DÍA 24
Hoy comenzamos el día con una pequeña odisea. Hemos ido a descargar grises y negras a una especie de polígono industrial (el cámping, increíblemente, no dispone de este tipo de instalaciones) y hemos tenido que esperar porque unos jóvenes autocaravanistas estaban lavando la vajilla... en el grifo donde se limpian los potis. Es al terminar cuando descubro una señal de alerta en el salpicadero que dice:
ADBLUE
Mi sorpresa es mayúscula: pensé que este vehículo no llevaba (las
autocaravanas europeas más modernas tienen la entrada del depósito
para este aditivo junto al del gasoil, y este luce justo ahí una
pegatina en la que se lee NO ADBLUE). Llamamos al servicio de
asistencia, al que no hemos molestado desde el primer día, cuando el
episodio de las llaves. Nos responden que sí que gasta adblue como
cualquier hijo de vecino, pero que la embocadura se encuentra debajo
del capó (nos tienen que explicar cómo abrirlo). Al estar
geolocalizados, saben que nos encontramos justo enfrente de un
taller, y nos sugieren que lo compremos ahí o, en su defecto, en la
gasolinera de al lado del cámping. Preguntamos en el primer sitio, y
resulta que solo venden bidones de 20 litros a un precio disparatado.
Volvemos entonces a la gasolinera (donde, por cierto, el combustible
cuesta medio dólar más barato que donde el vaquero de Curtin
Springs, y eso que ahora mismo
estamos 80 kilómetros más lejos de la civilización).
La teleoperadora nos sugirió que compráramos un par de litros, pero
yo no me fío y arramblo con una garrafa de diez, que la auto se bebe
sin rechistar. Guardamos ticket y envase, pues han prometido
reembolsárnoslo.
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Duna roja |
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Caminante, son tus huellas |
A continuación experimentamos sudores retroactivos. ¿Y sin nos hubiéramos quedado sin el aditivo en medio de la nada, en algún sitio (la mayoría) sin cobertura móvil? ¿Cómo es que no nos previno nadie? Al tipo de Taren Point deben de estarle pitando las orejas.
Por fortuna, el dios de los autocaravanistas nos protege. O habrá
sido San Cofronisio de Anatolia, a quien profeso tanta devoción. El
caso es que no queremos tentar al destino hoy por segunda vez, y
llamamos por teléfono a Petermann, para saber si tienen gasoil.
Responde un hombre muy simpático y nos informa de que están plenty
of fuel. Aclarado este punto, nos vamos para allá más
tranquilos.
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Lago salado |
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El Centro Rojo |
Ahora toca desandar la carretera por la que vinimos hace dos días. Pasamos frente a Curtin Springs, a quien obsequiamos con una sonora pitada en recuerdo de sus pestíferos baños y de la clavada del gasoil, y paramos de nuevo en el mirado del monte Conner. El propósito esta vez es escalar una pequeña duna roja y grabar alguno de los lagos salados que hay al otro lado de la carretera.
En el estacionamiento hay una fuente, y bajo ella un cuenco lleno de
agua, lo que constituye un tesoro para una bandada de pajarillos que
vienen aquí a beber. Son pequeños, divertidos y muy parlanchines, e
inmediatamente nos enamoramos de ellos. En este momento ignoramos
cómo se llaman. Días después descubriremos que se trata del zebra
finch, traducido al castellano como diamante mandarín.
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Hacia el este |
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Y hacia el oeste |
138 kilómetros llevamos recorridos desde origen cuando llegamos al cruce de la carretera 3, denominada también Luritja Road. Algo después encontramos un apartadero de arena roja y comemos.
La tarde se convierte en un espacio sans histoire. Nuestro itinerario ha virado hacia el oeste, y el sol nos torra pese a que llevamos el aire acondicionado a tope. Petermann parece cada vez más lejos, así que decidimos quedarnos a dormir en Kings Creek Station. Lo más curioso es que la entrada al cámping se hace cruzando la gasolinera, como dando a entender que tienes que repostar sí o sí.
El sitio en cuestión cuenta con piscina, y como la sudada ha sido tan gorda decidimos probarla. Ahora bien, por mucho calor que haga la temperatura del agua es acorde con la estación actual y está helada, de modo que cuesta Dios y ayuda meterse.
A diferencia de Yulara, hay aquí poca gente, todos locales. En el mayor de los silencios asistimos a la puesta de sol, que de tan polvorienta y naranja se diría que es africana. Luego nos metemos en nuestra casa con ruedas, pues los carteles que previenen de la presencia de serpientes venenosas disuaden sobremodo de la idea de un paseo bajo las estrellas.
Distancia parcial: 274 km.
Distancia total: 4.684 km.