domingo, 13 de noviembre de 2016

Haere mai. Un viaje a Nueva Zelanda (25)

15 de agosto
Temperatura al amanecer: 5º C
Hay un momento en todo viaje en que uno flota en una especie de ingravidez no física, pero sí mental: llevas tanto tiempo fuera de casa que ya ni recuerdas cómo empezó todo. Deja de preocuparte lo que te queda por delante o lo que dejas irremisiblemente atrás. Disfrutas de un instante que no tiene parangón ni ramificaciones futuras. Es lo más parecido a la dicha que puedo encontrar; pero no se trata de una felicidad pasional y desatada sino dulce, tranquila, fabricada de pequeñas cosas. Estoy vivo, estoy aquí. Y tengo la suerte de despertarme por segunda vez a la vista de unos volcanes nevados que elevan el horizonte más allá de las aguas del lago. ¿No es suficiente?
Salimos por la nacional 5 en dirección Rotorua. Vamos con prisa porque hay que llegar a Wai-o-Tapu antes de las diez. Pasamos junto a todos los sitios que vimos ayer en este peculiar y maravilloso sitio. Durante buena parte del camino vamos inmersos en una espesa niebla que no es sino el vapor que desprende el suelo caliente.
El motivo de nuestra prisa tiene nombre, y se llama Lady Knox; aunque el tratamiento despiste no se trata de una mujer, sino de un géiser. 53 kilómetros, aparcamiento y a recepción. Para nuestra sorpresa nos explican que lo del géiser no es aquí, sino a tres kilómetros. Vuelta a la auto, carreras con la lengua fuera, que nos lo perdemos. Al final sí que llegamos a tiempo para oír las explicaciones. Por lo visto el géiser tenía sus propios horarios, pero han aprendido a domesticarlo con ayuda de jabón: una bolsa de papel con uno o dos kilos de este producto es suficiente para que se levante una columna de agua hirviendo de veinte metros de altura. Por lo visto este truco fue descubierto por casualidad: un grupo de presos que trabajaba en la zona venía aquí a hacer la colada. A uno de ellos se le ocurrió meter ropa y jabón dentro del géiser como si fuera una lavadora de carga superior y, sin comerlo ni beberlo, obtuvo el resultado descrito.

Explicando el Lady Knox
Lady Knox en acción
Lady Knox en acción
Hay mucha gente en la exhibición (parece que este lugar está incluido en lo que ya llamo el Circuito Chino), pero la mayoría se marcha enseguida, así que nos quedamos prácticamente solos contemplando cómo el chorro oscila, pierde potencia y súbitamente vuelve a empezar.
Visto el géiser, regresamos al primer aparcamiento y entramos en Wai-o-Tapu. Wai en maorí significa agua, mientras que tapu equivale a sagrado o prohibido. Podría pensarse que al tratarse de una zona geotermal será parecida a la que vimos ayer, pero no: Waiotapu se parece más a Marte que a la Tierra, con toda una amalgama de colores, texturas y olores. Nos acordamos y nos reímos de la famosa frase de Hugo Chávez cuando compareció en la ONU allá por septiembre de 2006, un día después de que lo hiciera George Bush:  "El diablo está en casa. Ayer el diablo vino aquí. En este lugar huele a asufre". Si para el fallecido presidente venezolano Bush junior era el diablo, tengo curiosidad por saber qué calificativos reservaría a quien ahora mismo es fuente de preocupación para todo el planeta, el ínclito Donald Trump.

Azufre en la vegetación
Wai-O-Tapu
Wai-O-Tapu
Lagarto a la motosierra
Fumarolas en Wai-O-Tapu
En los paneles te indican la posibilidad de realizar un recorrido básico que puedes completar con otros dos. Nosotros, naturalmente, elegimos la opción más larga, lo que hace que terminemos bastante cansados. El punto de retorno lo marca una escultura magistralmente labrada con motosierra que representa un gigantesco lagarto. La madera procede de un árbol centenario que cayó en este mismo sitio y, como otras muchas veces, me planteo por qué habrá países donde se valora tanto a los árboles mientras que en otros, por sistema, se los maltrata y desprecia.

Formaciones cálcicas
Azufre bajo el agua
La laguna del champán
Pareciera que un pintor gigante hubiera dejado por aquí los materiales
Vuelta a la auto y almuerzo del mediodía. Habíamos pensado en acercarnos de nuevo a unas piscinas termales, pero tengo la sensación de que ayer abusé del tiempo metido en el agua y me encuentro un poco raro, así que desistimos. Nos ponemos en marcha dirección Rotorua. De camino y a la derecha dejamos el Monte Tarawera, un volcán activo cuya última erupción tuvo lugar en 1886, durante la que fueron destruidas las Terrazas Rosas y Blancas, un monumento natural originado a base de carbonato cálcico similar al de Pamukkale, en Turquía. Sabiendo esto, resulta increíble que en Rotorua vivan ahora mismo cincuenta y seis mil personas, y en la comarca más del doble. Supongo que todos viven mentalizados de que, antes o después, tocará salir corriendo.
Hojeando la guía nos damos cuenta de que en la ciudad y alrededores hay una miríada de cosas que, por cuestión de tiempo, no podremos ver. Lo que sí hemos descartado con antelación es la experiencia cultural maorí: este tipo de actividades, por muy interesantes que sean, no dejan de estar enfocadas al turismo y acaban siendo una guirada. Además, tengo entendido que a todos los varones los sacan a bailar la haka. Y pagar una pasta para a continuación hacer el canelo, por muy étnico que sea, pues no me pone.
De manera que pasamos de largo y buscamos la estación de vaciado. En Campermate hay quien se queja de que este sitio huele mal. No te fastidia, como que está junto a una estación depuradora. Pero resulta que el lugar habilitado para dormir cae en otro lugar, es que hay gente pa tó.
A continuación toca súper y la visita al Kuirau Park que nos recomendó el chileno. En 2003 una erupción cubrió de barro gran parte del mismo, árboles incluidos. Cuando hablamos de erupciones inevitablemente pensamos en grandes conos volcánicos; imagino que aquí el barro saldría de estas mismas pozas que ahora desbordan agua hirviente. De hecho, toda la zona Noroeste de Rotorua da la sensación de sustentarse sobre un inmenso caldero. El vapor sale de todas partes, incluidas las alcantarillas, y el olor a azufre es omnipresente. Me pregunto qué efectos tendrá sobre la salud de quienes viven aquí de forma estable.

Kuirau Park
Kuirau Park
Kuirau Park
Mientras Inari y su madre se quedan en un parque infantil, me voy a dar una vuelta y a sacar fotos. Entonces reparo en un coche que ha invadido la zona de césped. El vehículo tiene muy mala pinta, pero la de los cuatro tipos que hay dentro es aún peor. Dos chicos muy jóvenes que están fuera del vehículo se acercan y alejan alternativamente. Hablan con los del coche, como pidiéndoles algo. Opto por cambiar de rumbo y alejarme.
Cerca de las pozas hay un par de piscinas poco profundas. Han llegado varios autobuses turísticos y aquí está todos, con disciplina oriental, dándose un baño de pies. Bego decide sumárseles, así que vamos Inari y yo a la auto en busca de una toalla. No tardamos ni diez minutos, pero cuando regresamos los turistas han desaparecido, y están en cambio los dos adolescentes que trapicheaban con los macarras del coche. Ambos tienen la piel muy oscura. Bego se halla en trance de mantener con ellos buen rollito, pero está claro que la situación dista de tener buena pinta. Se seca, se calza y regresamos al parque infantil. Como no me fío de los susodichos, me quedo dentro de la auto. Está oscureciendo, y de repente me doy cuenta de que todo el mundo se ha marchado, y de que no hay más vehículos en el aparcamiento. Oscureciendo y turistas solos: la presa perfecta. Por el retrovisor no pierdo de vista a los dos chavales, quienes a su vez  me hacen gestos porque saben que los vigilo. Son macarrillas suburbiales, carne de cañón para dentro de unos años, pero a los que aún les queda cierta ternura adolescente. También deben de conservar algo de la invisibilidad del cazador y la astucia del guerrero, porque me distraigo un segundo y de repente los tengo al lado. Pasan junto a la auto ostentosamente, fingiendo ahora no verme, y cada dos por tres cambian de puesto de observación; es como si tuvieran el baile de San Vito. Hacen amago de ir hacia donde están Bego y mi hijo, y bruscamente me sube la adrenalina: si se acercan no me quedará más remedio que bajar, y entonces las consecuencias pueden ser imprevisibles. Bego, que también se ha percatado de la maniobra, se viene con Inari a la auto. Arrancamos mientras nuestros amigos se despiden con gestos burlones y ambiguamente amenazadores.
De modo que salimos de Rotorua bastante tristes. La situación recién vivida tiene que ver, pero también es por deformación profesional: ambos somos profesores de Secundaria, y estamos hartos de lidiar con chavales que, al igual que estos, tienen todas las de perder en el circo de la vida. Entonces tú, con tus limitados medios, intentas encarrilarlos, o ayudarlos, o darles algún tipo de esperanza. Y entonces sufres por la frecuencia con que los pierdes y se te escapan de las manos, y a continuación te toca asistir a su descenso a los infiernos. En este caso, nos preguntamos hasta qué punto puede tener que ver su origen racial con su desgracia porque todos los golfillos de calle que hemos encontrado hasta ahora eran maoríes o polinesios. Intuyo una Nueva Zelanda oscura que no sale en las guías turísticas y a la que no ha redimido el estado del bienestar.
Mañana queremos visitar el Hobbiton, y como pretendemos aprovechar el día pues conviene aproximarse ahora. Recorremos 65 kilómetros hasta Horahora Domain, un área situada a orillas del Waikato. Este río es bastante curioso: nace, como he dicho, en el Lago Taupo. Discurre  hacia el Norte y hacia el Oeste trazando enormes zetas. Pasa por Hamilton y desemboca finalmente en el Mar de Tasmania. Con sus 425 kilómetros, es el curso de agua más largo de Nueva Zelanda. Aquí lo remansa una presa y forma un embalse denominado Lake Karapiro.
El terreno es bastante llano, de hierba verde y segada. Bajo para cerciorarme de que no oculta barro. Hay cuatro o cinco autocaravanas, pero el espacio es tan enorme que caemos lejísimos unas de otras.
La noche, que dice Neruda, está estrellada y tiritan, azules, los astros a lo lejos.

Kilómetros etapa: 152
Kilómetros viaje: 4.624

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