DÍA 17
En Port Augusta comienza la Stuart Highway, que cruza Australia de sur a norte y llega a Darwin después de recorrer 2.834 kilómetros. Nosotros no llegaremos tan lejos, pero sí hasta Alice Springs, a 1.226 kilómetros de distancia (aunque antes tenemos que darnos una vuelta por Uluru). Son cifras que abruman, porque aún estamos a mitad de camino.
Esta carretera tiene sus particularidades, como por ejemplo que durante cientos de kilómetros no haya pueblos, ni gasolineras, ni súper. Ni, por supuesto, cobertura móvil, sustituida en esa inmensidad por antenas de radio. En esta parte del viaje nos encontraremos con muchos pick-up adaptados para vivaquear en el desierto, y absolutamente todos llevan emisora: cualquier percance fuera de la carretera principal te puede costar, lisa y llanamente, la vida.
Hubo una época -hace mucho- en que solía ver la cadena Euronews. Me gustaba mucho el pronóstico del tiempo, donde aparecían distintas ciudades del mundo. Entre ellas, en el centro de Australia, había una llamada Alice Springs, que secretamente evocaba la frase de El Principito: “Lo que más embellece al desierto es el pozo que oculta en algún sitio...” Recuerdo también que por aquel entonces el centro de Australia aparecía ante mis ojos tan lejano e inaccesible como la superficie de Marte. Sin embargo, ahora estoy -estamos- a un paso de conseguirlo.
Pero eso no va a ocurrir hoy. A la hora de levantarnos no parecía que soplara mucho, pero a medida que pasaba el tiempo hemos visto las copas de los eucaliptos agitarse más y más. Realmente hoy toca día de descanso, lo que le vendrá francamente bien al conductor.
Nuestros acompañantes de esta mañana han sido varios ejemplares de
paloma crestada en busca de comida que no temen para nada a los
humanos: de hecho, para sacarles fotos más de cerca me basta con
lanzar piedritas, que ellas vienen a verificar si son o comestibles o
no.
Paloma crestada australiana |
Hablando de provisiones, como tanto estas como el agua van a ser caras y escasas durante los próximos días, cruzamos de nuevo el puente sobre el Golfo Spencer y ponemos rumbo al Woolworths. Como de costumbre, el estacionamiento constituye un problema: como no damos con el párking del súper, que se encuentra detrás del edificio, aparcamos en la misma calle pero en la acera opuesta, prácticamente debajo de un cartel que insta a pagar si quieres quedarte.
Realizo la compra lo más rápido que puedo, con la pericia que dan dos semanas de patearse los súper australianos. Como veo que la gente saca los carros libremente hago lo mismo, pero al intentar cruzar por el paso de peatones un dispositivo bloquea las ruedas del carro. En otro contexto, abandonaría el carro unos momentos e iría a la auto a pedir ayuda, pero me percato de lo que tengo alrededor: personas con aspecto de pobres, de alcohólicas, o de ambas cosas, sentadas en los bancos o pululando por allí. Constato, además, que todos son aborígenes. Peligrosos no parecen, pero no dejo aquí el carro ni loco. Como puedo -y con gran dolor de mis lumbares-, lo arrastro por la acera hasta llegar casi enfrente de la autocaravana. Un hombre blanco de mediana edad se acerca para decirme algo así como que no se pueden llevar los carros tan lejos, pero con gestos le comunico que se meta en sus asuntos. Por fin consigo llamar la atención de Bego y, mientras yo vigilo el carro, ella va trasvasando la compra a nuestra casa con ruedas.
Mientras redacto estas líneas y busco información en Internet me encuentro con la siguiente pregunta: ¿Por qué hay tantos aborígenes en Puerto Augusta?
Y la respuesta de Google:
Cuando los colonos se trasladaron al norte desde Adelaida y se apoderaron de las tierras de pastoreo, Port Augusta se convirtió en el hogar de docenas de grupos aborígenes. Sigue siendo así hoy en día, y la coexistencia a veces incómoda con la sociedad de colonos se evidencia en una comunidad un tanto conflictiva.
Tras surtirnos de provisiones, queda por adquirir algún producto de primera necesidad, verbigracia, las cervezas. Enfrente mismo del súper hay una licorería, pero de las que entras con el coche. Y, francamente, cuando voy con una auto de estas dimensiones me dan alergia los espacios cerrados. ¿Y si una vez dentro no soy capaz de maniobrar?
Investigo Google Maps y descubro que al otro lado del puente hay otra tienda de bebidas. Cruzamos por tercera vez solo para descubrir... que el sistema de compra es el mismo. Aparco enfrente de una casa con porche que recuerda a las películas del oeste y, a riesgo de que me digan que solo seré despachado si vengo sobre cuatro ruedas, como en el Drive-thru de Warrnambool, entro a pie. Como no doy con la marca a la que nos hemos aficionado uno de los dependientes, muy amable, me indica dónde se encuentra en la sala fría. Luego quiero llevarme algo más contundente (una botella de Baileys), pero descubro que las guardan en unas vitrinas que abren los empleados mediante un mando a distancia. Y, para más inri, al ir a pagar me solicitan algún documento de identidad. Como el pasaporte lo tengo en la auto, le enseño el carnet de conducir. Pregunto que si es por la edad y se ríe. La verdad es que todo transcurre de buen rollo: a estas alturas ya tenemos claro que cuanto menos anglosajona es la gente, más amable es contigo.
La verdad, no sé a qué aspirábamos al venir otra vez a la parte oeste del pueblo, porque está claro que el viento no nos va a dejar salir. Tampoco sabemos qué se puede hacer en una población de 14.000 habitantes, pero mirando por aquí y por allá descubro el Wadlata Outback Centre, que se encuentra en el edificio que otrora albergara un antiguo convento y que, por supuesto, cae de nuevo al otro lado.
Esperábamos una visita protocolaria, pero lo cierto es que nos
gustó. Empezando por la tienda de souvenirs, variada y más
económica de lo esperado, donde además de recuerdos te ofertan
multitud de actividades, como excursiones a los montes Flinders (no
pasaremos por allí, lástima) o un recorrido en el Pichi Richi
(antiguo tren de vapor). Después está detalladísima la exposición,
que comienza por los orígenes geológicos de Australia y termina con
la colonización europea. Llama especialmente la atención la parte
dedicada a la vida en el Outback: los Doctores del Aire
(Australia debe de ser el único lugar del mundo donde te pueden
exigir simultáneamente el título de Medicina y de piloto) y la
Escuela del Aire: dadas las enormes distancias, resultaba imposible
que los niños asistieran al colegio. Entonces se ideó un sistema
para que recibieran clase a través de la radio. Y como en muchas
granjas no contaban con electricidad, la que necesitaba el aparato de
radio para funcionar la producía el alumno... pedaleando.
Wadlata Outback Centre |
También resulta muy interesante la parte dedicada a la construcción de las líneas de ferrocarril. Cuenta un chiste que el viaje hasta Alice Springs duraba tanto que una señora no hacía más que preguntar que cuándo llegaban. El revisor, un poco harto, quiso saber el porqué de tanta urgencia.
- Disculpe, es que estoy a punto de dar a luz.
- Pero, oiga, ¿cómo se le ocurre subir al tren en su estado? ¿No sabe lo peligroso que es?
- Es que cuando subí al tren... no sabía que estaba embarazada.
Tren de la carretera |
Volvemos a la auto a comer, y después estudiamos el asunto de la pernocta. He estado viendo fotos del Port Augusta Motorhome Park, donde nos denegaron ayer la entrada, y se ven autocaravanas. ¿Cómo es posible? La instalación pertenece al club de fútbol local, nos presentamos en su oficina y nos aceptan sin problema. Entonces, ¿qué ocurrió ayer? Pues colijo que todo se debió a un desliz semántico: en todos los sitios donde hemos reservado por teléfono, cuando nos preguntaban por el vehículo decíamos que era un camper, que es como la denominaron en la empresa de alquiler. Ahora bien, un camper no es un vehículo autocontenido (con cuarto de baño), sino lo que en España conocemos vulgarmente como fragoneta. Y dado que el lugar no tiene bloque de sanitarios sino una simple instalación de llenado y vaciado, pues no aceptan campers, solo motorhomes or caravans. Ese debe de ser, pues, el quid.
Antes de echarnos a dormir llenamos el depósito para la ducha de mañana. La presión de la manguera parece, como viene siendo habitual, la de una boca de incendios. Sinceramente, no comprendo por qué a estos australianos les gusta tanto que salga el agua con semejante poderío.
Distancia parcial: 10 km.
Distancia total: 2.889 km.
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