miércoles, 23 de agosto de 2023

14 de julio, día 1. 

Ayer, con el cansancio, no tuve tiempo de comentar cómo es la habitación. Estamos en Norteamérica y parece que aquí, por defecto, todo es grande: las camas, altísimas; los muebles, como fabricados para un gigante. Y todo con un aire retro. Pero lo más llamativo es el conjunto ducha-bañera: confeccionada de una sola pieza, incluye luces, paredes y techo lo que, en contraste con la habitación, le da un cierto aire futurista. Eso sí, el piso parece más confiable y menos resbaladizo que el de sus homólogas españolas.

La bañera futurista

Bajamos al comedor a desayunar, y casi nos pillamos una pulmonía de lo fuerte que tienen el aire acondicionado. Como en las películas de Hollywood, es el camarero quien te sirve personalmente el café. Supongo que esto equivaldrá a signo de hospitalidad, pero tiene el inconveniente de que tienes que buscarlo por todo el comedor si quieres otra taza.

Recogemos con prisa, porque hemos quedado con los de Fraserway en que nos recogerían a las 8:45. A menos veinte ya hemos soltado la llave y estamos esperando en la puerta, pero dan las nueve, y las nueve y media, y aquí no aparece nadie. Les llamamos por teléfono pero no lo cogen. Y no solo eso sino que mi móvil, que ayer funcionó perfectamente, hoy se niega a hacer llamadas.

Estoy pensando en coger un taxi, y entonces me acuerdo de Uber. Nunca he utilizado este servicio, pero me descargo la aplicación (los datos sí que funcionan, deben de ser los de la SIM virtual que compré en España) y pruebo. Me pregunta qué tamaño de coche prefiero, y como llevamos mucho equipaje le digo que grande. Responde la app que tardará una media hora en buscarlo. A continuación me avisa de que hay otro coche, aunque pequeño, a cinco minutos de nosotros. Ya hemos perdido mucho tiempo, así que cancelo el primero y llamo a este. Nuestro conductor resulta ser filipino, y el coche un SUV con espacio de sobra. Debí imaginarme en qué piensa esta gente cuando habla de coche pequeño.

Airdrie y el concesionario se encuentran a 23 kilómetros del hotel. Por el camino comprobamos que tanto las calles como las carreteras son anchísimas, enormes. Esto, sumado al jet lag y al humo ambiente, le dan a todo un aire onírico. Tomo nota de algunos detalles, como por ejemplo que los semáforos no estén verticales sino tumbados, y que se encuentren en la parte opuesta del cruce, supongo que para darles mayor visibilidad. En cuanto a las rotondas, son prácticamente inexistentes, y cuando llegas a un cruce sin semáforos todo el mundo tiene su stop, y no hay que ceder el paso al que viene por la derecha, sino que sale el primero que llega. Esto, que en España sería un caos por nuestra idiosincrasia conductora, aquí funciona porque la gente al volante es, en general, bastante cívica y poco agresiva.

Llegamos por fin a Airdrie. El chico que nos atiende se las da de simpático, pero se niega a asumir el fallo de la recogida en el hotel (tengo incluso que enseñarle el e-mail donde aparece concertada la cita). “¿Queréis una disculpa o preferís seguir con el proceso de entrega?” Ya hemos perdido un día de alquiler, de modo que respondemos que adelante, ya a ajustaremos cuentas en la reseña de Google.

Por delante

De lado

Está visto y comprobado que las desgracias nunca vienen solas: salgo de la oficina a decirle a mi hijo que aquí hay wifi y me lo encuentro llorando como un magdaleno, porque se ha olvidado el móvil en el taxi. Miro en la aplicación de Uber y, por fortuna, disponen de un apartado para objetos perdidos. Pero, claro, de nada sirve que les deje mi móvil porque, al no funcionarme la línea, el taxista no me podrá llamar. El chico de la recepción, quizá para redimirse, nos ofrece el fijo para llamar, pero sin el teléfono del taxista no hacemos nada. Necesitamos imperiosamente comprar una SIM local.

La matrícula

El proceso de explicado de la autocaravana resulta tedioso, pero viene bien que sea así, ya que tiene un montón de chismes y mecanismos. Como el conductor soy yo y no entiendo del todo el inglés, se buscan a una chica (salvadoreña) para que me haga el tutorial, pero resulta que es novata en la empresa. Finalmente, traen a un joven flamenco (esto es, de la Bélgica no francófona) que me lo explica todo muy bien en francés (ayuda el que dispongan de un manual de 26 páginas en Internet, y que yo me lo haya empapado antes de venir). En cualquier caso, practico cómo se enciende el generador, o se vacían las negras y las grises, o cómo se despliega el módulo del comedor, quedando así un espacio más grande que el salón de tu casa. Llama mucho la atención el sistema de conexión a la red ciudadana de agua: la misma manguera de llenado de limpias la roscas al grifo y a una boquilla que lleva el vehículo incorporada, y ya tienes agua sin necesidad de conectar la bomba. En cuanto al gas, cuenta con un depósito de propano de 80 litros que nos dijeron que nos daría justo para el viaje, pero del que no consumimos ni la mitad.

Al entrar en el vehículo te das cuenta de dónde salen las cinco toneladas y media de peso: todo aquí es macizo y de calidad, empezando por el suelo y los muebles de madera, las camas, el enorme frigorífico, la cocina con horno, las tapicerías... Por pesar, hasta los cazos y las sartenes pesan, como le des con ellos a un intruso te lo cargas. Tan solo el espacio del baño es algo reducido (el lavabo va fuera). Por tener tiene hasta un sillón donde echarte una cabezadita. Si no consumiera 26 litros a los 100, sería la autocaravana perfecta.

Paradójicamente, lo que más me cuesta entender es el sistema automático de marchas. La camper que alquilamos en Nueva Zelanda también lo tenía, pero en una palanca situada entre los asientos muy parecida a las manuales. Bueno, todo será cuestión de práctica.

Cuando ya creo que domino el vehículo, salgo del estacionamiento a paso de carreta. La principal dificultad (y me ocurrirá durante todo el viaje) la encuentro en los espejos retrovisores: los de las autocaravanas europeas consisten en uno grande que te ofrece una visión panorámica y uno pequeño debajo con características de gran angular que sirve para tener una visión completa de los laterales del vehículo. Pues bien, aquí el gran angular lo pegan en la parte inferior del espejo grande y crean un punto ciego que me da más de un susto al cambiar de carril.

Lo primero es lo primero, así que nos vamos en busca de una tienda donde nos vendan la SIM. Una vez adquirida y activada, logramos ponernos en contacto con el taxista. Como Airdrie le cae lejos, quedamos al final de su jornada en el aparcamiento del hotel. A mí la idea de callejear por esta ciudad enorme el primer día de autocaravana me provoca sudores fríos, pero es lo que hay. Aprovechamos el lapso de espera yendo a un Walmart a hacer la compra que, como toda primera gran adquisición en un país extranjero, se las trae, empezando por las marcas desconocidas y terminando en que absolutamente todo se vende en cantidades, frascos o paquetes enormes. Por último, y como ocurría en Islandia, las cervezas hay que comprarlas aparte, en el liquor store. Durante mis muchas idas y venidas por el súper constanto una vez más la diversidad de etnias y culturas que pueblan el Canadá actual: según un informe del año pasado, el 23 por ciento de la población (unos 8,3 millones de personas) es inmigrante, y procede en su mayoría de Asia. Según las encuestas, 7 de cada 10 canadienses aprueba la llegada de 400.000 emigrantes por año para mantener la demografía (y las arcas del Estado) saneada, actitud que contrasta con el recelo y el rechazo que este tema produce en Europa.

Realizada la compra y recuperado el móvil perdido, es hora por fin de empezar el viaje. De modo que arrancamos hacia el oeste. Son las ocho de la tarde, pero por fortuna nuestro destino está solo a unos 90 kilómetros. Según el programa original, la noche de ayer la debíamos haber pasado en el camping Lac des Arcs, pero con el cambio de planes tocó cancelarla, y la pernocta la haremos unos kilómetros antes, en el Bow Valley Campground. No nos descorazona el cartel de Full que cuelga en la entrada, que venimos con reserva. Nos dirigimos a la parcela, y el concepto que traemos de camping se volatiliza: los comentarios de campistas canadienses sobre algunos sitios se quejaban de “falta de intimidad”. Y ahora entendemos qué significa para ellos intimidad: por regla general, las ubicaciones se hallan tan alejadas unas de otras que parece que estés en mitad del bosque. Todas disponen de una mesa de merendero y de un lugar para hacer fuego. La nuestra, además, linda con el río Bow, cuyo curso seguiremos mañana y que tiene aquí 150 metros de anchura, aunque la isla que tenemos enfrente lo haga parecer más estrecho.

Bow River

 Son insistentes los carteles que advierten de que no dejes nada fuera que pueda atraer a los osos: si duermes en tienda, todos los campings disponen de una especie de consignas metálicas para que guardes allí la comida. En cuanto a los contenedores de basura, son también anti-osos: metálicos, sólidamente atornillados al suelo, de forma inclinada para que la tapa permanezca siempre cerrada y con un dispositivo de apertura ideado de tal manera que solo una mano humana es capaz de abrirlo. La verdad es que resultan de lo más ingenioso, y este diseño único será el que encontremos repartido por todo el país.


Contenedor anti-osos

También descubrimos en carne propia que, en Canadá, donde hay agua hay mosquitos, de manera que nos refugiamos en la auto, y mañana Dios dirá.

Distancia parcial: 132 kilómetros.

Distancia total: ídem.


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