domingo, 16 de octubre de 2016

Haere mai. Un viaje a Nueva Zelanda (21)

11 de agosto
Temperatura al amanecer: 6º C
Si por mí fuera, esta mañana iría al Te Papa Museum, pero una palabra es una palabra, así que visitaremos el zoo. En su página web, en la información relativa al parking, se lee:

There is limited free car parking around the Zoo so it’s a case of early bird catches the worm (!)

La exclamación es mía, porque no me imaginaba una página oficial haciendo gala de semejante desenfado. En cualquier caso, siendo día laborable y tan temprano, no creo que encontremos mucha gente. El navegador, por su parte, debe también de estar al tanto de la penuria aparcaticia, porque cuando le pido que nos dirija al sitio de marras lo que hace es llevarnos a uno disuasorio, a más de seiscientos metros de distancia. Toca atravesar un parque y una zona deportiva hasta llegar a la entrada.

Nutria pescando
Ahora ya sé cómo se dice ir al water en maorí
Chimpancés con la ciudad de fondo


El zoo de Wellington está muy bien enfocado a los niños, y es ameno y divertido. Tal como esperábamos, solo hay madres con críos pequeños y algún grupo de escolares. Aunque siempre me produce tristeza contemplar animales en cautividad, entiendo que para los más pequeños pueda ser educativo y estimulante. Pescan las nutrias ignorándonos olímpicamente, y juguetean los divertidos suricatos, siempre con uno de ellos ejerciendo de vigía, incluso aquí. Observamos de nuevo a los fugaces kiwis, admiramos una exposición de cuadros pintados por los chimpancés, y nos hace mucha gracia la sección dedicada a la fauna australiana (Neighbours), adonde se entra por la puerta de una casa. Aquí visitantes y animales comparten un mismo espacio: los canguros sestean junto al camino, y los emús se nos acercan curiosos. Hay que ver lo grande que puede llegar a ser un emú. Por último vemos a los pingüinos de ojos azules a apenas un metro de distancia. Son tres, y a uno le falta un ojo; supongo que entre ellos también tienen sus movidas. En fin, un zoo supongo que como cualquier otro, solo que el hecho de hallarnos a la otra punta del mundo confiere a la visita un sabor especial.

Pintura realizada por primates
Pintura realizada por primates
Divertidos suricatos
Divertidos suricatos
Los vecinos
Piel de jirafa
Aljibe camuflado de piel de jirafa
Sección Asia

Pingüino de ojos azules
Capuchino
Es ya pasado mediodía cuando volvemos bastante cansados a la auto y comemos. A continuación nos disponemos a salir de Wellington, aunque una cosa es decir y otra hacer, ya que las afueras de la capital son una interminable sucesión de pueblos ubicados a lo largo de la costa; recorrer 60 kilómetros nos lleva una hora, bastante estresante y agotadora, por cierto. Paro a repostar y, como la gasolinera también tiene LPG, pido que rellenen la bombona, pues hace ya diez días que lo hicimos en Queenstown. Para mi sorpresa, nos dicen que esta casi a tope. Finalmente consiguen que entren casi tres kilos. ¿Cómo es posible? Recuerdo perfectamente que cuando nos entregaron la auto en Christchurch dijeron que teníamos propano para diez días. Entonces resulta que nos la dieron con solo un tercio de carga. Claro, como no gastamos gas ni en frigo ni en calefacción, con los nueve kilos de una bombona hubiéramos tenido para todo el mes. Al final se la vamos a devolver más llena de lo que estaba el primer día.
El dependiente, que también parece el dueño de la gasolinera, nos ha atendido muy amable y servicial, y no es para menos: hemos pagado el gasoil a 1,16 dólares, y a partir de este aquí, supongo que al alejarnos de Wellington, asistimos a una espiral descendente de precios (llegamos a verlo a 0,95). En fin, no siempre se gana.

Kapiti Island
A partir de Waikanae la densidad poblacional decae, y circular se vuelve de nuevo placentero. Vamos hacia los grandes volcanes del centro de la isla, y podemos elegir entre hacerlo por el Este o por el Oeste. Elegimos esta segunda opción porque nos parece que la aproximación es mayor, así que abandonamos nuestra querida SH 1 en favor de la SH 3, que sube hacia Whanganui. Una vez aquí, evitamos la localidad rodeándola por la orilla opuesta del río. Bueno, eso creíamos. Porque está oscureciendo, así que me orillo y pregunto al Campermate que dónde vamos a dormir esta noche. Para mi sorpresa descubro que no hay ningún free camping en los próximos 75 kilómetros. En cambio, Whanganui cuenta nada menos que con siete sitios, así que no queda otra que volver.
En algunas ocasiones sería preferible que la oferta fuera más reducida, como enseguida se verá. Porque, una vez descartados los lugares excesivamente céntricos, pensamos que una instalación deportiva estaría bien, así que nos decidimos por el Springvale Park Whanganui Sports Centre, que además cuenta con zona de llenado y vaciado y del que nos separan 8 kilómetros. Cruzamos la ciudad, y cuando damos con el sitio ya no estamos tan seguros de haber elegido bien, porque el aparcamiento se halla atestado de coches, y siguen llegando todavía más. Debe de tratarse de un acontecimiento deportivo. El problema no es esperar a que el panorama aclare, que se aclarará, sino que una gran parte de la parroquia es gente joven que ha visto que te vas a quedar, y el hecho fehaciente es que los jóvenes ejercen como protagonistas en la casi totalidad de escándalos nocturnos y hostigamientos al autocaravanista. Así que toca probar con otro sitio. El segundo candidato de la lista es el Whanganui East Club, una especie de restaurante, a 5 kilómetros de distancia. Pero cuando llegamos vemos que está petado de gente, y el aparcamiento también, pese a ser jueves. ¿Acaso está todo el pueblo en la calle? No encontramos ningún sitio libre, el terreno tiene una molesta inclinación, y para quedarse habría además que pedir permiso. Desbordados como estarán por la abundante clientela, no creemos que anden de humor para hacernos caso. Comenzamos a desesperarnos. ¿Cómo es posible que la localidad con más sitios de pernocta vaya a ser la más difícil? Probamos con el tercer candidato, que es el parking de la Whanganui RSA, 4 kilómetros hacia el centro. Cruzamos por tercera vez el Dublin Street Bridge, que empieza a parecerme odioso. A este paso vamos a ser la comidilla del vecindario.
La RSA es una asociación de veteranos de guerra. Dicho así, suena bastante raro, pero los comentarios relativos a la acogida son muy buenos. Llegamos, preguntamos y nos piden un donativo (dejamos 10 dólares). Qué alegría, ya me veía otra vez dando tumbos hasta las tantas. Por fin nos vemos recogidos e instalados: nadie osará venir a molestar a una auto aparcada en los terrenos de una asociación de ex-combatientes.

Kilómetros etapa: 223
Kilómetros viaje: 3.946

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