jueves, 28 de noviembre de 2024

DÍA 5

Si algo se puede decir de los cámpings australianos es que son súper tranquilos y, sobre todo, tempraneros: anoche, cerca de nosotros, había dos parejas jóvenes con niños con pinta de habituales. Empecé a temerme una noche a la española, pero a las nueve en punto se recogieron en sus bungalows, y aquí paz y después gloria. Y en cuanto a los horarios, ya he referido el favor especial que nos hicieron en recepción manteniéndose abiertos hasta las 18:30. Ítem más: en la hoja de normas que nos entregan se explicita taxativamente (y esto será así en todos) que la hora límite para salir son las diez de la mañana. Pero bueno, ¿será para que les dé tiempo a hacer las camas?

Bulli Beach

De manera que a las diez en puntito plegamos los bártulos y sacamos la auto a un aparcamiento exterior lo cual, a decir verdad, a nosotros no nos supone mucha diferencia. Paseamos en dirección sur por un carril bici-peatonal paralelo a la costa y llegamos hasta Collins Rock, donde hay una piscina de mareas (o rockpool, como las llaman aquí). Ha salido un día soleado y agradable, y hay mucha gente por todos sitios, disfrutándolo. Al regreso descubrimos cacatúas de plumaje rosado posadas en los árboles. Son bellísimas, pero por desgracia no volveremos a encontrarnos con ellas durante el resto del viaje.


Woonona Rock Pool

Y, allí enfrente, Nueva Zelanda

Se está estupendamente aquí, pero toca reanudar camino. En lugar de salir a la M1, que discurre por el interior y probablemente sea una vía más rápida, optamos por la B65, que atraviesa un abigarrado continuo urbano compuesto por una decena de pueblos. Como la costa al sur de Sidney es bastante abrupta y poco apta para el turismo de sol y playa, ha sido declarada Parque Nacional y la continuación, que es donde nos hallamos, constituye el auténtico lugar de veraneo de la gran ciudad. Rebasamos el lago Illawarra, una especie de albufera con conexión al mar, y después de 45 kilómetros llegamos sin novedad a Kiama.


Cacatúa rosada

Debido a la psicosis aparcaticia que hemos tan temprano hemos desarrollado, nos abalanzamos sobre el primer aparcamiento donde cabe nuestro vehículo, justo en la puerta de una logia masónica fundada, según reza el cartel, en 1876. Después comprobaremos que, pese a ser fin de semana, hay sitio de sobra más cerca de nuestro destino, el Kiama Blowhole. Otro aspecto que nos preocupa es que, como casi todas, la calle donde hemos estacionado la auto el aparcamiento es de pago. Como no vemos parquímetros por ningún sitio, nos da por pensar que deben de contar con algún maquiavélico sistema online, y que cuando volvamos nos encontraremos la receta en el parabrisas. Tendremos que recorrer todo el pueblo para cimentar la suposición de que, al ser temporada baja, han retirado las máquinas (aunque no los carteles) de la calle.

Puerto de Kiama

Faro de Kiama

      El blowhole en cuestión se halla en una península rocosa que cuenta también con piscina de mareas y un faro. Volvemos a encontrar aquí mucho turismo internacional, en su mayoría asiático, pero sin aglomeraciones. Todo el mundo viene a disfrutar del espiráculo de agua. Parece que hemos tenido suerte, porque la marea está alta y el mar agitado. Los niños son quienes más lo disfrutan, o al menos quienes más lo expresan.

La tarde ha quedado realmente buena. Nos sentamos en la hierba, contemplando el oleaje sobre la costa, soberbio y embravecido. Luego paseamos por el puerto, donde una miríada de gaviotas acechaa los incautos a la puerta de un restaurante. También hay pelícanos, que pasan volando sobre nosotros, enormes como bombarderos.


Piscina de Kiama

Costa brava

Paso peligroso

Pelícanos

La tarde

Vuelta a la auto y comida ligera y tardía. Volvemos a la quinta pregunta: ¿Dónde dormimos esta noche? A unos 30 kilómetros está el Holiday Haven Shoalhaven Heads. Telefoneamos, y aunque solo son las cuatro de la tarde, nos dicen que espabilemos, que a las cinco cierran y no esperan a nadie. Otra vez a correr. La carretera es una recta inacabable bordeada por un denso bosque: es el Seven Mile Beach National Park. No sé por qué la playa se llama así, la verdad, porque desde Gerroa (nombre, como otros en la zona, de resonancias vascas) hasta Crookhaven la lengua de arena, ininterrumpida, mide 17 kilómetros.

El trato en recepción es sieso y estirado, acorde con el aspecto pijo del lugar. Nos recuerda un poco a aquellos cámpings de Austria donde te acogían como si te hicieran un favor monumental. En el fondo nos da igual, mañana estaremos lejos y ya no nos acordaremos de esta mujer tan arrogante y poco hospitalaria.

Distancia parcial: 76 km.

Distancia total: 341 km.


Día 4                                                        Inicio                                                        Día 6

martes, 26 de noviembre de 2024

 DÍA 4.

Ya nos dimos cuenta ayer de la cantidad de pájaros que viven por la zona, y que alborotan desde primera hora de la mañana. De entre todos ellos el más impresionante es uno que imita a la perfección el llanto de un bebé. Produce cierta angustia escuchar su vagido entre los árboles, dan ganas de ir a socorrerlo.

Lo primero que hacemos, tras desayunar, es trasladarnos con el vehículo hasta el Echo Point, el punto más lejano adonde llegamos ayer andando. Sorprendentemente todas las calles de los alrededores, incluso las secundarias, disponen de parquímetros. Otra cosa que llama la atención es la enorme curvatura del pavimento, con una gran caída hacia las aceras. Supongo que aquí, cuando llueve, llueve de verdad.

El cartel de marras

Los carteles turísticos están en árabe, chino, coreano y algún otro idioma más, lo que da idea del mogollón que debe de montarse aquí en verano. Por fortuna, la estación y la hora nos son propicias. Vamos hasta el mirador de las Tres Hermanas y luego descender por la Escalera Gigante (un tramo nada más, solo para hacernos una idea). Sobrecoge la intensidad del paisaje (resulta que Australia no es tan llana como creíamos). También lo intocado del terreno, especialmente si tenemos en cuenta que el centro de Sidney, en línea recta, cae solo a 80 kilómetros.

Las Tres Hermanas

La Escalera Gigante

Tras esta primera visita, nos vamos a comprar y se repite el problema de ayer: El Coles y el Woolworths de Katoomba caen en la misma calle, pero debido a las dimensiones de nuestro vehículo (o, más bien, la de las plazas de aparcamiento) no hay forma de aparcar lo bastante cerca como para poder usar un carro de la compra, y me toca dar dos paseos, cargado como un burro.

Tras el trago de la compra, nos vamos a la zona de Leura Falls. Por precaución pagaticia aparcamos algo lejos, pero por fortuna este lugar se halla mucho menos concurrido. Las cascadas de esta zona no son comparables a las de los dos viajes anteriores, pero tienen su qué. En cuanto a los senderos se hallan perfectamente señalizados, pero en ocasiones se vuelven dificultosos por lo empinados, y hay tramos que se encuentran clausurados por desprendimientos. Pasamos una serie de miradores que quitan el hipo, y nos encontramos con los mismos helechos arborescentes que vimos en Nueva Zelanda. A estas plantas, auténticos fósiles vivientes, se les calcula una antigüedad de 420 millones de años, por lo que ya existían cuando aparecieron los primeros dinosaurios.

El bosque primigenio

 Bajando bajando llegamos a lo que, sin lugar a dudas, es un lugar encantado: un arroyo límpido cubierto por la bóveda arbórea. Aunque el agua fluye plácida, hay señales visibles en la vegetación de las orillas de que, cuando llueve, saca a relucir su genio. A mí me gustaría completar la ruta circular y volver por un camino prometedor y distinto, pero el resto de la tripulación se amotina y toca volver sobre nuestros pasos. Por curiosidad cuento los escalones que hemos descendido y que ahora subimos: 421 (según hemos leído, hasta el fondo del barranco son 800).

De vuelta a la auto, breve comida y recapitulación: las Montañas Azules bien se merecerían un par de días más, pero abruma la enormidad del recorrido que tenemos por delante, así que indagamos en Campermate y nos decidimos por el Bulli Beach Tourist Park, un cámping en la costa al sur de Sidney, a 130 kilómetros de donde estamos. Calculamos dos horas de viaje pero empleamos dos y media: primero hay que bajar de las montañas, después contornear Sidney y sus pueblos satélite, y por último circular por una carretera bastante estrecha y con bastante tráfico que hace de límite del Dharawal National Park, lo cual nos recuerda que está vivamente desconsejado viajar de noche, debido a la alta probabilidad de encuentros con la fauna salvaje.

La toponimia aborigen depara curiosos nombres, como este a las afueras de Sidney

Cuando llegamos ya es noche cerrada, pero la recepción ha retrasado su cierre, esperándonos. Nos asignan parcela y, mientras nos ubicamos, de debajo de una caravana escapan asustados un par de conejos. Antes, moviéndose paralelos a la autovía, hemos visto nuestro primer par de canguros. This is Australia.

Distancia parcial: 139 km.

Distancia total: 265 km.


    Día 3                                                         Inicio                                                    Día 5



domingo, 24 de noviembre de 2024

 DÍA 3

Esta mañana, después de ducharnos y fregar los cacharros, descubro que nuestros amigos de Taren Point, con las prisas, olvidaron cerrar la llave de las grises, y hemos vertido toda el agua debajo de la auto. Así que, antes de que alguien nos recrimine por el estropicio, nos damos a la fuga.

 En conjunto, el vehículo está bastante bien, si hacemos excepción del baño, que es la cosa más rácana y miserable que hemos visto en todos nuestros años de autocaravanismo. Por no tener, no dispone ni de un triste armario o estante donde poner el jabón o la pasta de dientes. Y en cuanto a las dimensiones del lavabo, recuerdan más a una pila de agua bendita modelo económico que a un lugar para lavarse. Luego da la sensación de que, al igual que en Canadá, detestan poner grifos monomando, pues en su lugar instalan dos llaves independientes con pretensiones de hotel de lujo. Como se comprenderá, en estas condiciones resulta sumamente difícil regular la temperatura. En casa no es demasiado importante desperdiciar algo de agua mientras lo consigues, pero en una autocaravana, donde dispones de apenas un centenar de litros... Sin comentarios.

La ducha pretenciosa

El conato de lavabo

Tras la primera noche a bordo, hemos llegado a la conclusión de que los edredones que nos ha proporcionado la casa sirven si dispones de calefacción, pero que para el invierno son demasiado endebles si duermes fuera de cámping. Hemos descubierto que Decathlon cuenta con sucursales en Australia, lo que garantiza material de acampada a precio asequible. En el propio Miranda hay uno, pero al llegar nos encontramos con un problema que va a ser irritante y recurrente cada vez que vayamos a comprar: no hay plazas de aparcamiento adecuadas para nuestro vehículo: casi siempre son demasiado pequeñas o se encuentra bajo tierra. Parece mentira que en un país tan inmenso racaneen con el espacio de esta manera.

Antes de iniciar ruta hacemos nueva escala en el concesionario: nuestro grado de desconfianza ha llegado a tal punto que tenemos la sensación de que nos han dado las bombonas de propano vacías. Al parecer sí las han cambiado, pero aprovechamos la visita para reprocharles lo de la llave y lo de las grises. Sospecho que deben de tener unas ganas locas de perdernos de vista.

Bordeamos Sidney hacia el norte a través de zonas densamente urbanizadas: una cosa es conducir por la izquierda, y otra lo mismo pero por vías de cuatro o cinco carriles, en ocasiones con un camión a cada lado. Enfilamos hacia el oeste por la M4, y en Auburn intentamos de nuevo lo del Decathlon. Aquí sí existe parking de superficie, pero en la entrada luce un cartel de prohibido vehículos de más de 2,5 toneladas. ¿Qué pasa, que los autocaravanistas no compran jamás? Hacemos caso omiso, entramos y por 60 dólares adquirimos tres sacos de dormir. Son un tanto livianos, pero es que por razones de espacio no van a viajar a España. Por cierto que intento de nuevo pagar con la Visa de marras y de nuevo me dice que está bloqueada. Ayer por la tarde conseguí hablar con nuestro banco para que transfiriera dinero a la N26 y de paso desbloqueara la tarjeta. Esta mañana, el dinero ya había llegado a la cuenta, pero la tarjeta se resiste.

Venirse a la otra punta del mundo para que te digan esto

Desde Auburn hasta Katoomba hay 85 kilómetros. Los primeros son de zona urbana, y cuando por fin salimos de la conurbación, el trazado es ascendente y con muchas curvas. Nuestro destino para hoy era el Scenic World, pero ya cargamos con el retraso de ayer: para cuando llegamos es la hora española de comer, y la instalación cierra a las cuatro. Decidimos que lo mejor es buscar un lugar de pernocta y después ya se verá. Cuando planificaba el viaje desde casa había marcado algunos sitios para dormir por libre, pero en invierno, a casi mil metros de altitud y sin calefacción, mejor lo dejamos. Traigo en el móvil una aplicación llamada Campermate, que incluye multitud de recursos útiles para los autocaravanistas. Sin embargo, Google nos dice que aquí al lado existe un camping que no aparece en la aplicación. Nos acercamos y descubrimos el porqué: se trata del StayKCC Campground, un lugar de acampada de orientación cristiana. El lugar parece desierto, y tenemos que volver a llamar para que nos expliquen dónde está la recepción. Allí nos explican que nos podemos quedar, pero que también va a haber un grupo de chavales y que no podemos interactuar con ellos. Pos bueno.

Tras una comida ligera salimos de paseo. Para hacerse una idea de cómo es el sitio, Katoomba y los pueblos linderos -Leura y Wentworth Falls-, se asientan en el borde de un impresionante farallón de 700 metros de altura con vistas a un espesísimo bosque. Pese a la latitud tan meridional en la que nos encontramos, es lo más parecido a contemplar la selva tropical desde un avión.

Cacatúas blancas

Existe un sendero que bordea el precipicio, pero tiene un tramo cerrado y toca ir por carretera. Primero hasta las Katoomba Falls, y después hasta Echo Point, en total 5 kilómetros ida y vuelta. En el aparcamiento del primer sitio hemos encontrado un montón de cacatúas blancas que se dejan acercar lo bastante como para poderlas fotografiar. Disfrutamos del espectáculo hasta que un hijo de turistas corre hacia ellas para espantarlas. Hay que j...

Un instante antes de la espantada

Por el camino hemos visto las idas y venidas del teleférico del Scenic World. Bien es cierto que la experiencia se complementa con un tren cremallera que te lleva hasta el fondo del abismo, pero nos huele tanto a guirada que hemos decidido prescindir de dicha actividad mañana, y nos guardarnos los 150 dólares que cuesta para otra cosa.

Regreso al cámping cristiano y a la auto. Ni rastro de los niños con los que no debemos interactuar. Noche tranquila (y fría).

Distancia parcial: 121 km.

Distancia total: 126 km.


Día 2                                                          Inicio                                                             Día 4

 DÍA 2

La empresa que nos alquila la autocaravana tiene su sede en Taren Point, un polígono industrial al sur de Sidney y a 24 kilómetros del hotel. Cuando tenemos todo el equipaje recogido, pedimos un Uber y es tal su celeridad que, cuando bajamos a la puerta, ya nos está esperando. El conductor guarda un enorme parecido con Jackie Chan, pero no es muy hablador que digamos. Pasamos junto al aeropuerto, bordeamos la bahía de Botany y 30 minutos después llegamos a destino.

A diferencia de Islandia o Canadá, no hay prácticamente nadie esperando, lo que confirma nuestras sospechas de que nos encontramos en temporada baja baja,y que el precio está inflado. Nos atiende una chica joven y algo seca, con quien formalizamos los trámites del alquiler. Algo que no me gusta es que, aun trayendo ya la autocaravana pagada, intentan colarte algunos packs extra. Elegimos lo que nos interesa y a lo demás decimos educadamente que no.

El problema viene cuando toca depositar la fianza del vehículo, 5.000 dólares (algo más de 3.000 euros). Para ese menester dispongo de una tarjeta Visa que ya utilicé los dos veranos anteriores. Pues bien: en esta ocasión se niega a soltar la guita. Sudores fríos me recorren el cuerpo. ¿Y qué hacemos ahora? Lo único que se me ocurre es dejar en prenda el dinero que traigo en la N 24, la tarjeta que usualmente utilizamos para los gastos diarios en el extranjero, ya que no cobra comisiones por el cambio de moneda. Eso sí, nos quedamos a dos velas. ¿Cómo vamos a pagar ahora la gasolina, la comida y los cámpings?

A diferencia de Canadá, donde te brindaban un tutorial completo, aquí nuestra joven anfitriona se limita a señalarnos la autocaravana y a decir que, si tenemos alguna duda, entremos y preguntemos. El volante a la derecha impone bastante pero bueno, tampoco es la primera vez. Arrancamos, salimos a la calle y decidimos dar una vuelta para probar. Al primer giro, la puerta de la célula se abre de par en par. Intentamos asegurarla, sin éxito. El conducir por la izquierda tampoco ayuda, y en este polígono la gente circula a toda pastilla. Volvemos al concesionario, llaman al mecánico, y este soluciona el problema dando un portazo bestial. Será el impacto o la casualidad, el caso es que en ese preciso momento la retrocámara deja de funcionar.

El modelo final

Sacamos las maletas de la auto y nos sentamos en la sala de espera, a ver si lo arreglan. Por lo visto el técnico electricista no ha acudido hoy, así que al cabo de un rato nos asignan otro vehículo, no sin antes advertirnos que los anteriores arrendatarios destrozaron el toldo al ponerse en marcha sin haberlo recogido (vamos, al estilo la película Vaya Vacaciones). Respondemos que nos da igual, que nosotros nunca lo utilizamos. Pero el encargado, después de examinar el destrozo -sujeto con precarias bridas-, no se atreve a dejarnos ir con ella. Vuelta a la sala de espera.

7,5 metros largo, 3,5 alto. Motor Mercedes automático

El concesionario se encuentra lleno a reventar de vehículos. ¿Por qué no nos dan cualquiera de ellos? No lo sabemos. Tras un lapso considerable, vuelve el encargado diciendo que acaban de devolver dos vehículos, que elijamos uno, que nos lo limpian y adelante. Vamos a verlos, y cuando hemos elegido uno nos dicen que no es posible, que tienen que revisarlos, y tras un montón de llamadas parece que sí se puede. A todo esto. ya han transcurrido cuatro horas desde que llegamos. Mientras, echamos lúgubres cálculos: primero que nos entreguen la auto, luego a comprar al súper... ¿A qué hora vamos a comer? El encargado ha debido de ver nuestra cara de circunstancias (y de hambre) y nos indica un refectorio cerano, que lo paga la empresa (siempre que no nos pasemos de 50 dólares, precisa). El lugar en cuestión se encuentra aquí al lado, y es más una cantina que un restaurante propiamente dicho, pero la familia oriental que lo regenta es de lo más simpática. Repuesto el estómago, vuelta al concesionario, donde un poco después nos entregan la tercera autocaravana en lo que va de día. Por esta vez parece que la suerte nos sonríe, porque se trata de un modelo 1.000 euros más caro que el que habíamos contratado (y bastante menos machacado, por cierto). Además, para resarcirnos, nuestro encargado nos dice que, además de la invitación a comer, no es necesario cuando la devolvamos en Alice vaya el depósito de combustible lleno, que invita la casa.

El Coles de Miranda

Quedan apenas tres horas de luz, así que de las Montañas Azules podemos olvidarnos, al menos por hoy. Nos vamos a Miranda, un pueblo de aquí al lado absorbido por Sidney, en busca de un súper. Al ser la primera compra y lógicamente desconocer los productos australianos, nos lleva más tiempo de la cuenta. Cuando ya lo tenemos todo estibado y nos disponemos a ir en busca de un cámping, nueva desgracia: apriego el botón Start/Stop y aquello no arranca. Toca llamar al teléfono de emergencias y explicar nuestro problema. Solución: en un lugar remoto, a los pies del salpicadero y entre los dos asientos, existe una diminuta hornacina donde hay que introducir el mando a distancia del vehículo y, ahora sí, arranca.

¿En serio se le ocurrió a nadie explicarnos esto?

A todo esto son las seis de la tarde y ya es noche cerrada. Por fortuna, el Sydney Tourist Park cae a solo 1,3 kilómetros. Al ser temporada baja, no tenemos problema para encontrar sitio, lo que no nos exime de que al poco de llegar nos aporreen la puerta: son unos franceses argumentando que estamos en su parcela, y que Ils ont besoin de electricité. Replicamos que a nosotros nos han puesto aquí, y que si tienen alguna queja hablen con la dirección. Y es que lo de la electricidad tiene su miga: cuando esta mañana le pregunté a la chica que si la calefacción iba a gas, su respuesta me dejó -nunca mejor dicho- helado: la calefacción (y el agua caliente) son eléctricas, y si quieres encenderlas no te queda otra que entrar en camping. Que vivan los vehículos autónomos.

Distancia recorrida: 5 km.

  Día 1                                                        Inicio                                                        Día 3

miércoles, 13 de noviembre de 2024

DÍA 1

La luz que se cuela por los diáfanos ventanales del apartamento es tan inconfundiblemente invernal, como la desnudez de los árboles. Es como si te hubieras saltado seis meses de golpe. En cambio, los australianos parecen inmunes al frío: ves gente abrigada, pero otros van en camiseta y pantalón corto, por no hablar de las chanclas. Anoche, cuando llegamos, nos pareció que hacía frío e intentamos encender la bomba de calor... Hasta que nos dimos cuenta de que solo disponía de aire acondicionado.

Nuestro barrio

El barrio de Woolloomooloo es bastante curioso. Elegí el alojamiento en esta zona por ser bastante céntrica y por hallarse cerca de la Ópera. Sin embargo, sus calles las conforman en su mayoría casas de dos plantas, construidas en ladrillo y de aspecto un tanto desvencijado, menudo contraste con el skyline futurista del Sydney CBD, que es como llaman aquí al centro financiero y comercial. Caminamos hacia el sur buscando un súper donde comprar tarjetas SIM para los móviles, pues nos han dicho que es donde podemos encontrarlas más baratas. Tras deambular por calles donde sopla un viento gélido damos con uno en Crown Street. Allí nos dicen que al ser nuestros teléfonos de fuera necesitamos formalizar un contrato, y que mejor nos vayamos a Telstra -la antigua Telefónica australiana, ahora privatizada-, que tiene una oficina en el Queen Victoria Building, al que llegamos cruzando el Hyde Park (sí, como en Londres), donde tenemos ocasión de observar ibis blancos australianos paseando en libertad. El Queen Victoria Building, construido durante el siglo XIX, no es una obra menor sino mayor: 190 metros de largo y cuatro plantas, ocupadas por tiendas y restaurantes. No encontramos la tienda telefónica de marras, pero el edificio es tan bonito que la visita vale la pena. Preguntamos y nos envían un par de manzanas más allá, pero una nota en la puerta avisa que el negocio se ha trasladado. Cuando por fin damos con el sitio, en una calle peatonal llamada Pitt Street, nos sentimos agotados. Sin embargo, una dependienta de origen hindú nos atiende estupendamente y nos vende lo que necesitamos: el contrato mensual de una línea telefónica que trae gigas para aburrir, tantos que podremos compartirlos en los tres móviles durante el viaje, y aún sobrarán.

The Sydney Tower

George Street

Hemos pasado en la tienda casi una hora. Al salir estamos muertos de hambre, y como en este barrio tan pijo no hay sitios baratos para comer, entramos a proveernos en un súper subterráneo. Cuando llegamos a las cajas de autopago ocurre un pequeño malentendido, e inmediatamente se nos acerca el guarda de seguridad. Un tanto molestos por el incidente, nos sentamos a comer en unos bancos de la calle, y como no hemos comprado bebida, pues me toca a mí volver a entrar y vérmelas con el segureta, que me mira con aprensión pensando tal vez que vuelvo con ganas de bronca. En honor a la verdad he de decir que, en general, los australianos son gente abierta y acogedora y que durante el viaje casi todos nos trataron la mar de bien.

Queen Victoria Building

Queen Victoria Building

Queen Victoria Building

Entre unas cosas y otras se nos ha ido el tiempo y quedan pocas horas de luz. Enfilamos hacia el norte, en busca de lo que aquí llaman Circular Quay, que es la terminal de ferries que conectan el centro de Sidney con los otros barrios del otro lado de la bahía. De camino entramos en una gigantesca tienda de Lego donde exhiben figuras gigantescas a gigantescos precios y donde exponen, cómo no, una imagen de la Ópera conseguida a partir de miles de piezas.

Primera visión de la Ópera

Si hay un centro neurálgico -como dicen por ahí- en Sidney ese es Circular Quay. Por la multitud que entra y sale de los barcos, coge el tranvía, o el tren, o el metro o simplemente pasea. A la derecha se levanta la celebérrima Ópera, y a la izquierda en Harbour Bridge. Dejamos la Ópera para después y subimos al puente, aunque para ello haya que retroceder un tanto porque la estructura elevada arranca muy atrás, y coger un ascensor. Por esta descomunal obra de ingeniería de casi 50 metros de ancho discurren una vía de tren, ocho carriles para coches, un camino de uso peatonal y otro para bicis. Empezó a construirse en 1923 y se terminó en 1932. Pese a todo, a mí me da la sensación de ser una infraestructura insuficiente para dar servicio a una ciudad de más de cinco millones de habitantes, hasta que me entero de que por el fondo de la bahía discurre un túnel, inaugurado en 1992.

Ascensor personalizado

La Ópera con las últimas luces

Caminamos más o menos hasta la mitad del puente. Pese a hallarte protegido por robustas vallas, no deja de apabullar el guirigay de tráfico que pasa aquí al lado. Nos gustaría ver la puesta de sol sobre la Ópera. Unas nubes amenazan con malograr la puesta de sol, pero entre ellas y el horizonte se abre una franja limpia y, al final, el edificio más simbólico de Australia se tiñe de ocres y dorados, entreverado por las sombras del puente. Un ferry se detiene para que los pasajeros admiren los tornasoles del emblemático edificio.

Tantos años ansiando este momento, y por fin estamos aquí.

CBD y Circular Quay desde el puente

Desandamos camino hasta Circular Quay y nos acercamos a la Ópera que, como un barco futurista, se yergue sobre la bahía. Por lo visto, el alcalde de Sidney no estaba de acuerdo con el emplazamiento, menos mal que no le hicieron caso. La Ópera es ese tipo de edificio tan irreal y fantástico que, cuanto menos sepas de él mejor, porque los menudos detalles terrenales desvirtúan su poderosa estética y la confusa mescolanza de cúpulas que unas veces parecen velas, y otras aletas de tiburón.

El puente desde Circular Quay

El momento de bajar del puente coincide con la caída de la noche. Los rascacielos del CBD brillan como luciérnagas, y las aguas del puerto devuelven las luces como un espejo. Mucha gente por la calle comprando, cenando, deambulando. Nos sentamos en las escalinatas y contemplamos todo aquello. Realmente vale la pena haber venido hasta aquí.

Sidney la nuit

El CBD desde la explanada de la Ópera

Cerca de la Ópera hay algunas tiendas de souvenirs. Es nuestro primer día, y aun así no desaprovechamos la idea de comprar un peluche de koala, que se sumará a la familia viajera que tenemos en casa, compuesta por:

  • Una ardilla de la Selva Negra.

  • Una marmota austríaca.

  • Un frailecillo islandés y

  • Una ardilla canadiense.

El regreso al apartamento se convierte en una pequeña odisea, ya que entre la Ópera y el barrio de Woolloomooloo se encuentra el Jardín Botánico, que cierra sus puertas a la caída del sol. Rodeamos el amplio recinto en busca de una calle solo para encontrarnos con que esta se transforma en la M1, con el tránsito prohibido para peatones. Vuelta hacia atrás por Macquaire Street, donde por cierto estoy a punto de ser atropellado debido a la mala orientación de un semáforo, que me hace pensar que estaba en verde cuando en realidad no. A lo largo de los siguientes días tendremos ocasión de comprobar que los conductores australianos son prudentes y solidarios (lo son o los han hecho, a tenor de los carteles que prometen a los infractores heavy fines and lack of license). Pero eso por desgracia no rige para los energúmenos que atruenan la noche de la gran ciudad.

Cuando llegamos a la Catedral de Saint Mary la autopista se soterra y podemos por fin entrar en el barrio, que nos parece oscuro, solitario y poco tranquilizador. Entramos en una pequeña tienda a comprar algo para cenar. La dueña, de origen oriental, nos mira al principio con desconfianza (hay un grupo de sin techo bebiendo alcohol, instalado en una plazuela aneja), pero al ver que somos una honrada familia nos atiende bien. Luego a casita y a descansar.

                                                        Inicio                                                           Día 2

 POR FIN, AUSTRALIA

    Últimamente, nuestros viajes parecen teñidos por cierto tinte de odisea, algo de lo que no tengo conciencia que ocurriera durante los primeros años de escapadas internacionales. No sé si es simple capricho del destino, o signo de los tiempos convulsos que nos está tocando vivir: el caso es que la emoción no falta.

    Los primeros planes definidos para ir a Australia surgieron durante el invierno de 2019. Ya tenía más o menos clara la ruta, y había empezado a reunir información cuando se produjeron los violentos incendios que asolaron la costa este, justo por donde transcurría nuestro itinerario. Así las cosas, y con el corazón encogido por los miles de koalas abrasados por las llamas, decidimos cambiar de rumbo y dedicar el siguiente verano a Islandia. Pero 2020 trajo la pandemia, el confinamiento y las restricciones, y hubo que renunciar a irse muy lejos. Hasta 2022 no pudimos viajar a Islandia, el 23 lo dedicamos a Canadá y por fin, en 2024, ya no había excusa para no viajar al país de los canguros.

    La preparación del vuelo fue quizá la parte más espinosa. Con Emirates habíamos volado a Nueva Zelanda, y la experiencia fue positiva, pero últimamente sus tarifas estaban por las nubes. Busqué alternativas, unas vía Estambul, otras parando en Singapur... Todos eran vuelos de un montón de horas y con escalas interminables. Finalmente encontré una combinación con Cathay Pacific y escala en Hong Kong que parecía la adecuada. La experiencia con Air Canadá del verano anterior fue tan traumática que miré con lupa todas las reseñas. La mayoría eran aceptables. Por último, intenté que la escala en Hong Kong fuera de dos o tres días para visitar la ciudad (incluso llegué a reservar alojamiento), pero el precio total del viaje, ya de por sí elevado, se encarecía aún más, y por otro lado necesitábamos todos los días posibles para el periplo australiano por carretera.

    De manera que en enero ya teníamos avión, y poco después, autocaravana, reservada a través de una empresas alemana llamada Camperdays. El alquiler del vehículo fue también incomprensiblemente caro pese a ser allí invierno y por tanto temporada baja. Tengo la firme sospecha de que en el Hemisferio norte ofrecían precios inflados, y en cambio otros muy distintos para los australianos.

    Los meses fueron pasando en lento goteo y con auténticas piruetas económicas para reunir el dinero necesario. Los días previos fueron de una gran tensión, temiendo de nuevo un retraso o una cancelación que esta vez por fortuna no llegó. Por fin, el 27 de julio viajamos a Madrid, y el 28 por la mañana embarcamos. El avión despegó sobre la una del mediodía, y llegamos a las siete de la mañana del día siguiente. Como Hong Kong en verano tiene ocho horas de desfase con España, pues estuvimos viajando unas once horas para un total de 11.397 kilómetros. La tripulación fue bastante amable, y disponían incluso de carta donde elegir entre tres platos diferentes. En el avión coincidimos con bastantes españoles que iban a Japón. A Sidney, bastantes menos.

Barajas, kilómetro 0.

Menú bilingüe

    Las pantallas encastradas en la trasera de los asientos son, a estas alturas, un prodigio de variedad a la hora de elegir entretenimiento, pero lo que de verdad mola es poder acceder a las diferentes cámaras situadas en el exterior del avión, en la cabina del piloto y al plan de vuelo y la  situación del aparato. La ruta habitual para ir de Madrid a Hong Kong pasa por Ucrania pero, como ahora no está el horno para bollos, pues los aviones dan un rodeo por Turquía. Fue por eso por lo que volamos por encima de los Dardanelos (por aquí cruzamos en 2009, con Chandra y nuestra autocaravana, de vuelta del Kurdistán). Luego Georgia y el Mar Caspio hasta llegar a China y sobrevolar el desierto de Taklamakán, al norte del Himalaya, y que abarca una  extensión similar a la de Alemania. Después China de cabo a rabo y por, fin, al amanecer, Hong Kong.

Volando sobre los Dardanelos

Y sobre Uzbekistán

    Bajarse del avión después de tantas horas produce un embobamiento supino, pero a la vez alivio por estirar de nuevo las piernas. Lo que está claro es que los años no pasan en vano: el viaje hasta Nueva Zelanda en 2016 no me pareció tan cansado. ¿O acaso es el tiempo, que suaviza los recuerdos?

Aeropuerto de Hong Kong

    El aeropuerto de Hong Kong es amplio y diáfano, con grandes cristaleras que asoman a un cielo nublado. Me llaman la atención los tableros de información de vuelos, que están en caracteres chinos hasta que, alehop, se vuelven comprensibles al cambian a nuestro alfabeto.


    Dos horas después estamos de nuevo en el avión, no sin antes pasar un control tan exhaustivo como el de Barajas. Cuando vuelo ya nunca llevo puestas las botas, solo por no pasar la humillación de descalzarme. Hemos salido a las nueve de la mañana y llegaremos a las ocho de la tarde, hora local. Como la diferencia entre Hong Kong y Sidney es de tres horas, resulta que este vuelo dura ocho para una distancia de 7.400 kilómetros. En el primero apenas hemos dormido, de manera que nos adormilamos durante intervalos de duración variable que abrevian  el tedio de tanto tiempo sentados. La magia del avión hace mucho rato que se ha transformado en ganas desesperadas de llegar.

    Para cuando aterrizamos en Sidney ya es otra vez de noche. Hace veintitantas horas que salimos de Madrid, y parecen siglos. Sorprendentemente, llegamos bastante enteros. Debe de ser la adrenalina disparada, pues ahora nos las tenemos que ver con una de las aduanas más tocapelotas del mundo. El visado de entrada lo tenemos desde enero, y en el avión hemos rellenado la famosa hojita amarilla (ya practicamos en casa, con una idéntica pero traducida). No traemos el arsenal de medicinas que solemos llevar en los viajes, porque muchas no pueden pasar la aduana. Tampoco absolutamente nada de comida, ni fresca ni de la otra. Hemos tirado el agua que nos sobró del avión, y comprobado que no traemos tierra en la suela de las zapatillas. Declaramos el dron y el portátil, lo que nos clasifica automáticamente junto con los que traen armas o pornografía. Por suerte, nos toca una poli muy amable que escribe algo en nuestras fichas y, cuando avanzamos resignados hacia la zona de registro de equipajes, descubrimos que nuestro pasillo conduce directamente al hall de aeropuerto.

    Nos conectamos al wifi, pedimos un Uber y descargamos la clave de acceso al apartahotel donde vamos a dormir. Esta mañana escribimos a la empresa desde Hong Kong diciéndoles que íbamos a llegar más tarde de lo previsto, y nos respondieron que en recepción no habría nadie a esa hora, pero que al llegar a Sidney tendríamos la clave para acceder al edificio. Menos mal que han cumplido.

    En la calle hace frío y lloviznea, menudo contraste con los 38 grados de Madrid. Nos cuesta encontrar el lugar de encuentro con el taxi, que ya nos está esperando. Nuestro alojamiento es el Nesuto Woolloomooloo Apartment Hotel, y se encuentra hacia el norte y a 11 kilómetros del aeropuerto. Nuestro conductor es un señor con turbante (debe de ser sij) de cuyo inglés no entiendo prácticamente nada. Nos pregunta por dónde queremos ir; yo interpreto que la pregunta va con segundas, hasta que nos aclara que en el itinerario más rápido hay obras, que nos puede llevar por otro. Respondemos que nos lleve por donde quiera.

    Resulta un tanto desolador quedarse a solas con tu equipaje en la acera oscurísima de una ciudad desconocida. Por fortuna, funciona el código numérico de la puerta, y también el del buzón donde está nuestra llave. Ni en el hall ni en los pasillos nos cruzamos con nadie, parece un hotel fantasma digno de la película El Resplandor.

    Resulta frustrante llegar tan tarde a tu destino y no tener nada que llevarte a la boca porque te han obligado a tirarlo todo. El barrio tampoco anima demasiado a explorar en busca de algún sitio donde comer algo. Por fortuna (ya lo había mirado en casa por el Street View), justo enfrente hay una gasolinera que dispone también de un pequeño súper, y ahí compramos algunas cosas para comer ahora y para desayunar mañana.

                                                                                                                                    
                                                                                                                                                Día 1