lunes, 6 de enero de 2025

DÍA 18

Enfrente del área de pernocta se encuentra el Lake Knock Out, según Wikipedia un maloliente lago salado (ahora no se percibe tufo, será en verano). Pasamos junto a él anteayer, y llama la atención por su color ocre, que recuerda a las balsas mineras de Riotinto. En Google aparece rebautizado como Bird Lake, imagino que por aquello del maquillaje turístico.

Hoy tenemos la nítida sensación de que empieza de veras la aventura: entre Port Augusta y Coober Pedy hay 540 kilómetros, y en medio apenas algunas áreas de servicio. La verdad es que asusta un poco, pero solo retrospectivamente. En el momento de arrancar vamos contentos y con buen ánimo.

Comienza la aventura

Lo de que Port Augusta es la puerta del outback no responde a ningún reclamo turístico, es la pura realidad: llevamos recorridos solo unos kilómetros cuando aparece ese paisaje terriblemente llano y quemado que tantas veces hemos visto en fotografías y películas. No es una tierra del todo desnuda, pero sí de vegetación baja. Me gustaría saber cómo esas plantas logran sobrevivir aquí.

La vía del tren va paralela a la carretera, y en ocasiones se entrecruzan.

Un poco más adelante atravesaremos la Zona Prohibida de Woomera, el campo de tiro más grande del mundo (llegó a tener una superficie similar a la del Reino Unido, aunque posteriormente se redujo a solo 127.000 kilómetros cuadrados) En él se han probado todo tipo de armas, incluidas las nucleares (siete pruebas entre 1956 y 57; hubo algunas más, en Emu Field y en el archipiélago Montebello, en la costa oeste australiana). Todo esto lo narra magistralmente una miniserie estrenada en 2020 que se llama Operación Búfalo. Fue un proyecto tan secreto que ni siquiera lo conocía el Parlamento australiano

La carretera, la vía

Mi idea era recorrer doscientos kilómetros y luego hacer una parada, pero como la autocaravana no es un coche y el cansancio acumulado ya pesa, a los 150 kilómetros no puedo más y detengo el vehículo. Estamos en un apartadero ubicado en una especie de meseta, con vistas a un lago y a la interminable carretera que se extiende de sur a norte. Entonces ocurre la desgracia, o el imprevisto, o como quiera llamarse.

En este lugar tan sugerente sufrimos la avería

Desde el día de San Remo no habíamos vuelto a tener percances con el vehículo, excepción hecha de la ventanilla del conductor, que sigue sin bajar. Pues bien, ahora es el turno del water. Como todo el que alguna vez ha subido a una autocaravana, el secreto mejor guardado (¿pero dónde hacéis...?) consiste en un receptáculo de 20 litros de capacidad encajado debajo de la taza y que se cierra mediante una tapita circular. Pues bien, dicha tapa es el mecanismo más frágil del mundo, y nunca se te ocurre pensar en ella mientras funciona correctamente, pero te acuerdas de la madre del fabricante cuando se rompe o atasca, que es justo lo que sucede ahora. Basta que uno de los saquitos del líquido anti-olor se quede trabado en el mecanismo para que todo se vaya al garete. Agotado todo el repertorio de maldiciones, extraigo la arqueta, la vacío en la tierra y, con asco infinito, trato de colocar las piezas en su sitio. Creo que al diseñador del artilugio nunca se le ocurrió que percances así suceden en los lugares menos propicios. De haberlo hecho, tal vez habría previsto algún método para que la caja de marras se abriera y facilitar así la reparación pero, como ya dijimos anteriormente, a muchos no les pagan por pensar. Para colmo de males, la autocaravana no dispone ni de una triste herramienta.

Glendambo

 Me lavo las manos como puedo (el aditivo químico tiene un olor super-fuerte, se impregna en la piel y de ahí no hay quien lo saque) y continuamos hasta la estación de servicio de Glendambo, 130 kilómetros más arriba. Aquí, además de echar gasoil, intentamos comprar un destornillador, pero se les han terminado. Por suerte, la dependienta nos presta uno. Desatornillamos todo lo desatornillable, pero ni por esas: para encajar de nuevo la tapa en su mecanismo habría que partir el depósito por la mitad.

Finalmente constatamos la cruda realidad: faltan diez días para terminar el viaje y nos hemos quedado sin water. Algo similar nos ocurrió en el norte de Italia, pero allí enseguida dimos con una tienda de accesorios para autocaravana y adquirimos otro. Si esto nos hubiera ocurrido antes de Melbourne, o incluso antes de Adelaida habría sido un trastorno menor, pero ¿aquí, en medio del secarral?

Comemos y después seguimos, contritos, nuestro camino. Estamos valorando la posibilidad de quedarnos a dormir esta noche a la intemperie, pero las paradas que encontramos están todas a la vista de la carretera. Y, francamente, sin cobertura móvil nos parece bastante arriesgado. Finalmente, cinco kilómetros antes de Coober Pedy, en el Stuart Monument, encontramos una pista aceptable para nuestro vehículo que nos conduce a un lugar no visible desde la carretera. A unos trescientos metros hay aparcado un coche con su caravana. Por lo demás, una soledad y un silencio como de principios del mundo.

Puesta de sol a las afueras de Coober Pedy

En cuanto a nuestro problema autocaravanil, pues como nos contestó el dueño de un bar en el Atlas marroquí cuando le preguntamos por la toilette.

El hombre alzó los ojos, los enfocó al horizonte y dibujó un amplio gesto con la mano:

- La montagne...


Distancia parcial: 534 km.

Distancia total: 3.423 km.


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viernes, 3 de enero de 2025

DÍA 17

En Port Augusta comienza la Stuart Highway, que cruza Australia de sur a norte y llega a Darwin después de recorrer 2.834 kilómetros. Nosotros no llegaremos tan lejos, pero sí hasta Alice Springs, a 1.226 kilómetros de distancia (aunque antes tenemos que darnos una vuelta por Uluru). Son cifras que abruman, porque aún estamos a mitad de camino.

Esta carretera tiene sus particularidades, como por ejemplo que durante cientos de kilómetros no haya pueblos, ni gasolineras, ni súper. Ni, por supuesto, cobertura móvil, sustituida en esa inmensidad por antenas de radio. En esta parte del viaje nos encontraremos con muchos pick-up adaptados para vivaquear en el desierto, y absolutamente todos llevan emisora: cualquier percance fuera de la carretera principal te puede costar, lisa y llanamente, la vida.

Hubo una época -hace mucho- en que solía ver la cadena Euronews. Me gustaba mucho el pronóstico del tiempo, donde aparecían distintas ciudades del mundo. Entre ellas, en el centro de Australia, había una llamada Alice Springs, que secretamente evocaba la frase de El Principito: “Lo que más embellece al desierto es el pozo que oculta en algún sitio...” Recuerdo también que por aquel entonces el centro de Australia aparecía ante mis ojos tan lejano e inaccesible como la superficie de Marte. Sin embargo, ahora estoy -estamos- a un paso de conseguirlo.

Pero eso no va a ocurrir hoy. A la hora de levantarnos no parecía que soplara mucho, pero a medida que pasaba el tiempo hemos visto las copas de los eucaliptos agitarse más y más. Realmente hoy toca día de descanso, lo que le vendrá francamente bien al conductor.

Nuestros acompañantes de esta mañana han sido varios ejemplares de paloma crestada en busca de comida que no temen para nada a los humanos: de hecho, para sacarles fotos más de cerca me basta con lanzar piedritas, que ellas vienen a verificar si son o comestibles o no.

Paloma crestada australiana

Hablando de provisiones, como tanto estas como el agua van a ser caras y escasas durante los próximos días, cruzamos de nuevo el puente sobre el Golfo Spencer y ponemos rumbo al Woolworths. Como de costumbre, el estacionamiento constituye un problema: como no damos con el párking del súper, que se encuentra detrás del edificio, aparcamos en la misma calle pero en la acera opuesta, prácticamente debajo de un cartel que insta a pagar si quieres quedarte.

Realizo la compra lo más rápido que puedo, con la pericia que dan dos semanas de patearse los súper australianos. Como veo que la gente saca los carros libremente hago lo mismo, pero al intentar cruzar por el paso de peatones un dispositivo bloquea las ruedas del carro. En otro contexto, abandonaría el carro unos momentos e iría a la auto a pedir ayuda, pero me percato de lo que tengo alrededor: personas con aspecto de pobres, de alcohólicas, o de ambas cosas, sentadas en los bancos o pululando por allí. Constato, además, que todos son aborígenes. Peligrosos no parecen, pero no dejo aquí el carro ni loco. Como puedo -y con gran dolor de mis lumbares-, lo arrastro por la acera hasta llegar casi enfrente de la autocaravana. Un hombre blanco de mediana edad se acerca para decirme algo así como que no se pueden llevar los carros tan lejos, pero con gestos le comunico que se meta en sus asuntos. Por fin consigo llamar la atención de Bego y, mientras yo vigilo el carro, ella va trasvasando la compra a nuestra casa con ruedas.

Mientras redacto estas líneas y busco información en Internet me encuentro con la siguiente pregunta: ¿Por qué hay tantos aborígenes en Puerto Augusta?

Y la respuesta de Google:

Cuando los colonos se trasladaron al norte desde Adelaida y se apoderaron de las tierras de pastoreo, Port Augusta se convirtió en el hogar de docenas de grupos aborígenes. Sigue siendo así hoy en día, y la coexistencia a veces incómoda con la sociedad de colonos se evidencia en una comunidad un tanto conflictiva.

Tras surtirnos de provisiones, queda por adquirir algún producto de primera necesidad, verbigracia, las cervezas. Enfrente mismo del súper hay una licorería, pero de las que entras con el coche. Y, francamente, cuando voy con una auto de estas dimensiones me dan alergia los espacios cerrados. ¿Y si una vez dentro no soy capaz de maniobrar?

Investigo Google Maps y descubro que al otro lado del puente hay otra tienda de bebidas. Cruzamos por tercera vez solo para descubrir... que el sistema de compra es el mismo. Aparco enfrente de una casa con porche que recuerda a las películas del oeste y, a riesgo de que me digan que solo seré despachado si vengo sobre cuatro ruedas, como en el Drive-thru de Warrnambool, entro a pie. Como no doy con la marca a la que nos hemos aficionado uno de los dependientes, muy amable, me indica dónde se encuentra en la sala fría. Luego quiero llevarme algo más contundente (una botella de Baileys), pero descubro que las guardan en unas vitrinas que abren los empleados mediante un mando a distancia. Y, para más inri, al ir a pagar me solicitan algún documento de identidad. Como el pasaporte lo tengo en la auto, le enseño el carnet de conducir. Pregunto que si es por la edad y se ríe. La verdad es que todo transcurre de buen rollo: a estas alturas ya tenemos claro que cuanto menos anglosajona es la gente, más amable es contigo.

La verdad, no sé a qué aspirábamos al venir otra vez a la parte oeste del pueblo, porque está claro que el viento no nos va a dejar salir. Tampoco sabemos qué se puede hacer en una población de 14.000 habitantes, pero mirando por aquí y por allá descubro el Wadlata Outback Centre, que se encuentra en el edificio que otrora albergara un antiguo convento y que, por supuesto, cae de nuevo al otro lado.


Esperábamos una visita protocolaria, pero lo cierto es que nos gustó. Empezando por la tienda de souvenirs, variada y más económica de lo esperado, donde además de recuerdos te ofertan multitud de actividades, como excursiones a los montes Flinders (no pasaremos por allí, lástima) o un recorrido en el Pichi Richi (antiguo tren de vapor). Después está detalladísima la exposición, que comienza por los orígenes geológicos de Australia y termina con la colonización europea. Llama especialmente la atención la parte dedicada a la vida en el Outback: los Doctores del Aire (Australia debe de ser el único lugar del mundo donde te pueden exigir simultáneamente el título de Medicina y de piloto) y la Escuela del Aire: dadas las enormes distancias, resultaba imposible que los niños asistieran al colegio. Entonces se ideó un sistema para que recibieran clase a través de la radio. Y como en muchas granjas no contaban con electricidad, la que necesitaba el aparato de radio para funcionar la producía el alumno... pedaleando.

Wadlata Outback Centre

También resulta muy interesante la parte dedicada a la construcción de las líneas de ferrocarril. Cuenta un chiste que el viaje hasta Alice Springs duraba tanto que una señora no hacía más que preguntar que cuándo llegaban. El revisor, un poco harto, quiso saber el porqué de tanta urgencia.

- Disculpe, es que estoy a punto de dar a luz.

- Pero, oiga, ¿cómo se le ocurre subir al tren en su estado? ¿No sabe lo peligroso que es?

- Es que cuando subí al tren... no sabía que estaba embarazada.

Tren de la carretera

Volvemos a la auto a comer, y después estudiamos el asunto de la pernocta. He estado viendo fotos del Port Augusta Motorhome Park, donde nos denegaron ayer la entrada, y se ven autocaravanas. ¿Cómo es posible? La instalación pertenece al club de fútbol local, nos presentamos en su oficina y nos aceptan sin problema. Entonces, ¿qué ocurrió ayer? Pues colijo que todo se debió a un desliz semántico: en todos los sitios donde hemos reservado por teléfono, cuando nos preguntaban por el vehículo decíamos que era un camper, que es como la denominaron en la empresa de alquiler. Ahora bien, un camper no es un vehículo autocontenido (con cuarto de baño), sino lo que en España conocemos vulgarmente como fragoneta. Y dado que el lugar no tiene bloque de sanitarios sino una simple instalación de llenado y vaciado, pues no aceptan campers, solo motorhomes or caravans. Ese debe de ser, pues, el quid.

Antes de echarnos a dormir llenamos el depósito para la ducha de mañana. La presión de la manguera parece, como viene siendo habitual, la de una boca de incendios. Sinceramente, no comprendo por qué a estos australianos les gusta tanto que salga el agua con semejante poderío.


Distancia parcial: 10 km.

Distancia total: 2.889 km.


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jueves, 2 de enero de 2025

 DÍA 16

Amanecer plácido junto al bonito lago. Mientras recogemos, me percato de que una pareja mayor, sentada delante de su furgoneta, no nos quita ojo. Sin embargo, cada vez que miro hacia ellos disimulan. Cuando ya los has pillado tres o cuatro veces comienza a hartarte su insistencia, y de este modo constatas que esto del cotilleo es un vicio universal.

Amanece frente al lago Albert

Bordeamos el lago Albert. Nuestra primera parada la tenemos a poco más de 13 kilómetros, y es el Pink Lake, diminuto si lo comparamos con su hermano mayor, pero mucho más interesante, pues se trata de un lago salado. Al parecer, no siempre se ve rosa, pues depende de una combinación de algas verdes, halobacterias y camarones. Cuando la salinidad del agua supera a la del mar y se da una subida suficiente de las temperaturas y condiciones óptimas de luz, las algas empiezan a acumular el pigmento rojo.






Aparcamos junto a la carretera, y me entretengo en grabar lo que aquí llaman trenes de la carretera: consisten en una cabeza tractora a la que se enganchan unos cuantos remolques. Aunque por lo visto los hay más largos, pero los que nosotros vimos llevaban un máximo de cuatro. Había leído relatos terroríficos sobre que estos monstruos te obligaban a echarte al arcén, pero nosotros al menos no nos vimos en ninguna situación tan comprometida.

Visitamos el lago, hostigados por el que va a ser nuestro compañero de viaje durante bastantes días, el viento, y seguimos camino. Mañana la cosa no pinta bien: hay aviso por fuertes rachas. En Islandia nos aconsejaron vivamente no circular si el viento alcanzaba los 15 metros/segundo... Y aquí mañana da 20. Habíamos pensado pasar un día en Adelaida, pero la inquietante posibilidad de vernos inmovilizados durante varias jornadas hace que decidamos estirar hoy el camino. De manera que 130 kilómetros después estamos entrando en el casco urbano de la quinta ciudad de Australia. La posibilidad de circunvalar es, como de costumbre, nula. Incluso nos salimos por error de la vía principal y acabamos callejeando un poco.

A la salida de Adelaida tenemos el hasta ahora único conflicto de tráfico de todo el viaje, si se puede llamar así. Como dije al principio, los conductores australianos son sumamente colaboradores y respetuosos, lo que no reza con el tipo que lleva una caravana enganchada a su todoterreno que se encontraba detenido en el arcén y que decide incorporarse a la vía estando nosotros prácticamente encima. Por fortuna esto es una autovía pero, como el nuestro no es el vehículo más rápido del mundo, en cuanto le adelanto me incorporo enseguida a la izquierda, lo que provoca una airada reacción del incívico. Como no me apetece pasarme el viaje espiando por el retrovisor, unos kilómetros más allá me detengo junto a una gasolinera. Increíblemente, al poco vemos entrar también al tipo. Por fortuna, estamos parapetados tras unos árboles, y no nos ve o finge no vernos.

Tras comer, seguimos subiendo hacia el norte paralelos a la costa, pero fuera de la vista del mar. El viento sigue dando guerra, lo que nos obliga a circular como máximo a 80 km/h.

A 230 kilómetros de Adelaida está Port Pirie, y habíamos pensado en pernoctar allí, pero mirando por Internet leo que Port Pirie alberga una de las fundiciones de plomo y multimetales más grandes del mundo. Que dicha industria funciona desde hace 130 años, lo cual ha generado una contaminación histórica por plomo en la comunidad. Que los bebés y los niños corren un riesgo especial, ya que la exposición al plomo se asocia a un menor coeficiente intelectual, escaso rendimiento académico y a una serie de problemas socioconductuales.

Así que pasamos de largo. 90 kilómetros más arriba se encuentra Port Augusta. Llamamos al Port Augusta Motorhome Park preguntando si tienes plazas para una camper. Responden que no. Sorprendidos, probamos entonces en el Shoreline Caravan Park, y la respuesta es afirmativa. Durante el último tramo de la tarde el viento ha amainado, y eso vuelve la conducción más placentera.

Para llegar al cámping, hemos de cruzar toda la localidad y una especie de ría. De camino casi nos tragamos un coche que sale de una gasolinera sin mirar.

Anochece en Port Augusta

El chek-in es rápido, y la instalación en la parcela, también. Por contraste, el cambio de escenario no puede ser más drástico: si ayer estuvimos en el mejor cámping de todo el viaje, este es justo lo contrario: árido, sin una brizna de hierba y rodeado por una valla de tres metros coronada por doble alambre de espino. Un cartel avisa de la hora de cierre de una intimidante puerta automática más propia de recinto militar que de un centro de vacaciones. Es como haber salido de un país y haber entrado otro. Mañana averiguaremos por qué.


Distancia parcial: 461 km.

Distancia total: 2.879 km.


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