Ya que no tenemos tiempo de alargarnos hasta los Fiordos del Oeste,
iremos al menos hasta la península de Snæfellsnes. La ruta
oficial baja muchísimo por la N 1 para luego volver a subir. La
alternativa más directa son 70 kilómetros de pistas de tierra. Como
reza el dicho, no hay atajo sin trabajo.
Por la península de Snæfellsnes
El primer tramo es entre Borðeyri y Búðardalur. Paisaje solitario
y granjas aisladas. A partir de aquí tomas la carretera 54, conocida
también como Snæfellsnesvegur, que empieza con asfalto hasta que se
les terminó el presupuesto. A partir de aquí hay que tomárselo con
paciencia: hay tramos regulares y otros muy malos. Lo peor sin duda
es en los puentes, que están la mayoría en obras, supongo que con
idea de adecentar en su día toda la carretera. Porque parece que
estamos en medio de la nada, pero los frecuentes carteles que indican
Reikiavik nos avisan de que nuestro periplo está tocando a su fin.
Pistas de tierra
Como dije antes, no son muchos los vehículos que se aventuran por
estos andurriales, por eso nos sorprende una autocaravana que aparece
en lontananza y poco a poco va ganando terreno. Aprovecha un corto
tramo asfaltado para adelantarnos y seguir quemando rueda. Compruebo
que pertenece a la misma empresa de alquiler que la nuestra. Pienso
en el desgraciado al que le toque en suerte alquilarla después.
Porque si a nosotros, que vamos con todo el cuidado, se nos mueve
todo, ¿qué no será a ellos? Irónicamente, nos los encontramos de
nuevo, ahora estacionados. Deben de estar comiendo. Les doy unos
pitidos burlones y continúo.
La pista infernal termina justo en el cruce de Stykkisholmur, que es
de donde sale el ferry en el que habríamos regresado si hubiéramos
ido a los Fiordos del Oeste. De repente se da uno cuenta de lo mucho
que ama la civilización y el asfalto, sobre todo lo muy silencioso
que es este último comparado con los caminos de grava.
Paramos a comer en Kolgrafarfjörður, que es un sitio que no viene
señalado en ninguna guía turística, y que en cambio a mí me
pareció chulísimo: tal vez por el solecito que hacía (aquí
aprendes a apreciarlo), tal vez por la soledad, y porque a la entrada
del puente han dejado un amplico espacio libre como aparcamiento
(aunque pueda sorprender en Islandia, al igual que en Noruega, los
lugares para estacionar son limitadísimos). De manera que después
de comer, sin molestar a nadie, saco el dron y grabo hasta quedarme a
gusto.
La fallida Grundarfoss
Los romanos distinguían entre días fastos y nefastos. No sé si
esta categorización se puede aplicar también a las medias jornadas,
porque nuestra mañana ha sido buena en comparación con lo que viene
ahora. La siguiente parada es la Grundarfoss. Cierto es que
llevamos vistas ya muchas cataratas, pero esta se encuentra a poco
más de un kilómetro de la carretera, y nos apetece dar un paseo. Al
principio el camino está claro, pero de repente nos encontramos con
unas vallas que lo obstaculizan. Por lo visto es una zona de
captación de agua potable, y por eso de halla protegida. La rodeamos
pero nos encontramos más alambradas, estas de particulares, ante lo
cual si quieres acercarte a la cascada la única posibilidad es
cruzar el torrente a pata (al parecer, a nadie se le ha ocurrido la
brillante idea de poner pasarela). Regresamos amoscados a la auto y
cruzamos el pueblo de Grundarfjörður. Enseguida encontramos la
siguiente cascada, que es Kirkjufellsfoss. Nuestra sorpresa es que
esta catarata... es de pago. Vamos, que nadie te cobra entrada, pero
unas cámaras toman buena nota de la matrícula para que luego pases
por taquilla. Lo más gracioso es la parte del cartel donde explican
que el dinero que recaudan lo utilizan “para mejorar el entorno”.
¿Mejorar una cascada? ¿Me explica alguien cómo se hace eso? Para colmo, el chino que va delante de mí lleva un rato peleándose con la maquinita de pago porque está empeñado en que le dé un ticket.
Kirkjufell
Cascada de pago
En comparación con el desenfreno recaudatorio que sufrimos en
Noruega, estos islandeses son la mar de tolerantes. Sin embargo,
mosquea (y mucho) que en la cascada donde no cobran pongan todos los
impedimentos posibles para que no accedas, mientras que aquí... mil
y una facilidades.
Por fin, el Snæfellsjökull
Hellissandur
Continuamos nuestro viaje hasta Hellissandur, muy cerca ya de la punta de la
península. El camping está hasta arriba y nos cuesta encontrar
sitio (y el único apropiado está cerca de unos jóvenes que
acumulan botellas vacías bajo la mesa). Tras la cena nos vamos al
pueblo en busca de los curiosos murales que lucen algunas fachadas.
Procuramos no hacer ruido, porque aunque haya luz de día a buen
seguro que hay gente durmiendo. Saco fotos de la puesta de sol a la
una y media de la madrugada. Eso es belleza.
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