirnos, nuestro encargado nos dice que, además de
la invitación a comer, no es necesario cuando la devolvamos en Alice
vaya el depósito de combustible lleno, que invita la casa.
El Coles de Miranda |
Quedan apenas tres horas de luz, así que de las Montañas Azules
podemos olvidarnos, al menos por hoy. Nos vamos a Miranda, un pueblo
de aquí al lado absorbido por Sidney, en busca de un súper. Al ser
la primera compra y lógicamente desconocer los productos
australianos, nos lleva más tiempo de la cuenta. Cuando ya lo
tenemos todo estibado y nos disponemos a ir en busca de un cámping,
nueva desgracia: apriego el botón Start/Stop y aquello no
arranca. Toca llamar al teléfono de emergencias y explicar nuestro
problema. Solución: en un lugar remoto, a los pies del salpicadero y
entre los dos asientos, existe una diminuta hornacina donde hay que
introducir el mando a distancia del vehículo y, ahora sí, arranca.
¿En serio se le ocurrió a nadie explicarnos esto? |
A todo esto son las seis de la tarde y ya es noche cerrada. Por fortuna, el Sydney Tourist Park cae a solo 1,3 kilómetros. Al ser temporada baja, no tenemos problema para encontrar sitio, lo que no nos exime de que al poco de llegar nos aporreen la puerta: son unos franceses argumentando que estamos en su parcela, y que Ils ont besoin de electricité. Replicamos que a nosotros nos han puesto aquí, y que si tienen alguna queja hablen con la dirección. Y es que lo de la electricidad tiene su miga: cuando esta mañana le pregunté a la chica que si la calefacción iba a gas, su respuesta me dejó -nunca mejor dicho- helado: la calefacción (y el agua caliente) son eléctricas, y si quieres encenderlas no te queda otra que entrar en camping. Que vivan los vehículos autónomos.
Distancia recorrida: 5 km.
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