Y, POR FIN, SIDNEY
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Finger Wharf |
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Centro de la ciudad desde Mrs Macquarie's Chair |
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Royal Botanic Garden |
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Ópera |
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Ópera |
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George Street a la altura de Chinatown |
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Vista desde el Pyrmont Bridge |
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Pyrmont Bridge |
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Sidney at the sunset |
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The Crown Sydney |
DÍA 29
Hoy toca limpiar la autocaravana y vaciarla de todo lo que no nos vayamos a llevar. El cámping cuenta con una cocina techada al aire libre, y ahí que dejamos la comida, para que la aproveche quien quiera. Nos esmeramos en la limpieza, para así enmascarar los desperfectos que tememos nos descuenten de la fianza, a saber:
a) El arañazo en el techo que le hice al chocar con un árbol en San Remo.
b) La ventanilla que no baja después de rozar el retrovisor con un arbusto en San Remo.
c) El cassette del water, averiado desde Port Augusta. De los tres estropicios, este es sin duda el que más nos ha perjudicado.
Como vecinos tenemos a una pareja que viaja en cámper, él de Samoa y ella de ascedencia europea. A primera hora el tipo parece muy simpático, pero un rato después la cosa se enfría. Es posible que le ha molestado el verme vaciar el poti en un sumidero de grises que hay detrás de las parcelas (como si ambas cosas no fueran al mismo sitio). Esta mañana he tenido que mover la manguera de su toma de agua, que el buen señor había colocado invadiendo nuestro terreno y además sobre nuestro cable eléctrico, pero es que hay demasiada gente dispuesta a tener en cuenta solo las fallas de los demás.
El lugar donde tenemos que devolver la autocaravana se halla en la salida norte de la ciudad. El aeropuerto, por contra, se encuentra también a las afueras pero justo al lado opuesto, a 18 kilómetros de distancia. La iniciativa de poner el concesionario al lado de donde aterrizan y despegan los aviones no parece haber sido una prioridad aquí.
Llegamos, aparcamos y sacamos nuestras maletas. Los sacos de dormir se quedan dentro. A diferencia de cuando devolvimos el vehículo el año pasado, en Canadá, aquí apenas hay clientes. Mientras esperamos, entra un hombre de aspecto indio o paquistaní, lanza una mirada inquisitiva, dice algo entre dientes y vuelve a salir fuera.
Nos atiende una mujer, a quien enumeramos nuestros percances técnicos (maquillándolos convenientemente). Pensamos que iría a revisar la auto, pero no lo hace. Simplemente pide que firmemos unos papeles y nos comunica que el taxi (que no hemos pedido) está esperando. Salimos y resulta que el paquistaní es el chófer, que está mosqueado por la espera. En mucho menos tiempo del que habíamos calculado nos deja en nuestro destino, pero no le dejo propina por antipático.
El hall del aeropuerto luce una bonita moqueta con motivos aborígenes. Comemos lo que traíamos preparado y después pasamos el control de pasaportes y mercancías. A diferencia de Sidney, en la sala de espera no disponen de fuentes de agua fría, ni tampoco de máquinas dispensadoras. Lo que sí hay, en cambio, son muchas moscas; es la primera vez en mi vida que veo un aeropuerto tan equipado de ellas.
Mientras esperamos al embarque me llega al móvil una notificación del banco: increíblemente, nos han devuelto la fianza íntegra. Supongo que después de un mes dando tumbos por Australia, con que les devolvamos el vehículo entero ya se dan por satisfechos.
Vamos a volar con Qantas, y al avión se sube a pie de pista.
Estamos contentos por lo bien que hemos calculado los tiempos del
viaje, y especialmente por no haber sufrido incidentes reseñables
que nos impidan acudir aquí y ahora a nuestra cita. Dentro de un
rato surcaremos el cielo en dirección Sidney hacia el sur y hacia
el este (en nuestra ruta por carretera hemos subido mucho, por encima
incluso de Brisbane).
2.000 kilómetros desde el centro hasta el mar. La misma distancia que le costó recorrer a Robyn Davidson con sus camellos nueve meses, nosotros la haremos en algo más de dos horas y media.
Aquí, como en Patagonia, la tierra semeja dormida. Por eso, mientras planeamos sobre este continente en el que cabría Europa entera, nos vamos con la certeza de haber atisbado tan solo una insignificante porción del enigmático paisaje que parece extraído de un sueño.
Del sueño de la tierra.
Distancia parcial: 6 km.
Distancia total: 5.655 km.
Día 28 Inicio Y, por fin, Sidney
DÍA 28
El intempestivo trasiego de coches de esta madrugada me acabó de desvelar. Como además nos tememos otra visita, esta de los rangers, con la familia aún en la cama, sin desayunar ni nada, el que escribe estas líneas se pone al volante y, tras 25 kilómetros, saca el vehículo del parque nacional. Paro en el aparcamiento del Tyler Pass, cuyas vistas van hasta el infinito y más allá.
Algo más cerca se divisa el cráter que, hace 142 millones de años,
originó un cometa al impactar contra el suelo. Al parecer, el
agujero del impacto medía 20 kilómetros de diámetro, pero al
haberse rebajado la altura de la superficie en 2.000 metros, el
diámetro del cráter ha quedado reducido a solo 5 kilómetros.
Comparado con el que se cargó a los dinosaurios este era pequeño,
pues su diámetro era de 10-12 kilómetros, y originó un cráter de
180. Aun así, es posible que causara una perturbación climática,
al menos en Australia y alrededores.
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Cráter de cometa desde el Tyler Pass |
Para acceder al cráter es menester circular por una pista de tierra de 6 kilómetros. Creo que si el vehículo fuera mío lo intentaría, pero después del susto de ayer estamos escaldados, y no queremos fastidiarla el último día.
Un poco más adelante sale a la derecha la carretera que, ironías de la vida, te lleva a Petermann, adonde estuvimos hace solo tres días, con la salvedad de que por aquí solo hay 150 kilómetros, y en cambio nosotros hemos recorrido... 756. Aquí traigo de nuevo a colación las palabras de Theroux, las gilipolleces que se cometen en los viajes y bla bla bla.
En este preciso punto, además, la carretera vira definitivamente
hacia el este y hacia Alice Springs. En los 170 kilómetros que
median entre ambos puntos solo existe una localidad, Hermannsburg.
Dado que cuenta con gasolinera, valoramos la posibilidad de repostar,
pero lo que encontramos unos kilómetros antes (y después) del
pueblo nos quita las ganas de golpe: a ambos lados de la vía,
decenas de coches saqueados y también quemados, como si de una
película postapocalíptica se tratara. Otros detalles que llama la
atención es que la carretera deje el pueblo a un lado (con lo
aficionados que son los australianos a echarla por el centro) y la
basura que se amontona alrededor de las casas. Todo ello nos lleva a
concluir que nos encontramos ante un ghetto con todas las de la ley,
y por fin comprendo la reseña que escribió un tipo sobre su
experiencia de llegar a Alice con el depósito casi vacío.
Evidentemente, no quiso parar aquí o no se negaron a servirle.
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Dingos en el Alice Springs Desert Park |
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Zebra finch |
No hay por tanto ningún sitio donde pararse antes de Alice, así que cuando llegamos ni siquiera es la hora de comer. Ya que pasear por el pueblo lo hemos descartado, optamos por visitar el Alice Springs Desert Park, donde es posible contemplar la mayor parte de la fauna autóctona, incluido el zebra finch, nuestro pájaro favorito de este viaje, y los dingos. Al igual que de los lobos, me impresiona de ellos su inteligencia y aparente docilidad, por aquello de su similitud con los perros. Recuerdo ahora la historia de Azaria Chantel, la bebé de dos meses que, en 1980, fue sustraída durante la noche de la tienda de campaña donde dormía con sus padres y sus dos hermanos. Dado que por aquel entonces se consideraba descabellado que los dingos pudieran atacar a personas, la madre fue acusada de asesinato y condenada a cadena perpetua. Seis años más tarde, se encontró una prenda de ropa de la niña junto a unas madrigueras de dingos. La madre fue liberada tras tres años de prisión, su sentencia revocada, y se la indemnizó con 1.300.000 dólares australianos. El caso fue carnaza de medios informativos más o menos sensacionalistas durante años.
Finalizada la visita, comemos en el aparcamiento y después nos vamos en busca del cámping. Tarde de descanso en nuestro último día en el outback.
Distancia parcial: 222 km.
Distancia total: 5.649 km.
DÍA 27
Lo primero que hago nada más levantarme es salir y grabar con el
dron, estas extensísimas cordilleras paralelas y lo adusto del
terreno me tienen cautivado. Una vez terminado el desayuno,
regresamos al Hole, ahora desierto y tranquilo.
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Las McDonnell al amanecer. Abajo y en el centro, la auto y el lugar donde dormimos |
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El Big Hole por la mañana |
Carretera. La primera parada es Serpentine Gorge, a 15 kilómetros. En el aparcamiento no hay nadie, y enseguida entendemos por qué: en primer lugar, porque hasta la garganta es preciso caminar algo más de un kilómetro. En segundo, porque es una versión reducida de lo que hemos visto hasta ahora, y por tanto mucho menos espectacular.
La segunda parada del día, prácticamente a pie de carretera, es en
Ochre Pits, una cantera con arcillas de colores que los
aborígenes usaban (y usan todavía) para sus pinturas rituales. A
esta hora el sol ya casca de lo lindo. Los diarios se están haciendo
eco de esta anomalía, a la que denominan “Ola de calor de
invierno” (!)
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Ochre Pits |
Tercera parada: Ormiston Gorge. Dejamos la auto en el
aparcamiento, y como tenemos alguna dificultad para encontrar el
camino, atrochamos por una vereda en busca de la vía principal.
Entonces nos damos de narices con un varano gigante australiano de
aproximadamente un metro (pequeñito, si se tiene en cuenta que
llegan a medir 2,5-3 metros y pueden tragarse entero un canguro). Al
principio el animal se queda quieto, pero está claro que no quiere
líos porque, tras contemplarnos un rato, lentamente se aparta y nos deja pasar.
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El varano gigante |
El sitio en cuestión es estupendo, y recuerda mucho a Simpson Gap, la primera de las gargantas que vimos ayer. Buscamos sitio a la sombra y nos refrescamos en el agua. Vuelvo a la auto a por provisiones y comemos aquí.
Al igual que ayer, a medida que pasa el tiempo empieza a llegar
gente. A nuestro lado se instala una pareja de chicas; y cuando digo
pareja me refiero al sentido estricto, porque al rato las veo
besuquearse. Me pongo a mirar para otro lado, por aquello del respeto
a la intimidad y tal.
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Ormiston Gorge |
Esperamos a que baje un poco el sol y continuamos camino. El objetivo
es otra garganta, la Glen Helen, quizá la más espectacular
de todas. Salvando la diferencia de la piedra, recuerda mucho al
Salto del Gitano, allá en las tierras altas, por Monfragüe.
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Camino de Glen Helen Gorge |
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Camino de Glen Helen Gorge |
Desde el aparcamiento caminamos primero hasta el lecho seco, y
siguiendo este hasta los promontorios rocosos. Es poco más de un
kilómetro, pero las moscas y el calor se ceban con nosotros. Nos
cruzamos con una sola persona. Desde la otra orilla, bandadas de aves
nos observan curiosas.
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Glen Helen Gorge desde los cielos |
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Glen Helen Gorge desde los cielos |
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Glen Helen Gorge desde los cielos |
Hay en este lugar un cámping estupendo que, inexplicablemente, se encuentra cerrado. Decidimos entonces desplazarnos hasta el Woodlands Redbank Gorge Campground. Tras 20 kilómetros, a la derecha de la carretera se separa una pista de tierra, en buen estado al principio, pero que se vuelve pésimo al cruzar un vado seco. Lo atravieso como puedo, pero al llegar al segundo, con mucha piedra suelta, ya no me atrevo. Bajo a inspeccionar, y en ese momento llegan las dos chicas de Ormiston en un pickup. Por gestos me preguntan que si necesitamos ayuda, les respondo que no: lo que toca hacer es irnos por donde hemos venido. Damos la vuelta con dificultad, volvemos a cruzar el primer vado con el ánimo encogido y llegamos sin novedad a la carretera. Por primera vez en el viaje, nuestras posibilidades de pernocta han quedado reducidas a cero.
Pensábamos que nos tocaría estacionar sobre la propia pista. Por
fortuna, en el cruce descubrimos un apartadero, y ahí que nos
colocamos. Salimos para ver una puesta de sol acongojante, pero hay
que volver a entrar rápidamente porque las moscas pedorras han sido
sustituidas por los mosquitos chupasangre.
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Puesta de sol en mitad de la nada |
Cuando duermes en la wilderness uno lo hace siempre con un ojo abierto. Por eso me despierto enseguida cuando, a las dos o las tres de la mañana, pasan unos cuantos coches. No por la carretera, como cabría esperar, sino entrando por la pista. Si fueran trasnochadores y/o juerguistas pitarían o gritarían, que es lo que indefectiblemente uno espera. Sin embargo, extrañamente, pasan de largo y no dicen ni mu.
Distancia parcial: 90 km.
Distancia total: 5.427 km.
DÍA 26
Llegar a Alice Springs supone el último hito de este viaje, el que nos marcamos cuando salimos de Sidney hace ya casi un mes, y que parecía entonces casi inasequible. A la entrada, un cartel indica la distancia que queda hasta Darwin: 1.500 kilómetros. Iríamos de buena gana si dispusiéramos de tiempo.
Por lo que respecta a Alice Springs, la idea que me había formado y la realidad colisionan de forma evidente. En primer lugar, al hallarse en medio del desierto me la imaginaba más rural. Sin embargo, al circular por sus calles la sensación que transmite es la de un entorno mucho más urbano. En segundo lugar, y pese a contar con menos de 30.000 habitantes, es sorprendentemente extensa (6,5 kilómetros de norte a sur por 4,5 de este a oeste). Y en cuanto al ambiente, resulta un tanto inquietante, sobre todo en la zona comercial: gente de aspecto marginal, en su mayoría aborígenes, solos o en grupo, sentados o vagando.
Primero gasolinera, luego supermercado y, para finalizar, tienda de
licores, con guarda en la puerta. Allí, un dependiente mal encarado
me exige algún documento de identidad para adquirir media docena de
cervezas. Como además de desagradable el tipo habla entre dientes,
me cuesta bastante entenderle.
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Camino a las montañas McDonnell |
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Camellos salvajes |
No apetece quedarse más de lo imprescindible, así que enseguida nos
ponemos en ruta hacia el Parque Nacional Tjoritja/West MacDonnell
por una carretera llamada Larapinta Drive. Hoy es 24 de
agosto, y nuestro avión sale dentro de tres días, que vamos a
invertir en una pequeña ruta hacia el oeste. Nuestro primer destino,
Simpson Gap, está a 23 kilómetros y consiste en un
desfiladero por el que discurre una rambla. Este fenómeno geológico
lo veremos repetido a lo largo de esta parte del viaje, y constituye
el mayor atractivo de la zona.
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Simpson Gap |
Dejamos la auto en el aparcamiento, y mientras caminamos estamos a
punto de tener un percance: a pocos metros del sendero, sobre un
arbusto, hay posado un enjambre de abejas. La gente pasa y se sacude
los insectos como si fueran moscas sin darles la mayor importancia.
Pero mi hijo, que les tiene pavor, echa a correr gritando y
gesticulando. Yo me cago vivo, porque sé que, como las abejas lo
interpreten como una agresión, podemos acabar en el hospital. Por
fortuna, al alejarnos acaban dejándonos en paz.
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Simpson Gap |
Simpson Gap es un lugar agradable: hay sombra, te puedes bañar (lo
que en mucho sitios por aquí está prohibido. Según los paneles, en
la zona viven ualabís de roca, pero solo son visibles al amanecer o
al atardecer.
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El autor en Simpson Gap |
Cuando llegamos hay poca gente, pero poco a poco el sitio se va llenado. Incordia lo suyo un grupo de excursionistas que hace todo el ruido que pueden. A nuestro lado se instala una pareja de chicas. Y cuando digo pareja me refiero al sentido verídico, porque al rato se las ve besándose.
Tras comer, regresamos a la auto -dando un rodeo, eso sí, para
evitar el enjambre- y continuamos camino. Siguiente parada: Standley
Chasm, a 40 kilómetros. El lugar es un imponente enclave
cultural para el pueblo arrernte.
Cuando aparcamos nos damos cuenta, por las tomas de electricidad, que
estamos invadiendo el espacio dedicado a cámping. Nos cambiamos de
sitio, pero al momento aparece un joven para avisarnos de que ese es
el lugar reservado para microbuses. Nos lo dice con suma afabilidad,
y de él me impresionan sobremodo su belleza y gallardía, todo lo
contrario del aspecto mísero que hemos visto hasta ahora en la
mayoría de los aborígenes.
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Comienzo del sendero |
Para visitar la sima es preciso sacar entrada. En el local nos
atienden otra joven de la tierra, igualmente simpática, y una mujer
blanca con cara de vinagre. A tenor de lo observado hoy, los
descendientes de europeos que viven en el outback se dividen
en dos clases: los que lo han elegido voluntariamente y quienes lo
viven como una condena. Mientras adquiríamos los tickets nos
percatamos de que en la tienda venden objetos de arte aborigen super
interesantes, pero nos hemos sentido tan maltratados por la hidra que
al regreso optamos por no volver a entrar.
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El desfiladero |
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El desfiladero |
El desfiladero es tan estrecho y las paredes tan altas que el paseo
es todo a la sombra. Al final hay un charco de agua cristalina donde
no está permitido bañarse. Tampoco lo haríamos, porque el sitio
produce tal sensación de paz y respeto que no hace falta que nadie
te avise sobre su carácter sagrado.
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El agua |
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La pintura |
No sabemos si les quedan sitios libres para pasar la noche, pero como aún queda luz decidimos alargarnos otros 60 kilómetros hasta Ellery Creek Big Hole, donde hay una zona de acampada del servicio de parques. Cambiamos Larapinta Drive por Namatjira Drive, nombrada así en honor a un famoso pintor aborigen. Cuando llegamos, primera sorpresa: para quedarse es preciso reservar por Internet... y aquí no hay Internet. De todos modos, la mayoría de las plazas, delimitadas por vallas metálicas, se hallan ocupadas y además el espacio es rácano de narices: parece mentira, con la de terreno que tienen estos australianos, que escatimen como si padeciesen de horror vacui.
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Ellery Creek Big Hole |
Donde sí hay holgura es en el aparcamiento donde te permiten dejar
tu vehículo para visitar el Big Hole, que es el charco más
grande que hemos visto hoy, a los pies de un imponente farallón.
Aquí sí que nos bañamos. El agua está bien fría, pero no le
hacemos ascos, pues el día ha sido caluroso de narices.
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Montañas McDonnell desde el aire |
Aprovechando que no hay carteles prohibidores a la vista, saco el
dron, pero una vez arriba me llevo un buen susto: a más de cien
metros de altura y a través de la cámara veo cómo un ave rapaz,
quizá un halcón, se dirige directo hacia el dron y lo esquiva en el
último segundo. De inmediato capto el intimidatorio mensaje, así
que me alejo del cortado rocoso y aterrizo lo más pronto que puedo.
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El Big Hole |
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El halcón avisador |
Queda por resolver el tema de la pernocta. Un kilómetro antes de dejar la carretera principal descubrimos a la izquierda una entrada que prometía. Nos acercamos y, para nuestro júbilo, encontramos un amplio espacio que parece haber servido como punto de almacenaje y estacionamiento de la maquinaria que construyó o reparó la carretera. Lo mejor de todo es que una ligera elevación del terreno nos oculta de la carretera. Buenas noches.
Distancia parcial: 223 km.
Distancia total: 5.337 km.
DÍA 25
Sabiendo como sabemos que va a ser un día de bastante calor, procuramos arrancar tempranito. Al salir del cámping no queda otra que pasar por la gasolinera, pero como ya hemos aprendido que en las Stations te cobran el gasoil a precio de oro, nos hacemos los suecos y vamos hasta Petermann, que está cerca, a solo 39 kilómetros. En esta diminuta localidad tenemos la sensación definitiva de frontera: si siguiéramos adelante, en apenas 320 kilómetros nos plantaríamos en Alice Springs, pero para eso necesitaríamos un todoterreno, además de un permiso.
Repostamos y compramos pan en rebanadas.
- ¿No tiene fecha de caducidad?
- En realidad no la necesita, porque en cuanto baja del avión lo congelamos.
- Ah.
Volvemos unos kilómetros sobre nuestros pasos y nos desviamos hasta
el aparcamiento del Kings Canyon. Hay aquí un pequeño centro
de interpretación desatendido donde por un lado te piden que abones
la entrada, pero por otro te informan de que la ruta superior del
cañón (la más interesante) se cierra cuando la temperatura supera
los 36 grados (hoy). Como solo podremos visitar la parte del fondo,
hacemos un simpa.
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Kings Canyon |
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Eucalipto fantasma |
Imaginamos que el paseo por la parte superior valdrá más la pena, porque el interior del cañón supone una decepción total. Para nuestro asombro, en Google se ven fotos de gente con abrigo. ¿De cuándo demonios serán? Porque agosto en el hemisferio sur equivale a nuestro febrero, y si ahora hace este calor...
A la vuelta, en el sitio de las entradas, encontramos a un ranger charlando con la gente. Dado que aquí tienen cámaras por todos sitios, procuramos pasar disimuladamente, no sea que nos exija daños y perjuicios.
Dijo Paul Theroux en uno de sus libros (cito de memoria): “Y en ese
momento fue cuando mis viajes comenzaron a transformarse en una
gilipollez”. Pues exactamente así es como nos sentimos nosotros al
haber añadido al viaje más de 300 kilómetros para ver esto
y, -sobre todo-, porque la castaña de tener que regresar por el
mismo anodino camino. Para no irnos del todo con sensación de manos
vacías, paramos también en Kathleen Springs, un paseo hasta un
manantial adobado con calor y moscas. Cuando veo las fotos pienso que
tal vez fuimos injustos con el sitio, pero lo cierto es que el día
está siendo bastante duro, y nos sentimos ya bastante reventados del
viaje.
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Kathleen Springs |
Vuelta a la carretera 3, luego a la 4 y por último, ya en el cruce
de Ghan, a la Stuart Highway. Habíamos pensado en quedarnos a
dormir aquí, pero aún queda sol, y como la carretera mejora
ostensiblemente decidimos estirarnos. Finalmente recalamos en
Stuart´s Well, cien kilómetros más al norte. El lugar en
cuestión cuenta con gasolinera, zona de acampada y granja de
camellos. Como también disponen de restaurante, sugiero que nos
demos un homenaje pero Bego, que es quien ha ido a inscribirnos, dice
que el ambiente (una mezcla de parroquia rural y de camioneros) no le
parece muy recomendable, de modo que desistimos.
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Abundan los carteles que avisan del peligro de conducir muchas horas seguidas |
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Tren de la carretera en Stuart´s Well |
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Tren de la carretera en Stuart´s Well |
Distancia parcial: 430 km.
Distancia total: 5.114 km.