20 de julio
Desde toda esta zona se ve perfectamente el Snæfellsjökull, el volcán donde Julio Verne situaba la puerta hacia el centro de la Tierra. Tiene solo 1.446 metros de altitud, pero al empezar como quien dice al nivel del mar, su cumbre nevada se muestra imponente.
Nuestro primer destino del día es la playa de Skarðsvík, donde se
mezclan la lava negra y la arena amarilla. Tienen fama sus olas de
ser agresivas. De hecho, hay una familia con dos críos pequeños, y
en cuanto la marea muestra signos de subir se retiran.
Faro de Svörtuloft |
Acantilados de Svörtuloft |
Como veo que la pista sigue hacia el faro de Svörtuloft, la sigo en la creencia de que desde allí tendremos otra salida hacia la carretera. Craso error. Los turistas con los que nos cruzamos nos miran alucinados, como diciendo dónde van estos. Por fin, cuando en una ligera pendiente de tierra y piedras sueltas derrapo, maniobramos para dar la vuelta y recorremos el resto del camino andando.
Es curiosa la costa y el paisaje todo: la primera está cortada a
pico, al estilo Cabo de San Vicente. En cuanto a los campos de lava
(y ya llevamos vistos muchos) son peculiares: a lo que más recuerdan
es a la corteza de esos panes de pueblo, recia y con harina por
encima. Es como si después de solidificarse se hubiera agrietado,
empujada por el magma subyacente. Una rala vegetación de musgo y
liquen contribuye a esa atmósfera irreal y extraplanetaria que
tantas veces nos transmite Islandia.
Subida al Saxhóll |
Vistas desde el Saxhóll |
Desandamos camino hasta la carretera y luego al siguiente destino, que está muy cerca: el volcán Saxhóll. Al principio yo lo confundía con el Snæfellsjökull, o al menos con la puerta de entrada al Centro de la Tierra como la describía Arne Saknussemm: (“Desciende al cráter del Yocul de Sneffels que la sombra del Scartaris acaricia antes de las calendas de Julio, audaz viajero, y llegarás al centro de la tierra, como he llegado yo.”). Pero ya veo que no es por aquí. Lo que sí percibimos como algo negativo es la progresiva cercanía a la capital y la proliferación del turista exprés, con escaso tiempo y peores modales.
Subimos a lo alto del volcán por una escalinata de hierro para
admirar los desolados alrededores. De vuelta al aparcamiento saco el
dron. Aunque no he visto carteles de prohibición, esto debe de ser
aún parque nacional, de manera que me escondo un poco y saco unos
planos. Con el buen día que hace y la falta de viento, como para
desaprovechar.
El Snæfellsjökull desde la playa de Djúpalónssandur |
El Snæfellsjökull desde Djúpalónssandur |
Visto el volcán, nos vamos para la playa de Djúpalónssandur,
aunque soy el único que se
anima a visitarla. Esta zona es una especie de Costa da
Morte islandesa, a juzgar por la cantidad de naufragios acaecidos
aquí. De hecho, en la negra arena aún se pueden ver lo que queda
del arrastrero Epine, que se hundió el 13 de marzo de 1948.
Un cartel avisa de que está prohibido llevarse los restos. Pero
bueno, ¿quién querría como recuerdo un trozo de metal oxidado?
Laderas del Snæfellsjökull |
Este aparcamiento tiene mucho tránsito, de modo que salimos a la
carretera general, donde encontramos un apartadero solitario. Luego
seguimos hasta Lóndrangar, donde hay unas impresionantes
agujas de piedra que en realidad son tapones volcánicos, y que
recuerdan a las vimos al principio del viaje en la playa de
Reynisfjiara.
Lóndrangar |
Valorando las posibilidades de pernocta, nos damos cuenta de que en la costa sur de la península no existen muchas opciones campineras, aunque recientemente han abierto un establecimiento en la cercana población de Arnarstapi. Decir población es mucho, aparte del restaurante, un hotel y cuatro casas, pero es algo a lo que ya estamos acostumbrados. De manera que estacionamos y nos vamos a conocer los imponentes acantilados. Como en Lóndrangar, la cantidad de aves, especialmente gaviotas, es apabullante y el olor a excremento, también. Los acantilados están teñidos de blanco, y más que en plena naturaleza se diría que se encuentra uno dentro de un gallinero.
Saga de Bárðar Snæfellsáss |
Acantilados de Arnarstapi |
El puente de piedra |
Costa sur de Snaefellsnes |
Tras sacarnos unas fotos junto a la curiosa estatua dedicada a la Saga de Bárðar Snæfellsáss y pasearnos por los acantilados, regresamos a la auto. El cámping está ahí mismo, pero el sol sigue tan alto que nos resistimos a dar por terminado el día, así que arrancamos de nuevo y nos acercamos a la garganta de Rauðfeldsgjá, una aparatosa y estrechísima grieta que parte la montaña en dos. Me hizo gracia la reseña que decía que el sitio estaba bien “para descansar de tanta cascada”.
Garganta de Rauðfeldsgjá |
Garganta de Rauðfeldsgjá |
Regresamos a Arnarstapi y, ahora sí, nos instalamos en el cámping.
Como no oscurece ni a tiros y ahora debe de haber menos gente, me voy
con el dron hasta los acantilados. Como dije antes, este camping es
reciente y se ha construido al lado (si no encima) de una zona de
anidamiento de charranes. Estos pájaros, famosos por su migración
anual de polo a polo, son terriblemente agresivos y territoriales, y
no dudan en atacar a las personas que se acercan a sus nidos. Por
delante de mí camina una familia que se protege como puede de estos
energúmenos alados.
Al llegar al cámping nos dimos cuenta de que había una quedada de autocaravanistas jubilados alemanes, y aquí que me los encuentro dando un paseo. Un grupito se sitúa detrás de mí para seguir la evolución del dron. Yo no me vuelto ni nada, no sea que me den conversación, que es lo peor que le puede suceder a un piloto de dron cuando está en el ajo. Y hago bien, porque de aquí saco las mejores tomas de Islandia. Faltan escasas horas para que el viaje cambie dramáticamente de curso. Aún estamos a 250 kilómetros del final del recorrido que es Keflavik, y mañana tenemos reservada la excursión a una cueva de medio kilómetro excavada bajo un glaciar, pero es algo que no sucederá. Unos guiris empeñados en celebrar un cumpleaños a las doce de la noche y un pollo de charrán tendrán la culpa de ello. Pero eso no lo sé ahora, embebido como estoy en el vuelo, en esta costa alucinante, en esta luz inmortal que tiñe nuestras esperanzas, nuestros sueños y nuestro mejor yo: el que experimenta. El yo viajero.
Kilómetros recorridos
Parcial: 63 km.
Total: 1.954 km.