domingo, 27 de abril de 2025

DÍA 24

Hoy comenzamos el día con una pequeña odisea. Hemos ido a descargar grises y negras a una especie de polígono industrial (el cámping, increíblemente, no dispone de este tipo de instalaciones) y hemos tenido que esperar porque unos jóvenes autocaravanistas estaban lavando la vajilla... en el grifo donde se limpian los potis. Es al terminar cuando descubro una señal de alerta en el salpicadero que dice:

ADBLUE

Mi sorpresa es mayúscula: pensé que este vehículo no llevaba (las autocaravanas europeas más modernas tienen la entrada del depósito para este aditivo junto al del gasoil, y este luce justo ahí una pegatina en la que se lee NO ADBLUE). Llamamos al servicio de asistencia, al que no hemos molestado desde el primer día, cuando el episodio de las llaves. Nos responden que sí que gasta adblue como cualquier hijo de vecino, pero que la embocadura se encuentra debajo del capó (nos tienen que explicar cómo abrirlo). Al estar geolocalizados, saben que nos encontramos justo enfrente de un taller, y nos sugieren que lo compremos ahí o, en su defecto, en la gasolinera de al lado del cámping. Preguntamos en el primer sitio, y resulta que solo venden bidones de 20 litros a un precio disparatado. Volvemos entonces a la gasolinera (donde, por cierto, el combustible cuesta medio dólar más barato que donde el vaquero de Curtin Springs, y eso que ahora mismo estamos 80 kilómetros más lejos de la civilización). La teleoperadora nos sugirió que compráramos un par de litros, pero yo no me fío y arramblo con una garrafa de diez, que la auto se bebe sin rechistar. Guardamos ticket y envase, pues han prometido reembolsárnoslo.

Duna roja

Caminante, son tus huellas

A continuación experimentamos sudores retroactivos. ¿Y sin nos hubiéramos quedado sin el aditivo en medio de la nada, en algún sitio (la mayoría) sin cobertura móvil? ¿Cómo es que no nos previno nadie? Al tipo de Taren Point deben de estarle pitando las orejas.

Por fortuna, el dios de los autocaravanistas nos protege. O habrá sido San Cofronisio de Anatolia, a quien profeso tanta devoción. El caso es que no queremos tentar al destino hoy por segunda vez, y llamamos por teléfono a Petermann, para saber si tienen gasoil. Responde un hombre muy simpático y nos informa de que están plenty of fuel. Aclarado este punto, nos vamos para allá más tranquilos.

Lago salado

El Centro Rojo

Ahora toca desandar la carretera por la que vinimos hace dos días. Pasamos frente a Curtin Springs, a quien obsequiamos con una sonora pitada en recuerdo de sus pestíferos baños y de la clavada del gasoil, y paramos de nuevo en el mirado del monte Conner. El propósito esta vez es escalar una pequeña duna roja y grabar alguno de los lagos salados que hay al otro lado de la carretera.

En el estacionamiento hay una fuente, y bajo ella un cuenco lleno de agua, lo que constituye un tesoro para una bandada de pajarillos que vienen aquí a beber. Son pequeños, divertidos y muy parlanchines, e inmediatamente nos enamoramos de ellos. En este momento ignoramos cómo se llaman. Días después descubriremos que se trata del zebra finch, traducido al castellano como diamante mandarín.

Hacia el este

Y hacia el oeste

138 kilómetros llevamos recorridos desde origen cuando llegamos al cruce de la carretera 3, denominada también Luritja Road. Algo después encontramos un apartadero de arena roja y comemos.

La tarde se convierte en un espacio sans histoire. Nuestro itinerario ha virado hacia el oeste, y el sol nos torra pese a que llevamos el aire acondicionado a tope. Petermann parece cada vez más lejos, así que decidimos quedarnos a dormir en Kings Creek Station. Lo más curioso es que la entrada al cámping se hace cruzando la gasolinera, como dando a entender que tienes que repostar sí o sí.

El sitio en cuestión cuenta con piscina, y como la sudada ha sido tan gorda decidimos probarla. Ahora bien, por mucho calor que haga la temperatura del agua es acorde con la estación actual y está helada, de modo que cuesta Dios y ayuda meterse.

A diferencia de Yulara, hay aquí poca gente, todos locales. En el mayor de los silencios asistimos a la puesta de sol, que de tan polvorienta y naranja se diría que es africana. Luego nos metemos en nuestra casa con ruedas, pues los carteles que previenen de la presencia de serpientes venenosas disuaden sobremodo de la idea de un paseo bajo las estrellas.


Distancia parcial: 274 km.

Distancia total: 4.684 km.


    Día 23                                                          Inicio                                                   Día 25


jueves, 24 de abril de 2025

DÍA 23

Como si de una supernova se tratase, Uluru eclipsa de tal modo su entorno que uno se olvida de que el parque nacional se llama Uluṟu-Kata Tjuṯa. Bueno, ¿y qué es Kata Tjuṯa? Pues un conjunto de 36 cimas formadas por bolos de arenisca, la más alta de las cuales, el monte Olga, supera en 200 metros la altura de Uluru. Visto desde arriba, parece la celebérrima roca que visitamos ayer, solo que cortada en rodajas.

Uluru por la mañana

 Desde el cámping hasta las Olgas tenemos 52 kilómetros de camino. Como se las divisa desde lejos, sufres la ilusión óptica de acercarte continuamente pero nunca llegar. Un par de kilómetros antes de destino se encuentra el cruce de la Great Central Road. Aunque en teoría se puede recorrer en cualquier tipo de vehículo, se recomiendan los 4x4 (en 2024 estuvo cortada por inundaciones). Además, es necesario obtener un par de permisos. Según Wikipedia soporta el escalofriante tránsito de 10.000 vehículos... al año. Precisamente por aquí pasó Robyn Davidson, quien en 1977, acompañada por un perro y cuatro camellos, recorrió durante a pie y durante nueve meses los 2.700 kilómetros que separan Alice Springs del Océano Índico. Sobre esta experiencia la protagonista escribió un libro, National Geographic publicó fotos y en 2013 se rodó una película.

 Creo que es en este momento cuando empiezo a comprender que el interior de Australia no es solo un paisaje, sino más bien un estado de ánimo.

Las Olgas

Las Olgas desde el aparcamiento

En la zona de las Olgas es posible escoger varias rutas senderistas. Como el calor promete, elegimos la que discurre entre dos rebanadas de roca, así al menos tendremos sombra durante la parte final del trayecto. El recorrido es más corto de lo que habíamos calculado, ya que termina en una plataforma que cierra el camino antes de culminar la subida. Al igual que en Uluru, te sientes pequeñito flanqueado por tan descomunales muros. Abajo hay un cartel que prohíbe la escalada por tratarse de un sitio sagrado. Ahora bien: ¿quién, en su sano juicio, intentaría escalar semejantes pétreos y pelados paredones?

La ruta

El sol se oculta tras la roca

De regreso a la auto, movemos el vehículo para buscar otra perspectiva, y a continuación comemos. Aunque abrimos todo lo abrible, el calor nos hace sudar de lo lindo. Si es así ahora que estamos en invierno. ¿Cómo será en verano?

Mirador. Fin de ruta

Encontramos este curioso tipo de banco

Emprendemos el regreso. Como la carretera pasa cerca de Uluru, no nos resistimos a hacer otra visita, esta vez al mirador del amanecer, lógicamente vacío a esta hora. Aun así, la roca luce imponente. Después volvemos a la carretera principal y rodeamos el megalito en sentido inverso a como lo hicimos caminando. Pasamos por el cruce que lleva a la Mutitjulu Community, un poblado aborigen al que está prohibido acceder sin permiso. Otra parada en el aparcamiento de ayer (cuesta despegarse, como polillas con la luz) y por fin llegamos al mirador del atardecer, un poco antes que ayer y a tiempo de disfrutar el rojo rabioso de Uluru con los últimos rayos de sol.

Uluru again

Uluru a la puesta de sol

Uluru unos minutos después


Distancia parcial: 160 km.

Distancia total: 4.410 km.


        Día 22                                                    Inicio                                                    Día 24


lunes, 21 de abril de 2025

DÍA 22

Toca aprovechar el día, así que tempranito y sin despedirnos salimos a la carretera y en 80 kilómetros nos plantamos en Yulara, que es el resort montado en 2006 al rebufo de Uluru, y que además de cámping cuenta con hoteles y varios complejos de apartamentos. La parcela nos parece cara y cuesta un poco dar con ella. Una vez localizada, salimos cagando leches (es la emoción, discúlpeseme lo abrupto del lenguaje).

Por fin, Uluru

Uluru se encuentra a 20 kilómetros de Yulara, dentro del parque nacional Uluru-Kata Tjuta, y para acceder es preciso pagar religiosamente. Nosotros hemos sacado por Internet la entrada para dos días, y la llevamos en el móvil. Enseguida vemos en la distancia ese, como diría Gerardo Diego, prodigio isleño: se trata de unos de los monolitos más grandes del mundo: 348 metros emergidos y 2,5 kilómetros bajo tierra. Su perímetro es de 9,4 kilómetros, aunque si lo contorneas por el sendero autorizado la vuelta son algo más de 12 kilómetros. Si tuviera que describirlo de alguna forma, desde arriba parece la garra de algún animal, con los gigantescos dedos clavados en la tierra, apuntando hacia el sur.


Dejamos la auto en el aparcamiento, bastante concurrido por cierto. Mucha gente se acerca a ver la roca y sacarse selfies, pero muy pocos los que se animan a darle la vuelta, al menos caminando. La piedra no es compacta, sino que su base cuenta con un sinfín de recovecos, en algunas de los cuales se almacena el agua que cae desde arriba. Mi pregunta: si es una sola roca compacta, ¿cómo pueden brotar de ella manantiales? Con razón los nativos la consideran un sitio mágico y sagrado, uno se esos de lugares que invitan a la meditación y el silencio, aunque solo sea por las miles de generaciones que han pasado por aquí.



Nos entretenemos mucho con todas estas particularidades al principio de la ruta, lo que hará que luego se nos vuelva pesada, sobre todo cuando levante el sol y lleguemos a la cara sur, que además es donde el camino se aleja más de la piedra. Según la previsión meteorológica, hoy no pasaremos de 23 grados, pero la sensación de calor es mucho mayor, supongo que por la radiación que refractan la piedra y la arena. Colocados estratégicamente hay sombrajos provistos de teléfono de emergencias, por si a alguien le da un jamacuco. Precisamente en uno de ellos nos encontramos con un grupo que realiza su particular tour en segway. Menos mal que veníamos avisados.


La roca no solo varía de color según la hora del día, sino también de forma según desde el ángulo que la contemples: en ocasiones parece una descomunal nave extraterrestre; en otras, un dormido animal prehistórico. Al parecer, hace varias eras, el suelo de Australia estaba aun por encima de Uluru. Como estaba constituido por materiales muy blandos, la erosión los fue puliendo y rellenando con el sobrante valles y barrancas, lo cual explica por qué hoy en día este es un continente tan sobrecogedoramente llano.


El sol empieza a bajar, y la cara oeste se hace más llevadera, pues pasamos por sitios de sombra. Pero estamos hechos polvo, y prácticamente nos hemos quedado sin agua. Al llegar de nuevo al aparcamiento descubrimos la senda por donde se ascendía al monolito, hasta que lo prohibieron en 2019. En mi caso creo que subir habría subido, el problema habría sido para bajar: la visión de la roca pelada, donde no hay agarradero posible y parece que si tropiezas o caes vas a llegar hasta el fondo, me nubla el entendimiento. Todavía conservo el aterrador recuerdo de cuando, en Gredos, me quedé paralizado caminando sobre un bolo de granito del tamaño de un asteroide y de donde creo que no hubiera sido capaz salir si mis compañeros de excursión no me hubieran tranquilizado y dado instrucciones.

Antes de irnos al cámping queda el penúltimo acto: a tres kilómetros de la roca se encuentra el Uluṟu Coach Sunset Viewing Area que, como es lógico, a esta hora se encuentra abarrotado: gente con cámaras, con telescopios, subidos a los coches... Todos en un silencio expectante contemplando el milagro diario del sol poniéndose sobre Uluru.


Distancia parcial: 135 km.

Distancia total: 4.250 km.


    Día 21                                                  Inicio                                            Día 23


DÍA 21

Rellenamos el depósito de gasoil a un precio considerablemente más elevado que las ocasiones anteriores. Luego reponemos y vaciamos las aguas, lo que supone una pequeña odisea: al preguntar nos dicen que están e a la vuelta. Pensando que se trata de un servicio de la gasolinera, buscamos en vano hasta que por fin descubrimos que lo que buscamos es un Outback Communities Authority Public Toilet situado a 350 metros de distancia. Antes de irnos, paso por el súper pero apenas compro nada: lo que hay es escaso y carísimo, especialmente el agua. Aun así, me llevo una camiseta de recuerdo y un ticket de la compra con la hora y el día incorrectos, donde se lee:

Thank yoy for shopping with us.

Where hell is Marla? Now you know.


Oscuro humor australiano: a los baños les ponen nombres de hombre o de mujer

Desde Marla hasta la frontera con el Territorio del Norte hay 159 kilómetros, que transcurren por un paisaje donde no se han inventado las montañas, vegetación semidesértica y canguros atropellados en las cunetas, imagino que a causa los road train, que circulan también por la noche.

Road train

Tres vagones

Cuatro vagones

En el límite estatal hay una pequeña área de descanso. Allí, unos paneles explicativos informan la segregación del Territorio del Norte respecto a Australia Meridional, que tuvo lugar en 1911. Por fortuna, ahora tenemos el horario de invierno y no es necesario cambiar de nuevo el reloj.

Nuestro vehículo es un velero que se hace de nuevo a este mar tan sólido que atravesamos. 95 kilómetros más hacia el norte está el cruce de Ghan, donde dejaremos provisionalmente la Stuart Highway para dirigirnos hacia el oeste por la A 4. Aquí ya nos atacan las moscas a conciencia y, por primera vez en el viaje, experimentamos calor.

Decidimos que aún es pronto para comer y hacemos propósito de estirarnos un poco más, pero por aquí las áreas de descanso no es que abunden precisamente, y tampoco la sombra, de manera que, cuando nos queremos dar cuenta, ya hemos recorrido otros cien kilómetros. Bajo del vehículo para tocar esta arena rojo intenso que tantas veces he visto en la tele, en fotos y también en el Tiempo del Sueño, el lugar donde mora la Serpiente Arcoiris, el que existió antes de que la vida de los seres individuales comenzara y que perdurará cuando esta termine.

Un hito en el camino: frontera de Australia Meridional con el Territorio del Norte

Tras la comida, otros 38 kilómetros hasta el mirador del Monte Conner, una elevación en forma de mesa que se divisa unos veinte kilómetros hacia el sur. Es posible que, al igual que Uluru, haya sido originado por la erosión, pero si miras la imagen del satélite tiene toda la apariencia de ser consecuencia del impacto de un meteorito que habría chocado sin desintegrarse (cosa que, como todo el mundo sabe, no suele suceder). Curiosamente, también recuerda muchísimo a los volcanes subglaciares que vimos en el norte de Islandia. Tan lejos, tan cerca. Tiempo del Sueño.

Primer contacto con el Centro Rojo

Me doy cuenta de que aún no he explicado el motivo de nuestro intempestivo desvío, que no es otro que Uluru, y toca ahora contar la historia personal: durante la última década del siglo pasado (cómo suena eso) estaba suscrito a una revista de vida alternativa y ecosaludable que solía regalar un calendario temático para el año siguiente. Pues bien, el de 1991 se tituló Lugares Sagrados, e incluía doce sitios con carga mística repartidos por todo el planeta. Uno de ellos era Uluru, que se conoce también como Ayers Rock. Me impresionó saber que en mitad de la planicie australiana existía una roca de tres kilómetros de largo, y que emergía del suelo casi 350 metros como una presencia inmemorial y majestuosa. Cada vez que miraba la foto sentía deseos de viajar allí, pero sin hacerme muchas ilusiones, como el que quiere ir a Marte. Han transcurrido 33 años y la Serpiente Arcoiris ha decidido que es hora de que ese trocito de sueño se haga realidad. Verdad es que no se trata de un sitio precisamente accesible, pero también he de decir que el motivo principal del viaje a Australia ha sido venir a ver esta piedra.

Mount Conner

Aunque no será hoy. Técnicamente podríamos llegar (faltan solo 100 kilómetros), pero nos frenan dos cosas. Primera: Uluru es Uluru, y como no hemos reservado existe la posibilidad de que el único cámping autorizado se encuentre hasta la bandera, por muy temporada baja que sea. Segunda: el combustible. En las reseñas he leído la historia de alguien que se quedó pillado varios días porque en la gasolinera se les había terminado el gasoil, “y no sabían cuándo volvería el camión”. El solo hecho de pensar en esa improbable probabilidad, cuando dentro de ocho días tenemos que coger el vuelo para Sidney, hace que se me pongan los pelos de punta.

Por tanto elegimos una escala intermedia, Curtin Springs, que es lo que aquí llaman una Station, oséase un rancho que cuenta con gasolinera y zona de acampada. Las valoraciones, dispares, destacan las horribles críticas a la comida. Pero como al fin y al cabo nosotros la llevamos puesta...

Paramos en la gasolinera, dos surtidores pelados en mitad del aparcamiento de la entrada. Los atiende un tipo tocado con sombrero australiano aunque lo de atender es un decir, porque se limita a darles conversación a los clientes, una pareja mayor, que son quienes rellenan el depósito. Por algún motivo el proceso de dispensación se alarga, y la mujer viene a pedirnos disculpas. Le respondemos que no problem, que no tenemos prisa porque ya hemos llegado. En cuanto se marchan, el vaquero comienza a sacarles la piel. Mal asunto: la persona que pone verde a los demás nada más conocerte también lo hará contigo en cuanto tenga oportunidad. Por cierto, pagamos el gasoil a 3 dólares/litro, el precio más caro de todo el viaje. Mientras repostamos preguntamos al cowboy si podemos quedarnos. Respuesta afirmativa, aunque el cámping no es más que un triste terragal con, para variar, un generador al lado. Pero lo que se lleva la palma son los sanitarios: montados en unos cochambrosos módulos prefabricados, tienen incrustada tal cantidad de mierda que no la sacarían ni con todo el salfumán del mundo. Si no tuviéramos el nuestro averiado no entraríamos ahí ni por todo el oro del mundo, pero no nos queda otra que hacer de tripas... lo que sea.


Distancia parcial: 413 km.

Distancia total: 4.115 km.


         Día 20                                           Inicio                                                         Día 22


DÍA 20

El contrato de alquiler de la autocaravana reza taxativamente que tenemos prohibido adentrarnos más de diez kilómetros por pistas de tierra, y esa es la distancia aproximada que hay desde la A87 hasta Kanku-Breakaways Conservation Park. Pero ir y volver por el mismo sitio no mola, especialmente si existe un recorrido alternativo, aunque un poco más largo. Sabemos que al estar nuestro vehículo geoposicionado podemos ser rastreados en cualquier momento. Aun así, confiamos en que nos perdonen el pecadillo.

Camino de Marte

Salimos por la Kempe Road, y al cabo de 15 kilómetros vemos a la izquierda la pista de marras, en la que se aprecian signos de que ha sido arreglada recientemente (las lluvias torrenciales la descomponen periódicamente, por eso en ocasiones solo es posible el acceso en 4x4).

Instantáneamente, el paisaje se vuelve marciano, o al menos todo lo marciano que puede ser algo en nuestro planeta: rocas, tierras que muestran toda las gamas del ocre y una vegetación rala. La profunda sensación de irrealidad se incrementa porque no nos cruzamos con nadie. A los 7 kilómetros llegamos a un lugar muy fotografiado: la Dog Fence, que fue levantada a finales del siglo XIX con la finalidad de proteger de los dingos a los rebaños del ovejas que pastaban en las fértiles tierras del sudeste. Su apabullante extensión (5.600 kilómetros, un poco más de la distancia que hay de Nueva York a Lisboa) es lo que la ha vuelto famosa.

The Forever Place

Seguimos navegando por este espacio de ensueño durante 4 kilómetros más. Busco, sin encontrarlo, un apartadero, de manera que detengo el vehículo en la misma pista. Me muero de ganar de volar el dron. Teóricamente aquí debe de estar prohibido, pero la aplicación que traigo no lo notifica, ni tampoco hemos visto ningún cartel. Además, no sopla ni pizca de aire. Durante veinte minutos me paseo por las alturas, tomando como referencia una colina de cima plana. El silencio es espeso y total.

El barco

Los colores

Continuamos camino hasta llegar a dos colinas muy famosas que los aborígenes llama Los Dos Perros, y los europeos Sal y Pimienta. Aquí ya sí se ven cartelitos de No Drones, pero con el anterior ratito de vuelo ya me he desquitado por hoy. 3 kilómetros más y ya estamos en la meseta-mirador. Cuando escudriñaba el lugar desde el satélite, me daba la sensación de que para llegar había que subir una cuesta bastante abrupta, pero el acceso resulta fácil. También pensábamos que alguien verificaría nuestros pases, pero no se divisa un alma en leguas a la redonda. Llega un coche con una pareja mayor, pero el viento sopla aquí tan intenso que ni siquiera se bajan. Para no marcharnos tan pronto, vamos caminando hasta otro mirador llamado Antakirinja. El paisaje es tan fascinante que si lo miras unos minutos parece que han transcurrido horas. Supongo que la inversa será igual.

La inmensidad

Han puesto aquí un cartel que, a la habitual prohibición de volar drones, añade que el motivo es “preservar la integridad espiritual del lugar”. Sin embargo, en este sitio se han rodado películas con cientos de extras más toda la infraestructura asociada. Supongo que, como en todo lados, la pela es la pela. En una película de 2013 titulada Tracks en inglés y El viaje de tu vida en español, ambientada en Australia, cuando la protagonista llega a Ayers Rock le impiden la entrada con sus camellos con el pretexto de que se trata de un lugar sagrado. La chica mira apreciativamente la caravana de vehículos que entra alegremente en el parque como diciendo: “Ya...”

Ponemos rumbo a la Stuart Higway, y de inmediato agradecemos haber venido por el otro camino, ya que los diez kilómetros que tenemos por delante son, como le llaman los franceses, tôle ondulée, vamos pegando botes todo el rato, y eso que no pasamos de 20 kilómetros/hora. Luego constaremos que las calidades de la auto, comparada por ejemplo con la de Islandia, son una shit: con el traqueteo la madera de los muebles ha sufrido lo suyo, y por las juntas del que hay encima del frigo se ve ahora mismo la calle.

Los 212 kilómetros que median hasta Marla son un recorrido por la nada. El problema es que la cinta asfaltada que cruza esa nada se encuentra en ocasiones bastante deformada y el viento, que sopla a menudo, tampoco ayuda. De vez en cuando encontramos coches abandonados a ambos lados de la carretera, lo que suscita multitud de especulaciones. Llegamos a la conclusión que, ante una avería imposible de resolver, sale tan caro traer una grúa para remolcar el vehículo que al final queda allí para los restos.

Desde ayer, antes de llegar a Coober Pedy, con intervalos de cien kilómetros, vemos carteles que anuncian Marla, lo cual hace que la aguardemos con expectación.

A 970 kilómetros de Adelaida y a 400 de Alice Springs, Marla goza de estatus de ciudad desde 1981, aunque su censo sea de solo 38 habitantes. Y es que incluye un centro de salud operado por el Royal Flying Doctor Service, una estación de policía regional y un complejo privado donde pensamos quedarnos llamado Marla Travellers Rest, que se describe como un albergue de carretera, hotel y motel, restaurante, estación de servicio, supermercado, camping para caravanas y mucho más. También cuenta una oficina de correos de Australia Post.

Entramos en la gasolinera, donde tras inscribirnos nos dan las llaves de los baños y nos ubicamos donde buenamente podemos. Hay incluso una pequeña piscina, cuya llave también hay que pedir, pero no hace calor para ello. Llega la tarde, y con ella los mosquitos. Cena y descanso.

Estamos pegados a la valla del cámping. Al otro lado, el runrún de un generador no para en toda la noche.


Distancia parcial: 252 km.

Distancia total: 3.701 km.


    Día 19                                                Inicio                                                Día 21


domingo, 20 de abril de 2025

DÍA 19

Hace mucho tiempo, no sé decir cuánto, me enteré de que existía una región de Australia donde, de tanto calor que hacía, la gente vivía en casas subterráneas. Ahora resulta que no se trata de un territorio en el sentido amplio del término sino simplemente de una localidad: Coober Pedy, nombre que por cierto deriva del término aborigen kupa-piti, que significa Agujero del hombre blanco. Aunque creo que más bien habría que hablar de agujeros: en 1915 se descubrió aquí el ópalo, y en 1999 ya se había abierto más de 250.000 pozos, convirtiendo a esta localidad en la mayor suministradora mundial de esta piedra semipreciosa. En Coober Pedy viven aproximadamente unas 3.000 personas de cuarenta nacionalidades diferentes, muchas llegadas de Europa del Este después de la Segunda Guerra Mundial.

Amanece cerca de Coober Pedy

Las distancias resultan inabarcables para nuestra mente

El primer sitio al que nos dirigiremos hoy es a Old Timers Mine, donde es posible visitar la mina, convertida en centro de interpretación y a la vez museo de la historia local, en ocasiones tan anecdótica que recuerda a Doctor en Alaska. Justo encima (aunque también bajo tierra) se halla la vivienda del minero, que conserva muebles, enseres e incluso fotografías de sus antiguos moradores. Y que estuvo habitada hasta la década de los 90.

Old Timers Mine

Old Timers Mine. Recepción

 Chimenea de ventilación y acceso a la mina

Vivienda del minero

En la recepción venden ópalos, pero lo que tienen no nos gusta mucho, de manera que tras despedirnos pasamos revista a otras dos tiendas, y en la segunda sí que encontramos uno interesante. Regenta el negocio una mujer de origen griego que llegó a Australia hace cincuenta años. Nos explica que Melbourne es la segunda ciudad con más griegos del mundo, después de Atenas.

La verdad es que no me imaginaba el pueblo así. Pensé que todos los edificios sin excepción estarían enterrados, como las antiguas ciudades de la Capadocia, pero lo cierto es que muchos se hallan por encima del suelo, en número suficiente como para formar calles. El aspecto árido y desangelado sí que recuerda mucho al desierto de Tabernas, en Almería, donde aún se conservan algunos de los poblados donde Sergio Leone rodaba sus spaghetti-western, donde los extras caían desde los caballos y las balconadas cuando eran alcanzados por los disparos.

Tras la adquisición del ópalo toca el súper, que es bastante grande si tenemos en cuenta el tamaño del pueblo. Los precios están acordes con lo aislado del sitio, y con que todo lo llegará hasta aquí en avión. Me llama la atención un sombrero que en la parte de arriba dispone de una cremallera. La abro y lo que encierra dentro es una mosquitera que se extiende sobre el sombrero y protege la cara. En los siguientes días lamentaré intensamente no haberlo comprado, ya que la mosquitera no era tal, sino mosquera. Tampoco sabía en ese momento que las viviendas de Coober Pedy son subterráneas por tres motivos:

a) El calor.

b) Las tormentas de polvo.

c) Las moscas del desierto, increíblemente pesadas. Por lo visto, en verano emigran a la costa huyendo del calor, pero ahora mismo están todas aquí, como tendremos ocasión de comprobar en los días venideros.

Enfrente del súper se conservan los restos de una nave espacial utilizada en el rodaje de una película: el paisaje cuasi-lunar de Coober Pedy se ha prestado como plató de infinidad de filmes. La más famosa, la tercera entrega de Mad Max; la más interesante, Donde sueñan las verdes hormigas, que cuenta el conflicto entre una empresa minera y los nativos de la zona, empeñada la primera en robarles a los segundos lo que les pertenece desde hace miles de años.

Rueda en parque infantil decorada con motivos aborígenes

A continuación nos vamos hasta el Wellbeing Labyrinth, que recuerda al de la catedral de Chartres pero construido al aire libro y mediante hileras de piedras. Luego visitamos la iglesia católica (esta sí, bajo tierra) y por último subimos a la pequeña colina donde hay un letrero con el nombre del pueblo que imita al de Hollywood. La verdad es que da un poco de apuro subir, sabiendo como sabemos (por las chimeneas) que estamos pasando por encima de las casas. Aquí estamos, sacando fotos, cuando se empiezan a oír los gritos.

Provienen de una nave situada a los pies de la colina, y al parecer los profieren un grupo de aborígenes que hemos visto antes deambulando por la zona de la gasolinera. La escena transmite algo profundamente negativo, y aunque no creemos que tengan que ver con nosotros, pero por prudencia decidimos abandonar el lugar.

Esto es Hollywood

Es el momento de decidir dónde vamos a quedarnos a dormir. A las afueras, hacia el norte, está el Tom Cat Hill Caravan Park, y para allá que nos vamos. El lugar en cuestión no es más que el desmonte que han practicado en lo alto de una colina. Se nos acerca el que parece estar al cargo y pregunta que si hemos reservado. Hombre, pues la verdad es que no. Llama a su jefe para preguntarle si queda algún sitio libre, pero este no coge el teléfono. Mientras tanto, nos da tiempo de analizar el lugar, y la valoración no es buena: las vistas al desierto son estupendas, pero los vehículos se encuentran como piojos en costura. Le decimos al amable recepcionista que no se preocupe, que nos buscamos otro sitio, y parece que respira aliviado.

Regresamos al pueblo y entramos en el Oasis Tourist Park, un cámping convencional pero casi desierto, como corresponde a esta época de año.

Tras aposentarnos, comer y hacer la colada, decidimos darnos otro paseo, esta vez de punta punta del pueblo (1,5 kilómetros). Nuestro objetivo es la oficina de turismo, pues mañana queremos visitar el Kanku-Breakaways Conservation Park: hemos leído que hay que pagar entrada, pero por internet no lo he conseguido. Por el camino nos cruzamos de nuevo con aborígenes, esta vez solitarios, y la sensación de desamparo que transmiten nos parte el alma. Es algo parecido a lo que vivimos el año pasado en Vancouver en el barrio del fentanilo, la diferencia es que aquí la barrera de la exclusión tiene un componente racial que allí no vimos.

Nuestra oficina se encuentra cerrada, pero en un cartel de la puerta tienen un código QR para acceder a la página de los permisos, que es precisamente la misma que hemos visitado antes. Solo que ahora, con un poco de insistencia consigo mi propósito. Regresamos al cámping al tiempo que oscurece, dándonos un poco de prisa, porque de repente el pueblo parece solitario, y sombras poco tranquilizadoras rondan por aquí y por allá. Increíble naranja, el color de las últimas luces.


Distancia parcial: 26 km.

Distancia total: 3.449 km.


      Día 18                                                 Inicio                                                         Día 20