miércoles, 7 de septiembre de 2016

Haere mai. Un viaje a Nueva Zelanda (6)

27 de julio
Temperatura al amanecer: 2 ºC.
¿Dos sobre cero? ¿Cómo es posible que haya cuatro grados más de temperatura aquí, junto a las montañas, que en una llanura al lado de la costa? Quizá sea la gran masa de agua del lago que amortigua el frío; sin embargo, los charcos del suelo siguen congelados.
Nos levantamos a tiempo para ver la salida del sol, lo que no es mucho madrugar porque amanece a las ocho. Las aguas del Pukaki refulgen tranquilas con los primeros rayos; los árboles y la nieve, de telón de fondo.

Monte Cook al amanecer


Después empaquetamos y seguimos en busca del Monte Cook. Aoraki lo llaman los maorís, que significa El que perfora las nubes. De entre los múltiples modos de colonización, uno de ellos -seguramente no el más sutil- consiste en suplantar la toponimia original por una nueva. Así, sin tocar nada físicamente, se usurpa el territorio que antes fue de otros.
Cruzamos de nuevo la presa y bordeamos el Lago Pukaki por su lado Oeste. Como venir hasta aquí supone una considerable inversión en kilómetros, por un instante valoré la posibilidad de suprimir esta parte del itinerario y seguir hacia el Sur bordeando la costa. Cuando preparo los viajes procuro enterarme lo menos posible para no malograr la experiencia del descubrimiento, así que no sabía gran cosa del Monte Cook, salvo que se trataba de la montaña más alta de Australasia. Ahora que veo el sitio en cuestión sé que no me habría perdonado el dejarlo de lado, porque justo aquí comienzan las sorpresas y la ruptura de las ideas preconcebidas: esperábamos una carretera de montaña, estrecha y sinuosa, como corresponde a la aproximación a un pico de 3.724 metros; en lugar de eso y se la ve ancha y bastante llana. Después, cuando nos acercamos a la cordillera, el terreno no se eleva gradualmente sino que la llanura simplemente termina al pie de la montaña. Es como si, tras crear la planicie, Dios hubiera sembrado los picos encima, cual si de objetos decorativos se tratara.

Monte Cook brotando en la llanura
Sorpresa astronómica: en el hemisferio Sur la luna menguante es una D, no una C
One Lane Bridge
Del llano al monte en un pis pas
En la parte alta del Lago Pukaki nos encontramos por primera vez con una modalidad carreteril que a partir de ahora se repetirá ad infinitum: los One Lane Bridge, esto es, puentes de un solo carril, donde por un lado tienes la preferencia y por otro no. Ahora que no hay casi nadie es rarísimo cruzarse con otro coche, pero imagino que en otras épocas del año circular por aquí debe de ser bastante complicado.
La segunda sorpresa es que Monte Cook pueblo no existe como tal, sino que es más bien una colonia de vacaciones, ahora casi vacía. Buscábamos el Centro de Información, pero nos extraviamos por el laberinto de edificios y renunciamos a ello. Además, ya nos hemos dado cuenta de que no lo necesitamos, porque tenemos una aplicación estupenda en el móvil a la que vamos a sacar mucho partido este año. Se llama Maps.me, y mediante ella descargas los mapas para luego poder usarlos offline, y es tal la cantidad de información y la riqueza de detalles que da vergüenza que sea gratuita. Por venir vienen las rutas de senderismo, los monumentos naturales, e incluso esa institución neozelandesa importada de Escocia que son los public toilettes: en los lugares más remotos e impensados del país te los puedes encontrar, siempre con papel higiénico y en bastantes ocasiones limpios requetelimpios.

Camino de Kea Point
De modo que salimos del pueblo y nos metemos por un desvío que vimos justo al llegar que llamado Hooker Valley Road, y que tras dos kilómetros te aproxima a la zona de las excursiones. Llegamos a un aparcamiento y estacionamos junto a una autocaravana de chinos (llama la atención la cantidad de orientales que hacen turismo por aquí). A la hora de caminar, nos hubiera gustado ir por el Hooker Valley Track, cruzar el río del mismo nombre y aproximarnos a la base de esas montañas que parecen brotar de la tierra. Sin embargo, toda esa zona permanece en umbría y sopla muchísimo viento, así que nos decantamos por el Kea Point, un paseo cortito de 15 minutos ida. Lo de cortito es un decir: inmediatamente aparece hielo en el camino que vuelve muy difícil la marcha. Una familia de cuatro que vienen mucho peor equipados que nosotros -vaqueros y zapatillas- se da la vuelta en cuanto la cosa se pone durilla. Entonces arrecia el viento, y tampoco puede seguir Inari; él y su madre deciden esperarme mientras trato de llegar al mirador.

Monte Cook en la ventisca

Resulta sorprendente cómo lo que en otras condiciones será un paseo idílico puede transformarse en una pequeña odisea. Continuar por el camino sin crampones resulta misión imposible, así que avanzo campo a través. Pero caminar entre las rocas y la nieve también puede ser peligroso, además de agotador. Para añadirle más salsa al asunto, cuando menos te lo esperas se levantan unas rachas asesinas que, literalmente, te tiran al suelo. No recuerdo haberme visto en un vendaval semejante. Cuando atravieso sitios expuestos, aprovecho las pausas del viento para cruzar a toda prisa. Francamente, paso miedo.

Sol y viento

Conforme asciendo, las vistas se vuelven impresionantes. Ante mí destaca el murallón del Monte Sefton, de 3.151 metros, al que el furioso viento arranca cortinas de nieve. Me desasosiega una masa de nubes que se está colando a toda velocidad entre las montañas. ¿Y si se me echa encima una ventisca y no soy capaz de bajar?


Lago Mueller
El dichoso selfie

Finalmente alcanzo el mirador, que es una plataforma de madera. Subo con muchísimo cuidado, porque el hielo hace rampa en los escalones. La belleza y la soledad del sitio son maravillosos y a la vez aterradores, con el Mueller Lake en primer plano y el Monte Cook detrás.
No quiero estar aquí, pero tampoco cambio este momento por nada. Trato de inmortalizarlo con un selfie, y tengo que agarrar el teléfono con las dos manos porque se me vuela. Los que sí salen disparados son el gorro de lana y un guante, y estoy a un tris de perderlos.
La bajada es más rápida que la subida, sobre todo con este vientecillo de espaldas que me hace correr donde no quisiera. Con tanta nieve da miedo meter el pie en un agujero y lesionarse. Por fortuna, esto no ocurre y alcanzo a Bego y a mi hijo, que ya han comenzado el regreso.

Auto querida
Llegados al calorcito de la auto, comemos algo y tomamos un té. Luego volvemos a la carretera principal, y apenas 700 metros hacia el Sur está el desvío hacia el Tasman Valley, que tiene 7 kilómetros y algunos puentes de un solo sentido. Solo por el recorrido en coche valdría la pena llegar hasta aquí: el paisaje se vuelve señoranillesco: si no rodaron exteriores aquí fue en valle de al lado.





La carretera termina al pie de una morrena lateral de unos cien metros de altura, hasta cuya cima se puede subir mediante una larguísima escalera. Aquí no hay hielo en el camino y por eso el sitio se halla bastante concurrido. Al llegar arriba, aparte del otra vez fuerte viento, tienes majestuosas vistas del Tasman Lake y del Glaciar Tasman, el mayor de la Isla Sur (27 kilómetros de largo por 4 de ancho). Majestuosas pero no bonitas: el lago tiene un color terroso, y en la superficie del glaciar el deshielo ha dejado al descubierto un revoltijo de tierra y piedras. Un panel fotográfico muestra cómo se halla en una fase de retroceso tan acelerado que en pocos años llevará a su desaparición (en 1973 el Lago Tasman ni siquiera existía). Cuesta imaginarse que hace 17.000 años este glaciar se extendía hasta el extremo Sur del Lago Pukaki, 60 kilómetros más abajo. Por si fuera poco, el terremoto de 2011 hizo que se desprendiera un iceberg de 1,3 kilómetros de largo por 300 metros de altura. El agua desplazada por la ruptura saltó del Tasman al Pukaki, donde levantó olas de tres metros y medio.

Lago Tasman
Lago Tasman
Lago Tasman
Lago Tasman. Al fondo, el glaciar
Regresamos a la auto y emprendemos camino, que nos quedan más de 200 kilómetros hasta la costa. Desandamos la orilla del Pukaki entorpecidos con un fuerte viento lateral. Luego bajamos por Twizel, Omarama, Otematata... De nuevo tierras duras, deshabitadas y desde luego menos atractivas que lo que acabamos de ver; sin embargo, el camino se ve amenizado por una cadena de lagos con aprovechamiento hidroeléctrico; esto sí que es construir embalses con poco esfuerzo.
Son las cinco cuando llegamos a Oamaru. Venimos buscando un sitio donde es posible ver pingüinos azules cuando regresan a sus nidos al anochecer. El precio por ver este espectáculo que la naturaleza da gratis son 28 dólares por persona, y no los cobra el Departamento de Conservación ni alguna ONG que luche por la supervivencia de los pingüinos, sino el dueño del terreno adyacente. Justo al lado hay un espigón que se adentra en el mar, pero nada más llegar se nos acerca una tipa con aires de controladora, la cual nos dice que aquello es zona privada, y que por razones de seguridad (de seguridad del propio bolsillo, se entiende) la cierran al oscurecer. Bego y ella mantienen un rifirrafe verbal y la mujer se marcha ofendida, tanto que cierra la puerta de acceso dejando a dos parejas dentro. Por fortuna para ellos, la valla no es difícil de saltar. Desde el aparcamiento se ven las gradas que han montado para ver la triste exhibición. La mitad se hallan vacías, y la otra la ocupa una excursión de chinos. Me pregunto si los potentes focos que alumbran la orilla no molestarán a los pobres pingüinos, y si el DOC no tiene nada que decir acerca de este abuso.
Volvemos a la auto. Enciendo en móvil y localizo en Google el sitio en cuestión. Escribimos una reseña dándole tan solo una estrella y calificándolo de disappointing. Es nuestra pequeña venganza.
Tras la fallida intentona pingüinera nos vamos al Countdown, y después a buscar el sitio de pernocta. Hoy se trata del Campbell Bay Reserve, unos 16 km. hacia el Sur. Salimos por la SH 1 y a continuación giramos a la izquierda y hacia la costa por una carretera que tiene el épico y cinematográfico nombre de Thousand Acre Road. Pasamos Kakanui (pueblo y río), y tras una descomunal cuesta llegamos a destino.
No las traemos todas consigo, porque los comentarios dicen que existen planes para cerrar este freedom campsite. Sin embargo, lo encontramos abierto aunque, eso sí, con bastante barro. Bajo con una literna a examinarlo: afortunadamente, se trata de una capa superficial, porque el suelo está durísimo. Como no queremos tentar a la suerte, en la hierba ni entramos. Más tarde llega otra auto, y a tenor de la seguridad con que se coloca parece que hubiera dormido aquí más noches.
Un rato después se pone a llover.

Kilómetros etapa: 303
Kilómetros viaje: 1.184

                            Anterior                     Inicio                         Siguiente

3 comentarios:

  1. Desde luego lo de los pingüinos tiene para correr tinta. Preciosas fotos Juanma ��

    ResponderEliminar
  2. Hola, Jesús. Veo que has hecho los deberes :))

    ResponderEliminar
  3. Qué experiencia el ascenso con el vendaval! Apasionante el relato

    ResponderEliminar