18 de julio
La carretera enfila hacia el norte siguiendo la línea del fiordo.
Nada más salir del pueblo se nos echa encima la niebla, y con ella
vamos cuando nos damos de narices con un túnel. Excavado en la roca
viva y sin apenas iluminación, parece la antesala del infierno. Para
colmo, cuando entramos descubrimos... que es de un solo sentido (con
passing-places, eso sí, todo un detalle). Por fortuna, hay
poco tráfico a esta hora. Cuando salimos al exterior la conducción
se complica, porque la carretera está asfaltada a ratos sí y a
ratos no, y como con la niebla no veo nada los frenazos son de aúpa.
Paramos unas cuantas veces a admirar el paisaje, o al menos lo que se
deja. A medida que nos adentramos hacia el corazón fiordo desaparece
la niebla, y transcurridos 90 kilómetros desde la salida llegamos a
Skagafjörður, que con sus 2.600 habitantes nos parece ya una
capital. Tras aprovisionarnos en un supermercado inesperadamente
grande, nos acercamos a lo que pretende ser un museo sobre la única
guerra civil que ha vivido el país (1238. The Battle of
Iceland). Venimos muy ilusionados en busca de las ambientaciones
y las animaciones en 3D que promete la web, pero resulta un fiasco
porque la mitad de ellas no funcionan. Como además la entrada nos ha
parecido carísima, le dejo una mala reseña en Google.
Curiosa especie de ajedrez vikingo |
Tras la comida reemprendemos camino, ahora hacia el sur. El paisaje
es ondulado, con hierba pero sin árboles, y la carretera aceptable.
Hasta que llegamos al desvío para Hvítserkur. La ruta se
convierte en un estrecho camino de tierra que nos hace albergar
serias dudas, pero finalmente decidimos intentarlo. Desde el cruce
hasta esta curiosa roca son 26 kilómetros de traqueteo. Por fortuna,
nos cruzamos con pocos vehículos. Una vez en destino, seguimos el
consejo de quienes nos precedieron y en lugar del bajar al
aparcamiento dejamos la auto en la carretera, no sea que luego no sea
capaz de subir.
Camino de Hvítserkur |
Hvítserkur |
Hvítserkur |
Hvítserkur es una curiosa roca plana situada perpendicularmente. Hay
quienes ven en ella un elefante, otros un dragón. Me hubiera gustado
acercarme más, pero no es posible debido a la marea alta. Por
fortuna, no hace viento y puedo hacerle unas pasadas con el dron,
siempre con cuidado de no molestar a las gaviotas.
Como nos da pereza desandar lo andado, decidimos dar la vuelta a la península. Al otro lado y a 22 kilómetros de distancia está Illugastaðir, una granja que al parecer cuenta con camping y muy cerca de una colonia de focas. Dicho y hecho: llegamos, aparcamos y nos vamos a ver los animales. Pese a que luce el sol sobre el horizonte, hace un frío que pela.
Frente a donde sestean las focas se levanta una pequeña cabaña de
madera que hace las veces de hide. Allí encontramos a una
chica prismáticos en ristre que hace anotaciones en una especie de
registro. Tan absorta está en su tarea que ni siquiera saluda
(aunque luego llegarán dos jóvenes y con ellos sí que pegará la
hebra). La colonia se encuentra sobre unas rocas separadas de tierra
firme por un canal. Duermen todas apaciblemente, ajenas al frío
helador y a lo dura que tiene que ser su cama. Regresamos.
La colonia de focas |
Antes hemos mantenido una polémica sobre si el camping estaba abierto o no. Es cierto que había allí varios vehículos estacionados, pero se encontraban en lo que, en mi opinión, es más bien el aparcamiento del observatorio, mientras que la pradera adyacente (cuya entrada se halla bloqueada, a modo de barrera, por un tronco) parece ser el camping en sí, sin signo alguno de ocupación. Aunque tampoco se ve ningún cartel que diga si se halla abierto o cerrado. En estas estamos cuando oímos dos estampidos. Miramos con asombro por la ventana, tratando de dar con el origen del ruido, y como a treinta metros vemos a un tipo, escopeta en mano, que empuja con el pie el cadáver de una gaviota hasta arrojarla por el acantilado. No contento con ello, a continuación se queda al acecho en el quicio de la puerta. Antes nos han entrado unas chicas que querían hacernos una encuesta, pero declinamos el ofrecimiento debido a urgencias mingitorias. Ahora Bego se baja de la auto para responderles y, ya de paso, comentar el incidente. Las encuestadoras deben de ser de la zona, porque no les parece en absoluto censurable ni alarmante lo que ha hecho el hombre: al parecer las gaviotas atacan a los chicken, y el dueño adopta contramedidas. Entonces comprendo de golpe que Islandia no es solo los paisajes agrestes e idílicos, sino también la barbarie y la brutalidad del hombre contra el medio.
Según las amables (aunque poco sensibles) encuestadoras, 25 kilómetros al sur se encuentra la localidad de Hvammstangi, donde hay un camping divino de la muerte. Les hacemos caso, aunque solo sea para alejarnos del matapájaros. El parque de campismo, como dicen los portugueses, se halla a las afueras del pueblo, tierra adentro, y consiste en una pradera cercana al cementerio. Los parroquianos son fundamentalmente locales, con sus todoterrenos y sus caravanas largas como un autobús. Buscamos la recepción, pero la encontramos cerrada.
Mientras cenamos, asistimos a un naranjísimo atardecer, uno de los
más extraordinarios que hemos visto nunca.
Camping de Hvammstangi |
Kilómetros recorridos
Parcial: 254 km.
Total: 1.670 km.
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